La India es un estercolero. No hemos visto mayor cantidad de suciedad, mugre y miseria en toda nuestra vida. Y es así todo el país: ciudades, pueblos, ríos y parte del campo. Por el suelo siempre hay líquidos de dudosa procedencia, restos de escupitajos, heces de animales y porquería. Antes de ir pensábamos que los centros de las ciudades serían lugares bonitos y cuidados, y que la pobreza se limitaría a los suburbios, pero no pudimos estar más equivocados. De hecho, hay ciudades en las que ni tenemos constancia de que hubiera un centro.
El tráfico es caótico: en las calles, carretera y autovías hay gente, bicicletas, motos, tuc-tucs, coches, camiones y autobuses, pero también perros, cabras, vacas y cerdos. El ruido es constante a todas horas, y el claxon de los coches puede hacerte enloquecer. Debe ser que están acostumbrados... y se ve que les gusta, porque en la parte trasera de los camiones y autobuses tienen escrito "toca la bocina, por favor"... masoquismo puro.
La comida es siempre picante. Y siempre significa siempre. Además, cuando ves cómo cocinan en la calle y las medidas higiénicas, te dan ganas de declararte en huelga de hambre. Apenas hay lo que entendemos por restaurante y, buscándolos, puedes encontrar algunas cadenas como McDonald's, Burger King o Domino's que te salvan de morir de desnutrición. El movimiento vegetariano es mayoritario, así que la única vitamina D te la da el sol, porque hace mucho calor, pero mucho.
Los hoteles que no tengan cinco estrellas no deberían llamarse "hoteles". Que las palabras Deluxe o Palace no consigan despistarnos. Y eso que hemos ido a hoteles caros con buenas opiniones... no nos queremos ni imaginar la fauna y flora que puede haber en la gran mayoría de hoteles de muy inferior precio. Las fotos de los hoteles representan el día de inauguración, que fue el único día en el que realmente limpiaron.
Pero aún así, la experiencia ha sido extraordinaria. Es el único país que conocemos en el que todo el mundo te sonríe. Su respeto al prójimo hace que, incluso en las situaciones difíciles, te traten con amabilidad. Con nuestro carácter occidental ha habido cosas que nos han sacado de quicio, y aún así nos han aguantado con respeto. Además, la seguridad es total. Habiendo tanta pobreza uno podría sentirse inseguro, y, sin embargo, ha sido todo lo contrario. En ningún momento hemos sentido que nos pudieran robar, estafar o agredir. A altas horas de la noche, e incluso en calles no ainhoanas, nos hemos sentido totalmente seguros. Salvo en los últimos días en la capital, apenas nos han pedido dinero. Es cierto que nos ven como cajeros andantes e intentan sacar más dinero, pero tras pactar un precio son honrados y fieles a su palabra.
Les llamamos la atención por nuestro color de piel, pelo y ojos; y quieren hacerse constantemente fotos contigo. Y eso es todo un halago. Te sientes admirado y agradeces la sinceridad cuando expresan esa admiración. Con la arrogancia de occidente nadie le echa piropos a nadie, y aquí está a la orden del día. La sinceridad y la mirada cálida no es sólo cosa de niños como en Europa, sino que los adultos conservan esa dulzura que nadie debería perder a lo largo de la vida.
Y por supuesto, hay lugares preciosos para visitar. La armonía del Templo Dorado en Amritsar fue uno de los lugares que más nos cautivó; los templos jainistas de Khajuraho nos encantaron; las piras funerarias de Venarés nos dejaron mudos; montar en elefante fue muy divertido; los palacios de los maharajás nos transportaron en el tiempo; los enclaves árabes nos hicieron tener la sensación de estar en varios países a la vez; las estatuas en la roca de buda nos trajeron paz en el caos... un sinfín de experiencias han compuesto esta atípica y emocionante aventura.
Muchos dicen que la India o la odias o la amas; otros muchos dicen que un viaje a la India te cambia la vida. Nosotros no diríamos tanto. Es cierto que es una lección de vida para aprender a valorar lo que tenemos. Algo tan sencillo como abrir el grifo y beber agua o darte una reconfortante ducha son experiencias que te hacen llorar de alegría cuando acabas de volver. Pero también percibes la frialdad de la gente al compararla con la calidez india. No sé si la India te cambia, pero sí te revuelve por dentro, te cambia la visión de las cosas. La pregunta es, ¿hasta cuándo dura el efecto? Esperemos que esta lección nos acompañe de por vida... o habrá que volver a ese estercolero, pero estercolero encantador.
16 oct 2017
15 oct 2017
Nueva Delhi sorprendente
Hoy es la última etapa de nuestro Pekín Exprés particular, una gran jornada que no finalizará con besos de Cristina Pedroche pero sí con nuestra limpia, ordenada y tranquila casa. Pero antes de eso, aprovecharemos nuestra última jornada en la India tan intensamente como el resto de días. Además, ayer Pablo reparó en que voy vestido con los mismos colores que los tuc-tuc, lo cual añade una dosis de vacile extra.
Nueva Delhi siendo la capital india tiene una pequeña representación de casi todas los lugares que hemos visitado: templos Sij, templos jainistas, fuertes, palacios... pero como ya hemos visto mucho de eso, nos hemos reservado para el final algunos lugares curiosos y visualmente llamativos a la par. El primer lugar que visitamos es el Qutab Minar, un minarete de ladrillo que con sus 72,5 metros es el más alto del mundo. Finalizado en 1368 parece mentira que hace tantos años se pudiesen construir estructuras tan altas y, más aún, que el ser humano haya conseguido preservarlo durante más de 600 años. No es de extrañar, que este monumento forme parte de la lista de Patrimonio de la Humanidad, para ver si dura otros 600 años más.
En el mismo recinto encontramos una cosa que podría pasar desapercibida: un pilar de hierro. A simple vista, con sus siete metros no parece gran cosa... Pues resulta que lleva ahí 1600 años de pié y desconcierta a los arqueólogos: no se explican ni cómo pudieron erigirlo con sus seis toneladas ni cómo es posible que no esté corroído.
Ya que el día va de peculiaridades, visitamos la tumba cercana de Adham Khan, un general del emperador mogol Akbar. Resulta que este general asesinó al general favorito de Akbar, y éste último lo defenestró en el fuerte de Agra... dicho de otra forma, lo lanzó muralla abajo. Mucho ejército, pero la historia huele a amor y pasión, ¿eh?
Tras un recorrido en el fresquito metro de la ciudad, al cual hay que acceder como si a un aeropuerto se tratase, llegamos a uno de los enclaves que deseábamos ver: la Flor de Loto. Es uno de los nueve templos de adoración de la fe bahá'í que hay en el mundo. Para nosotros es el segundo templo de adoración que visitamos, pues estuvimos en el de Chicago; además de haber tenido el honor de haber visitado el Centro Mundial Bahaí en Haifa (Israel). Como todos los centros bahá'í, éste tiene también una forma circular de nueve lados, en este caso compuesto por 3x9 pétalos realizados en mármol. Otra característica es que en su interior no hay imágenes ni púlpitos, tan sólo está lleno de ... ¡¡tranquilidad y silencio!! Ahora me explico por qué la India es el país con más fieles bahaís, ¡¡para descansar aquí del ruido!!
Otro lugar que descubrimos ser muy tranquilo es el "baori" Agrasen ki Baoli. ¿Y eso qué es? Un baori es una construcción india que consiste en un aljibe de agua pero que tiene escalones y que a menudo tiene detalles arquitectónicos decorativos. Dicho de otra forma, un pedazo pozo con escaleras superchulo. Aunque no hubiese gustado ver el Chand Baori a un par de cientos de kilómetros de Jaipur, nos hacemos a la idea viendo éste bastante más modesto. Resulta agradable sentarse a descansar como la casta adinerada de la zona.
La última bizarrería del día nos lleva hasta la estación de metro de Karol Bagh, en cuyo recorrido entramos en conversación con una pasajera. Le preguntamos por el templo del dios mono... y nos corrige diciendo que no, que es el templo de un hombre que se convirtió en mono... ¡¡pero si es lo mismo!! Mira que hemos visto cosas raras, pero esto se lleva el premio. El templo Hánuman tiene 33 metros de altura y no tiene desperdicio... se entra por otra cabeza que hay en los pies, dentro hay esculturas de dioses, algunos monjes queriendo hanumanizarnos, pasillos con boca de lagarto... es un parque temático sagrado. Salimos despavoridos y horrorizados, pero a la vez gratamente alucinados por haber podido visitar un sitio tan raro. Y por si fuera poco, el dios mono mueve los deditos a determinada hora para dejar ver los dos dioses que tiene en su pecho. Esto último como no sabemos el horario no lo conseguimos ver... pero nos hacemos una idea de la frikada.
Cae la tarde y nosotros terminamos nuestras últimas horas en la India como en el resto del viaje: cruzando carreteras haciendo el pajarito, esquivando tuc-tucs bailando aurreskus, o reclamando nuestro espacio vital como si bailásemos ballet. ¡¡Qué locura!! Seguramente en algún momento, lleguemos a echar de menos este caos... pero para no enloquecer preferimos poner el broche final en un lugar muy simbólico: en Connaught Place, en el centro de Nueva Delhi, en una isla de tranquilidad rodeada de caos, y donde se alza una enorme bandera de la República de la India. Un lugar, donde nos despedimos de este país increíble (lo de "increíble" tanto para bien como para mal).
Aquí se acaban los dieciséis intensos días que hemos vivido recorriendo el país. Un país que hasta el final nos enseña sus contrastes, pues la línea de metro que va al aeropuerto es la más moderna que hayamos visto, pero que recorre la mayor miseria que también hemos visto. Un avión que despega de madrugada nos lleva de nuevo a la modernidad y al progreso; aterrizamos ya de día en la terminal cinco de Heathrow en Londres. Un autobús nos lleva hasta el aeropuerto de Gatwick, al sur de la metrópolis. Y finalmente un avión de Iberia nos devuelve a casa, a un limpio, moderno y fantástico país que sufre por peleas internas... ¿acaso este viaje nos ha cambiado la percepción de las cosas y a valorar lo que tenemos? Seguro.
Nueva Delhi siendo la capital india tiene una pequeña representación de casi todas los lugares que hemos visitado: templos Sij, templos jainistas, fuertes, palacios... pero como ya hemos visto mucho de eso, nos hemos reservado para el final algunos lugares curiosos y visualmente llamativos a la par. El primer lugar que visitamos es el Qutab Minar, un minarete de ladrillo que con sus 72,5 metros es el más alto del mundo. Finalizado en 1368 parece mentira que hace tantos años se pudiesen construir estructuras tan altas y, más aún, que el ser humano haya conseguido preservarlo durante más de 600 años. No es de extrañar, que este monumento forme parte de la lista de Patrimonio de la Humanidad, para ver si dura otros 600 años más.
En el mismo recinto encontramos una cosa que podría pasar desapercibida: un pilar de hierro. A simple vista, con sus siete metros no parece gran cosa... Pues resulta que lleva ahí 1600 años de pié y desconcierta a los arqueólogos: no se explican ni cómo pudieron erigirlo con sus seis toneladas ni cómo es posible que no esté corroído.
Ya que el día va de peculiaridades, visitamos la tumba cercana de Adham Khan, un general del emperador mogol Akbar. Resulta que este general asesinó al general favorito de Akbar, y éste último lo defenestró en el fuerte de Agra... dicho de otra forma, lo lanzó muralla abajo. Mucho ejército, pero la historia huele a amor y pasión, ¿eh?
Tras un recorrido en el fresquito metro de la ciudad, al cual hay que acceder como si a un aeropuerto se tratase, llegamos a uno de los enclaves que deseábamos ver: la Flor de Loto. Es uno de los nueve templos de adoración de la fe bahá'í que hay en el mundo. Para nosotros es el segundo templo de adoración que visitamos, pues estuvimos en el de Chicago; además de haber tenido el honor de haber visitado el Centro Mundial Bahaí en Haifa (Israel). Como todos los centros bahá'í, éste tiene también una forma circular de nueve lados, en este caso compuesto por 3x9 pétalos realizados en mármol. Otra característica es que en su interior no hay imágenes ni púlpitos, tan sólo está lleno de ... ¡¡tranquilidad y silencio!! Ahora me explico por qué la India es el país con más fieles bahaís, ¡¡para descansar aquí del ruido!!
Otro lugar que descubrimos ser muy tranquilo es el "baori" Agrasen ki Baoli. ¿Y eso qué es? Un baori es una construcción india que consiste en un aljibe de agua pero que tiene escalones y que a menudo tiene detalles arquitectónicos decorativos. Dicho de otra forma, un pedazo pozo con escaleras superchulo. Aunque no hubiese gustado ver el Chand Baori a un par de cientos de kilómetros de Jaipur, nos hacemos a la idea viendo éste bastante más modesto. Resulta agradable sentarse a descansar como la casta adinerada de la zona.
La última bizarrería del día nos lleva hasta la estación de metro de Karol Bagh, en cuyo recorrido entramos en conversación con una pasajera. Le preguntamos por el templo del dios mono... y nos corrige diciendo que no, que es el templo de un hombre que se convirtió en mono... ¡¡pero si es lo mismo!! Mira que hemos visto cosas raras, pero esto se lleva el premio. El templo Hánuman tiene 33 metros de altura y no tiene desperdicio... se entra por otra cabeza que hay en los pies, dentro hay esculturas de dioses, algunos monjes queriendo hanumanizarnos, pasillos con boca de lagarto... es un parque temático sagrado. Salimos despavoridos y horrorizados, pero a la vez gratamente alucinados por haber podido visitar un sitio tan raro. Y por si fuera poco, el dios mono mueve los deditos a determinada hora para dejar ver los dos dioses que tiene en su pecho. Esto último como no sabemos el horario no lo conseguimos ver... pero nos hacemos una idea de la frikada.
Cae la tarde y nosotros terminamos nuestras últimas horas en la India como en el resto del viaje: cruzando carreteras haciendo el pajarito, esquivando tuc-tucs bailando aurreskus, o reclamando nuestro espacio vital como si bailásemos ballet. ¡¡Qué locura!! Seguramente en algún momento, lleguemos a echar de menos este caos... pero para no enloquecer preferimos poner el broche final en un lugar muy simbólico: en Connaught Place, en el centro de Nueva Delhi, en una isla de tranquilidad rodeada de caos, y donde se alza una enorme bandera de la República de la India. Un lugar, donde nos despedimos de este país increíble (lo de "increíble" tanto para bien como para mal).
Aquí se acaban los dieciséis intensos días que hemos vivido recorriendo el país. Un país que hasta el final nos enseña sus contrastes, pues la línea de metro que va al aeropuerto es la más moderna que hayamos visto, pero que recorre la mayor miseria que también hemos visto. Un avión que despega de madrugada nos lleva de nuevo a la modernidad y al progreso; aterrizamos ya de día en la terminal cinco de Heathrow en Londres. Un autobús nos lleva hasta el aeropuerto de Gatwick, al sur de la metrópolis. Y finalmente un avión de Iberia nos devuelve a casa, a un limpio, moderno y fantástico país que sufre por peleas internas... ¿acaso este viaje nos ha cambiado la percepción de las cosas y a valorar lo que tenemos? Seguro.
14 oct 2017
Nueva Delhi: tras los pasos de Gandhi
No sé cómo lo hacemos pero los últimos días nos sentimos atrapados en las estaciones de tren. Cada unas cuantas horas tenemos nuestra dosis de andenes abarrotados, pasadizos elevados y la musiquita triunfal que anuncia la llegada o salida de un tren. Y la estación central de Delhi es mucha estación, pero esta vez sólo la cruzamos para coger un tuc-tuc en dirección a Jama Masjid, la mezquita más grande de toda la India... también con el timo más grande de toda la India, porque nos piden 300 rupias por entrar. Como ya no nos cortamos por nada, y viendo que sólo nos piden pagar a nosotros, le vacilo al portero diciéndole que soy musulmán, me responde que sólo es para indios y le digo que soy indio... pero parece que no cuela. Como ya tenemos sobrecarga visual de monumentos, decidimos prescindir de visitarla, no sin antes echarles una buena bronca augurándoles que con estas actitudes acabarán con el turismo en la India.
Quién sí que ha pasado por caja es un joven zaragozano con el que hablamos. Acaba de llegar y aún no se ha hecho con el país... y todo apunta a que el país se va a hacer con él porque nos cuenta que ha alquilado una moto para recorrer durante quince días los estados cercanos. ¡¡Madre mía!! ¡¡Los hay muy locos!! Nosotros le damos nuestras impresiones y algún que otro consejo, mientras caminamos al cercano y conocido fuerte Rojo. Cómo no, él está fresco y lo va a visitar, y nosotros, a estas alturas, con dar un paseo alrededor vamos servidos. De hecho, uno de los lugares más interesantes se ve desde fuera: el lugar desde el que Mahatma Gandhi proclamó la independencia de la India. En tiempos actuales se hablaría más bien la DUI... a la que el Reino Unido no le aplicó el 155.
Muy cerca del fuerte, comienza la zona bazaresca del Old Delhi. Buscando el mercado de las especias nos vemos sumergidos en una vorágine de vendedores, carretas y vacas, hasta el punto de que la masa de gente decide tu destino. Entre desagradables olores y un calor de justicia, decidimos huir del lugar y nos metemos en una estación de tren... ¡¡otra vez en una estación!! Como no conseguimos encontrar la taquilla decidimos ir de polizones y nos montamos en un tren sin billete, somos unos locos y preferimos pagar la multa de unos pocos euros. Es la única forma de volver a la estación central y coger el metro hasta nuestro siguiente destino.
La zona de Central Secretariat es el distrito administrativo de la ciudad, donde se encuentran las instituciones que rigen el país. Es una explanada inmensa salpicada por edificios neoclásicos construidos por los ingleses. Una vez más comprobamos que los pocos edificios "nuevos" arquitectónicamente interesantes son el legado de los ingleses. Es triste comprobar que la relativa joven nación india no se esfuerza por crear estructuras que dejen un nuevo legado a las generaciones futuras... lo cual indica que igual la colonización inglesa trajo un progreso que de alguna forma se cortó de golpe y no se retomó el testigo. En cualquier caso, esta zona está genial y hasta está sirviendo de escenario para rodar una película de Bollywood. Con todo el morro nos acercamos y nos ofrecemos como extras por un puñado de rupias... pero no cuela.
Si la India es el país más contaminado del mundo, Nueva Delhi tiene el rércord equivalente de ser la ciudad más contaminada. Cuesta respirar, tienes una sensación arenosa en la boca y cuesta ver en la distancia debido a la suciedad del aire. En el Rajpath, la avenida que une los edificios administrativos con la Puerta de India, ésta última se ve casi en blanco y negro por la densidad de la polución. Recorremos la larga distancia que lo separa, disfrutando de zonas ajardinadas tan infrecuentes en el país y bajo una especie de águilas que sobrevuelan la zona... e intentando quitarnos de encima a los tuc-tuc que se ofrecen a llevarnos. Estamos desarrollando nuevas habilidades y en esta ocasión decidimos bailar un aurresku cuando se acercan... y huyen despavoridos pensando que estamos mal de la cabeza.
La Puerta de la India es un arco enorme que inicialmente fue erigido para conmemorar a los caídos del ejército indio en la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, nosotros estamos ya que no podemos más... entre el calor y la fatiga por no respirar bien. Así que decidimos, una vez más coger otro tren en una estación cercana. ¡¡Esto es vicio!! A diferencia de la de esta mañana en la que no encontramos taquilla pero sí un tren, aquí nos ocurre lo contrario: compramos el billete pero durante una hora no conseguimos encontrar el tren "local" que buscamos y finalmente nos damos por vencidos. El billete de tren de esta mañana, ¡¡queda pagado!!
Tras negociar un tuc-tuc llegamos a otro emblemático lugar de Nueva Delhi: el Raj Ghat. Se trata del lugar donde en 1948 se incineró el cuerpo de Gandhi y es todo un remanso de paz. Ya no hace tanto calor y es agradable pasear entre la gente que ha venido a rendir honores al libertador indio. Es curioso pero la figura de Gandhi no está muy extendida por lo que hemos visto en nuestro recorrido; pensábamos que iba a estar hasta en el café, como Mandela en Sudáfrica o Atatürk en Turquía. Sin embargo, no hemos visto más que algunas discretas estatuas y este memorial en su recuerdo.
Está anocheciendo y terminamos el día en Connaught Place, un distrito comercial organizado en edificios dispuestos en círculos concéntricos que nos sorprende gratamente. Hay tiendas de ropa, restaurantes y mucha animación, algo que no habíamos visto en ninguna otra parte del país. También hay un certamen de gastronomía, bailes regionales y puestos de artesanos. Pero tras tanto folklore, acabamos dándonos un festín en un restaurante con aire americano donde está la gente adinerada de la ciudad. Y después a descansar... mañana es el gran final con una jornada que se alargará hasta llegar a casa. Pero antes, pasamos de nuevo ¡¡por la estación de tren!!
Quién sí que ha pasado por caja es un joven zaragozano con el que hablamos. Acaba de llegar y aún no se ha hecho con el país... y todo apunta a que el país se va a hacer con él porque nos cuenta que ha alquilado una moto para recorrer durante quince días los estados cercanos. ¡¡Madre mía!! ¡¡Los hay muy locos!! Nosotros le damos nuestras impresiones y algún que otro consejo, mientras caminamos al cercano y conocido fuerte Rojo. Cómo no, él está fresco y lo va a visitar, y nosotros, a estas alturas, con dar un paseo alrededor vamos servidos. De hecho, uno de los lugares más interesantes se ve desde fuera: el lugar desde el que Mahatma Gandhi proclamó la independencia de la India. En tiempos actuales se hablaría más bien la DUI... a la que el Reino Unido no le aplicó el 155.
Muy cerca del fuerte, comienza la zona bazaresca del Old Delhi. Buscando el mercado de las especias nos vemos sumergidos en una vorágine de vendedores, carretas y vacas, hasta el punto de que la masa de gente decide tu destino. Entre desagradables olores y un calor de justicia, decidimos huir del lugar y nos metemos en una estación de tren... ¡¡otra vez en una estación!! Como no conseguimos encontrar la taquilla decidimos ir de polizones y nos montamos en un tren sin billete, somos unos locos y preferimos pagar la multa de unos pocos euros. Es la única forma de volver a la estación central y coger el metro hasta nuestro siguiente destino.
La zona de Central Secretariat es el distrito administrativo de la ciudad, donde se encuentran las instituciones que rigen el país. Es una explanada inmensa salpicada por edificios neoclásicos construidos por los ingleses. Una vez más comprobamos que los pocos edificios "nuevos" arquitectónicamente interesantes son el legado de los ingleses. Es triste comprobar que la relativa joven nación india no se esfuerza por crear estructuras que dejen un nuevo legado a las generaciones futuras... lo cual indica que igual la colonización inglesa trajo un progreso que de alguna forma se cortó de golpe y no se retomó el testigo. En cualquier caso, esta zona está genial y hasta está sirviendo de escenario para rodar una película de Bollywood. Con todo el morro nos acercamos y nos ofrecemos como extras por un puñado de rupias... pero no cuela.
Si la India es el país más contaminado del mundo, Nueva Delhi tiene el rércord equivalente de ser la ciudad más contaminada. Cuesta respirar, tienes una sensación arenosa en la boca y cuesta ver en la distancia debido a la suciedad del aire. En el Rajpath, la avenida que une los edificios administrativos con la Puerta de India, ésta última se ve casi en blanco y negro por la densidad de la polución. Recorremos la larga distancia que lo separa, disfrutando de zonas ajardinadas tan infrecuentes en el país y bajo una especie de águilas que sobrevuelan la zona... e intentando quitarnos de encima a los tuc-tuc que se ofrecen a llevarnos. Estamos desarrollando nuevas habilidades y en esta ocasión decidimos bailar un aurresku cuando se acercan... y huyen despavoridos pensando que estamos mal de la cabeza.
La Puerta de la India es un arco enorme que inicialmente fue erigido para conmemorar a los caídos del ejército indio en la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, nosotros estamos ya que no podemos más... entre el calor y la fatiga por no respirar bien. Así que decidimos, una vez más coger otro tren en una estación cercana. ¡¡Esto es vicio!! A diferencia de la de esta mañana en la que no encontramos taquilla pero sí un tren, aquí nos ocurre lo contrario: compramos el billete pero durante una hora no conseguimos encontrar el tren "local" que buscamos y finalmente nos damos por vencidos. El billete de tren de esta mañana, ¡¡queda pagado!!
Tras negociar un tuc-tuc llegamos a otro emblemático lugar de Nueva Delhi: el Raj Ghat. Se trata del lugar donde en 1948 se incineró el cuerpo de Gandhi y es todo un remanso de paz. Ya no hace tanto calor y es agradable pasear entre la gente que ha venido a rendir honores al libertador indio. Es curioso pero la figura de Gandhi no está muy extendida por lo que hemos visto en nuestro recorrido; pensábamos que iba a estar hasta en el café, como Mandela en Sudáfrica o Atatürk en Turquía. Sin embargo, no hemos visto más que algunas discretas estatuas y este memorial en su recuerdo.
Está anocheciendo y terminamos el día en Connaught Place, un distrito comercial organizado en edificios dispuestos en círculos concéntricos que nos sorprende gratamente. Hay tiendas de ropa, restaurantes y mucha animación, algo que no habíamos visto en ninguna otra parte del país. También hay un certamen de gastronomía, bailes regionales y puestos de artesanos. Pero tras tanto folklore, acabamos dándonos un festín en un restaurante con aire americano donde está la gente adinerada de la ciudad. Y después a descansar... mañana es el gran final con una jornada que se alargará hasta llegar a casa. Pero antes, pasamos de nuevo ¡¡por la estación de tren!!
13 oct 2017
Un paseo por Fatehpur Sikri
En Italia deben de estar regalando estancias sólo para estar dentro de nuestro hotel con las galletas; si no, no me explico que durante el viaje apenas hayamos visto turistas italianos y que ayer hubiese una veneciana un poco alocada desayunando y hoy entren otros cuatro compatriotas de la Nazione.
Durante el día de hoy tenemos la intención de visitar Fatehpur Sikri, una población a unos 35 kilómetros de Agra. Ayer preguntamos a Dana a ver cómo podríamos ir, y nos aconsejó un coche privado por 1.500 rupias. Se ve que no saben con quién están tratando, porque nosotros sabemos que hay un autobús que por persona y trayecto sólo cuesta 40... Así que, como no nos la han dado con cilantro, nos intentan cobrar de más, con lo que tampoco picamos. ¡¡Pero qué pillines!!
Salimos del hotel rural y en la puerta nos cruzamos con dos vacas y otra de camino. Si fuera siete de julio podríamos improvisar un San Fermín. También hay unos cerdos sueltos y unas cabras, si fuera 24 de diciembre estaríamos en un belén viviente.
Estamos de racha y enseguida acordamos un precio con un tuc-tuc para llegar hasta la estación de autobuses de Idgah. El conductor, muy pillín él, nos pregunta a dónde vamos a ir desde allí, para hacernos el lío... a lo que le digo "it's a secret"... según Pablo le he dicho la verdad, pero con la información encriptada, ya que vamos a Fatehpur Sikri.
La estación viene a ser un aparcamiento cerrado mal organizado y con un hombre hablando por el altavoz. Se ve que no dice nada útil, porque a cada uno que le preguntamos nos indica un autobús diferente... ¡¡y resulta que es el único que terminará saliendo!! Somos los primeros en montarnos y elegimos en primera fila, para poder ver la maraña de cables, botellas colgando, falta de parachoques y hasta nos enseña el motor abriendo una trampilla... esto acojona hasta al Hombre de Negro. Como no sale hasta llenarlo, el conductor se pasea gritando el destino. Vemos despistados a dos coreanos mayores, un perroflauta, un canadiense y otro occidental, que sabemos que acabarán en nuestro autobús, algo que se termina confirmando.
En los autobuses, además del conductor, viaja el cobrador. En esta ocasión nos ha tocado un joven risitas y muy sobrado... que se lo hace encima cuando a mitad del camino paran el autobús dos inspectores. No sé muy bien si es que había performance incluida, pero tras diez minutos de discusión y risas, continuamos como si nada hubiera pasado.
Y por fin, llegamos a la antigua ciudad mogola de Fatehpur Sikri. Tras dejar las mochilas en el bar de la estación y comprar agua, el primer lugar al que nos dirigimos es la mezquita Jami Masjid. En su interior hay un mausoleo de mármol blanco, donde la gente ata cuerdas de lana en una celosía para que les dé suerte.
Un joven, que dice ser descendiente de los escultores que hicieron parte del templo, nos pide que le cambiemos monedas de euro que tiene bien por billetes de euro para cambiarlos en el banco, bien por rupias. Como no nos cuesta nada accedemos... aunque luego unos niños vienen a pedirnos monedas justo como las que acabamos de cambiar. Puede que estuvieran compinchados, pero si fuese así no consiguen su objetivo. Es curioso que los pocos niños que piden insisten sin parar seguramente porque se lo han indicado así; sin embargo, basta con hacer un pequeño juego o susto, para que recuperen las ganas de jugar propias de su edad.
Después de la mezquita, visitamos el complejo palaciego que construyó también el rey mogol Akbar, y que forma parte también de este lugar Patrimonio de la Humanidad. Hay muchas salas de audiencia y pabellones, de los cuales destaca el Panch Mahal desde donde las doncellas jugaban al juego que acabó denominándose "parchís". ¡¡Quién iba a pensar que se inventó aquí!!
En este viaje hablamos con el primero que pasa... y una conversación que nos deja todo locos es la de un inglés bastante educado que nos cuenta que huyendo del frío británico lleva viajando por la India la friolera de cuatro meses. ¡¡Cuatro meses!! Le digo que se va a tener que quedar a vivir aquí, a lo que me dice que se quiere retirar en España. Pues menos India y date prisa que el brexit es inminente.
Volvemos a Agra en otro autobús, esta vez con aire acondicionado que nos cuesta unos 0,25 euros más... estamos derrochones. Y como vamos sobrados de tiempo buscamos un sitio donde comer y cenar todo en uno, terminando finalmente en un bar que pretendiendo ser elegante roza lo gitanorro. Después, de nuevo a la estación, donde cogemos nuestro último tren: Nueva Delhi será nuestra última estación.
Nuestros dos últimos días transcurrirán en la capital india. El camino hasta el hotel nos da una primera impresión ligeramente mejor al resto de las ciudades. Incluso la calle del hotel, abarrotada de neones de los hoteles y con cierto aire a Bangkok u Hong Kong, parece que le da un aire más cosmopolita. Tenemos 48 horas para comprobarlo en esta nuestra última etapa.
Durante el día de hoy tenemos la intención de visitar Fatehpur Sikri, una población a unos 35 kilómetros de Agra. Ayer preguntamos a Dana a ver cómo podríamos ir, y nos aconsejó un coche privado por 1.500 rupias. Se ve que no saben con quién están tratando, porque nosotros sabemos que hay un autobús que por persona y trayecto sólo cuesta 40... Así que, como no nos la han dado con cilantro, nos intentan cobrar de más, con lo que tampoco picamos. ¡¡Pero qué pillines!!
Salimos del hotel rural y en la puerta nos cruzamos con dos vacas y otra de camino. Si fuera siete de julio podríamos improvisar un San Fermín. También hay unos cerdos sueltos y unas cabras, si fuera 24 de diciembre estaríamos en un belén viviente.
Estamos de racha y enseguida acordamos un precio con un tuc-tuc para llegar hasta la estación de autobuses de Idgah. El conductor, muy pillín él, nos pregunta a dónde vamos a ir desde allí, para hacernos el lío... a lo que le digo "it's a secret"... según Pablo le he dicho la verdad, pero con la información encriptada, ya que vamos a Fatehpur Sikri.
La estación viene a ser un aparcamiento cerrado mal organizado y con un hombre hablando por el altavoz. Se ve que no dice nada útil, porque a cada uno que le preguntamos nos indica un autobús diferente... ¡¡y resulta que es el único que terminará saliendo!! Somos los primeros en montarnos y elegimos en primera fila, para poder ver la maraña de cables, botellas colgando, falta de parachoques y hasta nos enseña el motor abriendo una trampilla... esto acojona hasta al Hombre de Negro. Como no sale hasta llenarlo, el conductor se pasea gritando el destino. Vemos despistados a dos coreanos mayores, un perroflauta, un canadiense y otro occidental, que sabemos que acabarán en nuestro autobús, algo que se termina confirmando.
En los autobuses, además del conductor, viaja el cobrador. En esta ocasión nos ha tocado un joven risitas y muy sobrado... que se lo hace encima cuando a mitad del camino paran el autobús dos inspectores. No sé muy bien si es que había performance incluida, pero tras diez minutos de discusión y risas, continuamos como si nada hubiera pasado.
Y por fin, llegamos a la antigua ciudad mogola de Fatehpur Sikri. Tras dejar las mochilas en el bar de la estación y comprar agua, el primer lugar al que nos dirigimos es la mezquita Jami Masjid. En su interior hay un mausoleo de mármol blanco, donde la gente ata cuerdas de lana en una celosía para que les dé suerte.
Un joven, que dice ser descendiente de los escultores que hicieron parte del templo, nos pide que le cambiemos monedas de euro que tiene bien por billetes de euro para cambiarlos en el banco, bien por rupias. Como no nos cuesta nada accedemos... aunque luego unos niños vienen a pedirnos monedas justo como las que acabamos de cambiar. Puede que estuvieran compinchados, pero si fuese así no consiguen su objetivo. Es curioso que los pocos niños que piden insisten sin parar seguramente porque se lo han indicado así; sin embargo, basta con hacer un pequeño juego o susto, para que recuperen las ganas de jugar propias de su edad.
Después de la mezquita, visitamos el complejo palaciego que construyó también el rey mogol Akbar, y que forma parte también de este lugar Patrimonio de la Humanidad. Hay muchas salas de audiencia y pabellones, de los cuales destaca el Panch Mahal desde donde las doncellas jugaban al juego que acabó denominándose "parchís". ¡¡Quién iba a pensar que se inventó aquí!!
En este viaje hablamos con el primero que pasa... y una conversación que nos deja todo locos es la de un inglés bastante educado que nos cuenta que huyendo del frío británico lleva viajando por la India la friolera de cuatro meses. ¡¡Cuatro meses!! Le digo que se va a tener que quedar a vivir aquí, a lo que me dice que se quiere retirar en España. Pues menos India y date prisa que el brexit es inminente.
Volvemos a Agra en otro autobús, esta vez con aire acondicionado que nos cuesta unos 0,25 euros más... estamos derrochones. Y como vamos sobrados de tiempo buscamos un sitio donde comer y cenar todo en uno, terminando finalmente en un bar que pretendiendo ser elegante roza lo gitanorro. Después, de nuevo a la estación, donde cogemos nuestro último tren: Nueva Delhi será nuestra última estación.
Nuestros dos últimos días transcurrirán en la capital india. El camino hasta el hotel nos da una primera impresión ligeramente mejor al resto de las ciudades. Incluso la calle del hotel, abarrotada de neones de los hoteles y con cierto aire a Bangkok u Hong Kong, parece que le da un aire más cosmopolita. Tenemos 48 horas para comprobarlo en esta nuestra última etapa.
12 oct 2017
Agra, antigua capital mogola
Son las cinco de la mañana... ¡¡las cinco!! Aún es noche cerrada y salimos de la especie de casa rural en la que nos hemos alojado. El camino es de tierra pero en dos minutos se accede al paseo que lleva al Taj Mahal. Vamos a acceder al mismo por la puerta este, que se encuentra a diez minutos caminando; sin embargo, vemos que todos los turistas van en dirección contraria. Tras preguntar a una pareja nos dicen que tenemos que ir a la puerta este del área donde tenemos que comprar las entradas y luego ir a la puerta este del recinto. Efectivamente, para qué iban a poner fácil el acceso al monumento más visitado del país. La entrada cuesta a los extranjeros 13 euros, equivalentes aquí a dos días de trabajo; con ella te dan una botella de agua y unos patucos, e incluye el desplazamiento en un carrito de golf hasta la verdadera puerta este; pero con ese precio bien podrían dar una botella de Moët Chandom, unos Manolo Blani y un paseo en Ferrari.
Pasados los oportunos controles, y ya con el alba, entramos al recinto y por fin lo vemos. Míralo, míralo, ... ahí está viendo pasar el tiempo... el gran Taj Mahal. Es un edificio grandioso, resplandeciente y muy elegante. Con la luz de los primeros rayos de sol, el color blanco y sus detalles ornamentales te hechizan. Lo mandó construir Shah Jahan en conmemoración de la muerte de su mujer predilecta, en concreto la decimocuarta que tuvo. Agra, la ciudad en la que se encuentra, fue capital de los reyes mogoles hasta que se trasladó a Delhi, y, claro, aquí es donde se encuentra todo el lujo de la época. Y claro, no les vayas a estropear la gallina de los huevos de oro, te mandan ponerte los patucos sobre las zapatillas, no sé si para no ensuciarlo o para quitar la capa de polvo debido a la polución del aire.
El Taj Mahal, a menudo suele ser mostrado como si no hubiera nada alrededor. Sin embargo, es una clara injusticia ya que se encuentra en un recinto fortificado con bonitas puertas y mezquitas de color rojizo. El complejo es sin duda uno de los lugares más bonitos que hemos visitado en el país, y no es de extrañar que sea aquí donde se puede ver un gran número de turistas tanto locales como foráneos.
En total pasamos unas dos horas y media viéndolo, o mejor dicho observándolo. En el interior hay una tumba en un espacio enorme y bastante austero. Muchas son las leyendas que se han escrito sobre el edificio, como que se mandó matar al arquitecto para que no construyera otro igual, algo que no ha sido demostrado. Algo que nos ha llamado la atención es que se trata de un lugar sagrado para los musulmanes; de hecho, tuvimos que replantear nuestra ruta cuando vimos que los viernes estaba cerrado. Parece ser que se ha creado cierta polémica en torno a este monumento debido a las diferencias entre musulmanes e hindúes: días atrás oímos en las noticias que el departamento de turismo del estado de Uttar Pradesh lo había "olvidado" incluir en sus informaciones turísticas. ¡¡Pero si es lo más bonito que tienen!! Nosotros, polémicas aparte, nos quedamos contemplándolo y preguntándonos si alguna vez volveremos a verlo.
Tras volver a desayunar al hotel, retomamos fuerzas para seguir viendo la ciudad. Visitamos el fuerte de Agra, de 1573, uno más que añadir a la lista de fuertes visitados en este viaje. Lo característico de este fuerte de que es de color rojizo. La verdad es que todos han sido muy bonitos, pero de tantos que hemos visitado ya no recordamos cuál es cuál. ¡¡Qué fuerte!!
Dado que muchos turistas vienen a la ciudad por el influjo del Taj Mahal, teníamos esperanzas de que la estructura de la ciudad fuera diferente a lo que llevábamos visto. Sin embargo, la ciudad es prácticamente como las demás: caos, ruido y suciedad. Aún así, nos aventuramos a descubrir los lugares de interés que marca la guía, como por ejemplo la mezquita Jama Masjid, donde nos reprenden por entrar hasta el higo en pantalones cortos. Muy cerca, intentamos ver el St. John's College, pero abortamos la operación porque ver tal nivel de miseria no nos compensa.
A donde sí que vamos es la tumba de Itimad-ud-Daulah, un mausoleo conocido como "El Pequeño Taj Mahal". En la entrada no cogen tarjeta, no nos quieren dar cambio tras sacar en un cajero cercano y nos cobran una tasa turística que ya habíamos pagado... Pablo fibrila con el taquillero y el de seguridad se acerca y asiente sonriendo a todos los improperios que les soltamos. Aunque nos lo tomamos todo con mucha filosofía y les abroncamos entre risas, es cierto que no tienen perdón: cobran unos precios exageradamente altos a los turistas cuando resulta que en las taquillas no saben ni atender adecuadamente. Igual ya a estas alturas son víctimas del dinero fácil, porque tampoco hay tantos turistas en todo el pais como cabía esperar.
Hace mucho calor y a lo largo del día ha habido muchos momentos de querer comportarse como un indio: si estás cansado te tumbas ahí mismo y a dormir. Y es que, no es para menos porque el madrugón que nos hemos pegado está constantemente intentando pasar factura. Así que, nos damos "la tarde-noche libre" y nos relajamos en el hotel de Dana, en su jardín y terraza, bajo la brisa de los ventiladores.
Pasados los oportunos controles, y ya con el alba, entramos al recinto y por fin lo vemos. Míralo, míralo, ... ahí está viendo pasar el tiempo... el gran Taj Mahal. Es un edificio grandioso, resplandeciente y muy elegante. Con la luz de los primeros rayos de sol, el color blanco y sus detalles ornamentales te hechizan. Lo mandó construir Shah Jahan en conmemoración de la muerte de su mujer predilecta, en concreto la decimocuarta que tuvo. Agra, la ciudad en la que se encuentra, fue capital de los reyes mogoles hasta que se trasladó a Delhi, y, claro, aquí es donde se encuentra todo el lujo de la época. Y claro, no les vayas a estropear la gallina de los huevos de oro, te mandan ponerte los patucos sobre las zapatillas, no sé si para no ensuciarlo o para quitar la capa de polvo debido a la polución del aire.
El Taj Mahal, a menudo suele ser mostrado como si no hubiera nada alrededor. Sin embargo, es una clara injusticia ya que se encuentra en un recinto fortificado con bonitas puertas y mezquitas de color rojizo. El complejo es sin duda uno de los lugares más bonitos que hemos visitado en el país, y no es de extrañar que sea aquí donde se puede ver un gran número de turistas tanto locales como foráneos.
En total pasamos unas dos horas y media viéndolo, o mejor dicho observándolo. En el interior hay una tumba en un espacio enorme y bastante austero. Muchas son las leyendas que se han escrito sobre el edificio, como que se mandó matar al arquitecto para que no construyera otro igual, algo que no ha sido demostrado. Algo que nos ha llamado la atención es que se trata de un lugar sagrado para los musulmanes; de hecho, tuvimos que replantear nuestra ruta cuando vimos que los viernes estaba cerrado. Parece ser que se ha creado cierta polémica en torno a este monumento debido a las diferencias entre musulmanes e hindúes: días atrás oímos en las noticias que el departamento de turismo del estado de Uttar Pradesh lo había "olvidado" incluir en sus informaciones turísticas. ¡¡Pero si es lo más bonito que tienen!! Nosotros, polémicas aparte, nos quedamos contemplándolo y preguntándonos si alguna vez volveremos a verlo.
Tras volver a desayunar al hotel, retomamos fuerzas para seguir viendo la ciudad. Visitamos el fuerte de Agra, de 1573, uno más que añadir a la lista de fuertes visitados en este viaje. Lo característico de este fuerte de que es de color rojizo. La verdad es que todos han sido muy bonitos, pero de tantos que hemos visitado ya no recordamos cuál es cuál. ¡¡Qué fuerte!!
Dado que muchos turistas vienen a la ciudad por el influjo del Taj Mahal, teníamos esperanzas de que la estructura de la ciudad fuera diferente a lo que llevábamos visto. Sin embargo, la ciudad es prácticamente como las demás: caos, ruido y suciedad. Aún así, nos aventuramos a descubrir los lugares de interés que marca la guía, como por ejemplo la mezquita Jama Masjid, donde nos reprenden por entrar hasta el higo en pantalones cortos. Muy cerca, intentamos ver el St. John's College, pero abortamos la operación porque ver tal nivel de miseria no nos compensa.
A donde sí que vamos es la tumba de Itimad-ud-Daulah, un mausoleo conocido como "El Pequeño Taj Mahal". En la entrada no cogen tarjeta, no nos quieren dar cambio tras sacar en un cajero cercano y nos cobran una tasa turística que ya habíamos pagado... Pablo fibrila con el taquillero y el de seguridad se acerca y asiente sonriendo a todos los improperios que les soltamos. Aunque nos lo tomamos todo con mucha filosofía y les abroncamos entre risas, es cierto que no tienen perdón: cobran unos precios exageradamente altos a los turistas cuando resulta que en las taquillas no saben ni atender adecuadamente. Igual ya a estas alturas son víctimas del dinero fácil, porque tampoco hay tantos turistas en todo el pais como cabía esperar.
Hace mucho calor y a lo largo del día ha habido muchos momentos de querer comportarse como un indio: si estás cansado te tumbas ahí mismo y a dormir. Y es que, no es para menos porque el madrugón que nos hemos pegado está constantemente intentando pasar factura. Así que, nos damos "la tarde-noche libre" y nos relajamos en el hotel de Dana, en su jardín y terraza, bajo la brisa de los ventiladores.
11 oct 2017
Gwalior, la ciudad en la colina
Tras ver las noticias anoche y sin saber en qué estado queda nuestro estado, sólo podemos decir que nosotros estamos en el estado de Madhya Pradesh o "provincia central" de la India. Tiene 72 millones de habitantes y una forma irregular, por la que vamos entrando y saliendo en los últimos días.
Hoy le dedicaremos todo el día a la ciudad de Gwalior. A menudo, cuando hablamos con curiosos o turistas y les decimos nuestro recorrido, se quedan sorprendidos de lo que nos está cundiendo. Esto se debe a la gran preparación previa y al hecho de que en general las ciudades tienen para visitar sólo un número concreto de monumentos y el resto suele carecer de interés. De hecho, en muchas ciudades no sabríamos decir dónde se encuentra el centro de la ciudad, algo que en Europa podría parecer impensable.
El primer lugar que visitamos es el fuerte. Como los anteriores fuertes que hemos visitado, se alza majestuoso en una colina desde la cual se divisa toda la ciudad. En realidad, es más que un fuerte, es una ciudad amurallada. Subimos desde la base hasta la puerta superior, sudando y echando de menos a un bamby con la trompa pintada que nos balancee suavemente para no acabar sofocados. Pero las cosas son como son, y encima, cuando llegamos, nos empiezan a abordar jóvenes para hacerse selfies con nosotros.
En una de las partes del fuerte hay unas ruinas que se pagan aparte. En una rústica taquilla, el hombre escupe por la ventanilla y luego se nos queda mirando. El funcionario de turno parece no entender ni inglis ni flirstein, así que esas rupias que se quedan en nuestro bolsillo. Por donde sí que pasamos por caja es para comprar la entrada al palacio. Es curioso pero aquí compras la entrada, luego otro lee el código bidi con el móvil y otro te la sella y corta. Menos mal que no estamos convalidando una carrera, porque no habría tinta suficiente para tanta firma.
El fuerte y palacio de Gwalior son realmente bonitos. En su exterior aún quedan restos de lapislázuli y cerámicas con formas geométricas y de patos, pájaros y elefantes. En su interior, hay dos bonitos patios con la arquitectura típica de los rajás; y en una zona subterránea hay una zona de baños en la que descubrimos que hay muchos murciélagos durmiendo, cuyos peculiares chirridos les delatan.
Recorriendo el fuerte visitamos también dos templos jainistas, de esos labrados con muchas esculturas que tanto nos gustan. Sin embargo, un lugar que nos llena de alegría inesperadamente en el camino es un templo sij. Al acercarnos vemos a varias personas con turbante, que nos sonríen y nos hacen recordar el magnífico día que pasamos en Amritsar. El templo que visitamos, aunque más modesto, está también realizado con mármol, donde disfrutamos de la tranquilidad que nos evoca el sijismo. Esta religión curiosamente nació a raíz de los enfrentamientos entre hindúes y musulmanes, y aunque no la conocíamos hasta venir aquí, es la novena religión más practicada del mundo.
Ya en el descenso del fuerte, visitamos unas esculturas de tirthankaras esculpidas en la roca. Son más numerosas y de mucho mayor tamaño que lo que pensábamos. Estas especie de deidades alcanzaron el nirvana y por eso se muestran con un rostro relajado y lleno de paz. Muy cerca nos ocurre algo inesperado: un hombre mayor nos para y nos empieza a hablar de su hobbie preferido, coleccionar palabras y dedicatorias de extranjeros... ¡¡que todo sea eso!!
El resto del día lo pasamos vagueando un poco por la ciudad. Primero curioseamos en un centro comercial ideal para los seguidores de los Gipsy King; después nos acercamos hasta el Vila Palace, donde practico francés con unos turistas; y también nos metemos en un hotel de lujo a curiosear e ir al baño, eso sí tras pasar varios controles de seguridad. Seguimos sorprendidos con la mezcolanza de clases: en pocos metros un palacio, un hotel de lujo y casas por las que andan perros amenazantes de los que Pablo huye despavorido.
En Gwalior podríamos contar con los dedos de las manos los turistas que hemos visto. Estamos a 120 kilómetros de la imprescindible Agra, y pensábamos que por aquí pararían muchos grupos organizados. Sin embargo, parece que hay muchas ciudades cercanas con atractivos similares... así que más exclusivo para nosotros,
Una vez ha anochecido, volvemos a la estación de tren para viajar hasta Agra. Hemos viajado ya en primera y en segunda clase con aire acondicionado, y hoy estrenamos la categoría executive. No sabemos muy bien cómo va a ser, pero al encontrar nuestros sitios, vemos que son de butaca, como los trenes regionales antiguos pero con asientos más mullidos y polvorientos. Tras entregarnos unas botellas de agua de litro a cada uno, tenemos la grata sorpresa de que se incluye cena... grata hasta que nos sirven una sopa blanquecina con tropezones que rechazamos. Tras momentos de nerviosismo, pasan con bandejas estilo avión que llevan cuatro platitos calientes. La argamasa de maíz y lentejas me prepara el esófago para sufrir con el pollo al curry quemaduras de tercer grado; y entendemos entonces que nos dieran unas botellas de agua tan grandes.
Ya en Agra, un tuc-tuc nos lleva hasta nuestro alojamiento cerca del Taj Mahal, un hotel con encanto y estilo entre árabe e hindú. Tras pasar el control visual de mustafá vestido de blanco tumbado en la puerta, por fin sabemos qué fue de Dana Internacional: regenta un hotel en la ciudad. O eso, o la ganadora israelí de Eurovisión tiene una hermana gemela y no lo sabe.
Son las once de la noche y mañana tenemos que madrugar. Además, hay que contar siempre con cinco minutos extra hasta probar los treinta interruptores hasta conseguir apagar aire, ventilador, enchufes, aire acondicionado y luces. En todos los alojamientos siempre hay muchos interruptores... seguro que con alguno hemos apagado la luz de otra habitación o hemos provocado uno de los habituales apagones que suele haber. Tras conseguir la combinación ganadora, caemos rendidos e ilusionados porque mañana veremos, tras el Coliseo de Roma y Petra, nuestra tercera maravilla del mundo moderno: el Taj Mahal.
Hoy le dedicaremos todo el día a la ciudad de Gwalior. A menudo, cuando hablamos con curiosos o turistas y les decimos nuestro recorrido, se quedan sorprendidos de lo que nos está cundiendo. Esto se debe a la gran preparación previa y al hecho de que en general las ciudades tienen para visitar sólo un número concreto de monumentos y el resto suele carecer de interés. De hecho, en muchas ciudades no sabríamos decir dónde se encuentra el centro de la ciudad, algo que en Europa podría parecer impensable.
El primer lugar que visitamos es el fuerte. Como los anteriores fuertes que hemos visitado, se alza majestuoso en una colina desde la cual se divisa toda la ciudad. En realidad, es más que un fuerte, es una ciudad amurallada. Subimos desde la base hasta la puerta superior, sudando y echando de menos a un bamby con la trompa pintada que nos balancee suavemente para no acabar sofocados. Pero las cosas son como son, y encima, cuando llegamos, nos empiezan a abordar jóvenes para hacerse selfies con nosotros.
En una de las partes del fuerte hay unas ruinas que se pagan aparte. En una rústica taquilla, el hombre escupe por la ventanilla y luego se nos queda mirando. El funcionario de turno parece no entender ni inglis ni flirstein, así que esas rupias que se quedan en nuestro bolsillo. Por donde sí que pasamos por caja es para comprar la entrada al palacio. Es curioso pero aquí compras la entrada, luego otro lee el código bidi con el móvil y otro te la sella y corta. Menos mal que no estamos convalidando una carrera, porque no habría tinta suficiente para tanta firma.
El fuerte y palacio de Gwalior son realmente bonitos. En su exterior aún quedan restos de lapislázuli y cerámicas con formas geométricas y de patos, pájaros y elefantes. En su interior, hay dos bonitos patios con la arquitectura típica de los rajás; y en una zona subterránea hay una zona de baños en la que descubrimos que hay muchos murciélagos durmiendo, cuyos peculiares chirridos les delatan.
Recorriendo el fuerte visitamos también dos templos jainistas, de esos labrados con muchas esculturas que tanto nos gustan. Sin embargo, un lugar que nos llena de alegría inesperadamente en el camino es un templo sij. Al acercarnos vemos a varias personas con turbante, que nos sonríen y nos hacen recordar el magnífico día que pasamos en Amritsar. El templo que visitamos, aunque más modesto, está también realizado con mármol, donde disfrutamos de la tranquilidad que nos evoca el sijismo. Esta religión curiosamente nació a raíz de los enfrentamientos entre hindúes y musulmanes, y aunque no la conocíamos hasta venir aquí, es la novena religión más practicada del mundo.
Ya en el descenso del fuerte, visitamos unas esculturas de tirthankaras esculpidas en la roca. Son más numerosas y de mucho mayor tamaño que lo que pensábamos. Estas especie de deidades alcanzaron el nirvana y por eso se muestran con un rostro relajado y lleno de paz. Muy cerca nos ocurre algo inesperado: un hombre mayor nos para y nos empieza a hablar de su hobbie preferido, coleccionar palabras y dedicatorias de extranjeros... ¡¡que todo sea eso!!
El resto del día lo pasamos vagueando un poco por la ciudad. Primero curioseamos en un centro comercial ideal para los seguidores de los Gipsy King; después nos acercamos hasta el Vila Palace, donde practico francés con unos turistas; y también nos metemos en un hotel de lujo a curiosear e ir al baño, eso sí tras pasar varios controles de seguridad. Seguimos sorprendidos con la mezcolanza de clases: en pocos metros un palacio, un hotel de lujo y casas por las que andan perros amenazantes de los que Pablo huye despavorido.
En Gwalior podríamos contar con los dedos de las manos los turistas que hemos visto. Estamos a 120 kilómetros de la imprescindible Agra, y pensábamos que por aquí pararían muchos grupos organizados. Sin embargo, parece que hay muchas ciudades cercanas con atractivos similares... así que más exclusivo para nosotros,
Una vez ha anochecido, volvemos a la estación de tren para viajar hasta Agra. Hemos viajado ya en primera y en segunda clase con aire acondicionado, y hoy estrenamos la categoría executive. No sabemos muy bien cómo va a ser, pero al encontrar nuestros sitios, vemos que son de butaca, como los trenes regionales antiguos pero con asientos más mullidos y polvorientos. Tras entregarnos unas botellas de agua de litro a cada uno, tenemos la grata sorpresa de que se incluye cena... grata hasta que nos sirven una sopa blanquecina con tropezones que rechazamos. Tras momentos de nerviosismo, pasan con bandejas estilo avión que llevan cuatro platitos calientes. La argamasa de maíz y lentejas me prepara el esófago para sufrir con el pollo al curry quemaduras de tercer grado; y entendemos entonces que nos dieran unas botellas de agua tan grandes.
Ya en Agra, un tuc-tuc nos lleva hasta nuestro alojamiento cerca del Taj Mahal, un hotel con encanto y estilo entre árabe e hindú. Tras pasar el control visual de mustafá vestido de blanco tumbado en la puerta, por fin sabemos qué fue de Dana Internacional: regenta un hotel en la ciudad. O eso, o la ganadora israelí de Eurovisión tiene una hermana gemela y no lo sabe.
Son las once de la noche y mañana tenemos que madrugar. Además, hay que contar siempre con cinco minutos extra hasta probar los treinta interruptores hasta conseguir apagar aire, ventilador, enchufes, aire acondicionado y luces. En todos los alojamientos siempre hay muchos interruptores... seguro que con alguno hemos apagado la luz de otra habitación o hemos provocado uno de los habituales apagones que suele haber. Tras conseguir la combinación ganadora, caemos rendidos e ilusionados porque mañana veremos, tras el Coliseo de Roma y Petra, nuestra tercera maravilla del mundo moderno: el Taj Mahal.
10 oct 2017
Los cenotafios de Orchha
Hoy nos levantamos especialmente agotados. Llevamos ya mucho cansancio acumulado, y como hace mucho calor por la noche y la habitación no es muy confortable que se diga, no descansamos del todo bien. El salir a la calle y descubrir que Jhansi es igual de ruidosa y sucia que las demás ciudades, tampoco ayuda.
Hoy el día va a ser tranquilo, ya que tenemos planeado pasarlo íntegramente en Orchha, a unos 10 kilómetros. En seguida conseguimos un tuc-tuc por un buen precio y tras salir de la caótica ciudad, llegamos a la población de Orchha. Paseando por la calle, cómo no, hay vacas y más vacas.
Esta pequeña población no hace mucho tiempo tuvo un pasado esplendoroso. Como en la mayoría de lugares que hemos visitado, los edificios históricos se mezclan entre viviendas de una o dos alturas que dudamos hayan pasado la inspección técnica municipal. También hemos llegado a la conclusión de que a los hindúes sólo les importa el presente: al igual que con la basura que la tiran en cuanto no sirve, los edificios históricos los mantienen siempre y cuando den dinero. De hecho, los mantienen lo justito, porque no se aprecian indicios de restauración por ningún lado.
Y cuando digo restauración también me refiero a la de comer... porque vagamos por la ciudad en busca de un lugar donde desayunar y dejar la mochila y tardamos más de una hora en encontrar uno que nos guste. Eso sí, conseguimos encontrar "el sitio", que al igual que ayer en Khajuraho, nos servirá para desayunar, dejar las maletas y hasta cenar.
Comenzamos visitando el palacio de los rajás de Orchha. Es otro de esos castillos que invitan a recorrer sus salas, pero que en la mayoría de los casos están completamente vacías.
Después, visitamos los chhatris o cenotafios, que son los que hacen famoso al pueblo. Los cenotafios son unos monumentos funerarios pero que no albergan los restos de la persona a la que conmemoran. Su disposición frente al río Betwa, es el emblema de la ciudad.
Una cosa que nos llama la atención es que, aunque el país "vende" la espiritualidad en forma de religiones comprometidas con los demás, y técnicas de búsqueda de uno mismo como la meditación y el yoga, resulta que luego no tiene ningún respeto por la naturaleza. Camino a los cenotafios, un adolescente arrastra una bolsa llena de cachivaches y sin pensárselo dos veces empieza a lanzar el contenido al río. Consternados, le empezamos a llamar la atención pero el tío como si nada... ¡¡pero si luego se va a bañar en el mismo río y se va a beber el agua!! En cierto sentido, todo esto es consecuencias de no tener una buena educación escolar... qué diferente lo tendrían todo si alguien les hubiese explicado lo importante que es mantener el planeta limpio.
Otra de las peculiaridades que visitamos son las torres Babgir Sawan Bhadon. Son dos torres en las que entra el aire por la parte superior y enfría el agua que transcurre por la parte inferior. Son de origen persa y quedan muy pocas en pie.
Tras visitar relajadamente todos los monumentos de la ciudad, comemos en la terraza del restaurante donde hemos dejado las maletas. Nos entretenemos simplemente viendo la calle. Resulta sorprendente la naturalidad con la que las vacas se pasean y como el tráfico las sortea. También revisamos la obra de la arquitecta: una mujer que trabaja en la renovación de un hotel que parece el negocio familiar mientras el hombre descansa en una silla. También vemos el pasatiempo oficial del país: barrer y levantar polvo; y cuando digo "barrer" no incluyo el recoger... se pasan todo el día cambiando la suciedad de sitio con una especie de escobas hechas de paja. Y por supuesto, gente de todo tipo, desde los que nos buscan el saludo, hasta hombres que parece que regresan de hacer pócimas.
El día en Orchha ha sido muy relajado... casi demasiado. Pero nos ha venido muy bien bajar el ritmo y no estar a la carrera. Finalizamos el día cogiendo el tren hasta Gwalior. Al llegar, un tuc-tuc nos escolta hasta el hotel que está a 300 metros de la estación, y no conseguimos quitárnoslo de encima hasta que llegamos. En cuanto al hotel, nos habían escrito diciendo que nos cambiaban a uno mejor... y nada mejor para finalizar el día que con un hotel confortable donde descansar plácidamente.
Hoy el día va a ser tranquilo, ya que tenemos planeado pasarlo íntegramente en Orchha, a unos 10 kilómetros. En seguida conseguimos un tuc-tuc por un buen precio y tras salir de la caótica ciudad, llegamos a la población de Orchha. Paseando por la calle, cómo no, hay vacas y más vacas.
Esta pequeña población no hace mucho tiempo tuvo un pasado esplendoroso. Como en la mayoría de lugares que hemos visitado, los edificios históricos se mezclan entre viviendas de una o dos alturas que dudamos hayan pasado la inspección técnica municipal. También hemos llegado a la conclusión de que a los hindúes sólo les importa el presente: al igual que con la basura que la tiran en cuanto no sirve, los edificios históricos los mantienen siempre y cuando den dinero. De hecho, los mantienen lo justito, porque no se aprecian indicios de restauración por ningún lado.
Y cuando digo restauración también me refiero a la de comer... porque vagamos por la ciudad en busca de un lugar donde desayunar y dejar la mochila y tardamos más de una hora en encontrar uno que nos guste. Eso sí, conseguimos encontrar "el sitio", que al igual que ayer en Khajuraho, nos servirá para desayunar, dejar las maletas y hasta cenar.
Comenzamos visitando el palacio de los rajás de Orchha. Es otro de esos castillos que invitan a recorrer sus salas, pero que en la mayoría de los casos están completamente vacías.
Después, visitamos los chhatris o cenotafios, que son los que hacen famoso al pueblo. Los cenotafios son unos monumentos funerarios pero que no albergan los restos de la persona a la que conmemoran. Su disposición frente al río Betwa, es el emblema de la ciudad.
Una cosa que nos llama la atención es que, aunque el país "vende" la espiritualidad en forma de religiones comprometidas con los demás, y técnicas de búsqueda de uno mismo como la meditación y el yoga, resulta que luego no tiene ningún respeto por la naturaleza. Camino a los cenotafios, un adolescente arrastra una bolsa llena de cachivaches y sin pensárselo dos veces empieza a lanzar el contenido al río. Consternados, le empezamos a llamar la atención pero el tío como si nada... ¡¡pero si luego se va a bañar en el mismo río y se va a beber el agua!! En cierto sentido, todo esto es consecuencias de no tener una buena educación escolar... qué diferente lo tendrían todo si alguien les hubiese explicado lo importante que es mantener el planeta limpio.
Otra de las peculiaridades que visitamos son las torres Babgir Sawan Bhadon. Son dos torres en las que entra el aire por la parte superior y enfría el agua que transcurre por la parte inferior. Son de origen persa y quedan muy pocas en pie.
Tras visitar relajadamente todos los monumentos de la ciudad, comemos en la terraza del restaurante donde hemos dejado las maletas. Nos entretenemos simplemente viendo la calle. Resulta sorprendente la naturalidad con la que las vacas se pasean y como el tráfico las sortea. También revisamos la obra de la arquitecta: una mujer que trabaja en la renovación de un hotel que parece el negocio familiar mientras el hombre descansa en una silla. También vemos el pasatiempo oficial del país: barrer y levantar polvo; y cuando digo "barrer" no incluyo el recoger... se pasan todo el día cambiando la suciedad de sitio con una especie de escobas hechas de paja. Y por supuesto, gente de todo tipo, desde los que nos buscan el saludo, hasta hombres que parece que regresan de hacer pócimas.
El día en Orchha ha sido muy relajado... casi demasiado. Pero nos ha venido muy bien bajar el ritmo y no estar a la carrera. Finalizamos el día cogiendo el tren hasta Gwalior. Al llegar, un tuc-tuc nos escolta hasta el hotel que está a 300 metros de la estación, y no conseguimos quitárnoslo de encima hasta que llegamos. En cuanto al hotel, nos habían escrito diciendo que nos cambiaban a uno mejor... y nada mejor para finalizar el día que con un hotel confortable donde descansar plácidamente.
9 oct 2017
Khajuraho: erotismo milenario
Viajar en un camarote privado para dos es reconfortante, ya que tienes la libertad de ponerte el pijama y de tender la ropa para que se seque después de los mil metros obstáculos que hicimos en la estación. Además, resulta muy tranquilo, especialmente porque para en cada estación una media hora. Ahora entendemos por qué para recorrer menos de 350 kilómetros se necesitan ocho horas. Si hubiésemos enlazado tuc-tucs, hubiésemos llegado antes. En torno a las cuatro de la madrugada el revisor nos golpea en la puerta, avisándonos de que hemos llegado a Mahoba, donde tenemos que cambiar de tren.
Según lo planeado teníamos que esperar dos horas en la estación, pero como llegamos con retraso, sólo será necesario una hora. Como si de Medina de Pomar se tratara, decidimos ir a ver si encontramos algún sitio donde comer algo, pues no hemos cenado. Contra todo pronóstico, en las afueras de la estación hay un montón de puestos con frituras, dulces, snacks y bebidas, donde se entremezclan en la oscuridad transeúntes, vacas y perros. Como si de un capítulo de The Walking Dead se tratase, nos volvemos despavoridos a la estación. En poco tiempo llega el segundo tren donde nos dormimos en sendas literas durante poco más de una hora.
Hemos llegado a Khajuraho, un pequeño pueblo en el que pasaremos el día. En la estación, se nos acumulan hombres que nos ofrecen alojamiento y transporte. Pablo les hace aspavientos y se quedan aturullados, y aún así vuelven a insistir cuando resetean. Hay un joven que nos cae en gracia y con el que finalmente negociamos un precio para que nos lleve hasta el centro a unos ocho kilómetros. En el camino, observamos que todo está muy limpio, hay poco tráfico y es todo muy verde. También pasamos al lado de la moderna terminal del aeropuerto, que tiene sólo dos vuelos al día; ¿lo llamarán el aeropuerto internacional Don Quijote II?
El joven, que como todo el mundo aquí busca hacer negocio, nos dice que trabaja también en un hotel, y que la dueña es de Pamplona. Nos enseña los precios del restaurante y como parece que no hay gato encerrado, decidimos probar suerte y desayunar; sobre todo cuando nos asegura que consumiendo podemos dejar las mochilas mientras visitamos el pueblo. Todo un acierto: un delicioso desayuno en la azotea del hotel con vistas a los verdes alrededores.
Caminamos hasta el centro y vemos un edificio que nos parece interesante. No sabemos qué es exactamente, pero al de pocos minutos sale un hombre y nos lo aclara: es la escuela. Nos pregunta si queremos verla y nos acompaña por las modestas aulas de los diferentes cursos. Al entrar todos nos saludan y hablamos con ellos, aunque la mayoría no tienen buen nivel de inglés y se limitan a sonreír y a decir "halo". En una de las clases, al decir de donde somos un niño dice "hola, qué tal estás", y empezamos a aplaudirle y a decirle a la profesora que le tiene que poner una buena nota. Algo que nos choca es que, para ser el idioma oficial del país, no tienen buen nivel de inglés. Ha sido muy bonito ver a los niños en clase, siempre sonriendo a pesar de los pocos recursos que tienen.
Sin embargo, el motivo por el que los turistas vienen a Khajuraho es mucho más lascivo. Aquí se encuentran lo que la gente llama "los templos del kamasutra". Se trata de una serie de 25 templos de los 85 originales, esparcidos en cuatro grupos por todo el pueblo. El conjunto más importante son los que se denominan los templos del oeste, que es por donde empezamos nuestra visita por este lugar Patrimonio de la Humanidad.
Estos templos datan del año 900 y pertenecen a la religión jainista. Están dedicados a diferentes dioses, entre los que destaca el dios Vishnu, y se caracterizan por estar cubiertos por esculturas y motivos geométricos tanto por dentro como por fuera. Sin embargo, la gente no viene buscando a Lord Gadesha, sino a las figuras a las que los guías se refieren como "ñoki-ñoki". Antes de venir, pensábamos que los templos estaban repletos de ellas; sin embargo, una vez aquí leemos que todos menos un templo tienen esculturas eróticas, pero que cada templo tiene sólo unas pocas. Las escenas representadas son de dos rombos: relaciones sexuales entre dos o más personas, e incluso con animales.
En general, los sitios turísticos del país no están muy bien cuidados: lo habitual es tener contratado un montón de gente que no hace absolutamente nada. Sin embargo, Khajuraho está muy bien cuidado, limpio y con zonas verdes. Además, la gente está deseando entablar conversación y hablamos con una mística que nos habla de los dioses hindúes, y luego con un surcoreano muy majo con el que compartimos impresiones durante un largo rato.
Lo que nos sorprende en este pueblo es que mucha gente sabe un buen número de palabras y frases en castellano. Por lo que nos han ido diciendo, parece ser que los españoles son los que más visitan el país, y por eso tienden a aprender para hacer de guía o venderte sus productos.
En todos los lugares de interés siempre hay gente que se ofrece a hacerte de guía. Incluso muchos intentan pillarte desprevenido contándote cosas del lugar como sin querer buscarlo, para que luego les tengas que gratificar la explicación. Pero también hay otra gente a la que simplemente le apetece estar a tu lado, observando lo diferente que eres, o simplemente quieren hablar con nosotros para practicar su inglés. En los templos del este hablamos primero con unos adolescentes a los que les doy unas clases de inglés; después, otro joven que quiere estudiar para ser policía nos cuenta que hoy no va a clase porque se ha hecho un esguince en la muñeca por ir rápido con la bici... Y acabamos reprendiéndole porque eso no es excusa y que aún con la mano rota puede ir de oyente. Si una cosa estamos aprendiendo es que, aunque parece que puedan ser peleones al principio, como tomes el control de la situación, acaban siendo sumisos ¡¡pero siempre con una sonrisa!!
Khajuraho nos ha encantado. Es un lugar muy interesante y espectacular por las miles y miles de figuras de sus templos. Pero llega un momento que ya está visto... y como falta mucho para volver a coger el tren, volvemos al hotel donde dejamos la mochila para hacer una comida-merienda.
Toca volver a la estación de tren y nos surge un imprevisto: como está anocheciendo, los tuc-tuc nos piden un precio desorbitado porque dicen que luego tienen que volverse vacíos. Como no estamos dispuestos a que nos engañen más de lo que por ser turistas aceptamos, decidimos ir andando por el arcén. Pasa el tiempo y vemos que andando los cinco kilómetros que nos quedan no llegaríamos a tiempo. Así que, cuando pasa el primer autobús, sin saber seguro que vaya a la estación, Pablo lo manda parar. Tras confirmar que va en la dirección deseada, nos subimos como podemos ya que va completamente lleno. De hecho, yo llevo casi medio cuerpo fuera y me agarro todo lo más fuerte que puedo no vaya a salir disparado.
Una vez más, este viaje está siendo como Pekín Exprés, y hemos superado la meta de llegar sanos y salvos, y a la hora, a la estación de tren. Claro que ahora empieza la segunda etapa: encontrar el vagón y nuestros asientos. Esta vez vamos en segunda con aire acondicionado, pero tenemos literas que no van juntas. Como son sólo cinco horas, queremos ir en las laterales, donde se puede convertir la litera en dos asientos; así que empezamos a cambiar con otros viajeros nuestras literas hasta que queda configurado a nuestro antojo. El problema viene cuando al de tres horas un pasajero nos reclama el sitio donde vamos y empezamos a desenmarañar la cadena de cambios que hemos realizado.
Y llegamos a Jhansi, ciudad puente donde sólo dormiremos. Y, una vez más, el hotel no cumple los estándares europeos... ni los de la lógica básica porque al abrir la cortina de la ventana vemos un gris y perfecto muro de hormigón. ¿No deseaba ayer una habitación sin ventanas? Voy a desear que me toque la primitiva, que estoy en racha.
Según lo planeado teníamos que esperar dos horas en la estación, pero como llegamos con retraso, sólo será necesario una hora. Como si de Medina de Pomar se tratara, decidimos ir a ver si encontramos algún sitio donde comer algo, pues no hemos cenado. Contra todo pronóstico, en las afueras de la estación hay un montón de puestos con frituras, dulces, snacks y bebidas, donde se entremezclan en la oscuridad transeúntes, vacas y perros. Como si de un capítulo de The Walking Dead se tratase, nos volvemos despavoridos a la estación. En poco tiempo llega el segundo tren donde nos dormimos en sendas literas durante poco más de una hora.
Hemos llegado a Khajuraho, un pequeño pueblo en el que pasaremos el día. En la estación, se nos acumulan hombres que nos ofrecen alojamiento y transporte. Pablo les hace aspavientos y se quedan aturullados, y aún así vuelven a insistir cuando resetean. Hay un joven que nos cae en gracia y con el que finalmente negociamos un precio para que nos lleve hasta el centro a unos ocho kilómetros. En el camino, observamos que todo está muy limpio, hay poco tráfico y es todo muy verde. También pasamos al lado de la moderna terminal del aeropuerto, que tiene sólo dos vuelos al día; ¿lo llamarán el aeropuerto internacional Don Quijote II?
El joven, que como todo el mundo aquí busca hacer negocio, nos dice que trabaja también en un hotel, y que la dueña es de Pamplona. Nos enseña los precios del restaurante y como parece que no hay gato encerrado, decidimos probar suerte y desayunar; sobre todo cuando nos asegura que consumiendo podemos dejar las mochilas mientras visitamos el pueblo. Todo un acierto: un delicioso desayuno en la azotea del hotel con vistas a los verdes alrededores.
Caminamos hasta el centro y vemos un edificio que nos parece interesante. No sabemos qué es exactamente, pero al de pocos minutos sale un hombre y nos lo aclara: es la escuela. Nos pregunta si queremos verla y nos acompaña por las modestas aulas de los diferentes cursos. Al entrar todos nos saludan y hablamos con ellos, aunque la mayoría no tienen buen nivel de inglés y se limitan a sonreír y a decir "halo". En una de las clases, al decir de donde somos un niño dice "hola, qué tal estás", y empezamos a aplaudirle y a decirle a la profesora que le tiene que poner una buena nota. Algo que nos choca es que, para ser el idioma oficial del país, no tienen buen nivel de inglés. Ha sido muy bonito ver a los niños en clase, siempre sonriendo a pesar de los pocos recursos que tienen.
Sin embargo, el motivo por el que los turistas vienen a Khajuraho es mucho más lascivo. Aquí se encuentran lo que la gente llama "los templos del kamasutra". Se trata de una serie de 25 templos de los 85 originales, esparcidos en cuatro grupos por todo el pueblo. El conjunto más importante son los que se denominan los templos del oeste, que es por donde empezamos nuestra visita por este lugar Patrimonio de la Humanidad.
Estos templos datan del año 900 y pertenecen a la religión jainista. Están dedicados a diferentes dioses, entre los que destaca el dios Vishnu, y se caracterizan por estar cubiertos por esculturas y motivos geométricos tanto por dentro como por fuera. Sin embargo, la gente no viene buscando a Lord Gadesha, sino a las figuras a las que los guías se refieren como "ñoki-ñoki". Antes de venir, pensábamos que los templos estaban repletos de ellas; sin embargo, una vez aquí leemos que todos menos un templo tienen esculturas eróticas, pero que cada templo tiene sólo unas pocas. Las escenas representadas son de dos rombos: relaciones sexuales entre dos o más personas, e incluso con animales.
En general, los sitios turísticos del país no están muy bien cuidados: lo habitual es tener contratado un montón de gente que no hace absolutamente nada. Sin embargo, Khajuraho está muy bien cuidado, limpio y con zonas verdes. Además, la gente está deseando entablar conversación y hablamos con una mística que nos habla de los dioses hindúes, y luego con un surcoreano muy majo con el que compartimos impresiones durante un largo rato.
Lo que nos sorprende en este pueblo es que mucha gente sabe un buen número de palabras y frases en castellano. Por lo que nos han ido diciendo, parece ser que los españoles son los que más visitan el país, y por eso tienden a aprender para hacer de guía o venderte sus productos.
En todos los lugares de interés siempre hay gente que se ofrece a hacerte de guía. Incluso muchos intentan pillarte desprevenido contándote cosas del lugar como sin querer buscarlo, para que luego les tengas que gratificar la explicación. Pero también hay otra gente a la que simplemente le apetece estar a tu lado, observando lo diferente que eres, o simplemente quieren hablar con nosotros para practicar su inglés. En los templos del este hablamos primero con unos adolescentes a los que les doy unas clases de inglés; después, otro joven que quiere estudiar para ser policía nos cuenta que hoy no va a clase porque se ha hecho un esguince en la muñeca por ir rápido con la bici... Y acabamos reprendiéndole porque eso no es excusa y que aún con la mano rota puede ir de oyente. Si una cosa estamos aprendiendo es que, aunque parece que puedan ser peleones al principio, como tomes el control de la situación, acaban siendo sumisos ¡¡pero siempre con una sonrisa!!
Khajuraho nos ha encantado. Es un lugar muy interesante y espectacular por las miles y miles de figuras de sus templos. Pero llega un momento que ya está visto... y como falta mucho para volver a coger el tren, volvemos al hotel donde dejamos la mochila para hacer una comida-merienda.
Toca volver a la estación de tren y nos surge un imprevisto: como está anocheciendo, los tuc-tuc nos piden un precio desorbitado porque dicen que luego tienen que volverse vacíos. Como no estamos dispuestos a que nos engañen más de lo que por ser turistas aceptamos, decidimos ir andando por el arcén. Pasa el tiempo y vemos que andando los cinco kilómetros que nos quedan no llegaríamos a tiempo. Así que, cuando pasa el primer autobús, sin saber seguro que vaya a la estación, Pablo lo manda parar. Tras confirmar que va en la dirección deseada, nos subimos como podemos ya que va completamente lleno. De hecho, yo llevo casi medio cuerpo fuera y me agarro todo lo más fuerte que puedo no vaya a salir disparado.
Una vez más, este viaje está siendo como Pekín Exprés, y hemos superado la meta de llegar sanos y salvos, y a la hora, a la estación de tren. Claro que ahora empieza la segunda etapa: encontrar el vagón y nuestros asientos. Esta vez vamos en segunda con aire acondicionado, pero tenemos literas que no van juntas. Como son sólo cinco horas, queremos ir en las laterales, donde se puede convertir la litera en dos asientos; así que empezamos a cambiar con otros viajeros nuestras literas hasta que queda configurado a nuestro antojo. El problema viene cuando al de tres horas un pasajero nos reclama el sitio donde vamos y empezamos a desenmarañar la cadena de cambios que hemos realizado.
Y llegamos a Jhansi, ciudad puente donde sólo dormiremos. Y, una vez más, el hotel no cumple los estándares europeos... ni los de la lógica básica porque al abrir la cortina de la ventana vemos un gris y perfecto muro de hormigón. ¿No deseaba ayer una habitación sin ventanas? Voy a desear que me toque la primitiva, que estoy en racha.
8 oct 2017
Vanarasi: caótica espiritualidad
Durante toda la noche no ha parado el tráfico, ni los pitidos de los tuc-tucs, ni las bocinas canturronas de los camiones más pesados. Buscando las mejores vistas, solemos pedir siempre que la habitación dé a la calle principal y en este viaje está siendo todo un error. Si nos hubiesen dado con vistas al patio, o mejor aún, sin ventanas, habríamos dormido más plácidamente (y no habríamos comprado otra vez lo sucios que están los cristales).
En cualquier caso, somos de despertador tempranero y a las séis estamos otra vez despiertos. En el primer desayuno decente que tenemos, unas simples tostadas con mantequilla nos saben a gloria, y tras siete días buscándolo, por fin consigo tomarme un café con leche de los de toda la vida... ¡¡empezaba a tener mono!! Ahora tenemos más fuerzas para poder con Varanasi.
¿Y por qué tanta prisa en levantarse? El objetivo es dar un paseo en barca por el Ganges, cuando el sol ha salido pero aún no calienta. Muchos barqueros piden precios desorbitados a cambio de dar un paseo en una barca privada. Sin embargo, tras rechazar a un par de ellos terminan volviendo y conseguimos que nos suban con hindúes, que es lo que buscábamos para vivir una experiencia real.
La temperatura es muy agradable, el sol ilumina por levante y hay una bruma que le da un aire más místico a la situación. Eso al menos es lo que podría parecer viendo las fotos; pero realmente, el aire está contaminado, hay una humedad que hace que llevemos las camisetas empapadas de sudor y el agua tiene un color marrón opaco que ni el Nervión en sus peores momentos. Aún así, este escenario es mucho más agradable que el de anoche.
El recorrido en barco transcurre mientras una mujer realiza cánticos a los cuales el resto responde con una especie de 'aupa!'. Nosotros observamos todo lo que ocurre en los ghat de la orilla: los hombres se bañan en calzoncillos y las mujeres con todo el sari; algunos utilizan jabón y otros simplemente se frotan; otros lavan la ropa o las sábanas (que luego tienden a secar en los ghats); se preparan cuerpos no sabemos si para quemarlos o lanzarlos al río; y otros... ¡¡hacen gárgaras y se beben el agua!!
En un momento dado, en un acto improvisado, nos sentamos como si fuéramos a meditar, y un hombre nos corrige la posición de las manos, como si él lo hiciera todos los días. Después, paramos un momento y toda la gente se empieza a quitar la ropa: van a bañarse y a purificarse. Nosotros no queremos ni que nos salpique una gota, porque ahí tiene que haber de todo. Desde las cenizas de las piras hasta cuerpos flotando, ya que dependiendo de la casta no incineran y lo lanzan al completo.
Lo peor de todo es que la gente llena botellas con el agua del río... y podemos comprobar que tiene color de té de limón con grumos... ¡¡y traguito por aquí y traguito por allá!! ¿Será apta para vegetarianos?
Ya con todos los pasajeros de la barca purificados tanto por fuera como por dentro, antes de retomar la marcha un niño entra vendiendo una especie de cuencos con flores y una vela hecha con alcanfor. Se trata de una ofrenda al río Ganges, a la que nos sumamos porque tiene su momento emotivo. Aunque necesitamos la ayuda de cinco personas para conseguir encenderla, finalmente conseguimos posarla encendida sobre el agua y así... contribuir más a su contaminación.
Tras un último paseo por los ghats de Varanasi, cogemos un tuc-tuc hasta Sarnath, a unos diez kilómetros del centro. Éste se considera uno de los centros espirituales más importantes del budismo, ya que fue aquí, en la estupa Dhameka, donde buda dio su primer mensaje tras la iluminación. Sinceramente, esperábamos un remanso de paz, un lugar donde meditar o simplemente estar tranquilos. Sin embargo, es también un lugar bastante ruidoso y caótico.
Hace calor, mucho calor. Y hay mucha humedad, así que sudamos y sudamos. Buscamos la tranquilidad en alguno de los muchos templos de diferentes órdenes: japonesa, china, tailandesa, etc. Un sitio donde descansamos un buen rato es al lado de un buda gigante, con unos bonitos jardines y fuentes donde sí que se podría decir que se respira espiritualidad.
Por primera vez, cogemos un tuc-tuc compartido: atrás tres hindúes y delante nosotros a cada lado del conductor, casi con una pierna fuera. Volvemos a la zona pija donde está nuestro hotel, dónde una vaca se cruza delante de la puerta de Tommy Hilfiger. Para estar fresquitos y hacer tiempo, visitamos un pequeño centro comercial, con precios que se acercan a los europeos pero modas que se alejan.
Hoy vamos a coger nuestros dos primeros trenes en India. Como no sabemos lo que nos vamos a encontrar llegamos a la estación de Varanasi con hora y media de antelación. Todo parece que el andén para nuestro tren es el número uno, así que tenemos tiempo para relajarnos. Diez minutos antes de la hora de salida, llega un tren al andén y empezamos a preguntar dónde está el vagón de primera. Unos dicen que para un lado y otros para otro. Desesperados corriendo de un lado para otro, un pasajero nos dice que ese no es el tren, mientras que en megafonía anuncian que el tren saldrá del andén séis. Corriendo por la cochambrosa y abarrotada estación, con dos mochilas por barba, llegamos al andén séis y a pocos minutos de que salga volvemos a empezar a preguntar que dónde está primera clase. Con el miedo de perderlo seguimos las indicaciones de un hombre que nos asegura cuál es, y al entrar se nos viene el mundo abajo al ver gente durmiendo en tres niveles de literas. Entendemos lo que entendemos que es nuestro lugar y... ¡¡está ocupado!! Una joven nos ayuda y nos dice que es en el siguiente vagón... donde finalmente encontramos el camarote privado por el que habíamos pagado. Aunque el aire acondicionado sería capaz de resfriar a un pingüino, sentimos alivio al ver que hemos conseguido encontrarlo en un tren kilométrico, y que el camarote está bien: tiene dos literas, con sábanas y almohada en buen estado. Ocho horas de calma y privacidad hasta las tres de la mañana, donde tenemos que cambiar de tren; pero eso será ya mañana.
En cualquier caso, somos de despertador tempranero y a las séis estamos otra vez despiertos. En el primer desayuno decente que tenemos, unas simples tostadas con mantequilla nos saben a gloria, y tras siete días buscándolo, por fin consigo tomarme un café con leche de los de toda la vida... ¡¡empezaba a tener mono!! Ahora tenemos más fuerzas para poder con Varanasi.
¿Y por qué tanta prisa en levantarse? El objetivo es dar un paseo en barca por el Ganges, cuando el sol ha salido pero aún no calienta. Muchos barqueros piden precios desorbitados a cambio de dar un paseo en una barca privada. Sin embargo, tras rechazar a un par de ellos terminan volviendo y conseguimos que nos suban con hindúes, que es lo que buscábamos para vivir una experiencia real.
La temperatura es muy agradable, el sol ilumina por levante y hay una bruma que le da un aire más místico a la situación. Eso al menos es lo que podría parecer viendo las fotos; pero realmente, el aire está contaminado, hay una humedad que hace que llevemos las camisetas empapadas de sudor y el agua tiene un color marrón opaco que ni el Nervión en sus peores momentos. Aún así, este escenario es mucho más agradable que el de anoche.
El recorrido en barco transcurre mientras una mujer realiza cánticos a los cuales el resto responde con una especie de 'aupa!'. Nosotros observamos todo lo que ocurre en los ghat de la orilla: los hombres se bañan en calzoncillos y las mujeres con todo el sari; algunos utilizan jabón y otros simplemente se frotan; otros lavan la ropa o las sábanas (que luego tienden a secar en los ghats); se preparan cuerpos no sabemos si para quemarlos o lanzarlos al río; y otros... ¡¡hacen gárgaras y se beben el agua!!
Lo peor de todo es que la gente llena botellas con el agua del río... y podemos comprobar que tiene color de té de limón con grumos... ¡¡y traguito por aquí y traguito por allá!! ¿Será apta para vegetarianos?
Ya con todos los pasajeros de la barca purificados tanto por fuera como por dentro, antes de retomar la marcha un niño entra vendiendo una especie de cuencos con flores y una vela hecha con alcanfor. Se trata de una ofrenda al río Ganges, a la que nos sumamos porque tiene su momento emotivo. Aunque necesitamos la ayuda de cinco personas para conseguir encenderla, finalmente conseguimos posarla encendida sobre el agua y así... contribuir más a su contaminación.
Tras un último paseo por los ghats de Varanasi, cogemos un tuc-tuc hasta Sarnath, a unos diez kilómetros del centro. Éste se considera uno de los centros espirituales más importantes del budismo, ya que fue aquí, en la estupa Dhameka, donde buda dio su primer mensaje tras la iluminación. Sinceramente, esperábamos un remanso de paz, un lugar donde meditar o simplemente estar tranquilos. Sin embargo, es también un lugar bastante ruidoso y caótico.
Hace calor, mucho calor. Y hay mucha humedad, así que sudamos y sudamos. Buscamos la tranquilidad en alguno de los muchos templos de diferentes órdenes: japonesa, china, tailandesa, etc. Un sitio donde descansamos un buen rato es al lado de un buda gigante, con unos bonitos jardines y fuentes donde sí que se podría decir que se respira espiritualidad.
Por primera vez, cogemos un tuc-tuc compartido: atrás tres hindúes y delante nosotros a cada lado del conductor, casi con una pierna fuera. Volvemos a la zona pija donde está nuestro hotel, dónde una vaca se cruza delante de la puerta de Tommy Hilfiger. Para estar fresquitos y hacer tiempo, visitamos un pequeño centro comercial, con precios que se acercan a los europeos pero modas que se alejan.
Hoy vamos a coger nuestros dos primeros trenes en India. Como no sabemos lo que nos vamos a encontrar llegamos a la estación de Varanasi con hora y media de antelación. Todo parece que el andén para nuestro tren es el número uno, así que tenemos tiempo para relajarnos. Diez minutos antes de la hora de salida, llega un tren al andén y empezamos a preguntar dónde está el vagón de primera. Unos dicen que para un lado y otros para otro. Desesperados corriendo de un lado para otro, un pasajero nos dice que ese no es el tren, mientras que en megafonía anuncian que el tren saldrá del andén séis. Corriendo por la cochambrosa y abarrotada estación, con dos mochilas por barba, llegamos al andén séis y a pocos minutos de que salga volvemos a empezar a preguntar que dónde está primera clase. Con el miedo de perderlo seguimos las indicaciones de un hombre que nos asegura cuál es, y al entrar se nos viene el mundo abajo al ver gente durmiendo en tres niveles de literas. Entendemos lo que entendemos que es nuestro lugar y... ¡¡está ocupado!! Una joven nos ayuda y nos dice que es en el siguiente vagón... donde finalmente encontramos el camarote privado por el que habíamos pagado. Aunque el aire acondicionado sería capaz de resfriar a un pingüino, sentimos alivio al ver que hemos conseguido encontrarlo en un tren kilométrico, y que el camarote está bien: tiene dos literas, con sábanas y almohada en buen estado. Ocho horas de calma y privacidad hasta las tres de la mañana, donde tenemos que cambiar de tren; pero eso será ya mañana.
7 oct 2017
Entre ciudades sagradas: de Amritsar a Vanarasi
Seguimos en Amritsar, la ciudad más sagrada para los sij, donde aún disponemos de una mañana para disfrutarla. Tras desayunar volvemos al templo dorado... ¡¡es que nos ha encantado este sitio!! Son poco más de las ocho y ya está abarrotado. Como ayer, los jóvenes nos piden selfies con nosotros, e incluso vienen a pedirnos que nos hagamos fotos con amigos o familiares. Les causamos interés y nos observan como si fuésemos raros... ¡¡pero si ellos van con turbante, batín y descalzos!!
Una cosa que nos ha sorprendido es que muchos hombres tienen cara de pocos amigos, con una barba y bigote negros, y una mirada casi intimidante. Sin embargo, luego te sueltan un 'halo' y te sonríen, y la idea preconcebida que tenías cambia radicalmente. Si en general la India nos está pareciendo un país muy seguro, aquí nos sentimos, más si cabe, bienvenidos y admirados.
Visitamos después el Gurudwara Baba Atal Sahib, otro templo de los sij más modesto y menos concurrido. Hay una torre de unas ocho plantas en la que no paramos de saludar y de hacernos fotos. ¡¡Estos sij son de lo más agradable que existe!!
Aunque la mayoría de sitios para visitar están relacionados con la religión, hay algunos como el Jallianwala Bagh que tienen otra temática. En este caso, se trata del memorial de una masacre que hubo, en la que un general inglés mandó disparar contra una manifestación de hindúes. El lugar es muy emotivo, pero, una vez más, la interacción con las personas supera nuestro interés por el lugar, y acabamos hablando y haciéndonos fotos con una familia que ha venido a las fiestas de Amritsar.
Para finalizar nuestra particular peregrinación por los templos de Amritsar, visitamos el Durgiadi Mandir, otro templo dorado pero en este caso no de los sij sino de la religión hindú. Es mucho más modesto y hay mucha menos gente, lo cual nos permite ver el templo en sí. Los hindúes tienen unos dioses muy raros y sus representaciones suelen ser sencillas y coloridas.
Se acaban nuestras horas en la capital pujabí y volvemos al aeropuerto. Últimamente estamos volando más que una azafata, y, por segunda vez aterrizamos en Delhi, que se está empezando a parecer a Avenida de América. En este caso, la correspondencia es con un vuelo a Vanarasi... la ciudad sagrada para los hindúes.
Cuando aterrizamos en el aeropuerto de Vanarasi es ya de noche, y eso que son poco más de las seis de la tarde. Descubrimos que hay un autobús que lleva al centro, así que no lo dudamos. En lo que llevamos de viaje hemos cogido avión, barco, metro, tren, tuc-tuc, coche, ... añadimos el autobús a nuestra lista de transportes. En el mismo, el cobrador tiene unas ganas locas de hablar con nosotros, pero como no sabe inglés, nos empieza a mostrar vídeos que le han enviado por wassap.
Y por fin estamos en Vanarasi. El hotel se encuentra en una zona bien: tiendas de marca como Nike, Tommy Hilfiger o Puma mezcladas con vacas, polvo y un tráfico caótico. Nos enseñan la habitación y Pablo cortocircuita: al revisar las sábanas, toallas y el baño, reprende a los del hotel que avergonzados pero sonrientes acceden a cambiar rápidamente las sábanas y toallas. Uno de ellos tiene cara de bueno y es un risitas, y se apresura a cambiar la ropa de cama... Yo no puedo parar de reír porque la situación, llegados hasta este punto, es mejor tomársela con filosofía: sí, les falta un poco de arranque, pero son buena gente.
Varanasi es una de las ciudades más antiguas del mundo, tiene en torno a las 2.700 primaveras, que se dice pronto. Es la ciudad más sagrada para los hindúes, ya que por aquí pasa el río Ganges, que es más sagrado que la propia ciudad: el río en sí es la diosa Ganges. Han sido muchos meses con los que hemos fantaseado y temido este momento a la vez... y ha tocado vivirlo.
Salimos del hotel y el caos del tráfico es el peor que hemos visto. A esto se suma que las calles no siempre están asfaltadas y que el aire está bastante contaminado. De camino hacia el río, solo se ve suciedad, miseria y pobreza. Estamos en el mismísimo culo del mundo. Por los callejones sorteamos vacas y sus deposiciones, soportamos olores putrefactos, vemos la gente malviviendo en sus casas, todo tiene un aspecto cochambroso... es, por mucho, el lugar más desagradable en el que jamás hayamos estado y en algunos momentos la situación parece que nos va a superar. Pero no, veníamos mentalizados y no podemos flaquear porque sabemos que lo peor está por venir.
A Vanarasi muchos hindúes acuden a morir, y según la creencia hindú el Ganges los libera del ciclo de la reencarnación motivo por el cual quieren terminar aquí. Estamos camino al ghat de Manikarnika, recorriendo serpenteantes callejones en los que vomitar sería una liberación. Notamos que hemos llegado cuando empezamos a ver lonjas llenas de leña y a oler a quemado. Se oyen cánticos monótonos y tambores... y mucho gentío. Y al fin llegamos al borde del río: hay unas siete piras u hogueras y todos sabemos lo que está ocurriendo. En una de ellas presenciamos cómo se coloca el cuerpo amortajado y se le prende fuego; en otras se percibe la forma de cabeza y pies. No quieres mirar, pero no puedes dejar de mirar. Sabes lo que está ocurriendo, e incluso lo que estás respirando. Este es un sitio único en el mundo, pero no sabes hasta qué punto es mejor que ni tan siquiera exista, pero aquí estamos. Decidimos desandar el camino, y una procesión con otro cadáver nos corta el camino.
Pablo está algo conmocionado, moralmente abatido por lo que hemos presenciado. Yo algo menos porque quizá había sido más pesimista durante los meses previos y ya venía madurado con respecto a lo que íbamos a presenciar. Hoy ha sido un día de contrastes radicales: de la calidez y elegancia de los sij en Amritsar a la miseria y muerte en Vanarasi. Ya estamos preparados para todo.
Una cosa que nos ha sorprendido es que muchos hombres tienen cara de pocos amigos, con una barba y bigote negros, y una mirada casi intimidante. Sin embargo, luego te sueltan un 'halo' y te sonríen, y la idea preconcebida que tenías cambia radicalmente. Si en general la India nos está pareciendo un país muy seguro, aquí nos sentimos, más si cabe, bienvenidos y admirados.
Visitamos después el Gurudwara Baba Atal Sahib, otro templo de los sij más modesto y menos concurrido. Hay una torre de unas ocho plantas en la que no paramos de saludar y de hacernos fotos. ¡¡Estos sij son de lo más agradable que existe!!
Aunque la mayoría de sitios para visitar están relacionados con la religión, hay algunos como el Jallianwala Bagh que tienen otra temática. En este caso, se trata del memorial de una masacre que hubo, en la que un general inglés mandó disparar contra una manifestación de hindúes. El lugar es muy emotivo, pero, una vez más, la interacción con las personas supera nuestro interés por el lugar, y acabamos hablando y haciéndonos fotos con una familia que ha venido a las fiestas de Amritsar.
Para finalizar nuestra particular peregrinación por los templos de Amritsar, visitamos el Durgiadi Mandir, otro templo dorado pero en este caso no de los sij sino de la religión hindú. Es mucho más modesto y hay mucha menos gente, lo cual nos permite ver el templo en sí. Los hindúes tienen unos dioses muy raros y sus representaciones suelen ser sencillas y coloridas.
Se acaban nuestras horas en la capital pujabí y volvemos al aeropuerto. Últimamente estamos volando más que una azafata, y, por segunda vez aterrizamos en Delhi, que se está empezando a parecer a Avenida de América. En este caso, la correspondencia es con un vuelo a Vanarasi... la ciudad sagrada para los hindúes.
Cuando aterrizamos en el aeropuerto de Vanarasi es ya de noche, y eso que son poco más de las seis de la tarde. Descubrimos que hay un autobús que lleva al centro, así que no lo dudamos. En lo que llevamos de viaje hemos cogido avión, barco, metro, tren, tuc-tuc, coche, ... añadimos el autobús a nuestra lista de transportes. En el mismo, el cobrador tiene unas ganas locas de hablar con nosotros, pero como no sabe inglés, nos empieza a mostrar vídeos que le han enviado por wassap.
Y por fin estamos en Vanarasi. El hotel se encuentra en una zona bien: tiendas de marca como Nike, Tommy Hilfiger o Puma mezcladas con vacas, polvo y un tráfico caótico. Nos enseñan la habitación y Pablo cortocircuita: al revisar las sábanas, toallas y el baño, reprende a los del hotel que avergonzados pero sonrientes acceden a cambiar rápidamente las sábanas y toallas. Uno de ellos tiene cara de bueno y es un risitas, y se apresura a cambiar la ropa de cama... Yo no puedo parar de reír porque la situación, llegados hasta este punto, es mejor tomársela con filosofía: sí, les falta un poco de arranque, pero son buena gente.
Varanasi es una de las ciudades más antiguas del mundo, tiene en torno a las 2.700 primaveras, que se dice pronto. Es la ciudad más sagrada para los hindúes, ya que por aquí pasa el río Ganges, que es más sagrado que la propia ciudad: el río en sí es la diosa Ganges. Han sido muchos meses con los que hemos fantaseado y temido este momento a la vez... y ha tocado vivirlo.
Salimos del hotel y el caos del tráfico es el peor que hemos visto. A esto se suma que las calles no siempre están asfaltadas y que el aire está bastante contaminado. De camino hacia el río, solo se ve suciedad, miseria y pobreza. Estamos en el mismísimo culo del mundo. Por los callejones sorteamos vacas y sus deposiciones, soportamos olores putrefactos, vemos la gente malviviendo en sus casas, todo tiene un aspecto cochambroso... es, por mucho, el lugar más desagradable en el que jamás hayamos estado y en algunos momentos la situación parece que nos va a superar. Pero no, veníamos mentalizados y no podemos flaquear porque sabemos que lo peor está por venir.
A Vanarasi muchos hindúes acuden a morir, y según la creencia hindú el Ganges los libera del ciclo de la reencarnación motivo por el cual quieren terminar aquí. Estamos camino al ghat de Manikarnika, recorriendo serpenteantes callejones en los que vomitar sería una liberación. Notamos que hemos llegado cuando empezamos a ver lonjas llenas de leña y a oler a quemado. Se oyen cánticos monótonos y tambores... y mucho gentío. Y al fin llegamos al borde del río: hay unas siete piras u hogueras y todos sabemos lo que está ocurriendo. En una de ellas presenciamos cómo se coloca el cuerpo amortajado y se le prende fuego; en otras se percibe la forma de cabeza y pies. No quieres mirar, pero no puedes dejar de mirar. Sabes lo que está ocurriendo, e incluso lo que estás respirando. Este es un sitio único en el mundo, pero no sabes hasta qué punto es mejor que ni tan siquiera exista, pero aquí estamos. Decidimos desandar el camino, y una procesión con otro cadáver nos corta el camino.
Pablo está algo conmocionado, moralmente abatido por lo que hemos presenciado. Yo algo menos porque quizá había sido más pesimista durante los meses previos y ya venía madurado con respecto a lo que íbamos a presenciar. Hoy ha sido un día de contrastes radicales: de la calidez y elegancia de los sij en Amritsar a la miseria y muerte en Vanarasi. Ya estamos preparados para todo.
6 oct 2017
Punjab: un día en Amritsar
Al lado de los aeropuertos suele haber siempre hoteles de prestigiosas cadenas hoteleras, pero el que hemos elegido para dormir unas horas no es de ninguna de ellas. Al lado de una autopista y con más ruido que en un concierto de Metálica, conseguimos dormir cinco horas. Después, en un tuc-tuc volvemos a la terminal 3 del aeropuerto de Delhi, desde donde volamos puntualmente hasta Amritsar, en el estado de Punjab. Corriendo por las pistas hay un perro y varios pájaros, vaya medidas de seguridad.
Como ya somos unos expertos, cogemos un tuc-tuc hasta el centro por un tercio del precio que nos habían dicho inicialmente. En el recorrido hasta el hotel podemos constatar que aquí Mr. Proper también está en paro... y que todos los del hotel donde nos alojamos también deberían estarlo. Aunque a lo lejos parece un hotel de cuatro estrellas, fijándose en el detalle uno puede llegar a la conclusión de que el único limpia cristales ha sido el gapazo. Al llevarnos a la habitación... ¡¡está ocupada!! Sin perder la sonrisa nos llevan a otra cuyas fotos podrían parecer elegantes, pero que luego se ve que están muy deficientes: arreglos mal hechos, sábanas que parecen usadas, cubo en la ducha... Ya estamos preparados para volver a intentarlo en Apartamentos Nelly.
Salimos del hotel venido a menos y tras esquivar unas vacas en la puerta, cogemos otro tuc-tuc hasta el centro de la ciudad. Después de la suciedad que hemos visto, descubrimos una zona peatonal con bonitos edificios, esculturas de maharajás y tiendas. Además, están llenas de mujeres vestidas con coloridos vestidos y hombres engalanados con turbantes. Los llevan de todos los colores, a juego de la ropa e incluso hasta con espada o daga.
Amritsar es el lugar de peregrinación de los fieles de la religión Sij. Dado el carácter festivo que impera en la ciudad, y en base a unos carteles que vemos, todo apunta a que están celebrando una fiesta llamada Gurpurab. Estamos en plenas Amritsarreko Jaiak 2017, ¡¡con bajada incluida!! Hay procesiones de una especie de altares de flores, de niños tocando una especie de flautas, bailes, etc. Y por supuesto, por todos los lados... turbantes y más turbantes.
El objetivo de venir a esta ciudad es ver el Harmandir Sahib o "templo dorado", construido en 1570 y donde se encuentra el Gran Libro de la religión Sij. Para entrar hay que descalzarse y cubrirse el pelo, con unos pañuelos que están repartiendo. Al entrar al recinto el esfuerzo de llegar hasta aquí tiene su recompensa. El templo se encuentra en el centro de un lago cuadrado, conectado por una pasarela; en el agua, la gente se baña para purificarse; por el perímetro del lago la gente pasea, reza o simplemente charla.
Una música de percusión muy pegadiza contribuye a crear una atmósfera mágica. La gente nos sonríe y nos piden que nos hagamos fotos con ellos... No hay muchos extranjeros y sin quererlo hemos pasado a ser nosotros la atracción turística. Hay mucha armonía y todo el tiempo que estamos nos parece poco: este lugar nos ha cautivado.
Toca ya comer y volvemos a recurrir a lo seguro: el McDonald's. Entramos y nos damos cuenta de una cosa... ¡¡es vegetariano!! Por increíble que lo parezca la famosa cadena global tiene restaurantes tanto vegetarianos como no-vegetarianos, y depende al que vayas hay unos productos u otros. Las hamburguesas están hechas a base de verdura y con unas salsas, cómo no, muy picantes.
Otro de los platos fuertes de Amritsar es el hecho de que se encuentre muy cerca de la frontera con Pakistán. Resulta que el estado de Punjab quedó dividido en dos cuando lo que hoy es Pakistán se separó de lo que hoy es la India, dado que los primeros eran musulmanes y los segundos hindúes. Aunque los dos países tienen tensiones políticas por la región de Cachemira, la frontera que aquí se encuentra es de todo menos seria. Una vez más, negociamos un tuc-tuc con algo de dificultad para que nos lleve hasta el punto fronterizo de Wagah Border, a unos 35 kilómetros.
Tras ya no recordamos cuántos controles de seguridad y de pasaportes, llegamos a lo que podría definirse como un estadio en dos estados: a un lado los hindúes y al otro los pakistaníes. A los turistas de la parte india nos han reservado una zona con sillas y todo, y para llegar hasta ella hay que cruzar por el centro del estadio. Como si de un desfile se tratara, notamos que miles de ojos nos miran y reaccionamos saludando como si fueran la ceremonia de los juegos olímpicos... y la gente empieza a saludar y aplaudir... ¡¡Me meeoooooooo!! La fama se nos va a subir a la cabeza y vamos a querer quedarnos. [NOTA PARA LAS FAMILIAS: Esto es broma, podéis respirar].
Y cuando se llenan por fin las gradas, comienza el espectáculo del cambio de guardia. Sale un presentador que sólo habla en hindi, al que todo el mundo aclama. Luego, un conjunto de guardias con unos sombreros con cresta, los hindúes de color rojo y los pakistaníes de color negro; empiezan a taconear y a levantar la pierna como si estuvieran bailando un aurresku yendo de un lado a otro enloquecidos... mientras, otro guardia grita un irrintzi compitiendo con el del lado de Pakistán para ver quién gana... es una locura que no entendemos y estamos totalmente flipados, pero ha sido super emocionante.
Amritsar, una ciudad con 1,2 millones de habitantes de la que jamás habíamos oído hablar hasta que empezamos a preparar el viaje, nos ha encantado... ¿Qué más descubriremos mañana?
Como ya somos unos expertos, cogemos un tuc-tuc hasta el centro por un tercio del precio que nos habían dicho inicialmente. En el recorrido hasta el hotel podemos constatar que aquí Mr. Proper también está en paro... y que todos los del hotel donde nos alojamos también deberían estarlo. Aunque a lo lejos parece un hotel de cuatro estrellas, fijándose en el detalle uno puede llegar a la conclusión de que el único limpia cristales ha sido el gapazo. Al llevarnos a la habitación... ¡¡está ocupada!! Sin perder la sonrisa nos llevan a otra cuyas fotos podrían parecer elegantes, pero que luego se ve que están muy deficientes: arreglos mal hechos, sábanas que parecen usadas, cubo en la ducha... Ya estamos preparados para volver a intentarlo en Apartamentos Nelly.
Salimos del hotel venido a menos y tras esquivar unas vacas en la puerta, cogemos otro tuc-tuc hasta el centro de la ciudad. Después de la suciedad que hemos visto, descubrimos una zona peatonal con bonitos edificios, esculturas de maharajás y tiendas. Además, están llenas de mujeres vestidas con coloridos vestidos y hombres engalanados con turbantes. Los llevan de todos los colores, a juego de la ropa e incluso hasta con espada o daga.
Amritsar es el lugar de peregrinación de los fieles de la religión Sij. Dado el carácter festivo que impera en la ciudad, y en base a unos carteles que vemos, todo apunta a que están celebrando una fiesta llamada Gurpurab. Estamos en plenas Amritsarreko Jaiak 2017, ¡¡con bajada incluida!! Hay procesiones de una especie de altares de flores, de niños tocando una especie de flautas, bailes, etc. Y por supuesto, por todos los lados... turbantes y más turbantes.
El objetivo de venir a esta ciudad es ver el Harmandir Sahib o "templo dorado", construido en 1570 y donde se encuentra el Gran Libro de la religión Sij. Para entrar hay que descalzarse y cubrirse el pelo, con unos pañuelos que están repartiendo. Al entrar al recinto el esfuerzo de llegar hasta aquí tiene su recompensa. El templo se encuentra en el centro de un lago cuadrado, conectado por una pasarela; en el agua, la gente se baña para purificarse; por el perímetro del lago la gente pasea, reza o simplemente charla.
Una música de percusión muy pegadiza contribuye a crear una atmósfera mágica. La gente nos sonríe y nos piden que nos hagamos fotos con ellos... No hay muchos extranjeros y sin quererlo hemos pasado a ser nosotros la atracción turística. Hay mucha armonía y todo el tiempo que estamos nos parece poco: este lugar nos ha cautivado.
Toca ya comer y volvemos a recurrir a lo seguro: el McDonald's. Entramos y nos damos cuenta de una cosa... ¡¡es vegetariano!! Por increíble que lo parezca la famosa cadena global tiene restaurantes tanto vegetarianos como no-vegetarianos, y depende al que vayas hay unos productos u otros. Las hamburguesas están hechas a base de verdura y con unas salsas, cómo no, muy picantes.
Tras ya no recordamos cuántos controles de seguridad y de pasaportes, llegamos a lo que podría definirse como un estadio en dos estados: a un lado los hindúes y al otro los pakistaníes. A los turistas de la parte india nos han reservado una zona con sillas y todo, y para llegar hasta ella hay que cruzar por el centro del estadio. Como si de un desfile se tratara, notamos que miles de ojos nos miran y reaccionamos saludando como si fueran la ceremonia de los juegos olímpicos... y la gente empieza a saludar y aplaudir... ¡¡Me meeoooooooo!! La fama se nos va a subir a la cabeza y vamos a querer quedarnos. [NOTA PARA LAS FAMILIAS: Esto es broma, podéis respirar].
Y cuando se llenan por fin las gradas, comienza el espectáculo del cambio de guardia. Sale un presentador que sólo habla en hindi, al que todo el mundo aclama. Luego, un conjunto de guardias con unos sombreros con cresta, los hindúes de color rojo y los pakistaníes de color negro; empiezan a taconear y a levantar la pierna como si estuvieran bailando un aurresku yendo de un lado a otro enloquecidos... mientras, otro guardia grita un irrintzi compitiendo con el del lado de Pakistán para ver quién gana... es una locura que no entendemos y estamos totalmente flipados, pero ha sido super emocionante.
Amritsar, una ciudad con 1,2 millones de habitantes de la que jamás habíamos oído hablar hasta que empezamos a preparar el viaje, nos ha encantado... ¿Qué más descubriremos mañana?
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