Como a las siete y media tenemos que estar cerca de la estación de tren, ayer fuimos precavidos y pedimos que nos preparasen el desayuno para llevar, del cual más de un sándwich cayó a las dos de la mañana cuando llegamos de Eurovisión. Así que, devoramos lo que queda y redesayunamos con un café y muffin cerca del lugar de salida del tour. Ponía que el tour saldría a las ocho, pero como tienen que llevar bien controlado el tema de los pasaportes, salimos casi rozando las nueve... para parar en una gasolinera a repostar gasolina y comprar víveres.
Ya en carretera, los guías nos cuentan qué ocurrió aquel 26 de abril de 1986. Resulta que lo que se pretendía hacer era una prueba para ver cómo el reactor cuatro se comportaría ante un corte de suministro eléctrico... y todo lo que pudo salir mal, salió peor. El reactor empezó a calentarse y acabó descontrolado hasta que terminó por reventar, expulsando al exterior material radioactivo equivalente a 500 veces la bomba de Hiroshima. El aire iba dirección norte y por eso Bielorrusia (en aquel entonces también parte de la Unión Soviética) se llevó la peor parte.
Al principio nadie sabía qué era lo que había que hacer, y ni tan siquiera se informó a la población. Curiosamente, en una central nuclear de Suecia vieron que los niveles de radioactividad eran más altos de lo normal pero que aparentemente todo funcionaba bien... porque resulta que era el polvo radioactivo que había llegado desde Chernobyl. Al gobierno soviético no le quedó otra que avisar a la población y tomar medidas para paliar el desastre.
Resulta estremecedor pensar que si no fuera por el coraje de mucha gente que dio su vida por minimizar el desastre, prácticamente el continente Europeo sería inhabitable durante miles de años. Por un lado, los ingenieros se centraron en sellar como fuera lo que quedaba del reactor número cuatro, bien echando arena, construyendo un túnel subterráneo o utilizando rudimentarios robots que poco a poco dejaban de funcionar; por otro lado estaban los liquidadores, que se encargaban de limpiar la zona de radioactividad, para reducir el impacto del desastre.
Mientras nos cuentan todo lo ocurrido hace treinta años, llegamos al primer punto de control. La zona de Chernobyl tiene dos áreas de exclusión: una de 30 y otra de 10 kilómetros de radio, para entrar en las cuales hay que dar el pasaporte. El gobierno sólo garantiza una visita segura si se hace mediante un tour, y estando durante un tiempo limitado en cada una de las zonas. Además, cada punto de control es casi como si fuera una de las fronteras del país, dado que no hay un punto fronterizo en la división real entre Ucrania y Bielorrusia.
Para pasar el primer control nos mandan bajar del autobús y van comprobando uno a uno cada pasaporte. Son muy estrictos y tiene que estar todo registrado con puntos y comas. Tras pasar ese primer control nos animan a que vayamos al baño. Y tiene su sentido, porque no estamos entrando en la Warner... no es un lugar creado para el turismo. El paisaje no cambia mucho, si acaso el hecho de que sólo hay una carretera; de hecho, es un parque natural dado que allí no puede residir ningún ser humano, y, según nos cuentan, es el único sitio de Europa donde aún hay caballos en libertad. En esta primer área de exclusión visitamos lo que queda de un pequeño pueblo llamado Zalissya. Habrá entre quince y veinte casas y, como es de esperar, se están medio cayendo... sus dueños las tuvieron que abandonar y la naturaleza las ha estado engullendo durante estos treinta años.
Continuamos rumbo al norte y pasamos un segundo control, donde curiosamente son menos rigurosos que en el primero. Visitamos el pueblo de Chernobyl, que daba nombre a la fábrica sólo porque era la población existente más cercana antes de construir la central nuclear. De hecho, en el pueblo actual vive y trabaja gente, pero el gobierno les obliga a trabajar en turnos, alternando quince días dentro y quince días fuera. Nosotros recorremos algunos edificios y monumentos como el de los liquidadores, el del arcángel que predijo el desastre, etc. Un lugar que impresiona es la guardería que visitamos, con lo que queda de las aulas, literas, baños, ... lleno de objetos personales de niños que seguramente no vivieron muchos años después de aquel desastroso día.
Para aliviar un poco la tensión de la visita, hacemos una visita para ver el radar Duga-1, también en las inmediaciones de Chernobyl. Se trata de uno de los radares más grandes del mundo, construido por el gobierno soviético para la guerra fría y que nunca llegó a entrar en funcionamiento. Es una gran mole metálica en medio de un bosque, oculta dado que era alto secreto.
Pero sin duda, el momento más importante de la visita es cuando nos acercamos al fatídico reactor. Lo que realmente se ve es el sarcófago que se inauguró en 2016 y que sustituía al primero que se construyó y que digamos que había caducado. Ésta es la estructura móvil construida mayor del mundo, ya que se construyó a 180 metros y después de desplazó para tapar el reactor. Según nos indica el guía aún no está sellada porque aún se está trabajando para finalizarla.
Si ya resulta sorprendente estar a unos 250 metros del reactor, no menos curioso resulta comer en la cantina de la central nuclear, donde nos sirven la sopa ucraniana borsh, pollo empanado y un pastelito. ¿Han utilizado microondas o se calienta sólo con la radiación?
La tercera parte de la visita la hacemos en Prypiat, una población construida expresamente para los trabajadores de la central nuclear y sus familias. Situada a tres kilómetros de la central, pretendía ser el modelo idílico de ciudad soviética: edificios funcionales, grandes avenidas y todo tipo de servicios para los ciudadanos.
Recorremos sus calles, el puerto del lago, sus avenidas... Vemos el hospital donde llevaron a los primeros heridos y donde el nivel actual de radiación es mayor debido a que sigue estando la ropa que quitaban a los heridos. Vemos también los teatros, un supermercado, una tienda de muebles, ... Por haber, hay hasta un estadio y un hotel, dado que el gobierno quería presumir y enseñarle al mundo lo idílico y felices que eran los cerca de 45.000 habitantes que tenía.
Sin embargo, la felicidad terminó con la explosión nuclear. Al principio, pensaban que era un incendio y que todo estaba controlado, pero tras 36 horas de recibir inconscientes grandes dosis de radiación, el gobierno ordenó evacuar la ciudad. Llevaron autobuses de todo el país y ordenaron que dejasen sus casas bajo la promesa que volverían en los próximos días. En menos de tres horas, la ciudad se vació de gente y pasó a ser lo que sigue siendo hoy en día: una ciudad fantasma. El tiempo se ha detenido y aún siguen estando todos los símbolos soviéticos y comunistas de hace treinta años... claro que la naturaleza va haciendo su trabajo y poco a poco se engulle lo que el hombre ya no mantiene. Se estima que en 50 años ya no quedará nada de lo que fue Prypiat.
La visita termina en un lugar muy icónico: el parque de atracciones. Se iba a estrenar unos días después de que ocurriera el accidente. Sin embargo, los guías nos cuentan que realmente sí que se utilizó durante un día ya que se necesitaba tener entretenidos a los niños para que no molestaran.
Ahora ya sólo queda desandar los cerca de 200 kilómetros que separan Chernobyl de Kiev. A la salida, nos miden el nivel de radiación para comprobar que no hemos sufrido ningún daño. Teóricamente, si uno sigue las indicaciones de los guías, el nivel de radiación que se soporta es el equivalente al de un vuelo de seis horas. Hacerse un radiografía, por ejemplo, implica recibir 100 veces más radiación que esta visita. Nosotros, en cualquier caso, hemos extremado las precauciones, no hemos tocado nada ni nos hemos alejado del itinerario. Además, hemos llevado ropa que podríamos calificar de 'soviéjica' y que tiraremos a la basura no vaya a ser que nos llevemos alguna partícula radioactiva.
A los turistas que visitan Chernobyl los denominan 'turistas negros', aunque no entendemos muy bien por qué. Aunque hemos de reconocer que tiene cierto exotismo visitar una catástrofe de esta envergadura, no resulta menos pedagógico los límites que ha de marcarse el ser humano si no quiere acabar con la vida en este planeta... planeta que aún tiene muchos lugares esperando a que nosotros los visitemos.
Impresionante.Lo que habreis tenido que sentir ahí.Seguro que no OS habeis traído un recuerdito?jeje
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