Nos despertamos a las cuatro y media de la mañana. Si seguimos adelantando la hora del despertador, vamos conseguir ganar un día extra de vacaciones, como Willy Fog en La Vuelta al Mundo en 80 días. El madrugar tanto se debe a que ayer, en la Oficina de Turismo, nos dijeron que la carretera por la que queríamos ir hasta Armenia no está recomendada a no ser que se disponga de un 4x4. Este contratiempo hace que un tramo que iba a ser de 200 km se convierta en uno de 500 km, con la consecuente pérdida de tiempo. Por este motivo, decidimos salir tan pronto, para ver si conseguimos que no nos altere mucho los planes. Lo que sí que nos altera es el estar espabilados, porque, al devolver en recepción las tarjetas de acceso a la habitación, en lugar de dejar la mía dejo la del metro de Tbilisi.
En la carretera apenas hay tráfico, así que como la cosa está tranquila, mientras Pablo conduce yo intento echar una cabezadita. Al de dos horas, paramos a repostar en una gasolinera. Aquí el precio de la gasolina premium es de 0,67 euros el litro; con lo de "premium" se refieren a la de 95 octanos, ya que la que consideran como "regular" es de 92 octanos y es más barata aún. De todas formas, con lo envejecido que tienen el parque automovilístico de quinta generación (que ha pasado por dueños de cinco países), se le podría echar zumo de granada y también tiraría. Si el llenar el depósito hubiese sido unos 32 euros, resulta que al pagar con tarjeta el hombre se lía y luego vemos que nos ha cobrado algo menos de cuatro euros, pero como tenemos duda de si el ticket que nos ha dado es el nuestro o el del anterior cliente, decidimos continuar nuestro camino y Visa dirá.
Para recargarnos un poco de energía, paramos en un área de descanso, donde hay un establecimiento con buena pinta para tomar un café. Al entrar, primero nos sorprende que un domingo a las 9 de la mañana tengan música tecno a todo volumen; y lo segundo que nos llama la atención es que detrás de los altavoces haya una chica durmiendo tumbada en unas sillas. Como no sabemos qué despertar puede tener, probamos suerte en el local de al lado; sin embargo, éste es una tienda de ultramarinos y nos indica que vayamos a la cafetería, esa de la que veníamos. Al indicarle con señas que hay una chica durmiendo, nos acompaña para despertarla. Aturdida y con cara de no saber donde está, mira alrededor y se da cuenta de que es un bar; menos mal que no se ha despertado en un taller mecánico, porque se la ve apresuradamente dispuesta a llevar a cabo cualquier tarea que pareciese su responsabilidad. Si durmiendo con ese nivel de decibelios podría pensarse que es sorda, constatamos que lo que es muda, porque no dice absolutamente ni una palabra, tan sólo asiente a nuestra comanda de un par de capuccinos y un pastel con una crema blanca algo preocupante.
Pasado el mediodía, llegamos al pueblo de Akhaltsikhe, donde se encuentra la fortaleza de Rabati. Esta localidad, y su castillo, pasaron a lo largo de la historia por manos turcas y por manos georgianas. Dentro del recinto amurallado, curiosamente, conviven una iglesia ortodoxa y una mezquita, algo que evidencia el hecho de que en esta zona nunca llegó a haber una única religión. Las murallas y los edificios fueron renovados en 2012, y digamos que, les ha quedado un bonito "nuevo castillo viejo", porque algo nos dice que el lugar exhibe un esplendor que seguramente nunca tuvo.
La última parada antes de pasar a territorio armenio era la ciudad troglodita de Vardzia. Como vamos mal de tiempo y ya habíamos visitado en Uplistsikhe un lugar similar, decidimos poner rumbo al país vecino. En el camino, adelantamos a muchos camiones turcos, algo enrarecidos por la idea de que fueran dirección Armenia; eso hasta que nos damos cuenta de que hay otra carretera por la cual se desvían dirección a la frontera con Turquía. Rumbo al sur, el tráfico se va reduciendo de forma directamente proporcional a la calidad del asfalto: grietas, hoyos y hasta cráteres se van alternando con una intensidad in crescendo. Los coches aquí no hacen eses, trazan el jodido alfabeto georgiano al completo. En otro lugar se podría incluso decir que invaden el carril contrario, pero como no hay rayas, lo dejaremos en que se mueven libremente por el carril único. De las señales ni hablamos, porque después de zarandeos mareantes, van y te plantan una minúscula señal de "peligro" o de "prohibido adelantar". Ah, que los 10 km anteriores eran una autopista suiza, ¿no? Por si fuera poco, empieza a caer una lluvia ligera y a hacer viento. En otras circunstancias sería hasta romántico, pero estamos a 1.400 metros de altitud, con lo que el coche se vuelve a empañar ¡¡por fuera!! Así que ya tenemos en la ecuación baches, zarandeos, lluvia, viento y un parabrisas a ratos opaco. ¿Se puede complicar aún más? Pues sí, porque las pocas localidades que hay han decidido, absolutamente todas y la vez, hacer trabajos de reasfaltado en sus respectivas calles principales. Si lo llegamos a saber, mejor hubiese sido alquilara un cochecito ruso marca Lada o un tanque de combate.
Y por fin, llegamos al punto fronterizo de Bavra. Como no sabemos si vamos a pasar comida, decidimos engullir todas las sobras que hemos ido acumulando en el coche, incluido un khachapuri que pedimos en el restaurante de anoche y que no pudimos ni empezarlo. No sé si nos gusta más comer ese plato a base de pan, queso y huevo, o simplemente nombarlo, porque nos encanta su nombre... ¡¡quiero khachapuri!! ¡¡dame khachapuri!! ¡¡para todos khachapuri!!
Y ahora toca ponerse serios, porque aquí cruzar una frontera no es como en la Unión Europea. Lo primero es cruzar el control de salida de Georgia: pasamos montados con el coche, esperamos la cola y cuando nos toca le damos los pasaportes, el permiso de conducir, el permiso de circulación y el permiso que nos hizo la agencia para poder sacar el coche del país (previo pago de 70 dólares). Lo mira, lo remira, y nos mira extrañado porque... ¡¡sí!! ahora parecemos más jóvenes que en la foto del pasaporte, nos gusta tanto viajar que lo hacemos hasta en el tiempo. Y finalmente, se oye el sonido del fuerte impacto del sello de salida sobre nuestros pasaportes, o eso o está poniendo unos colgadores sobre pladur...
Y ahora toca el control de entrada a Armenia, a ver si va todo bien. Ya de partida, empezamos con menos coches pero más espera. Quizá es comprensible porque cuando sales de un país revisan menos cosas que cuando quieres entrar. Pero el aspecto de la policía resulta inquietante: llevan un gorrito con la parte superior plana en la que podría aterrizar un helicóptero... y cuanto más grande sea el gorro, más tontería le echan al asunto. Nos indican que avancemos y, al ver que no somos georgianos a pesar de ir en un coche con matrícula georgiana, parece que la actitud mejora. A mí me dicen que me baje, y que vaya al control de pasaportes para peatones; a Pablo, que abra el maletero y que enseñe la documentación. Seguimos las instrucciones y yo voy por mi lado: no hay nadie en la ventanilla y hasta que aparece alguien se le ha formado ya cola. Los que están delante de mí, pasan enseguida; por el contrario, a mí me empiezan a preguntar que por qué voy a Armenia, que si he estado en Azerbaiyán, que en qué hotel voy a estar, cuántos días, mi número de teléfono... casi estaba por decirle que el calzoncillo es de tipo slip, por si es un dato requerido. Casi quedándome el último, el agente pone, por fin, el sello de entrada. Me reencuentro con Pablo que ha tenido similar suerte, y me uno a la inspección del equipaje, que resulta ser bastante permisiva.
Y ahora toca la parte complicada, la que por mucho que miramos en internet, preguntamos en la embajada e incluso a la propia policía de Armenia, nunca supimos. Lo primero que te mandan es que, para poder circular por el país tienes que sacar un seguro. Da igual que vengas con un seguro a todo riesgo, que si quieres pasar con un vehículo tienes que contratar el dichoso seguro a terceros. Así que, bueno, vamos a la ventanilla correspondiente y gestionamos el seguro: es raro porque tarda una eternidad, y más raro aún que el precio en laris georgianos o drams armenios son importes exactos. En cualquier caso, al cambio son unos 13 euros, así que no vamos a empezar a cuestionar la decencia de que un gobierno te obligue a pagarle por un seguro... al que la única justificación que le encontramos es que piensen que "a ver si hay suerte y terminan comprándole un Lada nuevo a alguien". Venga, ahora sí, ya tenemos los pasaportes sellados y el seguro... a pasar un último control...
Enseñamos de nuevo los pasaportes, permiso de circulación, permiso de conducir, el permiso para sacar el coche y el seguro. ¿Hemos hecho póquer? Pues no, que nos falta un papel... ¿pero que leches de papel? ¿El control de aduana de qué? Pues nada, vuelta a aparcar y a otra ventanilla... Resulta que hay que declarar el valor del coche para poder meterlo...¡¡esto va a ser otro sacacuartos!! Que si marca, modelo, año, nuestra dirección, teléfono... y a rellenar un formulario que veíamos sólo estaba en ruso pero que nos lo sacan en inglés. Y ahí, el aduanero, estoy convencido de que estaba echando una partida al Fortnite, porque tarda una eternidad en darnos un papel con más sellos y firmas. Lo bueno es que, no nos pide que soltemos más pasta... Volvemos al control y, como si quisieran encontrar más papeleo pendiente, nos abren resignados la valla...
Y por fin estamos en Hayastán, Armenia para los amigos. ¡¡Y por fin celebramos los cincuenta!! No, años no, aunque las dos horas de papeleos hayan resultado infinitas. Lo que celebramos es que éste es nuestro país visitado número 50. El otro día hicimos un recuento y reparamos en que este viajiversario iba a producirse aquí. Esperemos que el país esté a la altura de tal honor. Por de pronto, la tarjeta de visita es peculiar: una zona con montes altos y suaves, sin mucha vegetación debido a la altura en la que estamos... y las mismas vacas que nos bloquean el paso, cráteres en la carretera, y la misma lluvia que en Georgia.
Dado el tiempo perdido en el cambio de ruta y el tiempo de papeleos en la frontera, decidimos saltarnos algunas visitas. Así que vamos directamente al monumento al alfabeto armenio. Porque sí, aquí también tienen otro alfabeto diferente y totalmente ilegible para nosotros. Su alfabeto es un motivo de orgullo nacional, y le han hecho un monumento con las 36 letras que lo componen. ¡¡Y nosotros que nos creemos diferentes por sólo la letra eñe!!
En Armenia, si hay algo que visitar, eso son monasterios. Durante los cuatro días que estaremos aquí veremos un buen número de ellos. Estamos hablando del primer país del mundo que adquirió el cristianismo como religión nacional, y eso está basado en su historia. Aquí, hay monasterios que tranquilamente pueden tener mil años, pero que además, fueron construidos sobre otros anteriores. Ése es el caso del monasterio de Saghmosavank, el primero que visitamos. Justo pillamos al guarda cerrando, y nos hace el favor de darnos una vuelta rápida por dentro. En sí, son bastante austeros: no suelen tener mucha luz ni las paredes pintadas, ya que, el feligrés viene a la iglesia para estar en contacto con Dios, y no debe haber nada que lo distraiga. Por fuera, las vistas son una pasada, ya que el monasterio se encuentra al borde de un cañón enorme.
El segundo monasterio que visitamos es el de Hovhannavank. Al igual que el anterior, son Patrimonio de la Humanidad. En general, los monasterios armenios se identifican porque suelen tener una cúpula cónica en lo alto, que simboliza al Monte Ararat, el monte más sagrado para ellos y que, aunque hoy está en Turquía, originariamente era territorio armenio, el cual aún siguen reclamando.
Ya se ha hecho de noche y el día no da para más. Pablo ha conducido casi doce horas, y los dos estamos realmente agotados. Así que, nos vamos a Ereván, la capital de país, donde nos alojaremos dos noches. Llegamos al hotel y empezamos a ver algo raro en él. Por un lado, un aparcacoches nos trata como si estuviésemos llegando a una discoteca. Por otro, observamos que hay plazas de garaje con acceso privado a las habitaciones, y que la recepción no tiene un acceso directo desde la calle principal. Además, se oye música disco en los alrededores y el personal femenino lleva unas faldas algo indecorosas para estar en un hotel. ¡¡Dios, hemos reservado en un puticlub!! Pero no, la habitación está genial y las instalaciones son como las de cualquier buen hotel. En el parking hemos visto a una señorita con tacones de vértigo, pero es que igual las armenias son muy coquetas, ¿no? Yo, por si acaso, a la recepción no llamaré ni por agua.
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