9 oct 2017

Khajuraho: erotismo milenario

Viajar en un camarote privado para dos es reconfortante, ya que tienes la libertad de ponerte el pijama y de tender la ropa para que se seque después de los mil metros obstáculos que hicimos en la estación. Además, resulta muy tranquilo, especialmente porque para en cada estación una media hora. Ahora entendemos por qué para recorrer menos de 350 kilómetros se necesitan ocho horas. Si hubiésemos enlazado tuc-tucs, hubiésemos llegado antes. En torno a las cuatro de la madrugada el revisor nos golpea en la puerta, avisándonos de que hemos llegado a Mahoba, donde tenemos que cambiar de tren.

Según lo planeado teníamos que esperar dos horas en la estación, pero como llegamos con retraso, sólo será necesario una hora. Como si de Medina de Pomar se tratara, decidimos ir a ver si encontramos algún sitio donde comer algo, pues no hemos cenado. Contra todo pronóstico, en las afueras de la estación hay un montón de puestos con frituras, dulces, snacks y bebidas, donde se entremezclan en la oscuridad transeúntes, vacas y perros. Como si de un capítulo de The Walking Dead se tratase, nos volvemos despavoridos a la estación. En poco tiempo llega el segundo tren donde nos dormimos en sendas literas durante poco más de una hora.

Hemos llegado a Khajuraho, un pequeño pueblo en el que pasaremos el día. En la estación, se nos acumulan hombres que nos ofrecen alojamiento y transporte. Pablo les hace aspavientos y se quedan aturullados, y aún así vuelven a insistir cuando resetean. Hay un joven que nos cae en gracia y con el que finalmente negociamos un precio para que nos lleve hasta el centro a unos ocho kilómetros. En el camino, observamos que todo está muy limpio, hay poco tráfico y es todo muy verde. También pasamos al lado de la moderna terminal del aeropuerto, que tiene sólo dos vuelos al día; ¿lo llamarán el aeropuerto internacional Don Quijote II?

El joven, que como todo el mundo aquí busca hacer negocio, nos dice que trabaja también en un hotel, y que la dueña es de Pamplona. Nos enseña los precios del restaurante y como parece que no hay gato encerrado, decidimos probar suerte y desayunar; sobre todo cuando nos asegura que consumiendo podemos dejar las mochilas mientras visitamos el pueblo. Todo un acierto: un delicioso desayuno en la azotea del hotel con vistas a los verdes alrededores.

Caminamos hasta el centro y vemos un edificio que nos parece interesante. No sabemos qué es exactamente, pero al de pocos minutos sale un hombre y nos lo aclara: es la escuela. Nos pregunta si queremos verla y nos acompaña por las modestas aulas de los diferentes cursos. Al entrar todos nos saludan y hablamos con ellos, aunque la mayoría no tienen buen nivel de inglés y se limitan a sonreír y a decir "halo". En una de las clases, al decir de donde somos un niño dice "hola, qué tal estás", y empezamos a aplaudirle y a decirle a la profesora que le tiene que poner una buena nota. Algo que nos choca es que, para ser el idioma oficial del país, no tienen buen nivel de inglés. Ha sido muy bonito ver a los niños en clase, siempre sonriendo a pesar de los pocos recursos que tienen.

Sin embargo, el motivo por el que los turistas vienen a Khajuraho es mucho más lascivo. Aquí se encuentran lo que la gente llama "los templos del kamasutra". Se trata de una serie de 25 templos de los 85 originales, esparcidos en cuatro grupos por todo el pueblo. El conjunto más importante son los que se denominan los templos del oeste, que es por donde empezamos nuestra visita por este lugar Patrimonio de la Humanidad.

Estos templos datan del año 900 y pertenecen a la religión jainista. Están dedicados a diferentes dioses, entre los que destaca el dios Vishnu, y se caracterizan por estar cubiertos por esculturas y motivos geométricos tanto por dentro como por fuera. Sin embargo, la gente no viene buscando a Lord Gadesha, sino a las figuras a las que los guías se refieren como "ñoki-ñoki". Antes de venir, pensábamos que los templos estaban repletos de ellas; sin embargo, una vez aquí leemos que todos menos un templo tienen esculturas eróticas, pero que cada templo tiene sólo unas pocas. Las escenas representadas son de dos rombos: relaciones sexuales entre dos o más personas, e incluso con animales.

En general, los sitios turísticos del país no están muy bien cuidados: lo habitual es tener contratado un montón de gente que no hace absolutamente nada. Sin embargo, Khajuraho está muy bien cuidado, limpio y con zonas verdes. Además, la gente está deseando entablar conversación y hablamos con una mística que nos habla de los dioses hindúes, y luego con un surcoreano muy majo con el que compartimos impresiones durante un largo rato.

Lo que nos sorprende en este pueblo es que mucha gente sabe un buen número de palabras y frases en castellano. Por lo que nos han ido diciendo, parece ser que los españoles son los que más visitan el país, y por eso tienden a aprender para hacer de guía o venderte sus productos.

En todos los lugares de interés siempre hay gente que se ofrece a hacerte de guía. Incluso muchos intentan pillarte desprevenido contándote cosas del lugar como sin querer buscarlo, para que luego les tengas que gratificar la explicación. Pero también hay otra gente a la que simplemente le apetece estar a tu lado, observando lo diferente que eres, o simplemente quieren hablar con nosotros para practicar su inglés. En los templos del este hablamos primero con unos adolescentes a los que les doy unas clases de inglés; después, otro joven que quiere estudiar para ser policía nos cuenta que hoy no va a clase porque se ha hecho un esguince en la muñeca por ir rápido con la bici... Y acabamos reprendiéndole porque eso no es excusa y que aún con la mano rota puede ir de oyente. Si una cosa estamos aprendiendo es que, aunque parece que puedan ser peleones al principio, como tomes el control de la situación, acaban siendo sumisos ¡¡pero siempre con una sonrisa!!

Khajuraho nos ha encantado. Es un lugar muy interesante y espectacular por las miles y miles de figuras de sus templos. Pero llega un momento que ya está visto... y como falta mucho para volver a coger el tren, volvemos al hotel donde dejamos la mochila para hacer una comida-merienda.

Toca volver a la estación de tren y nos surge un imprevisto: como está anocheciendo, los tuc-tuc nos piden un precio desorbitado porque dicen que luego tienen que volverse vacíos. Como no estamos dispuestos a que nos engañen más de lo que por ser turistas aceptamos, decidimos ir andando por el arcén. Pasa el tiempo y vemos que andando los cinco kilómetros que nos quedan no llegaríamos a tiempo. Así que, cuando pasa el primer autobús, sin saber seguro que vaya a la estación, Pablo lo manda parar. Tras confirmar que va en la dirección deseada, nos subimos como podemos ya que va completamente lleno. De hecho, yo llevo casi medio cuerpo fuera y me agarro todo lo más fuerte que puedo no vaya a salir disparado.

Una vez más, este viaje está siendo como Pekín Exprés, y hemos superado la meta de llegar sanos y salvos, y a la hora, a la estación de tren. Claro que ahora empieza la segunda etapa: encontrar el vagón y nuestros asientos. Esta vez vamos en segunda con aire acondicionado, pero tenemos literas que no van juntas. Como son sólo cinco horas, queremos ir en las laterales, donde se puede convertir la litera en dos asientos; así que empezamos a cambiar con otros viajeros nuestras literas hasta que queda configurado a nuestro antojo. El problema viene cuando al de tres horas un pasajero nos reclama el sitio donde vamos y empezamos a desenmarañar la cadena de cambios que hemos realizado.

Y llegamos a Jhansi, ciudad puente donde sólo dormiremos. Y, una vez más, el hotel no cumple los estándares europeos... ni los de la lógica básica porque al abrir la cortina de la ventana vemos un gris y perfecto muro de hormigón. ¿No deseaba ayer una habitación sin ventanas? Voy a desear que me toque la primitiva, que estoy en racha.

1 comentario:

  1. Qué interesante lo del.colegio. Tambien se nota el cambio de actitud, se nita que ya os sabeis mover y que la gente alli es duferente y os gusta....me enacnta

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