El despertador suena sin que estemos aún sincronizados con el modo vacaciones y menos con las dos horas de diferencia con respecto a España. Pero, ¿acaso los cuarenta no son los nuevos treinta? ¡¡Pero si estamos hechos unos chavales y hasta tenemos la tarjeta de estudiante!! Así que, comenzamos nuestro recorrido por "la tierra de fuego", que es lo que significa Azerbaiyán... ¡¡y comprobaremos que no podía estar más acertado el nombre!!
Como es domingo, optamos por visitar los lugares más lejanos y dejarnos para mañana lunes la ciudad, que seguramente tendrá más actividad por ser día laboral. El primer plato del día será el Parque Nacional de Gobustán, que es Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Para llegar a él, cogemos un autobús desde la estación de tren y que nos lleva hasta una estación de autobuses que se encuentra en las afueras. Durante el trayecto, podemos observar que la ciudad es muy bonita, tiene edificios de color caliza muy armónicos y que además está en plena evolución. Pero lo dicho, Bakú lo dejamos para mañana.
El billete nos cuesta el equivalente a unos 25 céntimos de euro y el autobús es igual de moderno que el de cualquier ciudad europea. Llegamos a la estación de autobuses, y ahí, un hombre nos ayuda motu proprio y nos indica donde está el autobús para Gobustán. La verdad es que yo con pantalones cortos tengo pinta de turista a kilómetros, y, por lo visto todos los turistas que pasan por allí suelen ir al mismo sitio. Este autobús tiene un aspecto mucho más destartalado, y la gente es más de "campo", con mujeres apañueladas y hombre con tripita y mostacho. Nos resulta curioso que, durante la espera, un hombre sube al autobús y viene sólo a donde nosotros a ofrecernos llevarnos en taxi; luego, vemos que también se lo ofrece a un turista asiático que aparece por allí y que sube a nuestro mismo autobús.
Observamos que, nadie paga ningún billete así que el autobús arranca sin que hayamos soltado ningún manat, la moneda local. Vamos por una carretera bordeando el mar Caspio, por donde el autobusero para a recoger y dejar gente por los arcenes. En un parar de esos, parece que algo no va bien... Sale, revisa algo por fuera, no sabemos de donde saca una pequeña llave inglesa y después empezamos a oír golpes en la parte inferior del autobús. Seguidamente intenta arrancarlo y parece que el autobús se cala. Tras varios intentos, nos desaloja del autobús y nos quedamos en medio de un paraje desértico. El asiático que se montó se pone a hacer autostop, y, tras su fracaso vuelve y se dirije hacia los otros dos únicos turistas, aquí los presentes. Vamos al mismo sitio así que nos juntamos para conseguir transporte, y nada más decirlo nos vemos negociando con un taxista y fijando un precio que a ambas partes le parece razonable. Yo me monto de copiloto, y Pablo y el chino en la parte de atrás. Sin embargo, minutos después el taxista empieza a querer liarnos, y nos empieza a pedir más dinero. Como no le entendemos porque no habla inglés, me deja el oído como si hubiese dormido sobre un bafle, seguramente para que nos sintamos intimidados y aceptemos. Pero como los tres tenemos claro lo que queremos ver y ya sabemos lo que vale, nos mantenemos firmes e incluso le decimos que nos bajamos del coche... así que termina respetando el precio que habíamos pactado.
En el coche, hablamos con el chino, que resulta ser americano, aunque nacido en el país oriental. Es de Boston y, curiosamente trabaja de auditor en el banco Santader... ¡¡y su jefe es de Bilbao!! Mientras hablamos con él, el taxista nos lleva por las tierras de Gobustán, un paraje inhóspito que en esta época del año está muy seco. Vamos por un camino de tierra, con unos socavones inmensos, levantando polvo a nuestro paso... ¿y acaso vamos en un jeep o en un SUV como dirían los modernos? Pues no, ¡¡vamos en un Lada de la época de Stalin por lo menos!! Y, encima, el cachondo de él ¿me dijo que no era necesario que me pusiera el cinturón de seguridad? Esto es como ir en una montaña rusa con la diferencia de que al final no te hacen una foto para que así puedas olvidarlo.
Lo que no olvidaremos será que, al pasar por una especie de charca negruzca, el taxista nos dice que es ¡¡petróleo!! Pero ahí, en medio de la nada, ¿se ha creado espontáneamente una ciénaga de oro negro? Es cierto que, nada más salir de la ciudad de Bakú se empiezan a ver centenas de pozos de extracción de petróleo... pero nunca nos imaginamos que estuviera tan al nivel de la superficie.
Después, paramos en unos volcanes de barro. Sí, ¡¡de barro!! Resulta que en esta zona hay muchos volcanes de este tipo. todo se debe a que, además de petróleo, hay mucho gas en el subsuelo y debido a esto hace que, con bastante frecuencia, el gas expulse barro hacia afuera. Aunque se le denomine volcán, el barro está frío y se puede tocar sin problemas. En el lugar en el que paramos hay unos ocho volcanes de pequeño tamaño, pero el taxista nos enseña en su móvil uno que está a unos cuantos kilómetros en el que la gente hasta se baña. A nosotros nos encanta, aunque ya habíamos visto unos volcanes de este tipo en Rumanía. A nuestro compañero americano-chino, le flipa porque es toda una novedad para él.
La siguiente parada es el museo del parque de Gobustán. En realidad, los volcanes no dejan de ser más que una curiosidad, porque lo realmente importante es que hay unos 6.000 grabados en piedra de hace unos 20.000 años. Siempre habíamos pensado que el arte rupestre se limitaba a pinturas en cuevas. Sin embargo, este verano, descubrimos en la Siega Verde (cerca de Ciudad Rodrigo) que también hay dibujos grabados en piedra, llamados petroglifos. Y aquí en Gobustán es donde mayor concentración hay, con formas humanas, animales, barcos, escenas, etc. Es un lugar al aire libre que se recorre a pie para poder ir identificando las figuras ocultas que hay por todas las rocas. Y encima, la entrada nos ha costado menos de un euro, gracias al carné de estudiante. El chino también lo lleva... pero reconoce que, a sus 35 años, lo tiene caducado... y se queda sorprendido que nosotros, siendo algo mayores lo tenemos vigente.
Ya de vuelta, toca ver cómo llegar de nuevo hasta Bakú. El taxista no acepta el precio que le proponemos, así que nos deja en el pueblo que está cerca del parque. Nosotros queremos negociar otro taxi, o si no, volver en autobús. Pero él va un poco limitado de tiempo y nos dice que va a hacer autostop... se saca una hoja donde ha escrito "Bakú" y en menos de un minuto se lo llevan en una furgoneta. "¿Pero éste va a resultar ser más espabilado que nosotros?", pensamos. Así que decidimos hacer lo mismo, que tampoco va a pasar nada porque por una vez seamos nosotros los que copiamos a los chinos... y voilà, en un periquete estamos en la parte de atrás de un coche... un Lada con suelo de parqué. Después, el conductor, que no dice "ni mu", recoge a otros dos por separado, quienes bastantes kilómetros después le avisan para bajarse en distintos sitios, y donde vemos que le dan 1 manat, unos 50 céntimos. Nosotros recorremos con él unos 65 kilómetros, y nos deja finalmente en la estación de autobuses, donde gustosamente le damos también 1 manat por cabeza... ¡¡menos de un euro los dos por casi un Madrid-Toledo!! A lo largo del día, comprobaremos que ésta es una práctica habitual... si te ven esperando te dicen a dónde van, y si coincide con tu destino, te llevan a cambio de un importe casi simbólico (o al menos para nosotros).
Volvemos a Bakú y ahora toca buscar cómo llegar a Ateshgah, el Templo de Fuego de Zoroastro. Una vez hemos encontrado el autobús que va en la dirección, un pasajero nos dice que nos avisa cuando estemos cerca. El hombre intenta comunicarse con nosotros, tanto en azerí como en ruso, pero nada como la mímica para hacerse entender (y el traductor al ruso que lleva Pablo en el móvil también nos ayuda). El hombre es muy simpático... y en un momento dado nos dice que vamos hasta su casa y que nos lleva en coche. Con nuestra mentalidad occidental y desconfiada, le decimos que no, que queremos ir en autobús... así que nos indica donde bajar y qué otro autobús coger. Seguramente nos hubiese llevado a cambio de nada, pero para ser el primer día ya hemos hecho suficientes locuras. Así que, nos bajamos donde nos dice y esperando en la parada nos comemos un pintxo de media tortilla de patata... del Mercadona y que ha viajado hasta aquí con nosotros... ¡¡y sabe a gloria!!
Ya en este segundo autobús nos quedamos perplejos porque, hay un montón de pequeños pozos petrolíferos y ¡¡hasta arroyos de crudo!! Una colilla aquí y saltamos por los aires, ¿no? Evidentemente, en un país como éste donde el petróleo aflora por todos los lados, la gasolina es baratísima, ya que está en torno a 50 céntimos el litro. No es de extrañar que la gente te lleve en su coche casi gratis y que el transporte público tenga unos precios irrisorios. Es más, viendo que en cada finca hay un pozo, aquí en lugar de hacer aceite con olivas, se refinan la gasolina directamente del pozo.
Y, por fin, llegamos al Templo del Fuego... un templo en el que hay varias llamas que arden constantemente día y noche, y sin parar... y que originalmente ardían de forma natural debido al gas que emana el suelo. Ese gas, seguramente, era el motivo por el que el estado psíquico de los chamanes se veía alterado, así que, entorno a este fuego eterno, se hacían rituales paganos.
Y de un templo pagano, nos vamos a otro templo, en este caso cultural. Ya de vuelta a la ciudad, visitamos las afueras del Heydər Əliyev Mərkəzi, un centro cultural y teatro diseñado por Zaha Hadid. Es todo un icono de la ciudad y una verdadera joya arquitectónica. Con sus formas blancas y curvas te cautiva con su sencillez y elegancia.
La tarde va cayendo y el cansancio empieza a estar cada vez más presente. Los primeros días suelen ser los más agotadores debido a que aún no hemos cogido el ritmo. Así que, tras un paseo frente al Caspio y cenar cerca del apartamento, nos recogemos pronto para descansar. Mañana, mucho más Bakú por descubrir.
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