Seguimos en Amritsar, la ciudad más sagrada para los sij, donde aún disponemos de una mañana para disfrutarla. Tras desayunar volvemos al templo dorado... ¡¡es que nos ha encantado este sitio!! Son poco más de las ocho y ya está abarrotado. Como ayer, los jóvenes nos piden selfies con nosotros, e incluso vienen a pedirnos que nos hagamos fotos con amigos o familiares. Les causamos interés y nos observan como si fuésemos raros... ¡¡pero si ellos van con turbante, batín y descalzos!!
Una cosa que nos ha sorprendido es que muchos hombres tienen cara de pocos amigos, con una barba y bigote negros, y una mirada casi intimidante. Sin embargo, luego te sueltan un 'halo' y te sonríen, y la idea preconcebida que tenías cambia radicalmente. Si en general la India nos está pareciendo un país muy seguro, aquí nos sentimos, más si cabe, bienvenidos y admirados.
Visitamos después el Gurudwara Baba Atal Sahib, otro templo de los sij más modesto y menos concurrido. Hay una torre de unas ocho plantas en la que no paramos de saludar y de hacernos fotos. ¡¡Estos sij son de lo más agradable que existe!!
Aunque la mayoría de sitios para visitar están relacionados con la religión, hay algunos como el Jallianwala Bagh que tienen otra temática. En este caso, se trata del memorial de una masacre que hubo, en la que un general inglés mandó disparar contra una manifestación de hindúes. El lugar es muy emotivo, pero, una vez más, la interacción con las personas supera nuestro interés por el lugar, y acabamos hablando y haciéndonos fotos con una familia que ha venido a las fiestas de Amritsar.
Para finalizar nuestra particular peregrinación por los templos de Amritsar, visitamos el Durgiadi Mandir, otro templo dorado pero en este caso no de los sij sino de la religión hindú. Es mucho más modesto y hay mucha menos gente, lo cual nos permite ver el templo en sí. Los hindúes tienen unos dioses muy raros y sus representaciones suelen ser sencillas y coloridas.
Se acaban nuestras horas en la capital pujabí y volvemos al aeropuerto. Últimamente estamos volando más que una azafata, y, por segunda vez aterrizamos en Delhi, que se está empezando a parecer a Avenida de América. En este caso, la correspondencia es con un vuelo a Vanarasi... la ciudad sagrada para los hindúes.
Cuando aterrizamos en el aeropuerto de Vanarasi es ya de noche, y eso que son poco más de las seis de la tarde. Descubrimos que hay un autobús que lleva al centro, así que no lo dudamos. En lo que llevamos de viaje hemos cogido avión, barco, metro, tren, tuc-tuc, coche, ... añadimos el autobús a nuestra lista de transportes. En el mismo, el cobrador tiene unas ganas locas de hablar con nosotros, pero como no sabe inglés, nos empieza a mostrar vídeos que le han enviado por wassap.
Y por fin estamos en Vanarasi. El hotel se encuentra en una zona bien: tiendas de marca como Nike, Tommy Hilfiger o Puma mezcladas con vacas, polvo y un tráfico caótico. Nos enseñan la habitación y Pablo cortocircuita: al revisar las sábanas, toallas y el baño, reprende a los del hotel que avergonzados pero sonrientes acceden a cambiar rápidamente las sábanas y toallas. Uno de ellos tiene cara de bueno y es un risitas, y se apresura a cambiar la ropa de cama... Yo no puedo parar de reír porque la situación, llegados hasta este punto, es mejor tomársela con filosofía: sí, les falta un poco de arranque, pero son buena gente.
Varanasi es una de las ciudades más antiguas del mundo, tiene en torno a las 2.700 primaveras, que se dice pronto. Es la ciudad más sagrada para los hindúes, ya que por aquí pasa el río Ganges, que es más sagrado que la propia ciudad: el río en sí es la diosa Ganges. Han sido muchos meses con los que hemos fantaseado y temido este momento a la vez... y ha tocado vivirlo.
Salimos del hotel y el caos del tráfico es el peor que hemos visto. A esto se suma que las calles no siempre están asfaltadas y que el aire está bastante contaminado. De camino hacia el río, solo se ve suciedad, miseria y pobreza. Estamos en el mismísimo culo del mundo. Por los callejones sorteamos vacas y sus deposiciones, soportamos olores putrefactos, vemos la gente malviviendo en sus casas, todo tiene un aspecto cochambroso... es, por mucho, el lugar más desagradable en el que jamás hayamos estado y en algunos momentos la situación parece que nos va a superar. Pero no, veníamos mentalizados y no podemos flaquear porque sabemos que lo peor está por venir.
A Vanarasi muchos hindúes acuden a morir, y según la creencia hindú el Ganges los libera del ciclo de la reencarnación motivo por el cual quieren terminar aquí. Estamos camino al ghat de Manikarnika, recorriendo serpenteantes callejones en los que vomitar sería una liberación. Notamos que hemos llegado cuando empezamos a ver lonjas llenas de leña y a oler a quemado. Se oyen cánticos monótonos y tambores... y mucho gentío. Y al fin llegamos al borde del río: hay unas siete piras u hogueras y todos sabemos lo que está ocurriendo. En una de ellas presenciamos cómo se coloca el cuerpo amortajado y se le prende fuego; en otras se percibe la forma de cabeza y pies. No quieres mirar, pero no puedes dejar de mirar. Sabes lo que está ocurriendo, e incluso lo que estás respirando. Este es un sitio único en el mundo, pero no sabes hasta qué punto es mejor que ni tan siquiera exista, pero aquí estamos. Decidimos desandar el camino, y una procesión con otro cadáver nos corta el camino.
Pablo está algo conmocionado, moralmente abatido por lo que hemos presenciado. Yo algo menos porque quizá había sido más pesimista durante los meses previos y ya venía madurado con respecto a lo que íbamos a presenciar. Hoy ha sido un día de contrastes radicales: de la calidez y elegancia de los sij en Amritsar a la miseria y muerte en Vanarasi. Ya estamos preparados para todo.
¡Qué pasada de viaje!tenemos muchas ganas de que lleguéis y nos lo contéis en persona. Un besazo!
ResponderEliminarCris, Blas y Paula
Impresionante.....
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