Anoche, mientras cenábamos, un guía les decía a sus "guiados" que tenían que estar listos a las cuatro y media, ni a y treinta y uno, ni a y treinta y dos, a las cuatro y media en punto, por lo que tenían que dejar ya hecho el equipaje; además, tenían que tener en cuenta que el ascenso del valle son dos horas y que no podían retrasarse, que lo mejor era ir ascendiendo de forma constante. Así que los instaba a irse ya a descansar. ¡Ha vuelto la mili! ¿Para qué tanta prisa? Nosotros pondremos el despertador a las seis... en vacaciones, para nosotros "las ocho son las nuevas seis".
Hoy hemos tenido el primer sueño reparador del viaje: casi siete horas de descanso en una cama enorme, con el gusto de arroparse para combatir el fresco y con el relajante ruido de fondo del río (que más tarde descubriremos que era el sonido de la cascada de la piscina.
Desayunamos tomando tortitas con mermelada, un café y un mate de coca (aquí hay to-mateeeee). ¡Ahí, mezclando bien! ¡A ver si se nos sube a la cabeza y así llegamos antes! Y es que, en este país es muy habitual tomar derivados de la hoja de coca para combatir el mal de altura y tener un extra de energía. No quiero decir nada, pero nuestros vecinos de enfrente aquí tienen una oportunidad de expansión; yo ya lo visualizo... "Estilismos e Infusiones Madueño, disfruta tu trenza inca tomando un mate de coca".
Cogemos nuestras mochilas con las cuatro cosas básicas que hemos traído y empezamos a darle a los cuadríceps. La mañana está fresca, especialmente en las zonas del camino que aún no baña el sol. Arrancar el ascenso cuesta, pero poco a poco vamos cogiendo ritmo... la cima se antoja inalcanzable, pero todo lo que baja sube, así que es sólo cuestión de tiempo.
A lo largo del ascenso, al ver que adelantamos a gente presumiblemente mejor preparada, reflexionamos sobre nuestra forma física. Con nuestros cuarenta y muchos bien cuidados nos encontramos en un momento perfecto para afrontar un reto como éste. Haber ido al monte de forma habitual, haber empezado a correr en carreras y un par de mudanzas seguro que juegan a nuestro favor... no sólo por ganar en elasticidad sino también ejercitando la mente, aumentando la confianza en uno mismo sabiendo que puedes hacerlo porque ya lo hiciste antes. Sin embargo, la gente de gimnasio, que gana en fuerza y en masa muscular, suele verse más torpe en estas situaciones, ya que el montañismo es más un ejercicio de elasticidad (tener que levantar la pierna constantemente) más que un tema de fuerza.
La solitud del paraje invita a la reflexión, a disfrutar de esta naturaleza extrema y a hacer reformas a distancia. Porque sí, hasta aquí llega la cobertura móvil y eso te acaba esclavizando con las obligaciones allá donde vayas. Un par de correos electrónicos enviados y algún presupuesto por cerrar... ¡y a continuar con el ascenso!
Cada cierto tiempo vemos cacas de animal que van aumentando en frescura. Eso es un indicador de que a alguien se le antojó venir a un lugar tan abrupto para luego explotar algún pequeño burro que cargue con un equipaje innecesario. No llegamos a ver a los pobres asnos, pero sí que vemos a un guía con una rubia agotada que está parada intentando recuperar el aire, asombrada de que pasemos como si estuviéramos paseando por la Gran Vía. Intercambiamos algunas palabras con el guía, quién no parece muy dispuesto a ser agradable, por aquello de que dos turistas que hacen la ruta por su cuenta son un ingreso en potencia perdido.
Oye, ¿y los cóndores? ¿Será aquello uno? ¿Águila o cóndor? ¿Culo o codo? Decimos que es cóndor y ale, nadie se va a enterar. El guarda del parque no debió de comprar suficiente comida con los 140 soles que pagamos en total. Bueno, qué se le va a hacer, veníamos a una naturaleza salvaje, no a un zoo en el que se exhiben animales.
Estamos en el pueblo de Cabanaconde, a 3.296 metros de altura donde, una vez más dudamos de si estamos sufriendo el mal de altura o si simplemente estamos cansados. En un pequeño local tomamos unos bocadillos de aguacate (tan abundante aquí) y queso, además de una café con el que Pablo se toma un medicamento que combate el mal de altura. Yo, por ahora, me reservo para más adelante, porque sigo con la duda de si estoy afectado. La que sí que está afectada es la mujer del local, pero del oído; mucha gente entra sólo para usar el baño (previo pago de un sol) y parece que no se entera mucho cuando los clientes no consiguen abrir la puerta del baño.
A unas calles más abajo de la plaza de armas, hacemos la compra; plátanos, tomates, bebidas, ... hacemos acopio en un cruce en el que hay cuatro pequeños supermercados. También compramos los billetes de autobús que nos llevarán de nuevo hasta Arequipa, descubriendo que el precio oficial es de 25 soles y no de 28 como nos cobró el famoso sobrecargo.
El autobús de vuelta es mucho más moderno que el de ida, aunque hace un calor infernal (y los locales encima van con jersey y manta de lana). Al mismo hombrecillo que nos cobró de más, le decimos a ver si puede poner el aire acondicionado, respondiendo que sí. Sin ver que lo hace, y tras unas cuantas paradas para dejar y coger gente (las arequipeñas que entran por las que salen), empezamos a notar que la temperatura cae en picado. En la ida, al haber sido de madrugada, no habíamos visto las altas montañas que cruzamos y de ahí que se congelarán hasta los cristales. Ahora tenemos aire acondicionado natural, que entra por la escotilla de emergencias del techo del autobús. De hecho, hace tanto frío que intento cerrarla sin éxito, incluso colgándome cual mono para que mi peso consiga cerrarla. Aborto la operación y minutos después viene el sobrecargo, que la cierra sin mucho esfuerzo y me deja fatal delante de turistas y locales. Bueno, yo soy más de elasticidad que de fuerza, como ya comenté...
Tras una parada y la enésima vez que nos piden el billete (el revisor definitivamente es Dolly), Pablo no encuentra el móvil... "llámame, llámame" me dice... "Da tono y te está sonando el culo". Buf, menos mal que lo hemos encontrado, que me veía bajándonos y retrocediendo hasta la parada que hicimos para encontrar un móvil que ningún andino robaría, pues los tienen mejores.
Surcamos esta parte de los andes viendo algunos rebaños de llamas y alpacas salpicados por aquí y por allá. También nos sorprende ver un tren de mercancías atravesando esta zona. Y, tras cinco horas de viaje empezamos a entrar en Arequipa por una calle de unos dos kilómetros con negocios exclusivamente de reparación de coches.
Tenemos algo más de tres horas hasta coger el autobús que nos llevará a Puno, así que aprovechamos a dar un nuevo paseo por la ciudad. Lo primero que hacemos es buscar oficinas de cambio de moneda, ya que hemos visto que dan un mejor cambio que pagar con tarjeta. Entramos en varias preguntando ¿Cuánto me das por cada dólar? ¿Cuánto me das por cada euro? Tenemos de las dos monedas y queremos una buena suma de soles. Aunque la diferencia es de pocos céntimos, conseguimos los que pensamos son los mejores cambios de la ciudad. ¿Es por el dinero? ¡No! Es por adquirir destrezas de negociación; estoy es como estudiar en el Instituto de Empresa pero gratis y haciendo prácticas.
Goche más soroche igual a Goroche... o en castellano, José Pablo más mal de altura igual vamos a comer o toma algo. Una asignatura que tenemos pendiente es ir a un "Chifa" que es un tipo de restaurante "chino-peruano". Hace mucho tiempo inmigró un montón de población china a Perú, dando como resultado este peculiar tipo de cocina. Encontramos uno que parece tener buena pinta y una china (pero muy china) nos atiende. Está un poco loca, es gritona y algo bipolar, es una chifla-da. Pedimos un par de platos que nos habían recomendado y obtenemos como resultado dos montañas de arroz tan ricas como excesiva. Esto va a hacer aún más tapón en mi intestino, pero bueno, "cae bien" como se suele decir aquí a los alimentos que gustan y sientan bien.
Son poco más de las ocho y ya es noche cerrada, así que va siendo hora de ir al hotel donde día y medio atrás dejamos las maletas. Se produce un cierto momento de nerviosismo cuando la nueva recepcionista no encuentra nuestras maletas. Llama por teléfono, mira detrás de una puerta, consulta el ordenador... para que al final estuvieran donde se esperaba y con nuestros nombres puestos en una pegatina.
Volvemos al terrapuerto que más bien debería llamarse terror puerto, porque, una vez más, nos la lían con la tasa que hay que comprar en una ventanilla. Venga, hacemos el papeleo, por muy innecesario que sea, "facturamos" las mochilas (sí, hay que facturar para viajar en autobús") y cuando ya estamos sentados y con ganas de dormir, Perú nos sorprende de nuevo: el conductor pasa grabando con una cámara pasajero por pasajero. Lo de "Perú sorprendente" se refería a otra cosa, ¿no? Siete horas de autobús nocturno nos separan de nuestro siguiente destino: Puno nos espera.
Si es que estáis en forma ehhhh, madre mía de Perú a las olimpiadas.
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