El último día de agosto amanece fresco pero soleado; es de esos días en los que se agradece poner el lomo al sol o cerrar los ojos y sentir sus rayos en la cara o, mejor dicho, en los párpados porque la mascarilla se ha convertido en una jaula para nuestras vías respiratorias. Después de nueve días de viaje, ya tenemos su silueta tatuada en la piel por el sol. Antes, cuando alguien iba a esquiar se le solía quedar la marca de las gafas de esquí; ahora, con vacacionar en verano, ya se le queda a uno el morro y unas líneas en dirección a las orejas de color blanco.
Si en algo se diferencia este viaje con respecto a todos nuestros viajes de verano anteriores es, sin duda, la hora a la que nos levantamos. Como las distancias no son muy largas, no tenemos que madrugar para hacer kilómetros y nos permitimos levantarnos casi a las ocho de la mañana... nos estamos convirtiendo en unos perezosos. ¿Qué va a ser lo siguiente? ¿Descansar en vacaciones? ¡¡Ni pensarlo!! Hay que cansarse físicamente para desconectar mentalmente... así que, ¡¡empezamos ya!!
Estamos en Arles, una ciudad al lado del río Ródano con más de dos mil años de historia. Fue una de las primeras colonias romanas fuera de la península itálica, y por tener ese título se le concedió tener un teatro, un anfiteatro, termas, etc. Hay muchas cosas relacionadas con los romanos, pero como ayer ya tuvimos nuestra buena dosis de esa época nos centraremos en otras cosas.
De hecho, un lugar que nos cautiva es un edificio que es tan moderno que ni tan siquiera está inaugurado: la Torre Luma de Frank Gehry. El famoso arquitecto del Guggenheim de Bilbao vuelve a sorprender con un edifico que denota ya un estilo propio. A diferencia del museo vasco, este edificio está hecho de aluminio y no de titanio, como algunos otros edificios que hemos visitado del arquitecto canadiense. Y es que, las estructuras de este nonagenario nos encantan, son obras de arte en sí mismas.
Y si hablamos de arte en Arles, el pintor por excelencia es Vincent Van Gogh. Aquí paso no más de año y medio, y sin embargo, pintó casi 300 obras. En su última etapa, se dedicó a pintar cosas cotidianas de la vida, un poco las cosas que iba viendo a su alrededor y que le inspiraban. En Arles se pueden visitar muchos emplazamientos relacionados con el artista: uno de ellos es la "Casa Amarilla" donde vivió, pero resulta que ya no existe y un panel muestra el cuadro en la que la retrató. Otro lugar es el "Cafe La Nuit", que plasmó en su famoso cuadro "Terraza de Café de Noche", que visitamos de día.
Se ha levantado viento, será el viento de Mistral, el mismo que me rompió la cámara. Así que, volvemos al coche para cambiar de destino. Nos vamos a Saintes-Maries-de-la-Mer, en la región natural de Camarga. Nada más llegar, parece como si nos hubiésemos transportado directamente a Andalucía: las casas son blancas, hay muchas cosas relacionadas con el toreo y en muchos lugares se ofrecen platos más bien españoles como la sangría y la paella. Mucha gente lo compara con El Rocío en Huelva, y sí que tiene un aire parecido. Además, hay muchos gitanos: que si una mujer que te lee la bola de cristal, otra la palma de la mano,... y se ve mucho turista gitano también. De hecho, comemos ¡¡en un restaurante gitano!! Pero ojo, que aquí los gitanos son mucho más educados y formales que esos que tiran neveras por el balcón.
Saintes-Maries-de-la-Mer se encuentra en una especie de estuario tipo La Albufera, y de hecho, uno de los negocios aquí, aparte del turismo, es el arroz. En muchas tiendas te venden diferentes tipos de este cereal, y no podemos resistirnos a comprar un paquete de ¡¡arroz rojo!! Lo había también negro, pero como una vez cocinado podría parecer que se le ha echado tinta de calamar, nos ha parecido que el rojo era más original. A ver si pronto el chef Pablo cocina una "fantasía de paella".
Pero no hemos venido a esta pequeña localidad ni por los gitanos ni por el arroz. Hemos venido porque, según cuenta la leyenda hasta aquí vinieron varias Marías, entre ellas María Magdalena; ésta se supone que vino embarazada y que su hija era el auténtico Santo Grial o "sangre real", a la cual sucederían las familias reales. Otra leyenda cuenta que en la barca también llegó la esclava Sara (¿esclava o la hija de Jesucristo?), que es la patrona de los gitanos... y claro, por eso hay tanto calé en la iglesia de Nuestra Señora del Mar.
Cogemos de nuevo la carretera, que está flanqueada con salinas y lagunas con flamencos, para llegar a Aigues-Mortes. La parte histórica de la ciudad está dentro de una imponente muralla. Fue un importante puerto de Francia y desde aquí salieron los cruzados franceses.
Estamos ya en la región de Languedoc-Rosellón, y visitamos la localidad costera de Le Grau-du-Roi. Es un pueblo que da al mar y que está divido en dos por un canal, para cruzar el cuál hay un puente rotatorio. Nos damos un paseo y comemos un helado artesano de tres bolas... ¡¡derrochando!!
Y, antes de retirarnos a descansar, damos un paseo por otra localidad más: La Grande-Motte. Este lugar no sabes si amarlo u odiarlo. Resulta que un arquitecto llamado Jean Balladur hizo un desarrollo urbanístico en los años 70 para hacer una ciudad balneario. Todos los edificios son blancos y los apartamentos tienen, por lo general, forma de pirámide. Es, a la vez, original y hortera, y curiosamente tienes que hacer un esfuerzo para pensar que estás en Francia; si me dicen que esto está en una ex-república soviética, me lo creería...
El día de hoy, de nuevo, ha sido un viaje por el tiempo: romanos, cristianos, cruzados, edad media, postimpresionismo, y hasta arquitectura de vanguardia. E incluso casi ha sido un viaje al futuro... que sí, ¡¡había una gitana con una bola de cristal!!