Lviv es una ciudad universitaria y esto hace que haya jóvenes yendo de un sitio para otro. Casi en el centro de la ciudad está la universidad Ivan Franko, un edificio neoclásico que visitamos recorriendo sus laberínticos pasillos... en busca de un baño porque no podemos más. A la salida, unos jóvenes nos hacen una encuesta para saber si conocemos a Ivan Franko, a lo que les respondemos que no y se quedan extrañados. Suponemos que es como si en España preguntas a alguien a ver si conoce a Miguel de Cervantes y responden que ni les suena; bueno, hay gente para todo, ¿no? Pues resulta que es el poeta, político y filósofo ucraniano más importante y son innumerables las estatuas suyas que hay por todo el país.
En Lviv hay muchos productos típicos, siendo algunos de ellos el café y el chocolate. Además, descubrimos por casualidad un local donde sirven otra bebida típica: el licor de cereza. Como dos machotes nos tomamos una copa cada uno, pensando que iba a ser una bebida azucarada con sabor a caramelo de cereza. ¡¡No lo bebáis o acabaréis bailando una polca!! Tiene mucho alcohol y con el estómago vacío es toda una bomba. Menuda alegría para seguir recorriendo la ciudad.
Para sudar el alcohol no se nos ocurre otra cosa que subir a la torre del ayuntamiento. Escaleras, escaleras y más escaleras para acabar ya mareados perdidos. Eso sí, el viento en las alturas nos refresca la cabeza y disfrutamos de una panorámica de 360 grados. Si no fuera porque no hemos tenido que enseñar el pasaporte, pensaríamos que estamos en Polonia. La estructura de la ciudad es similar a ciudades como Katowice o Poznan, donde el ayuntamiento se encuentra en el centro de la plaza del pueblo.
Los países del este se caracterizan por sus aptitudes musicales y artísticas. Y es normal, dado que durante los duros inviernos en algo se tienen que entretener. Así que, en esta ciudad polaco-ucraniana, ¿por qué no asistir a algún evento cultural? En internet habíamos visto que hoy había ballet en la Ópera de Lviv a precio de entrada de cine en España, y nos animamos a probar suerte. Con vaqueros y zapatillas, con cara de cansados de estar todo el día por ahí, y con una botella de coca-cola por si nos entra sed, nos plantamos en el medio de la primera fila del patio de butacas. Tampoco es que llamemos la atención, porque hay gente de todo tipo, pero justo a nuestro lado se siena uno con pajarita y otra con vestido de domingo. Y, casualidades de la vida... ¡¡nos cruzamos con los franceses de Chernobyl y Kiev!! Estando a más de 500 km, empezamos a pensar que nos persiguen.
Es nuestra primera vez en el ballet y nuestra opinión sobre esta disciplina artística dependerá de las dos obras que vamos a ver: Carmen y Shakerezada. Se levanta el telón y empieza a sonar la música frente a nosotros. Y es literal, porque unos 25 músicos tocan en directo a menos de un metro de distancia. Una multitud de bailarines salen al escenario, estirando sus cuerpos para narrar una historia sin palabras. No nos hemos leído el libreto (osea te lo juro), así que nos imaginamos cada una de las historias. La verdad es que el ballet tiene una expresividad y sentimiento que desconocíamos... y termina cautivándonos. Tampoco es que ahora vayamos a apuntarnos al club de fans de Víctor Ullate, pero ha sido una experiencia muy enriquecedora y, por qué no, para repetir si surge la oportunidad.
Nos vamos al hotel que se encuentra en una zona tranquila de la ciudad. Tras el ambiente romántico creado en la Ópera de Lviv, nos animamos a cenar en el jardín del hotel. Nos damos un carnívoro homenaje arropados con unas mantas para protegernos del frescor de la noche. Nos ha encantado... We Love Lviv!!
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