10 sept 2010

Budapest: Bienvenidos

La aventura comienza... ¡¡ya estamos de vacaciones!! Cerramos las maletas y nos dirijimos entusiasmados hacia Barajas. Cluj, Timisoara, ... ¡¡Budapest, ahí est!! Nos ponemos en la cola para facturar y entre gente del este que ya le da al wuachi-wuachi vemos atónitos cómo están facturando maletas de 80 kilos... ¡¡volar les va a salir por lo mismo que un diente de oro!! Pero pronto descubrimos la explicación... el sistema de cintas de equipajes está colapsado como la m-30 cuando caen tres gotitas de lluvia. La azafata me espeta un wait-a-minute y al responderle que no pasa nada exclama 'ah, hablas español'... 'hombre, lo raro sería que hablase latín' pienso yo. Pasamos el control y después de hacer un poco de tiempo subimos a la rosácea aeronave de WizzAir. Salimos con un poco de retraso, dejando atrás los 29 grados de la capital española. Ya en el aire, Pablo se pone en plan snobista a ver una pelí en el netbook, mientras yo ojeo la revista de la low-cost polaca para babear con los destinos exóticos a los que vuela. El carrito-bar se pasea por el estrecho pasillo arriba y abajo produciendo un apetito envidioso al personal... pero como somos más listos que el hambre, nunca mejor dicho, sacamos la artillería pesada de la mochila y en cuestión de segundos nos montamos una cena gourmet marca Hacendado.

Tras unas tres horas de vuelo, aterrizamos a medianoche en Budapest bajo una fina lluvia. Un autobús nos lleva a la Terminal 1, que parece diseñada más bien para Untxi, dado su reducido tamaño. Esperando en la cinta, poco a poco la gente va cogiendo su equipaje y con un 'no puede ser' ronroneando en la cabeza por fin veo asomar mi maleta. Salimos dirección al parking, donde tenemos que encontrar un minibus de P-Air que nos llevará por 4 euros al centro de la ciudad. Mientras esperamos a que llegue el resto de la gente, entramos en conversación con un chico hispanoitaloportuguesamericano residente en... ¡¡Cuenca!! Vamos, una ONU con patas. Es la primera vez que viene al este y está como si se hubiese tomado cinco cafés (de litro). Viene a ver a su novia húngara que conoció en la universidad conquense donde es profesor. De padre italiano, de madre portuguesa, nacido en los states, viviendo en España... el muy filólogo ha sido capaz de apredender hasta húngaro, lo cual constata al ponerse a chapurreárlo con el conductor. Vamos que, el euskera labortano no tendría misterios para él... El tío es muy simpático, aunque consigue aflorar la sensibilidad castellano-manchega de Pablo al decir que prefiere Cuenca a Toledo. Es una lástima que sólo vayamos a estar un día en Budapest, porque si no, hubiésemos quedado para tomar unas birras locales y conocer a su novia magiar. Así pues, llegamos a Deak Ferency Ter, en el centro de la ciudad, y nos despedimos deseándonos mutuamente lo mejor en nuestros viajes.


Sacamos nuestros bártulos y nos ponemos en marcha hacia el hotel. Casualmente pasamos por donde nos alojamos hace cinco años cuando vinimos a Budapest por primera vez, lo cual nos anima para seguir arrastrando la maleta por las ahora renovadas calles de la ciudad. Sorteando alguna que otra Budapestina a la que los licores nacionales le han jugado una mala pasada, llegamos al lugar donde nos alojaremos esta primera noche... nada de hoteles, ni apartamentos, ni hostales... ¡¡hoy dormiremos en un Palacio!! Por un ridículo precio de 19 euros, el Palacio Zichy es un establecimiento moderno en un edificio de estilo húngaro, de esos 'con solera'. Son casi las dos de la mañana, así que, tras un rápido vistazo a la junior-suite (tenía que decirlo) toca la hora de dormir como reyes... es decir, poco porque mañana tenemos una agenda muy apretada.

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