9 sept 2014

Explorando el distrito norte

Hay un dicho israelí que dice 'Jerusalén reza, Tel-Aviv se divierte y Haifa trabaja'. Pues no sabemos quién puso el refrán, pero en Haifa lo que hacen es... ¡¡hornear!! Hay muchos locales con panes y bollería, y como hoy hemos dormido en un apartamento y no tenía desayuno, no hemos tardado mucho en hacernos con una selección de harinitos para la primera comida del día.

Haifa es la tercer ciudad más grande de Israel y se caracteriza sobre todo por su enorme puerto. Aunque es una ciudad muy grande, no tiene grandes atractivos, parece como si se hubiesen olvidado de hacer zonas de esparcimiento ciudadana: apenas hay paseos, parques de juegos infantiles o, estando en la cosa mediterránea, un bonito paseo marítimo. Además, el estar en cuesta no facilita la planificación urbana: el monte Carmelo está en medio, haciendo de la ciudad una cuesta permanente. Para salvar el desnivel y llegar a la cima del monte, cogemos el metro: con sus seis estaciones y algo menos de dos kilómetros es, según el libro Guinness de los Récords, el metro más pequeño del mundo... aunque nosotros diríamos que es el funicular más grande del mundo, ¿no?

Uno de los lugares más característicos de la ciudad es la Sede Mundial Bahà'i. Esta religión se una mezcla de las principales religiones monoteístas y busca la unidad religiosa y de la humanidad. El edificio está rodeado de jardines que son organizados y cuidados casi milimétricamente, algo muy habitual en los templos de esta religión, por lo cual empezamos a pensar que, para poder pertenecer a esta congregación hay que ser jardinero.

Visitamos el Bulevar Rothschild, donde se encuentran las casas de la colonia alemana y sobre todo una encantadora zona de terrazas. Sin embargo, nadie que visite Haifa puede irse sin comer en lugar mucho más sencillo: El falafel de Hazkenim, que se encuentra en Wadi Nisnas, el barrio árabe. Con fuerzas renovadas, y, sobre todo montados en coche, subimos al extremo norte del monte Carmelo, donde visitamos la cueva del profeta Elías, quién reconstruyó el altar del monte Carmelo con doce piedras, una por cada tribu de Israel. En este monte se fundó también la orden de los Carmelitas.

Dejamos Haifa para continuar hacia el norte, y llegamos a la ciudad de Acre, que es Patrimonio de la Humanidad. Esta ciudad fue la capital del Reino de los Cruzados y de esa época quedan muchos edificios, como por ejemplo la Ciudadela. En su interior, que está siendo restaurado, se encuentran amplias estancias, y entre ellas destaca la sala de las columnas, que realmente era el refectorio.

Uno de los lugares que más nos sorprende son los baños árabes. Al entrar te dan una audio guía y te ponen un vídeo contando la historia del hamán... ¡¡con acento argentino!! Aquí algo falla, ¿no? Después pasas a ver la zona de baños, donde han colocado estatuas para que te hagas una idea de cómo funcionaba.

Acre tiene mucho que ofrecer: el bazar turco, mequitas, iglesias, paseo por el puerto, paseo marítimo... pero lo que ya empieza a ser una mala costumbre es visitar los suelos de las ciudades... así que, aquí, visitamos el túnel de los templarios, que fue una orden que se dedicó a ayudar a los peregrinos a visitar Jerusalén. El túnel tiene unos 300 metros de largo y en algunos momentos hay que ir agachados.

Sin duda, Acre merecía mucho más tiempo del que le habíamos destinado. Quizá caímos en el error de pensar que Haifa iba a tener más cosas para ver por ser más grande y Acre menos por ser más pequeño... pero ha sido completamente al revés. Como no queríamos irnos sin ver la ciudad, hemos tenido que sacrificar algunos sitios de la ruta, como el santuario Bahà'i de Acre, el Acueducto Turco, la Colina de Napoleón, el Parque Nacional de Ajziv, etc.

Adonde sí que vamos es a ver los acantilados calcáreos de Rosh Hanikra, en la frontera con el Líbano. Se desciende en teleférico y se visitan unas cuevas llenas de leyendas, por las que entran corrientes de agua que, iluminadas por la luz exterior, adquieren un color azul turquesa. Aquí se construyeron también unos túneles para una línea de tren que pretendía unir el Reino Unido con El Cairo, pero que no llegó a entrar en funcionamiento. Oye, ¿y no se puede pasar la frontera? Nos hemos quedado con las ganas de ver cómo es el otro lado.

Está atardeciendo y aquí cierran los lugares turísticos entre las 5 y las 6 de la tarde, así que, apuramos el último cartucho para ver las ruinas del Castillo de Montfort. Es una fortaleza de los cruzados que tiene más de mil años. El entorno es una maravilla, porque es muy verde. De hecho, en sus bosques podemos constatar que hay lobos, ya que oímos varios mientras hacemos unas fotos. Parece mentira que, siendo el mismo país, el paisaje pueda ser tan diferente: desiertos en el sur y bosques en el norte.

El alojamiento de hoy va a ser un poco diferente a lo habitual... vamos a dormir en un kibutz. Los israelíes crearon estas comunas agrícolas en las que todo el mundo trabaja para la comunidad, y parece que les fue bien, ya que, esta forma de agrupación poco a poco hizo que los israelíes se hicieran fuertes y acabasen pudiendo formar el estado de Israel. Este ideal comunista, que en ningún otro sitio ha conseguido el mismo éxito que aquí, fue la semilla para construir un país. ¡¡La unión hace la fuerza!! Llegamos de noche, y todo está en hebreo... mañana investigaremos esto del kibutz...

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