Llegamos a la Terminal 4 de Barajas pasada la media noche, hora en la que apenas hay vuelos. De hecho, en las cintas del control de seguridad sólo estamos tres... ¡¡y el que va delante nuestro consigue hacer cola!! Todo se debe a una especie de turrón turco que lleva en la maleta; sin embargo, nosotros, que llevamos desayuno, comida y cena con postre incluido, pasamos el control sin ningún tipo de sospecha. Cogemos el tren que nos lleva a la terminal satélite, pasamos el control de pasaportes y a esperar el primer embarque de la noche. A las 2:50 de la mañana despega con puntualidad el avión de Ukrainian Airlines que nos llevará hasta Kiev. Durante sus algo menos de cuatro horas, aprovechamos a dormir, porque ya va siendo hora.
Aterrizamos en el aeropuerto de Borispyl, cerca de la capital ucraniana, y caemos en la cuenta de que cada dos años estamos viniendo a esta ex-república soviética. Primero fue en nuestro viaje a Rumanía en 2015, donde decidimos ir a pasar el día al país vecino; y después fue en 2017, cuando aprovechamos el asistir al certamen de Eurovisión para ver el oeste del país. Esta vez, sin embargo, nos tendremos que conformar sólo con ver el aeropuerto, ya que las cuatro horas de espera no nos dan para ir a ningún sitio. Nos damos una vuelta por el aeropuerto donde nos resulta curioso que tienen dos peluquerías, área infantil y zonas de descanso con una especie de butacas para tumbarse. Así que, tras desayunar una rica empanada gallega, echamos otra cabezada antes de embarcar en el segundo vuelo del día.
A las 12:00 en punto, despega otro avión de Ukranian Airlines que nos llevará, en esta ocasión hasta Tbilisi, la capital georgiana. Pensábamos que íbamos a ser los únicos españoles, pero estábamos equivocados porque otros diez españoles están también a bordo; a juzgar por su ropa deportiva, todo apunta a que se dirigen al país caucásico para hacer montañismo. Tenemos poco más de dos horas y media, así que dormimos lo que podemos para ver si conseguimos recuperar las horas de gaupasa. Al despertar, nos reparten unos panfletos... ¿Serán de snacks y bebidas? ¿Serán de la tienda a bordo? ¡¡No!! Son de una promoción de pisos de lujo en Kiev... con precios "por los aires".
Ojeando la revista de la compañía aérea, Pablo lee palabras en ruso para refrescar su cirílico. "Ay, ¿¿qué letra era ésta??" La P es una R, la H es una N, la C es una S... si a eso le sumas un poco de griego, está chupado. Y más nos vale acordarnos, porque si los carteles están en cirílico podrá costarnos entenderlos... pero como las señales estén en sus alfabetos raros, se nos va a quedar cara de chinos.
Con una fina lluvia cayendo, aterrizamos en el aeropuerto de Tbilisi. Salimos del avión por escalerilla y subimos al autobús para ir a la terminal... que se encuentra a 20 metros del avión. Muy práctico, sí. Todos los pasajeros, incluyendo a los otros españoles, se dirigen al control de pasaportes... excepto dos que siguen la señal de "transfer". ¿Pero tan raro es hacer escala en Tbilisi o qué? Llegamos al mostrador de conexiones y hablamos con una mujer muy agradable: resulta que ahora volamos con otra compañía y no sabemos si tenemos que "salir a Georgia" para facturar la mochila. Hace unas llamadas, viene una policía que nos solicita la documentación, otro hace una foto con el móvil a nuestros pasaportes... y finalmente nos dice que la acompañemos. Pasamos un control de seguridad como si fuésemos el primer ministro, sin sacar líquidos, sin sacar el ordenador, pitando... y nada, que subamos unas escaleras y que ahí está la zona de espera. Y dicho y hecho, salimos directamente a la zona de embarque y al duty free... ¡¡esto en Munich hubiese hecho saltar todas las alarmas!!
Ya en tierra, salimos del avión, pasamos los controles de pasaportes y en muy poco tiempo salimos a la calle. ¡Por fin al aire libre! Compramos la barik azerí, para coger el autobús que nos lleva al centro. Una vez allí, un breve paseo de unos 15 minutos nos lleva hasta la calle Nizami, una calle peatonal en el corazón de la ciudad repleta de tiendas y restaurantes. Hemos alquilado un apartamento para tres noches y la elección no podía haber estado más acertada.
Ha sido casi un día de viaje, así que tras cenar algo, caemos totalmente rendidos. Después de sueños intermitentes, la previsión de dormir 6 horas seguidas resulta todo un regalo.
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