Como ya es casi habitual, gran parte de la ropa que hemos traído para el viaje ha quedado distribuida a lo largo de nuestra ruta. Como hemos comprado tan solo algunos recuerdos, las maletas van casi vacías, así que no tardamos nada en recoger y dejar el último hotel. Camino a Kiev repostamos en una gasolinera, donde parece que es la primera vez que ven una MasterCard. La gasolina es Ucrania ronda los 90 céntimos por litro, así que nos ha salido muy bien de precio recorrer los casi 1.600 kilómetros de viaje.
Una última visita servirá como guinda del pastel a nuestro viaje. Se trata del parque de Feofaniya al sur de Kiev, donde luce con su aire ruso el convento de San Panteleimon. A diferencia de otras iglesias y catedrales que hemos visto, esta se caracteriza por estar más recargada, al estilo de las que se pueden encontrar en Rusia. Además, no tiene las cúpulas doradas, algo que se agradece ya que pensamos que a lo largo del país se ha abusado de poner llamativas cúpulas a iglesias que destacarían más siendo modestas.
Rumbo al aeropuerto de Boryspil, nos despedimos de los conjuntos de bloques de rascacielos salpicados entre zonas verdes. El país está en plena burbuja inmobiliaria y por todo el país hay anuncios de nuevas urbanizaciones, especialmente en la capital, adonde mucha gente del campo se está mudando. Quizá huyendo de la soledad de las casas tradicionales, ahora se aglutinan en inmensas moles de cemento rodeadas de todos los servicios.
A las 2 sale nuestro vuelo de regreso a Madrid vía Fráncfort, así que ya sólo tenemos pendiente devolver el coche. Y, cómo no, no nos lo iban a poner fácil. Una vez en el aeropuerto de Boryspil, parece que nadie conoce la compañía internacional Hertz. Preguntamos a la policía, en información, a seguridad... acumulamos gente, y nada... hablando español, inglés y francés, si no hablas un derivado del ruso estás perdido... hasta que en información turística nos confirman que dicha compañía no tiene mostrador en... ¡¡el aeropuerto más concurrido del país!! Quizá debido a una mezcla de asombro y pena, la chica del turismo llama a la compañía para que vengan a recoger el coche. Y, dicho y hecho: en pocos minutos aparece un agente de Hertz. El día que volvamos lo tenemos claro: mejor que alquilar un coche, comprarse un Lada soviético.
Viajar a Ucrania ha sido un viaje al pasado. Aunque el país está evolucionando, aún conserva cierto aire socialista de la época de la URSS que precisamente lo hace diferente a visitar cualquier país de la Europa occidental. Antes de venir pensábamos que sentiríamos cierta inseguridad especialmente en las zonas no turísticas o por la noche; y no podíamos estar más equivocados porque uno se puede mover con la misma tranquilidad que en ciudades como Viena o Roma. Aunque nos hemos encontrado con alguna que otra persona desagradable, por lo general la gente, especialmente la joven, es amable e intenta ayudar. Además, al contrario de lo que podría parecer, las calles están siempre llenas de gente porque les gusta disfrutar de la ciudad y de estar en compañía; ha habido localidades ucranianas con mil veces más vida que poblaciones similares en Francia o Inglaterra.
Eurovisión, la capital y Chernobyl, que eran los platos fuertes del viaje, han superado con creces las expectativas y bien justificaban un viaje a Ucrania. Lviv también ha sido una grata sorpresa y complementar con ciudades desconocidas ha sido todo un acierto. Al ser un país económico para nosotros, hemos disfrutado sin límites de su gastronomía y algo tan sencillo como tomarse un café viendo gente pasar se convertía en una enriquecedora experiencia.
Sobra decir que, a excepción de algunos paneles con propaganda política, el turista no percibe nada de la guerra latente con Rusia que se libra en el este del país. Más bien todo lo contrario: por donde nos hemos movido siempre había banderas de la Unión Europea y en cierto sentido se notaba el deseo de marcar distancias con su pasado Ruso. Se podría decir que están aprendiendo a vivir al estilo occidental y, aunque aún les queda, van por el buen camino.
Cruzamos la puerta de embarque y en ese momento ya finaliza el viaje... lo hemos pasado genial y volvemos con nivel avanzado de cirílico. Sólo nos queda decir... Adiós Ucrania, до побачення Україна!
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