16 may 2017

A Ucrania, oblast o no oblast

Con el lío del coche, ¿nos dejamos las luces encendidas al ir a dormir? Ah no, que son las cinco de la mañana y como en este país no existen persianas con la luz que entra por la ventana nos estamos poniendo hasta morenos. La preocupación de qué pasará con el coche de alquiler no nos deja conciliar el sueño y estamos ansiosos por que llegue una hora decente en la que ir al aeropuerto a que alguien nos solucione este contratiempo. A las siete el despertador más que despertarnos suena a toque de corneta... empieza la guerra. Una duchita rápida y antes de desayunar (sin apetito, que ya es decir), probamos suerte con el skype a llamar a cualquier teléfono donde haya un atisbo de esperanza. Caemos en la cuenta de que el número del aeropuerto de Boryspil y el de Zulhany no son el mismo, sino que cambia un número, con lo que se abre una nueva posibilidad. Nos cogen la llamada y casi no nos lo creemos cuando nos dicen que no nos preocupemos, que son conscientes del problema. Skype nos juega una última jugarreta y se cuelga, creando tensión hasta el último minuto. Para evitar cualquier error de interpretación, les pedimos ayuda a las recepcionistas del hotel y nos dejan su móvil para poder hablar fluidamente. Finalmente, nos darán el coche en las oficinas centrales... parece que la cosa se ha arreglado.


Desayunados y con la maleta preparada, salimos del hotel y llegamos a las oficinas de Hertz, donde nos dicen que el aeropuerto de Zulhany está en obras y que sienten mucho el trastorno... pero vamos, que tampoco nos reducen el precio ni nos dan una compensación por los nervios que hemos pasado. Aún así, hemos pasado de estar tirados a tener un modesto Skoda CitiGo con el que podremos continuar con nuestro viaje. Si venir a Ucrania es viajar en el tiempo, el coche bien vale como atrezzo: tiene un elevalunas manual muy vintage, cierre no centralizado ideal para dejarte la puerta abierta y de mp3 nada de nada... poco más y tiene un gramófono.


Y ahora sí, comienza nuestro recorrido por la campiña ucraniana. Pablo está ya hecho un experto en todo tipo de coches y en seguida se hace con el punto de embrague. Como es un martes laboral, hay bastante tráfico pero no tardamos mucho en coger la autovía que va hacia el oeste. Bueno, autovía siendo generosos, porque resulta que cada ciertos kilómetros puedes hacer un cambio de sentido por la misma mediana. Los límites varían entre 90 y 110 kilómetros por hora y la carretera no está nada mal. Hay que decir que, aunque la gente no lleva el cinturón, habla por el móvil y hasta lleva a niños en el regazo, no conducen nada mal.


El primer lugar que visitamos es Zhitomyr, una ciudad con un aire muy soviético. Cuando se viaja se tiende a pensar que sólo hay que visitar lugares bonitos y exóticos. Sin embargo, cuando uno es más viajero que turista, busca encontrar las realidades de los lugares y visitar esta ciudad de más de 250.000 habitantes tiene como objetivo ver qué queda de ese pasado comunista en el que tantos años estuvo Ucrania. Aquí podemos observar como los edificios grises se siguen utilizando simplemente rebautizándolos con el escudo del país. Como es de esperar, también se está renovando la ciudad y damos un paseo por una calle peatonal con mucho encanto, donde decidimos comer. Sobra decir que fuera de la capital todo es más complicado: casi nadie sabe inglés y los menús están sólo escritos en cirílico, así que a veces hay que elegir un poco al azar... ¡¡y siempre se acierta!! Comemos varenyky, unas empanadillas rellenas de muchas cosas que son muy típicas en el país.


Como vemos que los desplazamientos llevan más tiempo del esperado, hacemos una selección sobre los diferentes sitios que teníamos apuntados para ver. Entre ellos, nos quedamos por ejemplo con el monasterio fortificado de Mezhrich. Es fácil ver en los arcenes de las carreteras vacas pastando, cabras sueltas, gallinas cruzando la carretera, etc. Aunque no lo parezca esto también forma parte del viaje a un pasado en el que los animales estaban sueltos alrededor de las casas.


Otro lugar por el cual nos decantamos es otro monasterio, el de Grodok. Su llamativo color azul contrasta con la sobriedad de las monjas que lo habitan, y que de vez en cuando se dejan ver por el lugar. Estamos en tierras en las que la gente es muy creyente y, al igual que en nuestro viaje a Rumanía, los monasterios e iglesias son los lugares de interés por excelencia. Pero a diferencia de en Rumanía, aquí todas las iglesias tienen bulbos dorados y en las que no los tienen los están poniendo. Ver las iglesias de Kiev con estos tonos brillantes resulta hasta distinguido... pero cuando los oros predominan en todos los templos roza un poco lo hortera... ay payo, a ver si van a venir los richis.


Hay veces en que cuando ves un lugar en un folleto turístico piensas que puede estar trucado o que "no será para tanto". Esa era la idea con la que vamos hasta Klevan, para visitar lo que llaman El Túnel del Amor. Estábamos casi convencidos de que unas vías de tren rodeadas por árboles en forma de túnel no podían ser para tanto... y sin embargo, una vez allí, consiguen enamorarnos. El túnel es larguísimo y con el sol de la tarde se ven diferentes tonalidades de verdes. ¿Cuál será la siguiente estación?

Cae la tarde y llegamos a Lutsk, una ciudad que antiguamente perteneció a Polonia, como gran parte del Oblast en el que nos encontramos. La división administrativa equivalente a nuestra "comunidad autónoma" es el oblast, y hoy nos hemos recorrido cuatro como quien no quiere la cosa.


En Lutsk nos alojamos en un pequeño hotel llamado Campo di Fiori, que resulta ser una verdadera sorpresa. La recepcionista es encantadora y la habitación es muy acogedora. La separación entre el baño y el dormitorio es una pared de cristal, y menos mal que tiene un estor con el que reclamar la intimidad que todo baño se merece. Nos damos una vuelta por el centro de la ciudad y por el casco histórico. Esta ciudad es mucho más moderna y menos grisácea. El castillo, que sólo vemos por fuera debido a la hora, es el icono de toda la región.


Cenamos en un restaurante italiano pizza y pasta, y volvemos al hotel regentado también por italianos. Y aún así nos preguntamos... ¿por qué pensarán por estas tierras que somos de la Nazione de Berlusconi?

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