4 oct 2017

Rajastán II: Jodhpur, Ajmer y Pushkar

Aunque venimos de mochileros maduritos a la India, no hemos querido renunciar a las comodidades de los hoteles occidentales en lugar de optar por los alojamientos de esos viajeros que buscan una experiencia más mística y donde luego se encuentran desagradables sorpresas con muchas patas que corren por la habitación. Como hoy Jitu, nuestro chófer canturrón, nos recogerá un poco más tarde, aprovechamos para desayunar en el hotel. El desayuno, como la mayoría de comida que hemos visto, es vegetariano. Aquí no hay ni beicon ni salchichas, pero tenemos suerte porque hay huevos y lácteos. Como luego nos confirmará Jitu, dependiendo de la casta se es "vegetariano puro" (vegano), vegetariano o puede comer carne; estos últimos se limitan prácticamente a pollo o cordero en pequeñas cantidades, así que asistir a una sagardotegi podría matarlos de un infarto. Mientras desayunamos nuestro desayuno evidentemente también picante, vemos cómo los huéspedes que bajan a desayunar se van sentando alrededor nuestro, y hasta en nuestra mesa... ¿es que no conocen el concepto de espacio vital?

Ayer visitamos el "casco viejo" de Jodhpur, recorriendo su bazar lleno de ajetreo y viendo las casas de color azul que hacen que se la conozca como "la ciudad azul". sin embargo, hoy la visita comienza de una forma mucho más tranquila: visitamos el memorial al maharajá Jaswant Singhji. Terminado en 1906, no sólo conmemora su muerte, sino que es el lugar donde están también los cenotafios donde incineraron los cuerpos de sus ancestros, y de sus sucesores hasta 1996, momento en el cual la familia real de Jodhpur dejó de tener poder. Este lugar es muy tranquilo, y no debería ser para menos, dado que se piensa que aquí nació el yoga, y que esta familia real lo apadrinó.

Pero la joya de Jodhpur es sin duda el fuerte Mehrangarh, antigua residencia de la familia real de Jodhpur. Situado en una colina se muestra imponente sobre la ciudad. De hecho, este fuerte nunca consiguió ser expugnado gracias a sus gruesos muros o ideas tan sencillas como que las puertas están en curva para evitar que se los elefantes pudieran coger impulso y derribarlas.

Una cosa que nos impacta es el panel de huellas de manos de las maharahanis, las mujeres de los maharahás. La filosofía de los maharajás cuando iban a la guerra era "victoria o muerte", ya que preferían morir antes que la deshonra de ser dominado. Pero lo peor era que, cuando él moría, se traía el cuerpo al fuerte, y la mujer lo sacaba en procesión con sus pertenencias, salían del fuerte, sellaba con su mano y los quemaban en una pira... ¡¡mujer viva incluida!!

Los maharajás ya no tienen el poder (ni las tradiciones) que tenían antes. Con la independencia del Reino Unido dejaron de tener poder, pero siguen teniendo los títulos nobiliarios y siguen realizando actos de representación. Lo que no ha cambiado es que estos antiguos monarcas siguen viviendo a todo trapo: A las afueras de la ciudad, en un barrio con mucho caché, se han construido otro palacio, el Umaid Bhavan Palace, que se puede ver desde kilómetros a la redonda. La expresión "vivir como un maharajá" sigue de plena actualidad.

Volvemos a la carretera y tras tres horas de baches, pitidos y adelantamientos de video-juego, llegamos a Ajmer. Siguiendo las recomendaciones de la guía que llevamos, y con Jitu refunfuñando, visitamos uno de los colegios más prestigiosos de todo Asia: el Colegio Mayo. Si en Donostia me enorgullece tener un barrio con mi apellido, esta vez le toca el turno a Pablo ante esta institución académíca que lleva su poco frecuente apellido y más aún plasmado en un elegante edificio a tantos kilómetros de casa.

Cuando le decíamos a Jitu los lugares que queríamos visitar en Ajmer, nos ponía algunas pegas. Tras atar cabos llegamos a una conclusión: a los hindúes no parece hacerles mucha gracia los musulmanes y Ajmer es conocido por ser un lugar de peregrinación para los practicantes del Islam. Con la excusa de que no se puede entrar al centro en coche, nos deja a unos diez minutos andando. Andando por una calle muy comercial llegamos a la mezquita Dargah Sharif. No hay turistas, y no se puede entrar ni con mochila ni con cámara de fotos. Así que, nos descalzamos y entramos de uno en uno. Es un complejo muy grande donde todo gira en torno a la tumba del gran santo sufí Khwaja Moinuddin, y la gente está rezando, haciendo sus rituales de purificación o simplemente charlando. Estando solo, las miradas te taladran, ... pero como parece que todo vale hasta me invitan a rezar el corán, a lo que me niego con una sonrisa que estos te islamizan echando bombas, digo pompas.

Una vez terminada la visita y tras recoger el calzado del "shoe-parking", subimos por una calle llena de tiendas de musulmanes que podríamos considerar el lugar más raro en el que hemos estado jamás. Entre el ajetreo, los olores, el bullicio y no habiendo ni un sólo turista, nos preguntamos "que cojones hacemos aquí... en este sitio tan genuino". Y esa sensación agridulce se potencia más al visitar la joya arquitectónica de Ajmer: los restos de la antigua mezquita Adhai-Din-ka-Jhonpra. Tiene un aire muy persa.

Y cuando pensábamos que el día de hoy ya no nos podía sorprender más, llegamos a nuestro último destino: Pushkar, la puerta del desierto. Este es otro centro de peregrinación, pero en este caso para los hindúes. Llegamos primero al hotel, que al verlo por fuera crea una tensa calma... que luego se relaja al ver que el "Séptimo cielo", que es como se llama, es un bonito hotel, muy familiar y decorado con mucho gusto creando un ambiente de las mil y una noches.

Las calles de Pushkar son otra cosa... Primero vamos al lago alrededor del cual están los gaths, los lugares de los rituales. Hay que descalzarse y llevo calcetines blancos... la tragedia es inminente. Es de noche y la atmósfera es muy extraña: hay gente cantando y haciendo movimientos extraños, mientras sorteamos vacas y sus cacas, perros tumbados, hedores... con esto Paranormal Activity me va a parecer del nivel de Disney Channel. Alrededor del lago está el bazar y su atmósfera no es mucho mejor: llena de gente, motos humeando, tuc-tucs enloquecidos, tiendas donde dicen "cocinar"... y a todo esto hay que sumarle un calor bochornoso y que el aire es irrespirable. Para añadir emoción llegamos hasta el mercado de camellos, donde estos animales de ojos saltones orinan en cualquier sitio. Casualmente, tenemos un momento de desahogo al entrar a una tienda a comprar algunos regalos y negociar con el tendero. Lo bueno de este lugar es que en este bazar se puede mirar y preguntar tranquilamente, sin que agobien al turista, cosa que aprovechamos.

Matados, agotados y hasta asfixiados por la mezcolanza de olores, terminamos el día en el restaurante de la azotea del hotel. Nada de no-picantes que pican, vamos a lo seguro y comemos couscous y pizza. Y tras juguetear con uno de los gatos de los propietarios, caemos rendidos en una cama en la que hay que coger un tuc-tuc para ir de lado a lado. Pero sin pitar, ¡¡por favor!!

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