13 may 2017

Kiev, capital de la música europea

Como es habitual y también incoherente, dormir es inversamente proporcional a nuestro descanso vacacional. Así que a las seis suena el despertador y tras un buen desayuno comenzamos a recorrer la ciudad. Aunque es desconocida para muchos, Kiev tiene en la actualidad casi tres millones de habitantes, y cuando Ucrania formaba parte de la extinta Unión Soviética, era la tercera ciudad más importante tras Moscú y San Petersburgo.



Si por algo se caracterizan las ciudades del este es por dos cosas: por las catedrales ortodoxas con sus bulbos coloreados y dorados, y los edificios brutalistas soviéticos. En Kiev, por supuesto, hay para dar y tomar de ambos. Empezamos el recorrido por la plaza Kontraktova y subimos hasta la iglesia de San Andrés por la cuesta del mismo nombre, una especie de barrio de los pintores como el de París.

Después, visitamos el monasterio de San Miguel de las Cúpulas Doradas, que es Patrimonio de la Humanidad. También caminamos frente a edificios gubernamentales, tales como diferentes ministerios, el Palacio Presidencial, el parlamento o el Palacio Mariyinskyi, lugar de residencia del primer ministro. Un edificio de imprescindible visita es la Casa de las Quimeras, donde elefantes, rinocerontes, dragones y otras criaturas hacen de este edificio algo realmente singular.

Pero hoy, la belleza de la ciudad queda eclipsada por el evento que se celebrará esta noche: la 62 edición del Festival de la Canción de Eurovisión. Y por primera vez, tenemos entradas para poder asistir a la gran final, espacio televisivo que siguen en directo más de 200 millones de personas de todo el mundo y del que nosotros hoy formaremos parte. Como uno no puede asistir todos los días queremos vibrar con cada momento, así que nos vamos a mediodía a descansar al hotel y echarnos una siesta.


Aunque no nos entusiasma la canción de nuestro representante Manel Navarro, esperamos disfrutar con nuestras grandes favoritas: Italia, Suecia, Bulgaria, Israel, ... Hemos escuchado el disco tantas veces que nos encantan todas. Así que, tras una reparadora siesta, llegamos al Palacio de Exposiciones de Kiev con nuestras entradas de la fila 9 en mano. Enseguida pasamos el control y, tras una espera algo larga, accedemos a la grada. Estamos muy cerca del escenario, con una buena visión también del público, de la green-room y de los directores del certamen. Mientras la gente va tomando sus asientos un DJ pone canciones de ediciones anteriores.

Pudiendo tener al lado gente de como mínimo 26 nacionalidades, la casualidad quiere que a la derecha tengamos a otros españoles y a la izquierda a una ucraniana de Odesa que habla perfectamente español y que está casada con un australiano, con quienes entablamos conversación. Poco a poco llega el momento de que los artistas lo den todo en el escenario. Es muy emocionante porque la música se siente mucho más vibrante en directo que por la televisión. Se echa en falta los comentarios de José María Íñigo dando datos inverosímiles, pero por otro lado descubrimos qué ocurre entre canción y canción: cómo una flota de personas limpian el escenario en tiempo récor y cómo instalan lo que sea necesario para la siguiente actuación en pocos minutos.

Disfrutamos cada una de las 26 canciones, y sobre todo con la breve participación de Verka Serduchka, un transformista que representó a Ucrania años atrás y que resulta la mar de simpático. Hasta la actuación de Jumala, la ganadora ucraniana de la edición anterior y cuya nueva canción no conocemos, resulta interesante debido a un espontáneo que sale a hacer un calvo. Y después, llega el momento de la verdad... ¡¡las votaciones!! España, un año más, sale mal parada, algo a lo que ya estamos habituados. Nuestra favorita, Italia, se va quedando poco a poco fuera de los primeros puestos... y la carrera hacia el éxito se decide entre Bulgaria y Portugal. El voto del público es decisivo y encumbra hacia el podio al cantante luso, con su Amar Pelos Dois. Salvador Sobral ha conseguido distinguirse del resto con una puesta escena ridículamente sencilla, con una canción tranquila que bien podría ser la banda sonora de un dramón de Walt Disney, pero que transmite un algo que ninguna otra ha conseguido. Aunque ha sido toda una sorpresa, mirémoslo por el lado positivo... ¡¡el año que viene lo tenemos mucho más fácil para volver a asistir a Eurovisión!!


Asistir a Eurovisión ha sido un deseo cumplido y ha superado incluso las expectativas. Quién sabe si alguna vez podremos repetirlo... pero lo intentaremos seguro. ¡¡Empieza la cuenta atrás para el próximo año!! Con la emoción en el cuerpo, caminamos los quince minutos que nos separan del hotel... mañana nos espera el segundo plato fuerte del viaje.

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