11 oct 2017

Gwalior, la ciudad en la colina

Tras ver las noticias anoche y sin saber en qué estado queda nuestro estado, sólo podemos decir que nosotros estamos en el estado de Madhya Pradesh o "provincia central" de la India. Tiene 72 millones de habitantes y una forma irregular, por la que vamos entrando y saliendo en los últimos días.

Hoy le dedicaremos todo el día a la ciudad de Gwalior. A menudo, cuando hablamos con curiosos o turistas y les decimos nuestro recorrido, se quedan sorprendidos de lo que nos está cundiendo. Esto se debe a la gran preparación previa y al hecho de que en general las ciudades tienen para visitar sólo un número concreto de monumentos y el resto suele carecer de interés. De hecho, en muchas ciudades no sabríamos decir dónde se encuentra el centro de la ciudad, algo que en Europa podría parecer impensable.

El primer lugar que visitamos es el fuerte. Como los anteriores fuertes que hemos visitado, se alza majestuoso en una colina desde la cual se divisa toda la ciudad. En realidad, es más que un fuerte, es una ciudad amurallada. Subimos desde la base hasta la puerta superior, sudando y echando de menos a un bamby con la trompa pintada que nos balancee suavemente para no acabar sofocados. Pero las cosas son como son, y encima, cuando llegamos, nos empiezan a abordar jóvenes para hacerse selfies con nosotros.

En una de las partes del fuerte hay unas ruinas que se pagan aparte. En una rústica taquilla, el hombre escupe por la ventanilla y luego se nos queda mirando. El funcionario de turno parece no entender ni inglis ni flirstein, así que esas rupias que se quedan en nuestro bolsillo. Por donde sí que pasamos por caja es para comprar la entrada al palacio. Es curioso pero aquí compras la entrada, luego otro lee el código bidi con el móvil y otro te la sella y corta. Menos mal que no estamos convalidando una carrera, porque no habría tinta suficiente para tanta firma.

El fuerte y palacio de Gwalior son realmente bonitos. En su exterior aún quedan restos de lapislázuli y cerámicas con formas geométricas y de patos, pájaros y elefantes. En su interior, hay dos bonitos patios con la arquitectura típica de los rajás; y en una zona subterránea hay una zona de baños en la que descubrimos que hay muchos murciélagos durmiendo, cuyos peculiares chirridos les delatan.

Recorriendo el fuerte visitamos también dos templos jainistas, de esos labrados con muchas esculturas que tanto nos gustan. Sin embargo, un lugar que nos llena de alegría inesperadamente en el camino es un templo sij. Al acercarnos vemos a varias personas con turbante, que nos sonríen y nos hacen recordar el magnífico día que pasamos en Amritsar. El templo que visitamos, aunque más modesto, está también realizado con mármol, donde disfrutamos de la tranquilidad que nos evoca el sijismo. Esta religión curiosamente nació a raíz de los enfrentamientos entre hindúes y musulmanes, y aunque no la conocíamos hasta venir aquí, es la novena religión más practicada del mundo.

Ya en el descenso del fuerte, visitamos unas esculturas de tirthankaras esculpidas en la roca. Son más numerosas y de mucho mayor tamaño que lo que pensábamos. Estas especie de deidades alcanzaron el nirvana y por eso se muestran con un rostro relajado y lleno de paz. Muy cerca nos ocurre algo inesperado: un hombre mayor nos para y nos empieza a hablar de su hobbie preferido, coleccionar palabras y dedicatorias de extranjeros... ¡¡que todo sea eso!!



El resto del día lo pasamos vagueando un poco por la ciudad. Primero curioseamos en un centro comercial ideal para los seguidores de los Gipsy King; después nos acercamos hasta el Vila Palace, donde practico francés con unos turistas; y también nos metemos en un hotel de lujo a curiosear e ir al baño, eso sí tras pasar varios controles de seguridad. Seguimos sorprendidos con la mezcolanza de clases: en pocos metros un palacio, un hotel de lujo y casas por las que andan perros amenazantes de los que Pablo huye despavorido.

En Gwalior podríamos contar con los dedos de las manos los turistas que hemos visto. Estamos a 120 kilómetros de la imprescindible Agra, y pensábamos que por aquí pararían muchos grupos organizados. Sin embargo, parece que hay muchas ciudades cercanas con atractivos similares... así que más exclusivo para nosotros,

Una vez ha anochecido, volvemos a la estación de tren para viajar hasta Agra. Hemos viajado ya en primera y en segunda clase con aire acondicionado, y hoy estrenamos la categoría executive. No sabemos muy bien cómo va a ser, pero al encontrar nuestros sitios, vemos que son de butaca, como los trenes regionales antiguos pero con asientos más mullidos y polvorientos. Tras entregarnos unas botellas de agua de litro a cada uno, tenemos la grata sorpresa de que se incluye cena... grata hasta que nos sirven una sopa blanquecina con tropezones que rechazamos. Tras momentos de nerviosismo, pasan con bandejas estilo avión que llevan cuatro platitos calientes. La argamasa de maíz y lentejas me prepara el esófago para sufrir con el pollo al curry quemaduras de tercer grado; y entendemos entonces que nos dieran unas botellas de agua tan grandes.

Ya en Agra, un tuc-tuc nos lleva hasta nuestro alojamiento cerca del Taj Mahal, un hotel con encanto y estilo entre árabe e hindú. Tras pasar el control visual de mustafá vestido de blanco tumbado en la puerta, por fin sabemos qué fue de Dana Internacional: regenta un hotel en la ciudad. O eso, o la ganadora israelí de Eurovisión tiene una hermana gemela y no lo sabe.

Son las once de la noche y mañana tenemos que madrugar. Además, hay que contar siempre con cinco minutos extra hasta probar los treinta interruptores hasta conseguir apagar aire, ventilador, enchufes, aire acondicionado y luces. En todos los alojamientos siempre hay muchos interruptores... seguro que con alguno hemos apagado la luz de otra habitación o hemos provocado uno de los habituales apagones que suele haber. Tras conseguir la combinación ganadora, caemos rendidos e ilusionados porque mañana veremos, tras el Coliseo de Roma y Petra, nuestra tercera maravilla del mundo moderno: el Taj Mahal.

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