Durante los días que llevamos en Ucrania hemos observado algunas cosas en los hoteles. Por un lado, las puertas de las habitaciones siempre se abren hacia el pasillo, ideal por si hay un espía de la KGB escuchando al otro lado. Las plantas de los edificios se numeran empezando por el uno, y así si un edificio tiene 20 plantas estarán numeradas del 1 al 20; tiene sentido, pues en España nos complicamos con planta baja y entreplanta. Otra curiosidad es que los recepcionistas parece que viven pasando la puerta que hay tras el mostrador... hoy por ejemplo la misma recepcionista de anoche ha aparecido peinándose y con una manta.
Dejamos atrás Lviv y volvemos a la campiña ucraniana. El paisaje en todo momento es muy verde, alternando densos bosques con campos cultivados y, de vez en cuando, caudalosos ríos que avanzan hacia el Mar Negro. Estamos en una tierra fértil, a la que muchas veces se le denominaba el granero de Europa debido a su alta producción de cereales. De hecho, hasta el mismo Hitler se llevaba camiones y camiones de tierra a lo que es actualmente Alemania con el objetivo de mejorar la calidad de sus tierras.
Nuestra primera visita de hoy es Drohobich, lugar donde hay una iglesia de madera del siglo XVII. En nuestros viajes por Polonia, Eslovaquia y Rumanía vimos muchas construcciones de este tipo y lo que no sabíamos era que en el suroeste de Ucrania también había. De hecho, el conjunto de iglesias de madera de estos países está inscrito en la Unesco. A la llegada, una mujer que no habla inglés nos cobra una entrada de menos de setenta céntimos de euro. Después, otra mujer idéntica al Pinocho que sale en Shrek nos cuenta que realmente son dos iglesias, la de los hombres abajo y la de las mujeres en la parte superior. En realidad la de las mujeres es como un pequeño palco desde el que se ve el altar principal.
Al igual que ayer, hoy hacemos una selección de los lugares que visitaremos con respecto a los que teníamos pensado inicialmente, ya que las carreteras por estas zonas rurales están mucho peor de lo esperado. Pablo intenta sortear como puede los hoyos que hay en el asfalto, aunque a veces es imposible porque hay más cráteres que en Islandia. En un momento dado, en el que más que en coche parece que trotamos sobre un caballo desbocado, creo ver pasar un ovni por la ventanilla. Ay no... ¡¡era uno de los tapacubos!! Paramos en lo que se podría considerar el arcén y corro metros atrás con la dignidad que la situación me concede para recolocar la pieza en su sitio.
Más o menos a la hora de comer guadamuleca llegamos a Ivano-Frankivsk. Si no habíamos oído hablar jamás del más famoso escritor ucraniano, menos consciencia teníamos de que hubiera una ciudad que llevara su nombre. Es más, en ningún momento nos habíamos planteado visitarla hasta hoy que hemos visto que estaba justo a mitad camino. Las primeras impresiones tras aparcar han sido de "comemos y nos vamos", dado que parece simplemente un bazar gigante. Sin embargo, caminando sin rumbo fijo, llegamos al centro donde descubrimos parques, calles peatonales y, sobre todo, mucha animación. Encontramos un puesto ambulante donde venden una bebida que habíamos leído era típica: el kabac. No tenemos ni idea de qué lleva, pero si tuviésemos que reelaborar la pócima echaríamos café, té, gaseosa y cerveza. Menos mal que lo dan en vasitos pequeños, porque eso tiene que lijar las paredes del intestino... adiós a la fibra, bienvenido el kabac.
Algo está ocurriendo y no nos enteramos. Casi toda la gente, niños y adultos por igual, van vestidos con ropa tradicional: una camisa o blusa blanca estilo ibicenco pero con bordados geométricos del cuello hacia abajo y en los puños. Hay gente que incluso la lleva con traje y la verdad es que no queda nada mal, hasta el punto de que nos planteamos apuntarnos a la moda tradicional ucraniana. Como no queremos irnos sin saber qué ocurre, le preguntamos a una camarera sonriente de una cafetería donde hemos parado a comer unos trozos de tarta. Resulta que es la semana de celebración de la nación ucraniana, o al menos eso es lo que entendemos.
Con el regustillo de lo inesperado de haber conocido esta ciudad, volvemos a la carretera. Este es un camino de sorpresas, porque en un momento dado vemos una casa que bien podría ser la casa de veraneo del mismísimo Drácula. Realmente no sabríamos decir si es bonita o fea, ni si es de verdad o es de cartón-piedra para hacer una película. Es ideal para que los colaboradores de Cárdenas capten sicofonías con un altavoz bluetooth, ¿o no?
Otra cosa que hemos observado por esta zona es que no hay supermercados, sino que hay pequeñas tiendas con el letrero de 'magasin' en cirílico. Funcionan como tiendas de ultramarinos y también como bares. Sin embargo, conseguir una coca-cola fresca es prácticamente imposible. Las bebidas las guardan en las neveras a modo de armario, pero tras entrar en unas cuantas compruebo que están todas apagadas. Con el calor que hace y no se les ha ocurrido utilizar una nevera... ¡¡como nevera!!
La tarde va cayendo y llegamos a Khotyn (o Jotin según como se lea), lugar donde se encuentra un castillo con el mismo nombre. Ya ha pasado el horario de visitas, pero aún así el guarda del parking nos deja dar un paseo por los alrededores. La luz suave del atardecer convierte en una bonita postal el conjunto formado por la fortaleza, los prados y el río Dniester. Estamos a pocos kilómetros de la frontera con Moldavia, un país bastante desconocido y que tardaremos mucho en visitar: habiendo visitado ya Rumanía y Ucrania, no pensamos que merezca tanto la pena como para hacer un viaje específico.
Terminamos el día en Kamenets-Podolsky, una preciosa localidad del oblast de Jmelnitsky. Por aquí pasaron tártaros, mongoles, polacos, ... todos con el objetivo de quedarse con su castillo y dominar la ciudad. Nosotros, sin embargo, lo primero que hacemos al llegar es registrarnos en el hotel, donde un simpático recepcionista chapurrea español con bastante naturalidad. Tras pedirle consejo de un lugar adonde ir a cenar, salimos a dar un paseo. Ya han iluminado el castillo y las luces rojizas de los tejados convierten el momento en mágico. Disfrutando de las vistas un hombre con un telescopio nos ofrece ver Júpiter por 10 grivnas. Como la noche está despejada, nos animamos y vemos en pequeñito el planeta y sus anillos de polvo, así como algunas de sus 67 lunas.
El día no da para más... caemos rendidos.
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