A las dos suena el despertador; a las dos y cuarto estamos saliendo del hotel; a las dos y veinte estamos sentados en un Uber dirección al terrapuerto de Arequipa, siendo nosotros y los coches de policía del Serenazgo los únicos que andamos por la calle; a las dos y media llegamos a la estación habiendo salido todo según lo calculado. Lo que no teníamos en el rádar era lo absurda que puede llegar a ser la seguridad: Pablo apoya quince segundos la mochila en un mostrador para sacar algo y en cuestión de segundos, sin saber de dónde ha salido, viene uno de seguridad a decirle que lo retire o que le pueden acusar de intento de robo. "¿Intento de qué?" le preguntamos. "Se podría considerar que quería robar en esta ventanilla, no lo vuelva a hacer". Pensamos que, venga, vale, será su primer día de trabajo y se lo estará tomando todo a rajatabla... nos lo tomamos un poco a guasa y el tío masculla ante nuestro asombro algo así como "no me rebata, es la ley, cúmplala si no quiere ser detenido". ¿Osea que están con maletitas bomba en Trujillo y a nosotros nos abroncan por habernos apropiado quince segundos de un mostrador vacío?
Decidimos no darle mayor importancia y buscar el mostrador de Transandino, la compañía de autobuses que nos llevará hasta Cabanaconde, donde empieza el trekking del Valle del Colca. Aún no han abierto, así que aprovechamos a comprar unos bollos parecidos al panetonne en un puesto. Cuando abren la ventanilla de Transandino nos dirigimos los primeros, pero varios peruanos consiguen ser atendidos antes. Cuando nos toca, nos dice que tenemos los asientos 11 y 12 y que se paga en al autobús, así que procedemos a ir a las dársenas; pero, antes de llegar a ellas un hombre nos dice "¿boletos?" "En el autobús lo pagamos", "No, tienen que pagar la tasa del terrapuerto" nos dice indicando una ventanilla. ¿Pero qué tontería de tasa hay que pagar ahora? ¡Y ostias, dejad de decir terrapuerto que parecéis de la serie V! Pagamos el equivalente a treinta céntimos de euro por el mero hecho de utilizar la estación y le damos el dichoso papelito al del control de acceso a la dársena. ¿Pero no os dais cuenta de que es todo muy absurdo? Papelitos y más papelitos... eso sí, si consumes cualquier cosa y pagas en efectivo, olvídate de que te den un recibo y quede registrado para la Hacienda Peruana.
Subimos al autobús, algo destartalado, con un hermoso cartel que pone "Cinturón de seguridad obligatorio" pero donde no funciona absolutamente ninguno. Ya se ha sentado Esthercita, Juanito, Pepito y Manganito. Estamos ya todos con sus papelitos ya entregados y dispuestos a surcar las carreteras de montaña. Hace bastante frío, así que me pongo los guantes y utilizo el pijama a modo de mantita porque tengo las piernas congeladas. Después de un par de paradas, el "sobrecargo" del autobús (un anciano cincuentón mal conservado) pasa con una montaña de mantas dando una a cada pasajero que lo solicita; eso sí, una mantita alargada y en la que tienes que decidir qué lateral de qué pierna quieres sacrificar al frío. Intentando acomodarme en el asiento, consigo dormir unas horas, hasta que despierto habiendo ya amanecido. Pablo tiene cara de frío... "mira, el vaho se ha congelado, pero es que el cristal está congelado también" me dice. Nota para mi yo del futuro: incluir, además del escurridor de ducha, un rascador de parabrisas en las maletas de viaje.
A lo largo de las cinco horas que dura el trayecto suben y bajan pasajeros como si fuera el metro. Sobre todo predominan mujeres de avanzada edad, todas con gorro y con una especie de mochila lateral con cenefas estampadas peruanas de vivos colores. Poco antes de llegar a la cuarta hora de viaje, el sobrecargo recoge todas las mantas y se pone a cobrar los billetes. "¿A Pinchollo? Son cinco soles" le dice a una. Desde Arequipa a Cabanaconde Pablo tiene por escrito que son 28 soles, así que le doy 60; nos dice que vamos a parar en una estación para ir al baño y que luego nos parará en el mirador del cóndor para hacer fotos. "Vale, vale, pero dame las vueltas, que te he dado 60" le digo sonrientemente; "Ah, sí, toma, para el café de la parada" me dice dándome dos soles. Llegamos a la estación y lo primero que hacemos es dirigimos a los SSHH (Servicios Higiénicos) porque nos va a estallar la vejiga. Lo segundo que hacemos es preguntar cuánto vale un café y nos dicen que 1 sol cada uno; "¿Y con leche?" preguntamos; "Pues, el doble" nos dice el de la tienda; "Ah, no, eso es muy caro" le decimos (pensando el derroche que son cincuenta céntimos de euro) y sorprendentemente nos dice "venga, 3 soles los dos". ¡Cómo se nota que Pablo trabaja en compras!
El sobrecargo con sonrisa anti-Colgate y gorro de invierno viene a buscarnos porque estamos tardando. Nos montamos y en nuestro sitio hay un chico, al que le reclamamos nuestra plaza y que termina yendo de pie. Con el regustillo del café y de su buen precio, reparo que el del autobús me timó, porque de 60 soles me devolvió sólo dos en lugar de cuatro. Definitivamente no sé sumar en soles. Bueno, vamos a perdonárselo, porque no lleva a nada. Nuestra sensación general es que los peruanos son gente humilde, honesta y bastante educada en cuanto a modales se refiere. No suelen gritar y al utilizar mucho (o demasiado) los diminutivos hacen que su discurso sea mucho más amable que el nuestro. Por supuesto que la tecnología ha traído también sus problemas de educación como, por ejemplo, algunas personas que llevan el volumen del móvil muy alto molestando a las que están alrededor; aunque eso, parece más bien ser un problema global.
Hacemos una breve parada en el Mirador del Cóndor, donde vemos un cóndor andino y un enorme gallináceo (especie de buitre) tamaño persona, y que son dos peruanos asfixiados en sendos disfraces. ¡¡En la Puerta del Sol ganaríais muchos soles majetes!! Hay bastantes furgonetas aparcadas y muchos turistas disfrutando de unos paisajes espectaculares, pero vacíos de aves en el aire.
Continuamos el trayecto por unas sinuosas carreteras, en las que reparamos que las señales están explicadas: por ejemplo, debajo de la señal de prohibido adelantar poner "No adelantar", debajo de la de límite de velocidad pone "Velocidad máxima", ... En vez de gastarse un dineral en una autoescuela para sacarse el carné es mejor cogerse un avión hasta Perú y echarse a la carretera (Ana, recuerda lo del escurridor y el rascador).
Tras cinco horas de viaje hemos recorrido los 215 kilómetros que separan Arequipa de Cabanaconde, habiendo ascendido sin darnos mucha cuenta unos 1.000 metros de altura. Nos bajamos un poco antes del pueblo, en el Mirador de San Miguel, para ahorrarnos un par de kilómetros que no aportan gran cosa. "Momia Juanita" leemos a lo lejos. Jo, cómo se pasan... tan deteriorada no estará esa tal Juanita. La curiosidad nos pica y nos acercamos a ver qué se cuece en lo que parece un museo con una estructura mucho más robusta que cualquier casa de los alrededores. Al entrar el guarda nos pide el boleto turístico, que, evidentemente no tenemos. ¡Ah, en aquel especie de peaje donde estaban parando todos los turistas sería donde lo estaban comprando! Pero claro, como nosotros hemos venido como un andino más, no tenemos es nuevo "papelito" requerido. Como vamos a hacer el trekking del Colca, nos dice que luego lo pagaremos, así que nos invita a pasar mientras nos da una linterna con tamaño de carpeta escolar. "Es que por el derrumbe no tenemos luz" nos justifica. El museo es un espacio algo desordenado, con mucha foto y vitrinas descolocadas. Metida en una vitrina en el suelo vemos la momia de la tal Juanita, que leemos es de una mujer de unos 14 años que incluso antes de nacer ya estaba predestinada a ser un sacrificio inca. Supongo que no podemos juzgar algo tan antiguo con nuestra visión actual, pero resulta algo bastante triste. Tan triste como descubrir que realmente es una copia, ya que la original está en la Universidad de Arequipa. Hay también otra momia pequeñita metida en una urna, que siendo original, goza de menos protagonismo.
Y llegó el momento... ¡¡empezamos la caminata!! Esta cada vez más conocida ruta consiste en bajar el cañón hasta el río Colca con un desnivel aproximado de 1.200 metros y con una inclinación considerable. ¡Es el tercer cañón más profundo del mundo! Nada más empezar un hombre con gorro nos dice "¿Boletos?". ¡Pero por Dios! Dejad de pedir papelitos. ¡Os voy a regalar un contenedor de reciclaje lleno para que os empachéis bien empachados! "¿Cuánto cuesta?" preguntamos, "70 soles" responde. ¿Unos diecisiete euros por cabeza por andar por la naturaleza? "¿Y por qué hay que pagar?" le increpamos,"Para mi sueldo, limpieza del parque y comida de los Cóndores" responde. "¿Y cuánto paga un peruano?" pregunto dudando de que los locales estén dispuestos a semejante desembolso. "No, los peruanos pagan menos, y los de otros países como los brasileños también", "ah, pues muito obrigado, bom día" le dice Pablo consiguiendo un atisbo de duda del guarda. No conseguimos una rebajita y no nos queda otra que solta un buen puñado de soles. "En Europa el monte es gratis, si cobráis la gente va a empezar a dejar de venir" le decimos, aunque creo que los billetes en el bolsillo le han taponado los oídos.
Y ahora sí, comenzamos el descenso. El paisaje es muy seco, de color amarillento, con algunos cactus dispersos y pequeñas malezas de vez en cuando. En la parte baja del cañón se ve correr el agua del río y así, a simple vista, no parece que vaya a ser muy complicado realizar el descenso. Son sólo las nueve de la mañana y la temperatura es agradable, contrariamente al frío que esperábamos iba a hacer. Así que en seguida nos sobra el polar, la chaqueta y hasta la camiseta. Pero preferimos ir lo más cubiertos posible para evitar quemaduras del sol, aunque nos hemos dado, como dicen aquí, "bloqueador solar".
El descenso resulta ser un baño de ego. Adelantamos a los pocos montañeros que hay en el camino: un par de parejas, y un grupo de cuatro alemanes, más altos, más jóvenes... y más asfixiados. De hecho, vivimos en directo un guarrazo de una alemana que cae de culo... tendréis planicies para poner fábricas, ¿pero ahora qué? ¿no desearías haber tenido un buen puerto de Orduña para bajar un exceso de strudel?
Tenemos que reconocer que antes de venir aquí hemos estado entrenando. ¡Pero ni hablar de pisar un gimnasio! ¡Nada de compartir sudores con los vecinos en el habitáculo de la torre A! Para este descenso hemos hecho un entrenamiento específico y dedicado: bajar tres veces seguidas con unos enormes espejos las 26 plantas del apartamento de Benidorm! ¡Eso sí es un Alta Fit!
La dificultad de la bajada no consiste ni en la pendiente, ni en el calor. El problema es que es un camino de piedras, con mucha gravilla, donde hay que poner especial cuidado para no resbalar. Pero pasito a pasito, conseguimos llegar hasta el río, donde hacemos el ritual necesario de mojarnos los pies. Han sido sólo dos horas, haciendo paradas para poder quitar la vista del suelo y disfrutar de este entorno tan hostil como bello.
Retomamos el camino ahora ligeramente cuesta arriba, pasando por algunos pueblos muy humildes: San Juan de Chuccho, Cosñinhua y Malata. En algunos momentos vamos acompañados de un canal de agua, en otro nos topamos con una señora que, enfadada porque no le queremos comprar nada nos dice que hemos pisado un trozo de propiedad privada. "Pues dígale al que nos cobró 70 soles a cada uno que le dé algo, ¿no?"
Ascensos, descensos, zig-zags, ... pero siempre adelantando a gente. ¡¡Somos unos auténticos mendizales!! La verdad es que pensábamos que la ruta nos iba a llevar todo el día; incluso temíamos por no llegar con luz solar, debido a que anochece muy temprano. ¡Pero qué exagerada es la gente para convertir en proezas una caminata exigente pero totalmente realizable! Pero oye, mejor haber pensado que iba a ser más duro que no al revés.
Y llegamos al oasis... al oasis de Sangalle. En medio de estas desérticas montañas hay un rinconcito verde, lleno de vegetación y de pequeños alojamientos. El nuestro, el Tropical Lodge se encuentra al final del todo, pero resulta una grata sorpresa al llegar. Aunque todos tienen nombres muy exóticos, lejos están de ser resorts vacacionales. Nuestra habitación es muy simple, dentro de una especie de cueva, con una cama de matrimonio, un pequeño mueblecito y un baño de lo más básico. ¡¡Pero tiene piscina!!
Para hacer este trekking trajimos unas mochilas pequeñas para cargar con lo más básico. ¡Y olvidé meter el bañador, cosa que Pablo sí hizo! "Mmmm... ¿qué calzoncillos llevo?" ¡Venga, valen! Dicho y hecho, mato dos pájaros de un tiro: me doy un baño que me sabe a gloria y lavo la única ropa interior que he traído para estos dos días. Ya en las hamacas, observamos a otros huéspedes: esa no tiene polvo en las botas, no ha andado; ese está haciendo el delfín lanzando agua de la piscina por la boca, no me explico ni cómo ha llegado hasta aquí; esos están hablando con un guía, han pagado cien euros por barba por hacer lo mismo que nosotros. Cada uno es libre de viajar como quiera, pero ¿habrán experimentado el placer de llegar al oasis y zambullirse en la modesta piscina tras el sacrificio de llegar hasta aquí?
Hay que reponer fuerzas y contratamos la cena. Una sopa de sémola de primero y un plato de pasta de segundo. "Perdona, ¿el menú no incluía mate?" tenemos que reclamar un par de veces. Y con el postre, nos trae las tazas de mate caliente, que por algún motivo habíamos pensado eran fríos y que acompañaban a la sopa y la pasta. Con una modesta cantidad de carbohidratos, va tocando irse a la cama a eso de las ocho de la tarde. Pasamos el santuario de Covadonga que se han montado (una mesa plegable con un par de figuras en un hueco rocoso) y a dormir escuchando el discurrir del río... pero del río Colca, ¿eh?
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