18 sept 2025

Montaña de Colores y Valle Rojo

Hoy batiremos dos récords. El primero es el hotel en el que menos hemos dormido, no sé ya si de este viaje o si de todos los hoteles en los que hayamos estado jamás: no hemos llegado a dormir ni tres horas. Pero, ¿para qué pagamos por alojarnos si no lo vamos a aprovechar? Ah, no, que éste nos salió gratis por el lío del agua caliente y de los ruidos en la habitación. De hecho, técnicamente, hemos ganado dinero, porque pagamos con tarjeta y nos devolvieron el importe de la habitación en efectivo y, como no teníamos para devolver el cambio, se redondeó hacia arriba a nuestro favor. Eso sí, al pasar por recepción el chico nos dice que ya sabe cómo anular el cargo en la tarjeta. "Buenos, si va a ser más lío, si a ambos nos viene mejor" le decimos.... pero pensamos "jo, ya la están liando otra vez y eso que no son las cuatro de la mañana". Además, como anoche no fuimos al cajero, el dinero en efectivo nos ha venido genial y no queremos tentar a la suerte de que justo hoy no tengan TPV en plena montaña.

El segundo récord que batiremos está relacionado con lo más lejos que hayamos llegado nunca... pero, en este caso, no en referencia a algún punto cardinal, sino a la altitud: hoy estaremos lo más alto que jamás hayamos estado... y que no sea en un avión, claro. Vamos a visitar uno de los imprescindibles del viaje, la Montaña de Colores y el Valle Rojo en Vinicunca, cuya cota máxima se encuentra a 5.036 metros sobre el nivel del mar.

Una furgoneta mini-bus nos recoge donde ya viene siendo habitual, en la bajada de la cuesta Santa Ana, frente a la basura, y donde ya merodean algunos perros. Es de noche, hace frío, tenemos sueño y esperamos cual caracoles con las mochilas en la espalda con todas nuestras pertenencias. Hasta que aparece una furgoneta blanca, como los cientos que hay por la zona, cual hormiguita para surcar los caminos hacia los destinos turísticos.

Aprovechamos a dormir lo que podemos, desayunamos en el lugar concertado por el tour y tras cuatro horas de viaje llegamos a donde empezaremos la visita. El grupo es heterogéneo, con gente de diferentes países y estados de forma. Así que nos apresuramos para dejar claro que no necesitamos palos (los necesitan ellos para identificarnos como miembro del grupo), que nosotros iremos por nuestra cuenta y que nos comprometemos a estar a la hora que nos indiquen.

Dicho y hecho... en cuanto tenemos la oportunidad abandonamos la manada y comenzamos el ascenso hasta la Montaña de Colores (o más bien la que hay frente a ella). El mal de altura se hace presente, nos habíamos desacostumbrado estos días previos. Pablo va más perjudicado por no poder respirar correctamente, pero ahí está dándolo todo... incluso gruñéndome un poco por verse limitado. A mí también me cuesta, pero parece que consigo ir algo más liviano.

En su momento teníamos nuestras dudas de visitar este lugar o no... porque eso de que una montaña presente vivos colores pensábamos que podía haber sido adulterado vía Photoshop. Sin embargo, nos llevamos una grata sorpresa: los colores están bien definidos, son variados y la subida, con todo su esfuerzo, merece la pena. Además, no es sólo la Montaña de Colores en sí, sino los colores de otros picos de la cordillera de los Andes, con sus cumbres nevadas y bases color arcilla.












Además del entorno, y a pesar de haber bastantes visitantes, algunas alpacas por aquí y por allá hacen que el lugar resulte muy divertido. A algunas les han puesto gafas de sol, lo cual no nos parece muy bien; pero también hay algunas que otras salvajes que, con su pelaje frondoso, estaría genial abrazar para coger un poco de calorcito.


Además de la Montaña de Colores se puede visitar, de forma opcional, el Valle Rojo, para el cual hay que pagar una entrada adicional. En la taquillas (una mesa plegable con dos señoras disfrazadas con el traje típico), nos piden 30 soles por cabeza; como habíamos oído que era menos y vemos que en el "boleto" no aparece el precio, nos rebelamos y decimos que sólo vamos a pagar 20 soles. Están un poco descolocadas, seguramente acostumbradas a que la gente acepte sus condiciones impuestas... incluso, ante el órdago que les marco de "o 20 soles o paso sin pagar", termino yéndome unos metros. Pablo actúa de poli bueno y finalmente terminamos pagamos los 30 soles, algo desmesurado y que no tiene ningún sentido.

Olvidado el tema de la desfachatez de no hacer las cosas bien, disfrutamos de un valle que, efectivamente es de color rojo, debido a la oxidación del hierro. Las vistas desde lo alto son magníficas y compartimos impresiones con una pareja de madrileños y otra de cántabros. Es un paisaje muy bonito e imposible de ver en Europa, ya que después el guía nos dirá que tan sólo hay tres lugares así en el mundo: dos en Sudamérica y uno en China.





Va tocando deshacer el camino y retroceder por esos caminos locos por los que hemos circulado durante tantas horas durante estos días previos... y deseando "acogernos a sagrado" en la aseptividad que suelen tener los aeropuertos. El tour nos deja, haciéndonos el favor, en el aeropuerto Internacional de Cuzco, que resulta ser uno de los más pequeños que hemos visto. Con todos sus vuelos con destino a la capital, esperamos al nuestro medio dormidos en la puerta de embarque. Finalmente, con más de una hora de retraso, volamos y aterrizamos en Lima.

Sin saber de dónde salen las pocas fuerzas que tenemos, cogemos un Uber hasta el último hotel de nuestro viaje. Nos hemos reservado un pequeño lujo para el último día de viaje, un lugar donde reconciliar algunas penurias vividas con la comodidad de un hotel con estándares internacionales. Hoy dormiremos en un Hampton de la cadena Hilton. Poco después de la una y media de la mañana, caemos rendidos en una cama en la que hasta podemos elegir almohada. Paris y tu chihuahua... ¡nos habéis salvado!

17 sept 2025

Machu Picchu

Para llegar a Machu Picchu puedes coger un tren en Cuzco que cuesta más que una semana con todo incluido en el Ritz, un precio totalmente desorbitado para el nivel de vida del país. Después, puedes coger un autobús que te lleva a la entrada del santuario, que también está bastante inflado, pero que vemos cómo mucha gente coge. Nosotros, sin embargo, hemos optado por hacer el Salkantay Trek, una caminata de 75 kilómetros que nos ha llevado desde montañas nevadas hasta valles selváticos por donde discurren ríos con las fuerzas de sus aguas. Pero este peregrinaje aún no ha terminado: toca subir hasta el santuario y lo haremos, por supuesto, andando.


El calor, la pendiente, el polvo, la contaminación de los autobuses, ... nada nos puede parar porque no tendría sentido rendirse ahora. Pero llegamos a la entrada, sudados y cansados, para ponernos en una cola en la que hay mucho Livingstone de autobús y de "pues yo he descansado bien". Pero si algo estamos aprendiendo en este viaje es que somos capaces de sacar fuerzas de cualquier lado, incluso para discutir a las siete de la mañana. Resulta que en la cola de acceso una mujer se ofrece para hacernos de guía y le respondo "es que me gasté todo el dinero con el precio de la entrada"... y empieza la movida. Para ella es normal que hayamos pagado más de cincuenta euros en la entrada, que el tren venga con hipoteca y que hasta para mear haya que pagar. Y es que, por lo que llevamos de viaje, hemos llegado a la conclusión de que se han quedado con la parte moderna del turismo: el TPV; es como si no entendieran que por muy Machu Picchu que sea, tienes que tener una carretera en buenas condiciones, servicios, información, limpieza, ... no se puede presentar el diamante embarrado.

Nos juntamos con Javier y entramos al recinto. Los tres habíamos adquirido el mismo tipo de entrada... ¡Porque hay unas doce diferentes! Que si en la que ves la foto típica, que si la que ves la foto de la terraza de abajo, que si... ¡tuvimos que buscar un tutorial de YouTube para entenderlo! Así que al final, un poco desesperados, cogimos la más cara (que por algo sería) y que incluye subir al monte que está detrás del recinto, el que aparece en todas las fotos.

Se supone que tienes que seguir el recorrido de las flechas del color de tu entrada, en nuestro caso el amarillo. Pero no está del todo bien organizado porque en algún momento terminamos haciendo algún círculo. Por supuesto, no existe ningún panel informativo que te explique qué es cada estancia... para que cojas un guía o no te enteres de nada si no has hecho los deberes en casa.










Este monumento es Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO y, además, una de las siete maravillas del mundo moderno. La verdad es que es emocionante recorrer los diferentes edificios incas, pero es el entorno el que realmente realza estas ruinas que en plano no serían tan icónicas.

La subida al Wayna Picchu es la prueba final: escaleras angostas y empinadas, mucho calor y mucha gente, lo convierten en un nuevo reto. Pero lo conseguimos de nuevo y, a pesar del esfuerzo, coronamos el monte para tener una visión diferente a la habitual.









Después de disfrutar de esta joya, va siendo hora de desandar el camino: tenemos que llegar hasta Hidroeléctrica para coger el bus que nos devolverá hasta Cuzco y, dado el caos originado por la huelga de trenes, perder ese bus nos pondría en un serio aprieto. Así que nos despedimos de Javier, deseándole un feliz viaje y descendemos hasta la estación de tren.

Los manifestantes están en su momento álgido contra Consettur, debido a la presencia de las cámaras. Pablo se ofrece a ser entrevistado por la RPP, donde sintetiza algunas de las ideas que hemos ido gestando durante el viaje: no se puede cobrar esos precios y luego, encima, dar ese servicio (o no darlo); cuenta resumidamente nuestra experiencia, mientras yo grabo la grabación y observó que al periodista se lo está dejando todo mascadito. Ya hemos salido en la tele japonesa, Antena 3, La Sexta, TVE Extremadura, canaria, peruana, ... ¿Nos habremos equivocado de profesión? ¡La cámara nos quiere!

Después del minuto de gloria toca volver a la realidad de tener que andar dos horas por las vías del tren. Llegamos a Hidroeléctrica donde mendigamos algo de comida, debido a que está todo lo cocinable agotado. Y después, cuando ya parecía todo fácil y sencillo, descubrimos que el aparcamiento de nuestro autobús está diez minutos andando más allá. Es todo un poco caótico: hay que buscar el bus y luego que el conductor "cante" tu nombre... ¡Qué rústico! ¡Y qué lento todo! El conductor aún no ha comido, y eso es más importante que salir puntual.

El servicio Platinum deja mucho que desear: salimos con media hora de retraso, la conducción es algo temeraria, la carretera està en obras, ... Acabamos tardando seis horas en llegar a Cuzco, donde dan ganas de besar el suelo. Hace mucho frío, así que, cenamos algo y decidimos no ir al cajero y confiar en que los soles que tenemos nos lleguen para pagar los gastos de mañana. Pero es que no podemos más, estamos exhaustos.

Entramos al hotel donde hace cinco días dejamos las maletas, el okupotel. Tenemos solo cinco horas para dormir, así que decidimos ducharnos antes de dormir. ¡Y que gusto da poder afeitarse! Pablo está dentro de la ducha esperando a que salga agua caliente, que no termina de llegar. Bajo a recepción y me llevo una explicación de cómo funciona el agua caliente... claro, como vengo del futuro donde existen grifos termostáticos, no sé si seré capaz de coordinar una mano para la llave del agua caliente y la otra para la fría. Como sigue sin salir, vuelvo a bajar, y está vez que van a comprobar no-sé-qué; efectivamente ese algo estaba bajado y en 15 minutos ya debería haber. Tras una hora perdida pensamos que tienen termos y que esperaremos a levantarnos para probar suerte... pero al meternos en la cama oímos un sonido repetitivo como de una bomba de presión. Y así vuelvo a calzarme las botas y bajo a recepción... ¡Como una bomba de presión! Les digo con educación y furia que no puede ser que en un hotel no haya agua caliente y que no se pueda dormir porque hay ruidos... ¡Que busque una solución y que hable con su jefe para un reembolso completo! El día de hoy termina en otra habitación, duchándonos con agua caliente y con el precio del hotel devuelto en efectivo. ¡Menos mal que ni fuimos al cajero!