2 oct 2017

Udaipur: nuestra puerta al Rajastán

En las olimpiadas de madrugar, hoy batimos un nuevo récord: nos levantamos a las dos y media de la mañana. ¿Y para qué tan pronto? ¿Para poner la toalla en primera línea de playa? ¡¡No!! Para recorrer hasta el aeropuerto dos escasos kilómetros de calles aún llenas de tráfico, animales durmiendo y baldosas que pueden salpicar líquidos cuyo origen preferimos no conocer. Y, como ocurre en los países en vías de desarrollo, te encuentras en medio del caos una terminal preciosa, nueva y moderna que bien podría competir con los aeropuertos de los emiratos o similares. 

Tras varios controles de seguridad, volver a plastificar las mochilas con el film transparente de casa, pasar más controles de seguridad y desayunar algo, ya estamos listos para volar a Udaipur, nuestro siguiente destino. El vuelo es tranquilo y en poco más de una hora, habiendo ya amanecido, aterrizamos en una terminal muy modesta con sólo dos fingers. Y ahora empieza la guerra: ¡¡el regateo de taxi!! En la propia terminal nos piden 1.100 rupias, fuera nos piden 700, los taxistas 650... y con negociación y firmeza acabamos pagando 400; son unos cinco euros por recorrer 25 kilómetros, algo impensable en Europa pero incluso algo caro en la India.

Desde el taxi, observamos que la zona es muy verde, con muchos bosques y montes. Además, la carretera tiene el firme en muy buen estado y no se ve mucha basura por los alrededores. ¡¡Y se ven vacas por todos los lados!! Cuando ya faltaban pocos minutos para llegar, el taxista nos dice que le tenemos que esperar dos minutos... se baja, bebe agua en una fuente y se mete en un templo a rezar. Luego vuelve, pone unas flores alrededor de una deidad que lleva en el salpicadero y aquí no ha pasado nada.

Udaipur es una de las ciudades reales del Rajastán, y, como en la mayoría de estas ciudades lo que hay que ver son los palacios de los maharanás, los reyes de los estados, que han gobernado hasta bien entrado el siglo pasado. Como aún es muy pronto y no nos dan aún la habitación, empezamos a recorrer la ciudad de Udai, su fundador. Cogemos nuestro primer tuc-tuc, esos cochecitos de tres ruedas sin puertas; en la carrera no sabes si reír o gritar, porque es de lo más temerario. Por un precio que también hemos tenido que pelear, nos plantamos en Moti Magri, un colina con varias esculturas al maharaná Pratap.

Aunque tiene la misma suciedad y desorden que Mumbai, hay dos cosas que la hacen mucho más bonita: los montes verdes que la rodean y varios lagos. Uno de ellos es el Pichola, con dos islas artificiales: en una hay un hotel de lujo que no se puede visitar, y la otra tiene un restaurante y jardines, a la que se accede mediante un paseo en barco, que por supuesto, realizamos.

Pero, sin duda, la joya de la ciudad es el City Palace, una fortaleza con influencias mogolas que se ve imponente desde el lago. A lo largo de los siglos los maharanás han ido realizando extensiones del palacio hasta alcanzar la grandiosidad que tiene en la actualidad. No nos enteramos mucho de su historia y además está llenísimo de gente, lo cual hace que la visita resulte agotadora, pero el City Palace es a Udaipur lo que la Torre Eiffel a París, hay que visitarlo sí o sí.

Para cuando finalizamos el laberíntico recorrido de salas, salones y patios del palacio, ya hemos hecho hambre. Sin buscar demasiado acabamos en un restaurante llamado Gateaway, donde pedimos unos cuantos platos de cocina india. Todo tiene muy buena pinta pero en casi todos hay algo que detesto: ¡¡el cilantro!! Es usa especie de perejil que rompe, a mi modo ver, el sabor de todos los platos... ¡¡no puedo con él!! Sobra decir, por otro lado, que aquí lo "no-spicy" pica que mata, y que como lo pidas "spicy" te lo sazonan con ácido sulfúrico.

Nuestra última visita de hoy es el templo Jagdish que se encuentra justo detrás de nuestro hotel. Es un templo completamente labrado con figuras de elefantes y personas por fuera. Toda una maravilla y nos sirve para hacer boca de los templos de esta religión que vamos a ver en los próximos días.

El día ha sido agotador, pero como sólo disponemos de hoy para visitar la ciudad, aprovechamos hasta los últimos rayos de luz viendo atardecer desde la terraza con piscina en la azotea del hotel. Un último paseo nos lleva hasta la orilla del otro lado, donde nos guardamos para el recuerdo el City Palace iluminado. Udaipur... una caótica belleza.

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