Din din don din, din din don din... suena el despertador cuando apenas ha amanecido. Tenemos unas cuatro horas de coche, así que buscamos fuerzas donde no las hay para afrontar lo que será un duro día. Lo primero, una duchita, a ver si ayuda a desperezarse. La configuración de la habitación es un poco rara, porque resulta que una puerta da a la calle y otra da a otra habitación, desde donde se puede acceder al baño y a una cocina. Así que, toalla en mano, intento abrir las puertas pero ninguna abre, hasta que haciendo un poco más de fuerza consigo acceder a la otra habitación; me pica la curiosidad y pruebo a ver si la cocina está abierta, y nada; por suerte el baño está abierto, pero ¿dónde está el interruptor de la luz? Intento a oscuras palpar las paredes por dentro y por fuera, hasta que lo encuentro ¡¡detrás de la puerta!! Con una banda sonora de gallos cantando y perros ladrando, me quito la ropa, mientras oigo pasos que se paran en una ventana abierta; miro y veo una manita asomando con un rollo de papel higiénico. Esto es un escape-room y el rollo (sin cartoncito, por cierto) es una pista seguro.
Una vez rehechas las mochilas, las metemos en el maletero del coche y nos adentramos en la casa siguiendo unos ruidos en busca del desayuno. Aparecen los anfitriones de la casa, como si hubiesen dormido con lo puesto y con la misma vitalidad inalterable que Alexa. Mientras la señora cacharrea en la cocina, el hombre nos indica que entremos en una sala donde nos expone orgulloso artículos de madera que ha hecho el mismo, entre ellos vasos y jarras de madera que, haciendo gestos, nos indica que son para beber vino; nos enseña unos cuernos y llevándoselos hacia la boca, nos dice que son también para beber vino; de una nevera saca un cuerno hecho de queso y nos dice que también es para beber vino y luego comer el queso; ¡¡espero que la papelera sea sólo para tirar papel!!
Vista la sala de marquetería, nos pasa a la sala de bodega. Nos enseña barriles de diferentes tamaños y nos dice que ellos hacen su propio vino. Nosotros, muy agradecidos, le mostramos nuestro interés y admiración, por tener habilidades que los urbanitas actuales desconocemos totalmente. En un patio interior de la casa, nos enseña orgulloso sus parras llenas de uvas y árboles con lo que parecen nísperos. El hombre es realmente encantador, pero ha llegado la hora de degustar el primer alimento del día y nos sentamos en una mesa de madera. La señora nos pone queso, mermelada, tomate y pan, todo casero y realmente delicioso; dado nuestro interés por el vino, el hombre vuelve con dos copas de vino blanco en mano. Pablo se moja los labios comentando lo rico que está en inglés, mientras me recuerda en castellano que en Georgia la tasa de alcohol al volante es de 0,0% y que las copas tienen que quedar vacías por no hacer el feo; así que, aún con el estómago vacío, enjuago el esófago con las dos copas de vino: está dulzón y algo fuerte, pero salgo airoso del reto de tomarme semejante cantidad de alcohol a unas horas tan vespertinas. Mientras unto mermelada sobre el pan y derrito la mermelada con los sudores que me están entrando, pienso ¿podían poner un poco de música, no? Yo ahora puedo hasta con una polka.
Toca ya partir y despedirnos de los dueños de Mantua Guest House. No son pocas las palabras de agradecimiento por lo majos que han sido, siempre con una sonrisa en la boca y dispuestos a comunicarse... en un perfecto ruso del que no hemos entendido "ni mu". Así que, con unos spasiva mutuos interminables, montamos en el coche y salimos de la finca, recibiendo un regalo de última hora del hombre: cuatro peras redondas que más tarde comprobaríamos que estaban deliciosas. Sin duda, aunque anoche llegar fue realmente complicado, la recompensa ha sido realmente gratificante.
Si bien la finca donde nos hemos alojado estaba muy bien, hoy descubrimos que los alrededores de Jvari son realmente desoladores: casas totalmente destartaladas, con fachadas medio caídas, coches abandonados, ... Seguramente mucha de la gente que vive aquí dirá aquello de "Pues con la URSS se vivía mejor", porque sin duda, el capitalismo ha tenido efectos muy dispares a lo largo y ancho del país.
Sorteando vacas, caballos, perros, cerdos y baches en la carretera, entramos en la región de Svaneti. Aquí, hay algunos nombres que se asemejan a palabras en euskera como Etseri (etxe=casa/eseri=sentarse), Enguri (guri=a nosotros), Ipari (ipar=norte), etc. Jugando a los filólogos, Pablo ve una furgoneta parada con matrícula española. Ante nuestro asombro, paramos y preguntamos; el padre de familia iba a responder de forma automática que no entendía cuando a la mitad de la frase se da cuenta de que estamos hablando en castellano. Charlamos un rato con él y su mujer, mientras los hijos desayunan en una mesa tipo camping. Nos cuentan que tienen un hermano allí trabajando y que han aprovechado a venir a verlo para conocer el país. Tras algunas recomendaciones para visitar la zona, nos despedimos deseándonos disfrutar de los respectivos viajes.
Continuamos por la serpenteante y estropeada carretera disfrutando de los enormes montes, las cascadas, los ríos y las cimas cubiertas de nieve. Es todo un paraíso en el que uno se siente pequeñito. Y por fin, tras unas cuatro horas de coche, llegamos a Mestia. Mucha gente que ha dormido aquí ya está preparada con ropa deportiva para caminar por los respetables montes que nos rodean. Esta es, sin duda, una zona muy querida por los amantes del senderismo, siendo la ruta de Mestia a Ushguli, el "Camino de Santiago" del montañero que visita el Cáucaso, un recorrido que dura unos cuatro días. Nosotros, no tenemos tanto tiempo, así que haremos una ruta mucho más corta pero, no por ello, menos gratificante.
Nos dirigimos a la oficina de turismo a pedir un mapa, y le decimos que queremos hacer la ruta Hatsvali-Heshkili-Zuruldi-Tsvirmi. Nos dice que sí, que en total serán unas siete horas, nos da un mapa en georgiano donde nos escribe los puntos más importantes en nuestro alfabeto y nos confirma que el recorrido está señalizado. En el mapa vemos que el ascenso será de unos 1.000 metros, aunque los 200 primeros los salvamos subiendo en un telesilla. Dado su potencial montañero, han construido unas pistas para esquiar y así atraer turismo durante todo el año, para lo cual hasta han construido un aeropuerto entre las montañas.
Empezamos el recorrido utilizando nuestro móvil como GPS e intuyendo los caminos que hay que coger para completar el recorrido. Hace un día soleado y una temperatura agradable. Los prados y zonas boscosas son de un verde intenso, y los picos que nos rodean tienen nubes enganchadas con, en ocasiones, niebla espesa; incluso en varios valles de alta montaña se divisan glaciares. De esta preciosa estampa piensas que va a salir Heidi en cualquier momento; pero no, aparece de repente una rusa estiradilla con gafas de sol que ni tan siquiera nos mira. Pero si la cortesía en el monte es universal... buf, de Rusia sólo la ensaladilla, y porque es un plato nuestro.
En todo el recorrido, nos encontramos sólo con la rusa callada, dos parejas de alemanes, y dos chicas francesas con las que hablamos un rato. Pero, ¡¡¿¿dónde está toda esa gente que suponíamos iba a andar por el monte??!! Pues debe de ser que se quedaron en el bar tomando cervezas y luciendo Goretex sin una sola mancha de barro. Bueno, pues ellos se lo pierden... nosotros disfrutamos de la subida empinada, del calor, del sudor, de apenas tener comida y menos agua, ... pero con unas vistas del Cáucaso abrumadoras y respirando aire puro. A ratos hace frío y a ratos hace calor, todo depende de la nube dónde se coloque. Después de comer algo de queso ahumado, frutos secos y peras, continuamos nuestro camino.
En una pradera vemos unos caballos, y nos acercamos a ver si se dejan tocar. Están colocados en pares, de forma que uno le quita las moscas al otro al hondear la cola. Al principio se muestran desconfiados, pero luego uno de ellos se acerca para que le acaricien. Disfruto de un momento con ellos, teniendo mucha precaución de no asustarlos, no vaya a ser que estos grandes animales me ataquen en tan inhóspito lugar.
Son las tres y media de la tarde y vemos que aún no hemos hecho ni la mitad del recorrido. Tenemos sólo una hora más para llegar al telesilla, ya que a partir de esa hora lo cierran. Damos por hecho de que la ruta inicial no daba tiempo ni de casualidad, así que aligeramos el camino y llegamos hasta Mentashi, el punto más alto de la ruta completa, a 2.473 metros. Una vez habiendo encumbrado, decidimos que vamos a iniciar ya el descenso. Sin embargo, a excepción de unas señales que vimos al inicio de la ruta, apenas hemos visto ninguna otra. Vemos a unos hombres que han venido a arreglar una antena de comunicaciones, y les preguntamos que por dónde descender, pero vemos que ellos sólo conocen el camino por que el que pueden circular en su 4x4 hasta otro pueblo diferente, y tampoco nos invitan a llevarnos.
Continuamos el camino por donde pensamos va la ruta circular que seguimos ahora. Al llegar a otra cima, encontramos a otras cuatro personas: un chico y tres chicas. Al preguntarles que si saben por dónde está el camino descubrimos que están siguiendo el mismo mapa que el que nos dieron en la oficina de turismo. Nos dicen que a ellos también les dijo la cabrona de la oficina de turismo que la ruta estaba señalizada... y que han llegado a un punto en el que no hay un camino aparente, pero que parece que bajando casi escalando se puede enlazar con otro camino. En bromas, les decimos que un rescate de seis es más barato que uno de cuatro, así que nos unimos a ellos. Bajamos agarrandonos a ramas y raíces por una pared casi vertical, levantando polvo e intentando no caer unos sobre otros. Llegamos a una pradera y vemos a otros dos chicos que justo llegan... ¡¡Rescate para ocho!! Si vamos a esta velocidad, necesitaremos un Airbus. Pero no, los chicos van a otro pueblo y continúan su camino, por lo que seguimos siendo seis. El otro chico del grupo, un noruego alto, rubio y fuerte, decide liderar el grupo, y nos indica por dónde cree que debemos continuar. Como no tenemos una alternativa mejor, decidimos que vamos a probar a ver.
En la cabeza van el noruego con su novia, una chica alta y rubia parca en palabras, toda una Paris Hilton modosita capaz de seguirle el ritmo a su novio sin problemas; después van una inglesa y una francesa, amigas residentes en Londres; y después los españolitos, con su ropa desgastada "no último modelo", sin bastones de trekking, ni ropa transpirable, ni mochilas repletas de accesorios para ser un montañero trendy. Pero vamos, que hemos acabado todos igual... igual de perdidos.
Tras diez minutos andando descubrimos que finalmente ese camino no va en la dirección correcta. El noruego, propone volver a subir, pero para no escalar, mejor dar un rodeo, porque en su App montañera tiene el recorrido que han hecho y piensa que es fácil retomar el camino para luego deshacerlo, en lugar de buscar el camino para terminar la ruta. Bueno, pues vamos a intentarlo de nuevo, ¿no?
Ahora sí, la cosa empieza a complicarse, porque nos adentramos en una zona llena de vegetación. Andar resulta muy complicado, hay que ir retirando plantas que te hacen la zancadilla, ramas que vienen hacia ti, arbustos... No sabes si es más fácil subir o bajar, ir a arrasando o ir retirando la vegetación. Resbalones, enganches, tropezones, ... Avanzamos muy lentamente, porque supone demasiado esfuerzo, pero estamos confiados en que a algún sitio llegaremos, y que retroceder no es una opción. De repente estallamos a risa porque empieza a tronar... como llueva va a ser más difícil salir de ésta.
A estas alturas, la pareja noruega sigue en cabeza, nosotros vamos los segundos y las franco-inglesas van en última posición. Pablo avanza más rápidamente, así que cuando me dice que me espera le digo que no, ¡¡que no pierda de vista al vikingo!! Vamos a ritmos diferentes, y es evidente que los noruegos piensan que si fuesen solos llegarían al camino antes. Para nosotros, ellos suponen la salvación, pero tampoco queremos dejar a las dos amigas atrás y mantenemos contacto visual con ellas en todo momento; en bromas, nos dicen que por favor no las abandonemos.
Perdidos en el Cáucaso, sin agua ni comida, tronando, cayendo la tarde... y rezando a que por algún lado salga Frank de la Jungla con una boa constrictor en la mano. En esos momentos de angustia te preguntas que quién te ha mandado meterte en este lío, y que quién pagará la factura del rescate. A su vez te prometes a ti mismo que el año que viene elegirás un destino calmadito, ¿qué tal Colombia?
Y por fin, el vikingo rubio anuncia que hemos llegado al camino. Nos reagrupamos y haciendo que besamos el suelo expresamos el alivio que supone tener la seguridad de que, al menos estamos en el camino principal. Ahora toca la segunda etapa de Cáucaso exprés: volver al teleférico. Los noruegos dicen que la hora límite es las seis, nosotros las cinco (aunque realmente son las cuatro y media) y las amigas dicen que ellas aunque sea bajan andando. Ahora sí, es un sálvese quién pueda: los noruegos dicen que van a intentar llegar al teleférico y salen pitando; nosotros no creemos llegar, pero vamos a ir rápido porque se puede hacer de noche; las amigas dicen que ellas son más lentas, así que irán a su paso.
En pocos minutos ya no nos vemos unas parejas a otras. El camino de bajada es sinuoso y sólo estamos seguros de una cosa: que al menos estamos descendiendo. Intentamos seguir la referencia de un telesilla que está fuera de servicio y que acaba en el que tenemos que coger. Estamos muy cansados y bajar nos está machacando las rodillas. Cuando divisamos la base del primer teleférico constatamos que ya está cerrado... lo cual supone otras casi tres horas más caminando cuesta abajo. Para darle más emoción, aparecen algunos perros... pero reacciono rápido alargando mi palo-selfie como si fuese la espada de Dark Vaider. La situación es bastante crítica cuando... ¡¡empieza a llover!! Pero no un sirimiri bilbaino... ¡¡no!! Empieza a llover como si no hubiese un mañana...
¿Andar tres horas bajo la lluvia y en breve de noche? ¿Pero qué más puede ocurrir? ¿Que nos caiga un meteorito? La situación da un giro inesperado al ver una carretera. Nos resguardamos debajo de unos árboles y, decidimos hacer autostop, a ver si algún alma caritativa, incluso estando empapados, nos lleva. En un par de minutos aparece un coche. Le hacemos señas de que pare, y juntamos las manos en señal de "por favor". Un momento de alegría nos invade cuando vemos que para, y otro de desesperación cuando vemos que van seis personas dentro y que pensamos que el conductor nos está diciendo que no puede llevarnos. Sin embargo, los cuatro pasajeros de la parte de atrás se amontonan y el conductor nos indica que subamos. Entro yo primero y Pablo se sienta en mis piernas. Ay, ay, ay... Un coche de quinta mano, con el techo y puertas forradas con goma, atrás dos adolescentes, una niña y un bebé, yo con Pablo sentado encima, el conductor y su mujer. ¡¡Ocho personas!! Llueve intensamente y va a toda prisa, en las curvas intento no aplastar al joven que va a mi lado, pero el agarrador de encima de la ventanilla se suelta así que decido agarrarme al reposacabezas delantero para intentar no desestabilizar a Pablo y que salga disparado. La situación es dramática, pero a la vez cómica... y más aún cuando el conductor se viene arriba y pone la música a tope. ¿Dije Colombia para el año que viene? ¡¡Mejor un Tailandia sin vacunar!!
Y llegamos a Mestia, ¡¡estamos salvados!! ¡¡El gran Cáucaso no ha podido con nosotros!! Les damos mil gracias a la familia que nos ha traído, y dirigiéndonos hacia nuestro coche nos encontramos con la pareja noruega: no llegaron al teleférico, así que hicieron también autostop y sobrevivieron a lo que bautiza como "Georgian adventure". Necesitamos beber y comer algo, ya que en todo el día ha sido poca nuestra ingesta... así que nos vamos a un restaurante a comer un kachapuri de carne y una calentita sopa de pollo. Estando cenando vemos pasar a las amigas franco-inglesas: tardaron mucho en bajar, y llegaron hasta un bar que estaba al principio de la ruta donde pidieron un taxi. Son muy simpáticas y nos despedimos de ellas deseándonos un feliz resto de viaje.
Con la medalla de plata en esta aventura, nos vamos al hotel. Hace algo más de una hora la situación era crítica y ahora, por el contrario, estamos en una habitación confortable donde darnos una duchita caliente. Nos duele todo el cuerpo como si nos hubiesen sacado todos los huesos y músculos, y los hubiesen recolocado sin mucho atino. Como dijo el vikingo, ¡¡menuda Georgian adventure!!
Que fotos mas chulas.BesoS.
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