Hoy nos ha costado despegarnos de las sábanas... y de la doble manta, el edredón, la colcha, las toallas y las chaquetas que nos echamos por encima anoche. Al pie de la montaña, en una casa con bonitas vistas, entendemos un poco mejor por qué Heidi no envejecía sino que simplemente se conservaba como un limón en la nevera. Y si aquí hace frío, más hará a medida que recorramos rumbo al norte y ascendamos de nuevo por la cordillera caucásica.
Pero antes, aprovechamos a hacer algunas fotos de la Fortaleza de Ananuri. Aún no hay turistas y los puestos de recuerdos todavía están cerrados; si a eso le sumas que la luz lateral del sol recién salido ilumina la fortaleza y las aguas del lago colindante, obtienes una preciosa estampa que bien merece el madrugón.
A quienes no les debe de merecer mucho el despertarse pronto debe de ser a los propietarios de los bares de carretera. La mayoría están cerrados y nos cuesta encontrar un sitio donde poder desayunar; paramos en uno con un letrero inmenso de "café" en ruso, y el que nos atiende, que estaba medio dormido al lado de una cocina a gas, nos dice que no tiene café. Probamos en el siguiente que tiene uno de esos letreros de lucecitas de "open": al entrar vemos entre la humareda a tres personas sentadas en diferentes mesas, que nos miran como si fuésemos extraterrestres. Pablo, vámonos que seguro que aquí la clave del wifi es asesino_forasteros19.
Partimos desde Ananuri y después pasamos por Pasanauri, Manaseuri y Gudauri... "Din don din, próxima estación, Basauri, por favor abandonen la unidad" (y zasca, otra región georgiana que se independiza). ¿Oye, y tendrán aquí también un call center como el de Basauri? Espero que en España no tenga ninguna compañía el servicio derivado hasta aquí, que mi cuñada enseguida liga con el operador y se planta a conocerlo. "Pues sí que está lejos Basauri", "Nie, nie, yo decirrrrte Pasanaurrrri".
Pues va a resultar que mi pueblo natal y Pasanauri tienen algo en común: en los dos se juntan dos ríos. Pero aquí, las "dos aguas" de Urbi resulta que son de diferentes colores: uno de los ríos es blanquecino y el otro es más oscuro, conociéndose como el "río blanco y negro". Suponemos que todo dependerá de la época del año y de la luz que haya, porque no salta a la vista, aunque sí que es cierto que se aprecia un leve cambio de color.
Y seguimos ascendiendo por las montañas hasta llegar a un sitio bastante extraño: el "Monumento a la Amistad". Por muy sorprendente que parezca, este monumento evoca las buenas relaciones que ha habido siempre entre rusos y georgianos. Anoche hablando con la chica de la guest house y con los ucranianos, a nada que les dimos confianza, acabaron reconociendo que hay bastante rechazo a todo lo ruso en el plano político, aunque a nivel de la ciudadanía se llevan bien. Pero vamos, que después de invadirles Abjasia y Osetia del Sur lo raro es que el monumento siga en pie. Aquí, la oda a la amistad de los Manolos sería algo diferente: "amigos para siempre you will always be soviet..."
Continuando por la carretera sin adentrarnos en túneles trampa (unos túneles que no tienen iluminación, pero sí señales aunque no parece que estén en uso), llegamos a un travertino. Esta formación geológica consiste en que de la montaña sale agua con mucho carbonato de calcio, el cual se va sedimentando formando un paisaje muy curioso. Podría decirse que es como si la montaña escupiera estalagmitas. Este travertino no es tan espectacular como otros que vimos en Pamukkale (Turquía) o Egerszalók (Hungría), pero dado que es algo poco habitual de ver, no perdemos la oportunidad de visitarlo y así llevar un travertino adicional de ventaja con respecto a nuestro amigo Óscar. Además, Pablo trae de nuevo su sudadera rosa especial travertinos, nunca los visita sin ella.
En Gudauri pasamos cerca de un teleférico que nos suscita interés. Nos acercamos y en la ventanilla nos dicen que se puede subir hasta el paso de Kobi, aunque hay un billete más barato que se queda mucho más abajo. Ya que estamos, pagamos por el completo que son unos diez euros. Montamos en el teleférico y empezamos un empinado ascenso, hasta la primera base que es hasta donde hubiese valido el billete reducido, por lo que pasamos al segundo teleférico para seguir ascendiendo. Cuando pensamos que hemos llegado al final, vemos que se puede enlazar con otro teleférico, así que continuamos el ascenso. Y cuando llegamos a donde vemos que ya sí que no se puede ascender más, ¡¡vemos que hay un cuarto teleférico!! Éste último nos lleva, a través de una intensa niebla, al pueblo de Kobi, que en realidad es un conjunto de hoteles y apartamentos para la gente que va a esquiar en invierno. En total, hemos estado una hora teleferiqueando, y ahora tenemos otra hora más para volver a disfrutar de las amplias vistas, cumbres nevadas, rebaños de ovejas y pistas de esquí sin nieve que sobrevolamos. También aprovechamos dar una cabezadita, que con el sol en la espalda y lo relajado del momento a uno le entra mucho sueño.
Nuestra última etapa del día de hoy es la localidad que antes se llamaba Kazbegi y que ahora tiene un nombre que suena a medicamento: Stepantsminda ("Sí, yo tomo Stepantsminda para el dolor de espalda", "un poco de Stepantsminda es mano de santo", "una de Stepantsminda por el día y otra antes de acostarse"... en cuanto vuelva, se lo pido a Sagrario). ¿Y qué hay aquí? Pues unas rutas de montaña que son una pasada. Pero como hace unos días ya nos perdimos, esta vez nos vamos a lo seguro y sólo subimos hasta la Iglesia de Guergueti, una ruta de una hora para ir y otra para volver que es lo que hacen casi todos los turistas.
Durante todo este viaje, siempre que veían que no sabíamos sus idiomas, nos preguntaban "¿Ruski?" como alternativa para comunicarnos. Los franceses con los que hemos hablado siempre utilizan el francés como primer saludo; y no digamos ya los ingleses, que como no saben ningún otro idioma, lo anteponen por necesidad. ¿Y por qué vamos nosotros a tener que decir siempre "Hello"? Decidimos que a los turistas con los que nos crucemos monte abajo les vamos a decir "Hola" para ver cómo reaccionan... y nos quedamos sorprendidos porque muchos nos responden también con "hola". En una fuente, una mujer nos responde también con "Hola" y nos pregunta, ya en inglés, a ver si somos italianos; nosotros en bromas le decimos horrorizados que no, y entablamos una breve pero cordial conversación con ella, quien nos cuenta que es holandesa y que también está visitando el país.
Ya de vuelta en Stepantsminda (ahora me suena más a refresco de naranja porque aún no hemos comido), vamos a un bar con terraza a pedir unos shaurmas para hacer una comida-merienda. Y allí, nos encontramos con la holandesa que ha tenido la misma idea. Como vemos que está sola, la invitamos a que se siente con nosotros, y ella muy agradecida viene a nuestra mesa. Estamos con ella hablando casi hora y media, ya que es muy simpática y tiene una conversación muy amena y divertida. Un viento frío y molesto marca el momento de despedirse de Jeni, deseándonos muy buen viaje y dándonos dos besos a la española, ya que los holandeses se dan tres, y así dejamos uno pendiente para cuando nos reencontremos en el futuro.
El día visitando los montes por la zona de la antigua Kazbegi ya no da para más. Estamos agotados del frío, del sol, del viento, de la subida por el monte, ... pero ha sido realmente bonito disfrutar de unos montes tan abrumadores, con sus diferentes tonos en función de la luz, con sus verdes prados, sus cimas rocosas y las nubes que parecen chocar contra ellas. Ahora toca desandar el camino y dejar atrás las montañas del Cáucaso, sin saber si algún día volveremos a verlas. Ahora toca ir hasta Tbilisi, la capital georgiana, donde el asfalto arrebatará el protagonismo a la naturaleza. De hecho, nada más acercarnos a la ciudad, los atascos y los conductores temerarios nos dan su particular bienvenida... ¡¡menudo estrés!! Ahora ya lo entiendo... contra el estrés de la ciudad... ¡¡Stepantsminda!!
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