¡¡Por fin estamos de vacaciones!! El vuelo sale a mediodía así que, como no hace falta madrugar, no ponemos el despertador para despertar naturalmente... ¡¡naturalmente con unas ganas locas de empezar el viaje!! Terminamos los preparativos de última hora y enseguida estamos en el metro camino al aeropuerto Adolfo Suárez Madrid Barajas... ¡¡pero qué nombre más largo!! Raudos y veloces localizamos la cola de facturación de la compañía Pegasus que será quien nos lleve, vía Estambul, hasta Tel-Aviv.
En la cola hay gente de todo tipo... en primera línea de mostrador está Rapunzel luciendo trenza dorada, y por la retaguardia está una georgiana que cierra sus bolsas con cinta de embalar. ¡¡Vaya mezcolanza!! La facturación es algo lenta, pero después de cuarenta minutos salimos exitosos con nuestras tarjetas de embarque. En el control de seguridad me magrean por cincuenta céntimos... no, no me he cambiado de profesión a precios low cost... es que, me cachean porque olvidé una moneda de medio euro en el bolsillo y el arco de detección de metales no me deja pasar inadvertido.
En facturación nos comentaron que el vuelo iba con un poco de retraso. Lo que no imaginábamos era que la hora estimada de salida fluctuara más que el Ibex-35, porque en cada pantalla pone una hora diferente. Una hora después de lo previsto, llega nuestra aeronave y vemos salir a los pasajeros con destino Madrid... ¡¡Este vuelo sí que va a ser un vuelo caliente!! Los asientos van a estar hasta calentitos... En el de Pablo descubrimos que hay restos de brillantina, ¿pero quién ha viajado ahí? ¿Bershka Serduchka? En el rodaje, esperamos oír las aburridas instrucciones de seguridad que de sobra conocemos... ¡¡error!! En su lugar nos ponen un vídeo demostrativo en el que las azafatas explican las normas de seguridad como si se hubiesen comido a Eva Nasarre... ¡¡no tiene desperdicio!!
Surcamos el mediterráneo casi de lado a lado, como si fuera un crucero aéreo a 38.000 pies de altura. Con una familia que ha almorzado barbitúricos y que nos bloquea el acceso al pasillo, no nos queda otra que disfrutar de las vistas: Islas Pitiusas, Mallorca, Menorca, Cerdeña, Italia, Albania, ... y Grecia me pilla en el baño, en donde me abandono a la reflexión aristotélica... ¿por qué nunca ponen escobilla en los baños de los aviones? ¿Por qué hacen antiadherentes y de color oscuro los inodoros de los aviones, y sin embargo los de los hogares son blancos para que todo se vea? ¡¡Ahí queda eso!!
Ya ha anochecido y cruzamos el Bósforo para tomar tierra... Se abre el telón y aparece Pablo cantando 'y nos dieron las diez y las once, ...' ¿cómo se llama el aeropuerto? ¡¡Sabina y Goche!! Ay, que no estamos para chistes, porque como perdamos nuestro vuelo de conexión nos quedamos tirados en el aeropuerto turco de Sabiha Gocken. Corriendo por la terminal alcanzamos la puerta de embarque... ¡¡lo hemos conseguido!! En el autobús que nos lleva hasta los pies del avión conocemos a Ariadna, una americana de Los Ángeles de ascendencia mejicana que también venía en nuestro vuelo de Madrid. La conversación es muy interesante y ¡¡resulta ser la primera persona Bahá'i que conocemos!! Como a la hora que llegaremos a destino el transporte público será muy limitado, quedamos para compartir taxi y así llegar antes y de manera más cómoda.
Hemos pisado suelo turco durante poco menos que una y ya estamos en el aire de nuevo, dirección a Tel-Aviv. Y por fin vamos a poder dar respuesta a una duda que fue motivo de discusión semanas antes... ¿veremos o no veremos Chipre? Hay gente a la que le preocupa si Isabelita rompe con su novio, y hay gente con inquietudes geográficas... la magia de la diversidad, ¿no? Por cierto, se ve Chipre, y se ve entera: la iluminación nocturna dibuja su silueta en el oscuro mar mediterráneo. Siguiendo la costa del Líbano, llegamos a la costa israelí, y dejando atrás los rascacielos de Tel-Aviv, aterrizamos en el aeropuerto Ben Gurion. Vamos con tiempo y mentalizados para el interrogatorio que todo el mundo dice que hacen para poder entrar en el país. Lo que no imaginábamos era que nos lo iban a hacer a pie de pista... porque, con el sonido del motor en una oreja, un joven nos empieza preguntar el motivo del viaje, que a dónde vamos, si conocemos gente en Israel, etc. Salimos airosos y llegamos al control de pasaportes, donde, tras un par de breves preguntas nos dan el visado. Y nos lo dan literalmente. A diferencia de otros países donde matasellan la fecha de entrada en el país en el pasaporte, aquí nos dan un papel separado con nuestra foto incluida. Israel tiene algunos países 'no amigos', y, por ridículo que parezca, si viajas a Israel te podrían considerar también un 'no amigo' de esos países... Como el patxaran y la cerveza, es mejor no mezclar religión y política.
¡¡Nos ha salido todo rodado y ya estamos en Oriente Próximo!! Nos rencontramos con Ariadna y nos dirigimos al carrusel para recoger el equipaje. Una vuelta, dos, ... cinco... diez... cada vez menos gente... miraditas... ¿estaré en el lugar adecuado? ¿porqué se para la cinta si tenemos las manos vacías? Tragamos saliva... ¡¡no ha llegado nuestro equipaje!! Además de a nosotros tres, a muchos pasajeros les ha ocurrido lo mismo; así que, tras un largo rato esperando en la cola del Lost Luggage nos vamos con dos maletas menos y una hojita con nuestra reclamación. Ah, y también con el gustito en el cuerpo de haber propiciado un par de codazos a dos rusas colonas que, por mucho guachi guachi del bueno que parloteen nunca podrán con la furia ibérica. Nos separamos de Ariadna y llegamos al apartamento en pleno centro de Tel-Aviv. Son las tres de la madrugada y no tenemos nuestro equipaje. Pero seamos positivos... ¡¡mañana podremos dormir un poco más porque no tendremos que decidir qué ponernos!!
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