El tren traquetea y pega frenazos al llegar a las estaciones, en las cuales se pasa del frío por el aire acondicionado al calor por su ausencia. A eso de las cinco de la mañana, cuando uno ya ha encontrado la postura y ha conciliado más de una hora seguida de sueño, la gobernanta del vagón golpea y abre la puerta al grito de "passport control". Estamos ya en la frontera, así que, intentamos que nuestra cara de cansancio y pelo revuelto no llamen demasiado la atención, guardando la mejor de las composturas.
Primero pasa por los camarotes un policía pidiendo que le enseñemos el equipaje, metiendo la mano en la mochila y removiendo un poco la ropa para ver que no llevamos nada oculto. Veinte minutos después, en los cuales un joven con chándal se ha dado veinte paseos por el pasillo, entra otro policía diferente solicitándonos y llevándose nuestros pasaportes. Ya ha amanecido y nuestro vecino jubilado viene a nuestro compartimento, porque su compañero de camarote no le debe de hacer mucho caso. Mientras hablamos con él y seguimos esperando, medio vagón le pregunta a otra gobernanta bajita y rechoncha que a ver si se puede ir al baño... mientras ella no se cansa de decir que no. También pasan varios policías, con un gorro parabólico que pilla seguro la ETB, y un maletín grande que podría llevar un teléfono rojo dentro. Casi una hora después, somos llamados al primer camarote para que un policía graciosillo con la rivalidad entre Real Madrid y Barça, nos estampe el sello de salida de Azerbaiyán. Más de una hora y cuarto y el tren, parte hacia el país vecino.
Una vez en Georgia, el proceso se repite. De nuevo una policía simpática pero efectiva nos revisa las mochilas, preguntándonos a ver si llevamos medicamentos y comida. El hombre del chándal sigue dando paseos por el pasillo sin ir a ningún sitio fijo, y el hindú al que no hicimos mucho caso anoche, viene y entablamos conversación con él. Media hora después, pasan a por los pasaportes, mientras la gobernanta rechoncha ríe y bromea con otros pasajeros que hablan su idioma. La espera se hace eterna, sobre todo porque es un tiempo robado al sueño, y que no podremos ya recuperar. Finalmente, un policía pasa por los compartimentos devolviendo los pasaportes con el sello de entrada al país. ¿Nos vamos ya? Pues no, porque ahora es el momento en el que se le permite a la gente bajar al andén para ¡¡fumar!! Cuando por fin el tren arranca, casi le entran a uno ganas de aplaudir... o de llorar por las casi dos horas que llevamos de retraso.
Las afueras de Tbilisi, la capital georgiana, son bastante feas: fábricas y casas abandonadas, terrenos bastante pobres y zonas un poco degradadas. Pero bueno, tampoco veníamos a Suiza, ¿no? Finalmente llegamos a la estación donde por fin nos bajamos para coger el metro. Como el de otras ex-repúblicas que hemos visitado, las escaleras mecánicas que bajan hasta el andén resultan interminables; suele haber un único tramo, sin descansillos y a gran velocidad, habiendo en la parte inferior una mujer dentro de una cabina preparada para parar las escaleras en caso de accidente. Una vez abajo, suele haber un andén central, yendo a la izquierda o derecha según el destino. Nosotros vamos hasta Liberty Square, ya que cerca tenemos que recoger el coche de alquiler.
Al salir de la estación, una mujer muy simpática nos habla en castellano. Entablamos conversación y nos acompaña hasta la agencia de alquiler...pero resulta que cuando llegamos la agencia está vacía y hay unos números de teléfono en la puerta. Motu proprio, saca el móvil y llama, y después nos comenta que le han dicho que se han mudado a otra oficina, y nos da la dirección para que vayamos. Se le está haciendo tarde y, después de asegurarse de que hemos entendido cómo llegar hasta la nueva oficina, nos despedimos. Ha sido toda una bendición encontrarnos con una mujer tan maja y que sin que nada lo presagiara, nos haya evitado el contratiempo causado por la agencia de alquiler.
Ya una vez en la agencia, hacemos el papeleo y nos dan el coche. Habíamos reservado un Nissan Micra y finalmente nos dan un Renault Logan, un coche de una categoría superior. Acostumbrados a nuestro Mazda, veíamos que este Renault se quedaba en poca cosa... y finalmente Pablo cayó en la cuenta de por qué: resulta que es un modelo que en España es de Dacia y no de Renault, y he ahí que no tenga la calidad esperada de la marca francesa.
Ya en carretera nos quedamos atónitos al ver que los Tbilisianos son unos verdaderos kamikazes al volante: se cambian sin avisar, adelantan por la derecha, pegan acelerones, ... y encima Pablo repara en que muchos tienen el volante a la derecha (posiblemente coches comprados de segunda mano a Japón). Mientras nos acostumbramos a la conducción georgiana, ponemos rumbo a nuestro primer destino.
El de Jvari es un monasterio de hace más de 1.600 años que se encuentra cerca de la ciudad de Mtskheta. Está en lo alto de un monte y a él han acudido peregrinos durante siglos, dado que dentro del monasterio hay una enorme cruz a la que se le atribuyen poderes milagrosos. Además de tener el título de Patrimonio de la Humanidad, lo que tiene es unas preciosas vistas sobre la ciudad, y los ríos Mtkvari y Aragvi.
La ciudad de Mtskheta fue la capital del reino de Iberia. ¿Estará relacionado con la península ibérica? Pues sí, se cree que los íberos emigraron de aquí hasta lo que actualmente son España y Portugal. Así que, tanto vascos como íberos, descienden de estas tierras. Sin embargo, otras teorías dicen que fue al revés, por ejemplo ahora se piensa que parte de los protovascos emigraron a esta zona, y que por eso hay similitudes de raza entre los actuales vascos y los actuales caucásicos. Supongo que, en el vacío del conocimiento, cualquiera se puede moldear la historia a conveniencia... sea Otegi o sea Marluenda.
En Mtskheta visitamos uno de los lugares religiosos más importantes de Georgia: la Catedral de Svetitskhoveli. Es uno de los templos antiguos más grandes del país, y su fundación es de hace más de 1.000 años. Se dice que la túnica de Jesús fue traída hasta aquí y que está enterrada dentro de un pilar que hay dentro de la catedral. También hay una reliquia del "Primer Apóstol", puesta sobre una figura con forma de pie, pero no llegamos a entender muy bien qué es lo que es.
Mtskheta resulta ser un lugar muy agradable, con sus calles empedradas y puestos de recuerdos, algunos de ellos bastante originales y alejados de los típicos souvenires hechos en China. Aprovechamos para comer en una terraza, donde pedimos platos típicos georgianos: un khachapuri (pan relleno de queso), khinkali de champiñones (empanadillas blancas) y lobio (una sopa de alubias en jarra de barro). El cilantro y yo no nos llevamos muy bien, así que estos dos últimos platos los disfruta Pablo, mientras que yo acabo llenísimo con el pan con queso.
Seguimos nuestra ruta y llegamos hasta Uplistsikhe. Se trata de los restos de la primera ciudad que hubo en la antigua Iberia, y estuvo en uso entre la Edad de Hierro y el siglo XIV. Hoy sólo quedan algunas cuevas y muros, pero el lugar resulta bastante curioso. Seguramente, todo el mundo ha oído hablar de la Capadocia y no de Uplistsikhe... pues esta última es igual de importante.
Está ya atardeciendo cuando llegamos a la ciudad de Gori. Aquí es donde Stalin nació, y donde después se construyó su propio palacio. No acabamos de entenderlo muy bien, pero aquí a éste antiguo dictador de la Unión Soviética lo tratan como si fuera un héroe. Exterminó a unos diez millones de personas, pero aún así parece que es muy querido, porque se conserva su casa natal, su palacio y hasta el vagón blindado con el que viajaba y que pesa 83 toneladas. Guste o no, es parte de la historia... y por buscarle algo positivo se podría decir que contribuyó a parar a Hitler. Así que, incluimos Gori como parada en nuestra ruta aunque sea para aprender "lo que no se debe hacer". Sin embargo, para cuando llegamos ya está el museo cerrado, por lo que tenemos que posponer la visita a mañana por la mañana.
Es casi ya de noche, así que nos vamos al hotel ya a descansar. Resulta que las habitaciones, en lugar de estar en las tres plantas del edificio, están en la parte de atrás con una distribución rectangular como si de un motel americano se tratase. Además, tiene una pequeña piscina prácticamente para nosotros solos... así que nos damos un chapuzón mientras el dueño del hotel nos enciende las lucecitas. Ya sólo toca cenar algo y disfrutar de nuevo de poder dormir en una cama. ¡¡A por nuestra primera noche georgiana!!
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