Salimos del hotel, paraguas en mano... Ahora entiendo a la Jurado cuando confundió el 'Diluvio Universal' con el 'Danubio Universal' (con tanta ola debió de tragar mucha agua). Cerca del hotel está el Mercado Central, así que, qué mejor sitio donde resguardarse y empezar nuestro recorrido. Se trata de un edificio de esos con tejas de colores, tan característicos en Hungría. Y por dentro tiene aún más color, porque todos los puestos tienen los productos colocados a la perfección, con frutas de colores vivos y apetitosos. Cada cierto tiempo invitan a un país a promocionarse, y ahora es el turno de Eslovaquía. Mientras un hombre vestido con lo que suponemos será un traje típico, otro reparte un vino blanco a la gente que quiera. Así que, nos hacemos un chinchin a la eslovaca. La parte inferior del mercado está dedicada a la alimentación y la de arriba a la artesanía, aunque, lamentablemente parece que la mayoría de los productos son recuerdos de Budapest a precio turista.
Como Budapest ya lo conocíamos, nos damos un paseo general por la ciudad para recordar los bellos lugares que esta ciudad alberga: el puente de Isabel, Hotel Gellert, Puente de las Cadenas, etc., y disfrutamos de las vistas del palacio de Buda, el Bastión de los Pescadores, el Parlamento, Plaza de los Héroes, etc. Eso sí, esta vez nos centramos en algunos rincones curiosos que no conocíamos. Por ejemplo, al lado del funicular, está el kilómetro 0 húngaro, que siempre tiene su aquel el pensar que estás en un punto en el cual de alguna forma converge un país entero. Otro lugar curioso es el café Gerbeaud, que presume de ser uno de los más antiguos de la ciudad. Y el más curioso todavía es... ¡¡un reloj de arena anual!! Es un gigantesco reloj de marmol rojizo con una cantidad de arena que tarda en caer un año exacto. Lo inauguraron el 1 de enero de 2004, marcando el inicio de Hungría como país miembro de la UE. Cada nochevieja, los budapestinos acuden a celebrar la entrada de año mientras una grúa gira 180º el reloj. Muy original, sí... pero nada de precisión suiza, porque el reloj tenía pinta de estar parado (ya me los imagino celebrando el año nuevo en marzo).
Poco a poco nos tenemos que ir despidiendo de la ciudad... y qué mejor lugar que la avenida Andrássy, llena de casas señoriales (que hoy albergan numerosas embajadas y sedes estatales) y por donde pasean las Lomanas magiares.
Una vez hecho el papeleo en la compañía Thrifty, por fin tenemos las llaves de nuestro Fiat Punto. Tomamos un café, colocamos el GPS y nos ponemos en marcha. Nos dirigimos hacia Visegrad, recorriendo unas carreteras con mucho encanto y poco tráfico. Visegrad significa 'castillo alto', y es donde construyeron una ciudadela los reyes húngaros para proteger un palacio que tenían al lado del Danubio. El tiempo se ha vuelto muy lluvioso y hasta ha empezado a haber niebla. A las 6 de la tarde el castillo ya está cerrado y las que prometían ser unas vistas espectaculares del meandro del Danubio lamentablemente quedan deslucidas por el mal tiempo. ¡¡Qué se le va a hacer!!
Nos dirigimos a Eszentendre, un pueblecito con casas de colores que con mucho encanto pero con una factura eléctrica reducida, porque la iluminación nocturna brilla por su ausencia. Dando un paseo vemos un restaurante en el que están bailando... ¡¡los pajáritos!! Decidimos entrar y, aunque al principio estamos descolocados, acabamos degustando el plato típico húngaro por escelencia: el goulash. Nos lo sirven en unos pucheritos hirviendo... con una llama debajo para mantenerlo... ¡¡hirviendo!! Está delicioso y el ambiente está muy animado, con una banda de músicos tocando música típica, aunque sea el equivalente de Paquito-el-Chocolatero.
Ya se va haciendo tarde y toca ir hacia Esztergom, donde dormiremos esta noche. Yendo por una carretera sin tráfico, lloviendo y totalmente de noche, Pablo decide únivocamente darle emoción al viaje, y probando las luces largas va y apaga todas las luces... Eso sí son emociones fuertes y no el Dragon Khan.
Cruzando un sinfín de pueblos con nombres impronunciables, caemos en la cuenta de cómo la Real Academia de la Lengua Húngara genera nuevas palabras y topónimos: tiene que ser algo así como aporrear un teclado y decorar el resultado con múltiples acentos y diéresis. Vamos a hacer la prueba... para traducir Madrid al húngaro, aporreamos el teclado: ercesdrefter... y decoramos: Ercësdréftér... Voilà palabro nuevo! Que sí, que sí... que tiene que ser algo así porque si no, no nos lo explicamos.
Por fin llegamos a Estergom, a los apartamentos Schweidel, a las afueras de la ciudad y muy sencillos. Son las 10 de la noche y estamos agotados. Como esto está mucho más al Este que España, hay que adaptarse a los horarios... así que hoy pronto a la cama que mañana hay que madrugar.
Que envidia me dais!
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