Como ya es casi habitual, gran parte de la ropa que hemos traído para el viaje ha quedado distribuida a lo largo de nuestra ruta. Como hemos comprado tan solo algunos recuerdos, las maletas van casi vacías, así que no tardamos nada en recoger y dejar el último hotel. Camino a Kiev repostamos en una gasolinera, donde parece que es la primera vez que ven una MasterCard. La gasolina es Ucrania ronda los 90 céntimos por litro, así que nos ha salido muy bien de precio recorrer los casi 1.600 kilómetros de viaje.
Una última visita servirá como guinda del pastel a nuestro viaje. Se trata del parque de Feofaniya al sur de Kiev, donde luce con su aire ruso el convento de San Panteleimon. A diferencia de otras iglesias y catedrales que hemos visto, esta se caracteriza por estar más recargada, al estilo de las que se pueden encontrar en Rusia. Además, no tiene las cúpulas doradas, algo que se agradece ya que pensamos que a lo largo del país se ha abusado de poner llamativas cúpulas a iglesias que destacarían más siendo modestas.
Rumbo al aeropuerto de Boryspil, nos despedimos de los conjuntos de bloques de rascacielos salpicados entre zonas verdes. El país está en plena burbuja inmobiliaria y por todo el país hay anuncios de nuevas urbanizaciones, especialmente en la capital, adonde mucha gente del campo se está mudando. Quizá huyendo de la soledad de las casas tradicionales, ahora se aglutinan en inmensas moles de cemento rodeadas de todos los servicios.
A las 2 sale nuestro vuelo de regreso a Madrid vía Fráncfort, así que ya sólo tenemos pendiente devolver el coche. Y, cómo no, no nos lo iban a poner fácil. Una vez en el aeropuerto de Boryspil, parece que nadie conoce la compañía internacional Hertz. Preguntamos a la policía, en información, a seguridad... acumulamos gente, y nada... hablando español, inglés y francés, si no hablas un derivado del ruso estás perdido... hasta que en información turística nos confirman que dicha compañía no tiene mostrador en... ¡¡el aeropuerto más concurrido del país!! Quizá debido a una mezcla de asombro y pena, la chica del turismo llama a la compañía para que vengan a recoger el coche. Y, dicho y hecho: en pocos minutos aparece un agente de Hertz. El día que volvamos lo tenemos claro: mejor que alquilar un coche, comprarse un Lada soviético.
Viajar a Ucrania ha sido un viaje al pasado. Aunque el país está evolucionando, aún conserva cierto aire socialista de la época de la URSS que precisamente lo hace diferente a visitar cualquier país de la Europa occidental. Antes de venir pensábamos que sentiríamos cierta inseguridad especialmente en las zonas no turísticas o por la noche; y no podíamos estar más equivocados porque uno se puede mover con la misma tranquilidad que en ciudades como Viena o Roma. Aunque nos hemos encontrado con alguna que otra persona desagradable, por lo general la gente, especialmente la joven, es amable e intenta ayudar. Además, al contrario de lo que podría parecer, las calles están siempre llenas de gente porque les gusta disfrutar de la ciudad y de estar en compañía; ha habido localidades ucranianas con mil veces más vida que poblaciones similares en Francia o Inglaterra.
Eurovisión, la capital y Chernobyl, que eran los platos fuertes del viaje, han superado con creces las expectativas y bien justificaban un viaje a Ucrania. Lviv también ha sido una grata sorpresa y complementar con ciudades desconocidas ha sido todo un acierto. Al ser un país económico para nosotros, hemos disfrutado sin límites de su gastronomía y algo tan sencillo como tomarse un café viendo gente pasar se convertía en una enriquecedora experiencia.
Sobra decir que, a excepción de algunos paneles con propaganda política, el turista no percibe nada de la guerra latente con Rusia que se libra en el este del país. Más bien todo lo contrario: por donde nos hemos movido siempre había banderas de la Unión Europea y en cierto sentido se notaba el deseo de marcar distancias con su pasado Ruso. Se podría decir que están aprendiendo a vivir al estilo occidental y, aunque aún les queda, van por el buen camino.
Cruzamos la puerta de embarque y en ese momento ya finaliza el viaje... lo hemos pasado genial y volvemos con nivel avanzado de cirílico. Sólo nos queda decir... Adiós Ucrania, до побачення Україна!
20 may 2017
19 may 2017
Fortalezas ucranianas II
Hoy es nuestro último día de turismo y lo empezamos recorriendo, ya de día, la ciudad donde hemos dormido, Kamenets-Podolsky. Esta es otra de esas ciudades que uno no sabe decir muy bien si es grande o pequeña, porque como la tierra es tan llana el campo de visión no te deja percibir la extensión de la ciudad. Descubrimos que sus casi cien mil habitantes están distribuidos en la zona histórica y en la zona "nueva" también con sus bloques soviéticos. Tiene bonitos edificios como el ayuntamiento y varias iglesias, y siguiendo sus calles empedradas volvemos al castillo para verlo a plena luz del día. El castillo por dentro no tiene gran cosa y, de hecho, el momento más lúdico de la visita llega al ver que todo el mundo se golpea el cuello al subir por una escalerilla a una de las torres.
Seguimos por tierras fronterizas y visitamos un edificio muy peculiar: la iglesia fortificada de Pokrova en Sutkivtsi. A la llegada un hombre que no habla nada de inglés nos abre las puertas y nos enseña el interior. Una vez más comprobamos que es más importante tener ganas de comunicarse que dominar un idioma, ya que el hombre se esfuerza en que disfrutemos de la visita y hasta se ofrece a hacernos fotos juntos. Aunque no hay que pagar entrada le recompensamos su amabilidad y nos regala unos medallones de madera con el símbolo del castillo; más tarde observaremos en otros lugares que es una especie de coleccionable de todos los sitios que un buen ucraniano haya visitado.
Continuamos nuestra ruta disfrutando de lo que vemos por el camino... como por ejemplo un hombre con una guadaña montado en bici. También nos llaman la atención los coches soviéticos Lada, que son tan fuertes y robustos que siguen funcionando desde que fueran construidos en la URSS; no se caracterizan por sus bonitas carrocerías, pero si tanta gente los sigue teniendo es porque "han salido buenos". Otros vehículos que nos llaman la atención son los innumerables coches que llevan matrícula de Lituania... de vez en cuando se ven matrículas de países dispersos; sin embargo, está curiosamente plagado de Lituanos, cuando ni tan siquiera comparten frontera. ¿Sabrá San Google por qué?
La siguiente visita es el imponente castillo de Medzhybizh, otra fortaleza que pasó por manos mongolas, lituanas y polacas. Apenas quedan las murallas, pero decidimos visitarlo. Para pagar la entrada tenemos que buscar una pequeña oficina, donde una mujer que lleva ahí desde tiempos de Gorbachov, se sorprende que queramos pasar por caja. Lo cierto es que no hay mucho que visitar, más que una iglesia y un museo.
Cambiamos de oblast y pasamos al de Vinnytsya, donde visitamos su capital que comparte nombre. Nos sorprende, una vez más, que donde esperábamos una ciudad fría y gris, encontramos una ciudad muy animada. La oficina de Información turística se encuentra en el símbolo de la ciudad, la Torre del Agua. Nos atienden muy bien y recorremos los lugares más céntricos, donde aprovechamos también a comer y tomar un café... Ucrania es un país muy cafetero, y es fácil encontrar cafeterías donde la gente se reúne para charlar.
Una cosa que nos ha sorprendido durante todo el viaje es el grado en el que el país no ha borrado los símbolos soviéticos. En cualquier ciudad es fácil encontrar gigantes estatuas que ensalzan los poderes socialistas que imponía Moscú. También es fácil encontrar edificios brutalistas con ornamentaciones que evocan el poder de lo que fue el imperio soviético. En algunos casos estos recuerdos del pasado han sido adaptados sustituyendo escudos o reinterpretando los valores que algunos símbolos evocan. Quizá porque vivimos en un país obsesionado con borrar los rastros de la etapa franquista, nos choca ver cómo los ucranianos conviven con monumentos que, les gusten o no, no dejan de formar parte de su historia. Aunque es cierto que en más de una ocasión hemos comprobado que no guardan mucha simpatía con todo lo relacionado con la actual Rusia.
La última visita de hoy nos lleva hasta Berdychiv, donde hay un monasterio carmelita. Como muchos otros monumentos del país, este monasterio fortificado también necesitaría un buen mantenimiento. Ucrania es aún un país modesto y como otros cuando estaban en la misma situación, centra sus esfuerzos en mejorar sus infraestructura y crecer económicamente. Seguro que algún día, si finalmente entra en la Unión Europea, todos los lugares que hemos visitado en estado puro se convertirán en perlas turísticas, quizá algo adulteradas.
Si todos los caminos llevan a Roma, en Ucrania todos llevan a Zhytomir. Hemos vuelto a esta ciudad cerrando el círculo de nuestro recorrido. Nos alojamos a las afueras, en un pequeño hotel que resulta ser muy acogedor. En la cena, el único camarero que sabe inglés se esfuerza en que no nos falte de nada y, como no sabe traducir algunas cosas nos va enseñando los platos que sirve en otras mesas. Como no nos hemos privado de nada esta última semana, decidimos que es hora de empezar ya a renunciar a la estupenda gastronomía ucraniana y optamos por dos ensaladas para que nuestro metabolismo salga del modo vacaciones. El final es inminente...
Seguimos por tierras fronterizas y visitamos un edificio muy peculiar: la iglesia fortificada de Pokrova en Sutkivtsi. A la llegada un hombre que no habla nada de inglés nos abre las puertas y nos enseña el interior. Una vez más comprobamos que es más importante tener ganas de comunicarse que dominar un idioma, ya que el hombre se esfuerza en que disfrutemos de la visita y hasta se ofrece a hacernos fotos juntos. Aunque no hay que pagar entrada le recompensamos su amabilidad y nos regala unos medallones de madera con el símbolo del castillo; más tarde observaremos en otros lugares que es una especie de coleccionable de todos los sitios que un buen ucraniano haya visitado.
Continuamos nuestra ruta disfrutando de lo que vemos por el camino... como por ejemplo un hombre con una guadaña montado en bici. También nos llaman la atención los coches soviéticos Lada, que son tan fuertes y robustos que siguen funcionando desde que fueran construidos en la URSS; no se caracterizan por sus bonitas carrocerías, pero si tanta gente los sigue teniendo es porque "han salido buenos". Otros vehículos que nos llaman la atención son los innumerables coches que llevan matrícula de Lituania... de vez en cuando se ven matrículas de países dispersos; sin embargo, está curiosamente plagado de Lituanos, cuando ni tan siquiera comparten frontera. ¿Sabrá San Google por qué?
La siguiente visita es el imponente castillo de Medzhybizh, otra fortaleza que pasó por manos mongolas, lituanas y polacas. Apenas quedan las murallas, pero decidimos visitarlo. Para pagar la entrada tenemos que buscar una pequeña oficina, donde una mujer que lleva ahí desde tiempos de Gorbachov, se sorprende que queramos pasar por caja. Lo cierto es que no hay mucho que visitar, más que una iglesia y un museo.
Cambiamos de oblast y pasamos al de Vinnytsya, donde visitamos su capital que comparte nombre. Nos sorprende, una vez más, que donde esperábamos una ciudad fría y gris, encontramos una ciudad muy animada. La oficina de Información turística se encuentra en el símbolo de la ciudad, la Torre del Agua. Nos atienden muy bien y recorremos los lugares más céntricos, donde aprovechamos también a comer y tomar un café... Ucrania es un país muy cafetero, y es fácil encontrar cafeterías donde la gente se reúne para charlar.
Una cosa que nos ha sorprendido durante todo el viaje es el grado en el que el país no ha borrado los símbolos soviéticos. En cualquier ciudad es fácil encontrar gigantes estatuas que ensalzan los poderes socialistas que imponía Moscú. También es fácil encontrar edificios brutalistas con ornamentaciones que evocan el poder de lo que fue el imperio soviético. En algunos casos estos recuerdos del pasado han sido adaptados sustituyendo escudos o reinterpretando los valores que algunos símbolos evocan. Quizá porque vivimos en un país obsesionado con borrar los rastros de la etapa franquista, nos choca ver cómo los ucranianos conviven con monumentos que, les gusten o no, no dejan de formar parte de su historia. Aunque es cierto que en más de una ocasión hemos comprobado que no guardan mucha simpatía con todo lo relacionado con la actual Rusia.
La última visita de hoy nos lleva hasta Berdychiv, donde hay un monasterio carmelita. Como muchos otros monumentos del país, este monasterio fortificado también necesitaría un buen mantenimiento. Ucrania es aún un país modesto y como otros cuando estaban en la misma situación, centra sus esfuerzos en mejorar sus infraestructura y crecer económicamente. Seguro que algún día, si finalmente entra en la Unión Europea, todos los lugares que hemos visitado en estado puro se convertirán en perlas turísticas, quizá algo adulteradas.
Si todos los caminos llevan a Roma, en Ucrania todos llevan a Zhytomir. Hemos vuelto a esta ciudad cerrando el círculo de nuestro recorrido. Nos alojamos a las afueras, en un pequeño hotel que resulta ser muy acogedor. En la cena, el único camarero que sabe inglés se esfuerza en que no nos falte de nada y, como no sabe traducir algunas cosas nos va enseñando los platos que sirve en otras mesas. Como no nos hemos privado de nada esta última semana, decidimos que es hora de empezar ya a renunciar a la estupenda gastronomía ucraniana y optamos por dos ensaladas para que nuestro metabolismo salga del modo vacaciones. El final es inminente...
18 may 2017
Fortalezas ucranianas I
Durante los días que llevamos en Ucrania hemos observado algunas cosas en los hoteles. Por un lado, las puertas de las habitaciones siempre se abren hacia el pasillo, ideal por si hay un espía de la KGB escuchando al otro lado. Las plantas de los edificios se numeran empezando por el uno, y así si un edificio tiene 20 plantas estarán numeradas del 1 al 20; tiene sentido, pues en España nos complicamos con planta baja y entreplanta. Otra curiosidad es que los recepcionistas parece que viven pasando la puerta que hay tras el mostrador... hoy por ejemplo la misma recepcionista de anoche ha aparecido peinándose y con una manta.
Dejamos atrás Lviv y volvemos a la campiña ucraniana. El paisaje en todo momento es muy verde, alternando densos bosques con campos cultivados y, de vez en cuando, caudalosos ríos que avanzan hacia el Mar Negro. Estamos en una tierra fértil, a la que muchas veces se le denominaba el granero de Europa debido a su alta producción de cereales. De hecho, hasta el mismo Hitler se llevaba camiones y camiones de tierra a lo que es actualmente Alemania con el objetivo de mejorar la calidad de sus tierras.
Nuestra primera visita de hoy es Drohobich, lugar donde hay una iglesia de madera del siglo XVII. En nuestros viajes por Polonia, Eslovaquia y Rumanía vimos muchas construcciones de este tipo y lo que no sabíamos era que en el suroeste de Ucrania también había. De hecho, el conjunto de iglesias de madera de estos países está inscrito en la Unesco. A la llegada, una mujer que no habla inglés nos cobra una entrada de menos de setenta céntimos de euro. Después, otra mujer idéntica al Pinocho que sale en Shrek nos cuenta que realmente son dos iglesias, la de los hombres abajo y la de las mujeres en la parte superior. En realidad la de las mujeres es como un pequeño palco desde el que se ve el altar principal.
Al igual que ayer, hoy hacemos una selección de los lugares que visitaremos con respecto a los que teníamos pensado inicialmente, ya que las carreteras por estas zonas rurales están mucho peor de lo esperado. Pablo intenta sortear como puede los hoyos que hay en el asfalto, aunque a veces es imposible porque hay más cráteres que en Islandia. En un momento dado, en el que más que en coche parece que trotamos sobre un caballo desbocado, creo ver pasar un ovni por la ventanilla. Ay no... ¡¡era uno de los tapacubos!! Paramos en lo que se podría considerar el arcén y corro metros atrás con la dignidad que la situación me concede para recolocar la pieza en su sitio.
Más o menos a la hora de comer guadamuleca llegamos a Ivano-Frankivsk. Si no habíamos oído hablar jamás del más famoso escritor ucraniano, menos consciencia teníamos de que hubiera una ciudad que llevara su nombre. Es más, en ningún momento nos habíamos planteado visitarla hasta hoy que hemos visto que estaba justo a mitad camino. Las primeras impresiones tras aparcar han sido de "comemos y nos vamos", dado que parece simplemente un bazar gigante. Sin embargo, caminando sin rumbo fijo, llegamos al centro donde descubrimos parques, calles peatonales y, sobre todo, mucha animación. Encontramos un puesto ambulante donde venden una bebida que habíamos leído era típica: el kabac. No tenemos ni idea de qué lleva, pero si tuviésemos que reelaborar la pócima echaríamos café, té, gaseosa y cerveza. Menos mal que lo dan en vasitos pequeños, porque eso tiene que lijar las paredes del intestino... adiós a la fibra, bienvenido el kabac.
Algo está ocurriendo y no nos enteramos. Casi toda la gente, niños y adultos por igual, van vestidos con ropa tradicional: una camisa o blusa blanca estilo ibicenco pero con bordados geométricos del cuello hacia abajo y en los puños. Hay gente que incluso la lleva con traje y la verdad es que no queda nada mal, hasta el punto de que nos planteamos apuntarnos a la moda tradicional ucraniana. Como no queremos irnos sin saber qué ocurre, le preguntamos a una camarera sonriente de una cafetería donde hemos parado a comer unos trozos de tarta. Resulta que es la semana de celebración de la nación ucraniana, o al menos eso es lo que entendemos.
Con el regustillo de lo inesperado de haber conocido esta ciudad, volvemos a la carretera. Este es un camino de sorpresas, porque en un momento dado vemos una casa que bien podría ser la casa de veraneo del mismísimo Drácula. Realmente no sabríamos decir si es bonita o fea, ni si es de verdad o es de cartón-piedra para hacer una película. Es ideal para que los colaboradores de Cárdenas capten sicofonías con un altavoz bluetooth, ¿o no?
Otra cosa que hemos observado por esta zona es que no hay supermercados, sino que hay pequeñas tiendas con el letrero de 'magasin' en cirílico. Funcionan como tiendas de ultramarinos y también como bares. Sin embargo, conseguir una coca-cola fresca es prácticamente imposible. Las bebidas las guardan en las neveras a modo de armario, pero tras entrar en unas cuantas compruebo que están todas apagadas. Con el calor que hace y no se les ha ocurrido utilizar una nevera... ¡¡como nevera!!
La tarde va cayendo y llegamos a Khotyn (o Jotin según como se lea), lugar donde se encuentra un castillo con el mismo nombre. Ya ha pasado el horario de visitas, pero aún así el guarda del parking nos deja dar un paseo por los alrededores. La luz suave del atardecer convierte en una bonita postal el conjunto formado por la fortaleza, los prados y el río Dniester. Estamos a pocos kilómetros de la frontera con Moldavia, un país bastante desconocido y que tardaremos mucho en visitar: habiendo visitado ya Rumanía y Ucrania, no pensamos que merezca tanto la pena como para hacer un viaje específico.
Terminamos el día en Kamenets-Podolsky, una preciosa localidad del oblast de Jmelnitsky. Por aquí pasaron tártaros, mongoles, polacos, ... todos con el objetivo de quedarse con su castillo y dominar la ciudad. Nosotros, sin embargo, lo primero que hacemos al llegar es registrarnos en el hotel, donde un simpático recepcionista chapurrea español con bastante naturalidad. Tras pedirle consejo de un lugar adonde ir a cenar, salimos a dar un paseo. Ya han iluminado el castillo y las luces rojizas de los tejados convierten el momento en mágico. Disfrutando de las vistas un hombre con un telescopio nos ofrece ver Júpiter por 10 grivnas. Como la noche está despejada, nos animamos y vemos en pequeñito el planeta y sus anillos de polvo, así como algunas de sus 67 lunas.
El día no da para más... caemos rendidos.
Dejamos atrás Lviv y volvemos a la campiña ucraniana. El paisaje en todo momento es muy verde, alternando densos bosques con campos cultivados y, de vez en cuando, caudalosos ríos que avanzan hacia el Mar Negro. Estamos en una tierra fértil, a la que muchas veces se le denominaba el granero de Europa debido a su alta producción de cereales. De hecho, hasta el mismo Hitler se llevaba camiones y camiones de tierra a lo que es actualmente Alemania con el objetivo de mejorar la calidad de sus tierras.
Nuestra primera visita de hoy es Drohobich, lugar donde hay una iglesia de madera del siglo XVII. En nuestros viajes por Polonia, Eslovaquia y Rumanía vimos muchas construcciones de este tipo y lo que no sabíamos era que en el suroeste de Ucrania también había. De hecho, el conjunto de iglesias de madera de estos países está inscrito en la Unesco. A la llegada, una mujer que no habla inglés nos cobra una entrada de menos de setenta céntimos de euro. Después, otra mujer idéntica al Pinocho que sale en Shrek nos cuenta que realmente son dos iglesias, la de los hombres abajo y la de las mujeres en la parte superior. En realidad la de las mujeres es como un pequeño palco desde el que se ve el altar principal.
Al igual que ayer, hoy hacemos una selección de los lugares que visitaremos con respecto a los que teníamos pensado inicialmente, ya que las carreteras por estas zonas rurales están mucho peor de lo esperado. Pablo intenta sortear como puede los hoyos que hay en el asfalto, aunque a veces es imposible porque hay más cráteres que en Islandia. En un momento dado, en el que más que en coche parece que trotamos sobre un caballo desbocado, creo ver pasar un ovni por la ventanilla. Ay no... ¡¡era uno de los tapacubos!! Paramos en lo que se podría considerar el arcén y corro metros atrás con la dignidad que la situación me concede para recolocar la pieza en su sitio.
Más o menos a la hora de comer guadamuleca llegamos a Ivano-Frankivsk. Si no habíamos oído hablar jamás del más famoso escritor ucraniano, menos consciencia teníamos de que hubiera una ciudad que llevara su nombre. Es más, en ningún momento nos habíamos planteado visitarla hasta hoy que hemos visto que estaba justo a mitad camino. Las primeras impresiones tras aparcar han sido de "comemos y nos vamos", dado que parece simplemente un bazar gigante. Sin embargo, caminando sin rumbo fijo, llegamos al centro donde descubrimos parques, calles peatonales y, sobre todo, mucha animación. Encontramos un puesto ambulante donde venden una bebida que habíamos leído era típica: el kabac. No tenemos ni idea de qué lleva, pero si tuviésemos que reelaborar la pócima echaríamos café, té, gaseosa y cerveza. Menos mal que lo dan en vasitos pequeños, porque eso tiene que lijar las paredes del intestino... adiós a la fibra, bienvenido el kabac.
Algo está ocurriendo y no nos enteramos. Casi toda la gente, niños y adultos por igual, van vestidos con ropa tradicional: una camisa o blusa blanca estilo ibicenco pero con bordados geométricos del cuello hacia abajo y en los puños. Hay gente que incluso la lleva con traje y la verdad es que no queda nada mal, hasta el punto de que nos planteamos apuntarnos a la moda tradicional ucraniana. Como no queremos irnos sin saber qué ocurre, le preguntamos a una camarera sonriente de una cafetería donde hemos parado a comer unos trozos de tarta. Resulta que es la semana de celebración de la nación ucraniana, o al menos eso es lo que entendemos.
Con el regustillo de lo inesperado de haber conocido esta ciudad, volvemos a la carretera. Este es un camino de sorpresas, porque en un momento dado vemos una casa que bien podría ser la casa de veraneo del mismísimo Drácula. Realmente no sabríamos decir si es bonita o fea, ni si es de verdad o es de cartón-piedra para hacer una película. Es ideal para que los colaboradores de Cárdenas capten sicofonías con un altavoz bluetooth, ¿o no?
Otra cosa que hemos observado por esta zona es que no hay supermercados, sino que hay pequeñas tiendas con el letrero de 'magasin' en cirílico. Funcionan como tiendas de ultramarinos y también como bares. Sin embargo, conseguir una coca-cola fresca es prácticamente imposible. Las bebidas las guardan en las neveras a modo de armario, pero tras entrar en unas cuantas compruebo que están todas apagadas. Con el calor que hace y no se les ha ocurrido utilizar una nevera... ¡¡como nevera!!
La tarde va cayendo y llegamos a Khotyn (o Jotin según como se lea), lugar donde se encuentra un castillo con el mismo nombre. Ya ha pasado el horario de visitas, pero aún así el guarda del parking nos deja dar un paseo por los alrededores. La luz suave del atardecer convierte en una bonita postal el conjunto formado por la fortaleza, los prados y el río Dniester. Estamos a pocos kilómetros de la frontera con Moldavia, un país bastante desconocido y que tardaremos mucho en visitar: habiendo visitado ya Rumanía y Ucrania, no pensamos que merezca tanto la pena como para hacer un viaje específico.
Terminamos el día en Kamenets-Podolsky, una preciosa localidad del oblast de Jmelnitsky. Por aquí pasaron tártaros, mongoles, polacos, ... todos con el objetivo de quedarse con su castillo y dominar la ciudad. Nosotros, sin embargo, lo primero que hacemos al llegar es registrarnos en el hotel, donde un simpático recepcionista chapurrea español con bastante naturalidad. Tras pedirle consejo de un lugar adonde ir a cenar, salimos a dar un paseo. Ya han iluminado el castillo y las luces rojizas de los tejados convierten el momento en mágico. Disfrutando de las vistas un hombre con un telescopio nos ofrece ver Júpiter por 10 grivnas. Como la noche está despejada, nos animamos y vemos en pequeñito el planeta y sus anillos de polvo, así como algunas de sus 67 lunas.
El día no da para más... caemos rendidos.
17 may 2017
Lviv, aires de Polonia
Leópolis es el nombre en castellano de la ciudad de Lviv, pero parece un nombre poco serio porque alguno podría pensar que es la ciudad de los leones. Y nada más alejado de la realidad... porque la segunda ciudad más importante del país se caracteriza por sus edificios burgueses y ambiente refinado. Durante muchos años Lviv estuvo bajo el poder polaco y basta con un vistazo para darse cuenta de que las típicas iglesias ortodoxas han dejado espacio a edificios de orden católica y de diferentes estilos.
Los países del este se caracterizan por sus aptitudes musicales y artísticas. Y es normal, dado que durante los duros inviernos en algo se tienen que entretener. Así que, en esta ciudad polaco-ucraniana, ¿por qué no asistir a algún evento cultural? En internet habíamos visto que hoy había ballet en la Ópera de Lviv a precio de entrada de cine en España, y nos animamos a probar suerte. Con vaqueros y zapatillas, con cara de cansados de estar todo el día por ahí, y con una botella de coca-cola por si nos entra sed, nos plantamos en el medio de la primera fila del patio de butacas. Tampoco es que llamemos la atención, porque hay gente de todo tipo, pero justo a nuestro lado se siena uno con pajarita y otra con vestido de domingo. Y, casualidades de la vida... ¡¡nos cruzamos con los franceses de Chernobyl y Kiev!! Estando a más de 500 km, empezamos a pensar que nos persiguen.
Es nuestra primera vez en el ballet y nuestra opinión sobre esta disciplina artística dependerá de las dos obras que vamos a ver: Carmen y Shakerezada. Se levanta el telón y empieza a sonar la música frente a nosotros. Y es literal, porque unos 25 músicos tocan en directo a menos de un metro de distancia. Una multitud de bailarines salen al escenario, estirando sus cuerpos para narrar una historia sin palabras. No nos hemos leído el libreto (osea te lo juro), así que nos imaginamos cada una de las historias. La verdad es que el ballet tiene una expresividad y sentimiento que desconocíamos... y termina cautivándonos. Tampoco es que ahora vayamos a apuntarnos al club de fans de Víctor Ullate, pero ha sido una experiencia muy enriquecedora y, por qué no, para repetir si surge la oportunidad.
Nos vamos al hotel que se encuentra en una zona tranquila de la ciudad. Tras el ambiente romántico creado en la Ópera de Lviv, nos animamos a cenar en el jardín del hotel. Nos damos un carnívoro homenaje arropados con unas mantas para protegernos del frescor de la noche. Nos ha encantado... We Love Lviv!!
Lviv es una ciudad universitaria y esto hace que haya jóvenes yendo de un sitio para otro. Casi en el centro de la ciudad está la universidad Ivan Franko, un edificio neoclásico que visitamos recorriendo sus laberínticos pasillos... en busca de un baño porque no podemos más. A la salida, unos jóvenes nos hacen una encuesta para saber si conocemos a Ivan Franko, a lo que les respondemos que no y se quedan extrañados. Suponemos que es como si en España preguntas a alguien a ver si conoce a Miguel de Cervantes y responden que ni les suena; bueno, hay gente para todo, ¿no? Pues resulta que es el poeta, político y filósofo ucraniano más importante y son innumerables las estatuas suyas que hay por todo el país.
En Lviv hay muchos productos típicos, siendo algunos de ellos el café y el chocolate. Además, descubrimos por casualidad un local donde sirven otra bebida típica: el licor de cereza. Como dos machotes nos tomamos una copa cada uno, pensando que iba a ser una bebida azucarada con sabor a caramelo de cereza. ¡¡No lo bebáis o acabaréis bailando una polca!! Tiene mucho alcohol y con el estómago vacío es toda una bomba. Menuda alegría para seguir recorriendo la ciudad.
Para sudar el alcohol no se nos ocurre otra cosa que subir a la torre del ayuntamiento. Escaleras, escaleras y más escaleras para acabar ya mareados perdidos. Eso sí, el viento en las alturas nos refresca la cabeza y disfrutamos de una panorámica de 360 grados. Si no fuera porque no hemos tenido que enseñar el pasaporte, pensaríamos que estamos en Polonia. La estructura de la ciudad es similar a ciudades como Katowice o Poznan, donde el ayuntamiento se encuentra en el centro de la plaza del pueblo.
Los países del este se caracterizan por sus aptitudes musicales y artísticas. Y es normal, dado que durante los duros inviernos en algo se tienen que entretener. Así que, en esta ciudad polaco-ucraniana, ¿por qué no asistir a algún evento cultural? En internet habíamos visto que hoy había ballet en la Ópera de Lviv a precio de entrada de cine en España, y nos animamos a probar suerte. Con vaqueros y zapatillas, con cara de cansados de estar todo el día por ahí, y con una botella de coca-cola por si nos entra sed, nos plantamos en el medio de la primera fila del patio de butacas. Tampoco es que llamemos la atención, porque hay gente de todo tipo, pero justo a nuestro lado se siena uno con pajarita y otra con vestido de domingo. Y, casualidades de la vida... ¡¡nos cruzamos con los franceses de Chernobyl y Kiev!! Estando a más de 500 km, empezamos a pensar que nos persiguen.
Es nuestra primera vez en el ballet y nuestra opinión sobre esta disciplina artística dependerá de las dos obras que vamos a ver: Carmen y Shakerezada. Se levanta el telón y empieza a sonar la música frente a nosotros. Y es literal, porque unos 25 músicos tocan en directo a menos de un metro de distancia. Una multitud de bailarines salen al escenario, estirando sus cuerpos para narrar una historia sin palabras. No nos hemos leído el libreto (osea te lo juro), así que nos imaginamos cada una de las historias. La verdad es que el ballet tiene una expresividad y sentimiento que desconocíamos... y termina cautivándonos. Tampoco es que ahora vayamos a apuntarnos al club de fans de Víctor Ullate, pero ha sido una experiencia muy enriquecedora y, por qué no, para repetir si surge la oportunidad.
Nos vamos al hotel que se encuentra en una zona tranquila de la ciudad. Tras el ambiente romántico creado en la Ópera de Lviv, nos animamos a cenar en el jardín del hotel. Nos damos un carnívoro homenaje arropados con unas mantas para protegernos del frescor de la noche. Nos ha encantado... We Love Lviv!!
16 may 2017
A Ucrania, oblast o no oblast
Con el lío del coche, ¿nos dejamos las luces encendidas al ir a dormir? Ah no, que son las cinco de la mañana y como en este país no existen persianas con la luz que entra por la ventana nos estamos poniendo hasta morenos. La preocupación de qué pasará con el coche de alquiler no nos deja conciliar el sueño y estamos ansiosos por que llegue una hora decente en la que ir al aeropuerto a que alguien nos solucione este contratiempo. A las siete el despertador más que despertarnos suena a toque de corneta... empieza la guerra. Una duchita rápida y antes de desayunar (sin apetito, que ya es decir), probamos suerte con el skype a llamar a cualquier teléfono donde haya un atisbo de esperanza. Caemos en la cuenta de que el número del aeropuerto de Boryspil y el de Zulhany no son el mismo, sino que cambia un número, con lo que se abre una nueva posibilidad. Nos cogen la llamada y casi no nos lo creemos cuando nos dicen que no nos preocupemos, que son conscientes del problema. Skype nos juega una última jugarreta y se cuelga, creando tensión hasta el último minuto. Para evitar cualquier error de interpretación, les pedimos ayuda a las recepcionistas del hotel y nos dejan su móvil para poder hablar fluidamente. Finalmente, nos darán el coche en las oficinas centrales... parece que la cosa se ha arreglado.
Desayunados y con la maleta preparada, salimos del hotel y llegamos a las oficinas de Hertz, donde nos dicen que el aeropuerto de Zulhany está en obras y que sienten mucho el trastorno... pero vamos, que tampoco nos reducen el precio ni nos dan una compensación por los nervios que hemos pasado. Aún así, hemos pasado de estar tirados a tener un modesto Skoda CitiGo con el que podremos continuar con nuestro viaje. Si venir a Ucrania es viajar en el tiempo, el coche bien vale como atrezzo: tiene un elevalunas manual muy vintage, cierre no centralizado ideal para dejarte la puerta abierta y de mp3 nada de nada... poco más y tiene un gramófono.
Y ahora sí, comienza nuestro recorrido por la campiña ucraniana. Pablo está ya hecho un experto en todo tipo de coches y en seguida se hace con el punto de embrague. Como es un martes laboral, hay bastante tráfico pero no tardamos mucho en coger la autovía que va hacia el oeste. Bueno, autovía siendo generosos, porque resulta que cada ciertos kilómetros puedes hacer un cambio de sentido por la misma mediana. Los límites varían entre 90 y 110 kilómetros por hora y la carretera no está nada mal. Hay que decir que, aunque la gente no lleva el cinturón, habla por el móvil y hasta lleva a niños en el regazo, no conducen nada mal.
El primer lugar que visitamos es Zhitomyr, una ciudad con un aire muy soviético. Cuando se viaja se tiende a pensar que sólo hay que visitar lugares bonitos y exóticos. Sin embargo, cuando uno es más viajero que turista, busca encontrar las realidades de los lugares y visitar esta ciudad de más de 250.000 habitantes tiene como objetivo ver qué queda de ese pasado comunista en el que tantos años estuvo Ucrania. Aquí podemos observar como los edificios grises se siguen utilizando simplemente rebautizándolos con el escudo del país. Como es de esperar, también se está renovando la ciudad y damos un paseo por una calle peatonal con mucho encanto, donde decidimos comer. Sobra decir que fuera de la capital todo es más complicado: casi nadie sabe inglés y los menús están sólo escritos en cirílico, así que a veces hay que elegir un poco al azar... ¡¡y siempre se acierta!! Comemos varenyky, unas empanadillas rellenas de muchas cosas que son muy típicas en el país.
Como vemos que los desplazamientos llevan más tiempo del esperado, hacemos una selección sobre los diferentes sitios que teníamos apuntados para ver. Entre ellos, nos quedamos por ejemplo con el monasterio fortificado de Mezhrich. Es fácil ver en los arcenes de las carreteras vacas pastando, cabras sueltas, gallinas cruzando la carretera, etc. Aunque no lo parezca esto también forma parte del viaje a un pasado en el que los animales estaban sueltos alrededor de las casas.
Desayunados y con la maleta preparada, salimos del hotel y llegamos a las oficinas de Hertz, donde nos dicen que el aeropuerto de Zulhany está en obras y que sienten mucho el trastorno... pero vamos, que tampoco nos reducen el precio ni nos dan una compensación por los nervios que hemos pasado. Aún así, hemos pasado de estar tirados a tener un modesto Skoda CitiGo con el que podremos continuar con nuestro viaje. Si venir a Ucrania es viajar en el tiempo, el coche bien vale como atrezzo: tiene un elevalunas manual muy vintage, cierre no centralizado ideal para dejarte la puerta abierta y de mp3 nada de nada... poco más y tiene un gramófono.
Y ahora sí, comienza nuestro recorrido por la campiña ucraniana. Pablo está ya hecho un experto en todo tipo de coches y en seguida se hace con el punto de embrague. Como es un martes laboral, hay bastante tráfico pero no tardamos mucho en coger la autovía que va hacia el oeste. Bueno, autovía siendo generosos, porque resulta que cada ciertos kilómetros puedes hacer un cambio de sentido por la misma mediana. Los límites varían entre 90 y 110 kilómetros por hora y la carretera no está nada mal. Hay que decir que, aunque la gente no lleva el cinturón, habla por el móvil y hasta lleva a niños en el regazo, no conducen nada mal.
El primer lugar que visitamos es Zhitomyr, una ciudad con un aire muy soviético. Cuando se viaja se tiende a pensar que sólo hay que visitar lugares bonitos y exóticos. Sin embargo, cuando uno es más viajero que turista, busca encontrar las realidades de los lugares y visitar esta ciudad de más de 250.000 habitantes tiene como objetivo ver qué queda de ese pasado comunista en el que tantos años estuvo Ucrania. Aquí podemos observar como los edificios grises se siguen utilizando simplemente rebautizándolos con el escudo del país. Como es de esperar, también se está renovando la ciudad y damos un paseo por una calle peatonal con mucho encanto, donde decidimos comer. Sobra decir que fuera de la capital todo es más complicado: casi nadie sabe inglés y los menús están sólo escritos en cirílico, así que a veces hay que elegir un poco al azar... ¡¡y siempre se acierta!! Comemos varenyky, unas empanadillas rellenas de muchas cosas que son muy típicas en el país.
Como vemos que los desplazamientos llevan más tiempo del esperado, hacemos una selección sobre los diferentes sitios que teníamos apuntados para ver. Entre ellos, nos quedamos por ejemplo con el monasterio fortificado de Mezhrich. Es fácil ver en los arcenes de las carreteras vacas pastando, cabras sueltas, gallinas cruzando la carretera, etc. Aunque no lo parezca esto también forma parte del viaje a un pasado en el que los animales estaban sueltos alrededor de las casas.
Otro lugar por el cual nos decantamos es otro monasterio, el de Grodok. Su llamativo color azul contrasta con la sobriedad de las monjas que lo habitan, y que de vez en cuando se dejan ver por el lugar. Estamos en tierras en las que la gente es muy creyente y, al igual que en nuestro viaje a Rumanía, los monasterios e iglesias son los lugares de interés por excelencia. Pero a diferencia de en Rumanía, aquí todas las iglesias tienen bulbos dorados y en las que no los tienen los están poniendo. Ver las iglesias de Kiev con estos tonos brillantes resulta hasta distinguido... pero cuando los oros predominan en todos los templos roza un poco lo hortera... ay payo, a ver si van a venir los richis.
Hay veces en que cuando ves un lugar en un folleto turístico piensas que puede estar trucado o que "no será para tanto". Esa era la idea con la que vamos hasta Klevan, para visitar lo que llaman El Túnel del Amor. Estábamos casi convencidos de que unas vías de tren rodeadas por árboles en forma de túnel no podían ser para tanto... y sin embargo, una vez allí, consiguen enamorarnos. El túnel es larguísimo y con el sol de la tarde se ven diferentes tonalidades de verdes. ¿Cuál será la siguiente estación?
Cae la tarde y llegamos a Lutsk, una ciudad que antiguamente perteneció a Polonia, como gran parte del Oblast en el que nos encontramos. La división administrativa equivalente a nuestra "comunidad autónoma" es el oblast, y hoy nos hemos recorrido cuatro como quien no quiere la cosa.
En Lutsk nos alojamos en un pequeño hotel llamado Campo di Fiori, que resulta ser una verdadera sorpresa. La recepcionista es encantadora y la habitación es muy acogedora. La separación entre el baño y el dormitorio es una pared de cristal, y menos mal que tiene un estor con el que reclamar la intimidad que todo baño se merece. Nos damos una vuelta por el centro de la ciudad y por el casco histórico. Esta ciudad es mucho más moderna y menos grisácea. El castillo, que sólo vemos por fuera debido a la hora, es el icono de toda la región.
Cenamos en un restaurante italiano pizza y pasta, y volvemos al hotel regentado también por italianos. Y aún así nos preguntamos... ¿por qué pensarán por estas tierras que somos de la Nazione de Berlusconi?
15 may 2017
Kiev, muchas ciudades en una
Hoy es lunes y nuestro cuarto día en Kiev. Se nota que muchos turistas que vinieron sólo para el festival de Eurovisión ya han regresado a sus lugares de origen, así que hoy la ciudad nos mostrará cómo es un día habitual en la capital ucraniana.
Hoy el día es soleado y hace calor. Y, casualidades de la vida, hemos dejado para hoy una de las zonas más bonitas de la ciudad, las colinas de Lavra. Se trata de un espacio verde a la orilla del río Dnipro donde hay algunos de los monumentos y monasterios más bonitos de la ciudad. Comenzamos visitando el monumento a la tumba de Askold, quien gobernaba la ciudad y que fue asesinado por un príncipe de la antigua Kyivska Rus... Los rusos apuntaban ya maneras allá por el año 882.
En el parque de las colinas de Lavra se encuentran otros monumentos y memoriales. Pero sin duda, uno de los lugares más bonitos es el conjunto que forman los dos recintos fortificados del Monasterio de las Cuevas Kyievo-Pecherska de Lavra, que son Patrimonio de la Humanidad. Los edificios restaurados, el verde de las colinas, el azul del río, el gris de las moles soviéticas al otro lado... aunque hay turistas, se respira mucha paz en este lugar. Aquí fue donde hace casi mil años se asentaron los monjes ascetas y antoninos, inicialmente en unas rudimentarias cuevas. Aunque habíamos oído hablar de ellas, no teníamos muy claro en qué consistían, hasta que las encontramos de casualidad.
Se trata de dos laberínticas cuevas de ancho y alto como el de una persona en el que hay cientos de urnas con los cuerpos de los monjes que vivieron allí. Es un lugar realmente impresionante, ya que hay que recorrerlo en penumbra con una vela en la mano, respetando a la gente que besa y toca cada una de las urnas con los cuerpos pequeñitos, y sin tener muy claro cuándo termina el recorrido y sales por una pequeña puertecita. Es, sin duda, uno de los lugares más curiosos donde hemos estado.
Siguiendo hacia el sur, llegamos a uno de los monumentos más controvertidos de la ciudad: el Monumento a la Madre Patria. Se trata una escultura soviética de 102 metros de alto, más grande que la mismísima Estatua de la Libertad. Esta gigantesca estructura de acero inoxidable fue inaugurada en 1981 por el primer ministro soviético, para demostrar el poder el imperio como lo hizo con otras esculturas parecidas. Como lo de "patria" es interpretable, ahora se le quiere dar el sentido de "patria ucraniana", pero sigue teniendo un gigantesco símbolo soviético en el escudo, motivo por el cual muchos ucranianos dicen que hay que derribarla. A nosotros, como no está reñida con nuestras sensibilidades, nos parece muy interesante e intentamos visitarla para subir hasta el escudo. Sin embargo, se ve que la oposición de billetera en estatua soviética se la ganaba aquella mujer con mayor nivel de bordería... porque nos suelta una parrafada en ucraniano y cuando ve que no la entendemos pasa de nosotros. Menos mal que la juventud es más abierta y unos jóvenes nos explican que hay turnos de 45 minutos para poder subir... aunque a ellos tampoco les ha dicho si finalmente se puede o no. Así que, nos quedaremos sin ser el bolo alimenticio de la gran dama de acero.
Recorriendo el parque nos encontramos con una pareja de franceses que estaban ayer en tour por Chernobyl, y hay cruce de miradas en plan "sí, sabemos que somos occidentales". Nuestra visita a la colina de Lavra termina en el monumento a los fundadores de Kiev, un lugar que vimos en un documental que era el lugar a donde los recién casados iban a hacerse fotos... aunque no conseguimos encontrar ninguna relación.
Kiev ha resultado ser una ciudad muy interesante y con mucho potencial turístico. Como capital del este le falta aún muchas cosas por mejorar, como restaurar muchos edificios que están descuidados y reorganizar las calles. Nos ha llamado la atención que no hay un centro muy definido, y que, al salir por cualquier boca de metro parece que estás saliendo a una ciudad diferente, ya que en cada zona hay rascacielos y algo para ver.
Ya no nos da tiempo para más. Hoy toca recoger el coche de alquiler porque mañana a primera hora nos despediremos de la capital para explorar la campiña ucraniana. En trolebús llegamos al aeropuerto Zhuliany, que se encuentra dentro de la ciudad. Aunque es internacional, opera vuelos principalmente domésticos, dado que el aeropuerto de facto es el de Boryspil. La hora de recogida era a las ocho y nos extraña haber llegado diez minutos tarde y que estén ya cerrando. Al de seguridad le decimos que vamos a recoger un coche de alquiler y nos deja pasar a regañadientes. Sin embargo, en el mostrador de Hertz no hay nadie. Preguntamos en el mostrador de información del aeropuerto y nos dicen que no ha habido nadie en todo el día, con lo que comienza nuestro nerviosismo. La chica es muy maja e intenta llamar a la compañía y a los teléfonos que hay en el mostrador... pero nadie responde. Nos conectamos al wifi del aeropuerto para contactar con la agencia minorista... pero todo decide ponerse en nuestra contra y como están cerrando el aeropuerto, nos "invitan a ir a la calle".
Descolocados, y sin posibilidad de hacer nada allí, nos vamos al hotel a ver si hay mejor suerte.
Ya en el hotel utilizamos todos los medios a nuestro alcance para encontrar una solución. Intentamos hablar con la agencia por skype, pero el wifi no tiene fuerza y resulta imposible. Optamos por llamar con el móvil a cinco euros el minuto, para que nos llamen al teléfono de la habitación... y también sin éxito. Hasta que cambiando de planta encontramos un punto con buena señal de wifi y conseguimos hablar con la agencia intermediaria entre nosotros y Hertz. Después de una larga conversación lo único que nos proponen es que hagamos otra reserva y que luego reclamemos. Vamos que, se lavan las manos. Con las vacaciones pendientes de un hilo, intentamos buscar otras posibilidades. La primera opción es buscar otra agencia de alquiler, pero implica un desembolso del que no estamos convencidos. La otra opción es replanificar la ruta y visitar sólo Lviv, ya que sólo llegar hasta allí son seis horas de tren... e implica buscar un hotel allí para varias noches y perder los que ya tenemos pagados en otras localidades. Son casi las dos y media de la mañana y no podemos ya ni pensar con claridad. Ha sido la primera vez que es el proveedor de un servicio y no el cliente quién no se presenta... y este desafortunado suceso deja en jaque toda la preparación del viaje de semanas atrás. ¿Por dónde derivará nuestra aventura ucraniana?
Nos encantan las curiosidades y los récores que baten los lugares que visitamos, y Kiev, como era de esperar, no podía ser menos. En esta ocasión, la peculiaridad consiste en que aquí se encuentra la estación de metro más profunda del mundo: Arsenalna a 105,5 metros bajo tierra. Todas las estaciones que hemos visto hasta el momento tienen un único e interminable tramo de escaleras mecánicas, e inicialmente el de Arsenalna no nos pareció más largo que el del resto; sin embargo, pronto descubrimos que cuenta con dos tramos... y sí, ¡¡se tarda en llegar al andén!! En lo que no se diferencia con el resto es en la cantidad de gente: a todas horas el suburbano está lleno de gente. El metro de Kiev tiene tres líneas y están construyendo una cuarta, y sorprende la frecuencia de trenes ya que es salir un tren y en pocos segundos llegar otro.
Hoy el día es soleado y hace calor. Y, casualidades de la vida, hemos dejado para hoy una de las zonas más bonitas de la ciudad, las colinas de Lavra. Se trata de un espacio verde a la orilla del río Dnipro donde hay algunos de los monumentos y monasterios más bonitos de la ciudad. Comenzamos visitando el monumento a la tumba de Askold, quien gobernaba la ciudad y que fue asesinado por un príncipe de la antigua Kyivska Rus... Los rusos apuntaban ya maneras allá por el año 882.
En el parque de las colinas de Lavra se encuentran otros monumentos y memoriales. Pero sin duda, uno de los lugares más bonitos es el conjunto que forman los dos recintos fortificados del Monasterio de las Cuevas Kyievo-Pecherska de Lavra, que son Patrimonio de la Humanidad. Los edificios restaurados, el verde de las colinas, el azul del río, el gris de las moles soviéticas al otro lado... aunque hay turistas, se respira mucha paz en este lugar. Aquí fue donde hace casi mil años se asentaron los monjes ascetas y antoninos, inicialmente en unas rudimentarias cuevas. Aunque habíamos oído hablar de ellas, no teníamos muy claro en qué consistían, hasta que las encontramos de casualidad.
Se trata de dos laberínticas cuevas de ancho y alto como el de una persona en el que hay cientos de urnas con los cuerpos de los monjes que vivieron allí. Es un lugar realmente impresionante, ya que hay que recorrerlo en penumbra con una vela en la mano, respetando a la gente que besa y toca cada una de las urnas con los cuerpos pequeñitos, y sin tener muy claro cuándo termina el recorrido y sales por una pequeña puertecita. Es, sin duda, uno de los lugares más curiosos donde hemos estado.
Siguiendo hacia el sur, llegamos a uno de los monumentos más controvertidos de la ciudad: el Monumento a la Madre Patria. Se trata una escultura soviética de 102 metros de alto, más grande que la mismísima Estatua de la Libertad. Esta gigantesca estructura de acero inoxidable fue inaugurada en 1981 por el primer ministro soviético, para demostrar el poder el imperio como lo hizo con otras esculturas parecidas. Como lo de "patria" es interpretable, ahora se le quiere dar el sentido de "patria ucraniana", pero sigue teniendo un gigantesco símbolo soviético en el escudo, motivo por el cual muchos ucranianos dicen que hay que derribarla. A nosotros, como no está reñida con nuestras sensibilidades, nos parece muy interesante e intentamos visitarla para subir hasta el escudo. Sin embargo, se ve que la oposición de billetera en estatua soviética se la ganaba aquella mujer con mayor nivel de bordería... porque nos suelta una parrafada en ucraniano y cuando ve que no la entendemos pasa de nosotros. Menos mal que la juventud es más abierta y unos jóvenes nos explican que hay turnos de 45 minutos para poder subir... aunque a ellos tampoco les ha dicho si finalmente se puede o no. Así que, nos quedaremos sin ser el bolo alimenticio de la gran dama de acero.
Al lado de la escultura está el museo de la Gran Guerra Patria, con esculturas brutalistas en las que se ensalza el trabajo y el deber por y para la nación. Como nuestro cirílico ya está en nivel avanzado, leemos sin problema los nombres de las ciudades soviéticas más importantes. Los símbolos de la mesita (П), el marcianito (Д) y el ahorcado (Г), ya no tienen misterios para nosotros.
Como el viernes y el sábado vimos los lugares del centro un poco por encima, decidimos echar la tarde visitando por dentro algunos de esos lugares. Desde el estadio del Olimpiyskiy caminamos hasta la avenida Khreshchatyk, donde descubrimos por qué no hay muchas tiendas: ¡¡están todas en unas galerías subterráneas!! Tiene su sentido, porque en invierno tiene que estar todo nevado. Damos un paseo por la mítica plaza Maydan y luego visitamos la Catedral de Santa Sofía, donde subimos al campanario para disfrutar de unas bonitas vistas de la ciudad. Después visitamos la Puerta Dorada y la Ópera Nacional, dos iconos de la ciudad.
Kiev ha resultado ser una ciudad muy interesante y con mucho potencial turístico. Como capital del este le falta aún muchas cosas por mejorar, como restaurar muchos edificios que están descuidados y reorganizar las calles. Nos ha llamado la atención que no hay un centro muy definido, y que, al salir por cualquier boca de metro parece que estás saliendo a una ciudad diferente, ya que en cada zona hay rascacielos y algo para ver.
Ya no nos da tiempo para más. Hoy toca recoger el coche de alquiler porque mañana a primera hora nos despediremos de la capital para explorar la campiña ucraniana. En trolebús llegamos al aeropuerto Zhuliany, que se encuentra dentro de la ciudad. Aunque es internacional, opera vuelos principalmente domésticos, dado que el aeropuerto de facto es el de Boryspil. La hora de recogida era a las ocho y nos extraña haber llegado diez minutos tarde y que estén ya cerrando. Al de seguridad le decimos que vamos a recoger un coche de alquiler y nos deja pasar a regañadientes. Sin embargo, en el mostrador de Hertz no hay nadie. Preguntamos en el mostrador de información del aeropuerto y nos dicen que no ha habido nadie en todo el día, con lo que comienza nuestro nerviosismo. La chica es muy maja e intenta llamar a la compañía y a los teléfonos que hay en el mostrador... pero nadie responde. Nos conectamos al wifi del aeropuerto para contactar con la agencia minorista... pero todo decide ponerse en nuestra contra y como están cerrando el aeropuerto, nos "invitan a ir a la calle".
Descolocados, y sin posibilidad de hacer nada allí, nos vamos al hotel a ver si hay mejor suerte.
Ya en el hotel utilizamos todos los medios a nuestro alcance para encontrar una solución. Intentamos hablar con la agencia por skype, pero el wifi no tiene fuerza y resulta imposible. Optamos por llamar con el móvil a cinco euros el minuto, para que nos llamen al teléfono de la habitación... y también sin éxito. Hasta que cambiando de planta encontramos un punto con buena señal de wifi y conseguimos hablar con la agencia intermediaria entre nosotros y Hertz. Después de una larga conversación lo único que nos proponen es que hagamos otra reserva y que luego reclamemos. Vamos que, se lavan las manos. Con las vacaciones pendientes de un hilo, intentamos buscar otras posibilidades. La primera opción es buscar otra agencia de alquiler, pero implica un desembolso del que no estamos convencidos. La otra opción es replanificar la ruta y visitar sólo Lviv, ya que sólo llegar hasta allí son seis horas de tren... e implica buscar un hotel allí para varias noches y perder los que ya tenemos pagados en otras localidades. Son casi las dos y media de la mañana y no podemos ya ni pensar con claridad. Ha sido la primera vez que es el proveedor de un servicio y no el cliente quién no se presenta... y este desafortunado suceso deja en jaque toda la preparación del viaje de semanas atrás. ¿Por dónde derivará nuestra aventura ucraniana?
14 may 2017
Chernobyl y Prypiat
Si Ucrania tiene una ciudad mundialmente conocida, ésa es Chernobyl. Al principio, teníamos nuestros reparos por si debíamos visitarla, pero tras haber investigado en internet y visto que parecía algo accesible y seguro, nos animamos a visitar el mayor desastre nuclear y medioambiental de la historia. Recorrer el área cercana de Chernobyl por tu cuenta está totalmente prohibido y sólo se puede hacer en tour organizado. Aunque nos gusta ir siempre por nuestra cuenta, no nos quedó otra que apuntarnos a un tour, cuyo precio supera los ochenta euros por persona, algo bastante desmesurado para los precios del país... pero qué se le va a hacer, hay que pasar por caja para recibir una buena dosis de radiación.
Como a las siete y media tenemos que estar cerca de la estación de tren, ayer fuimos precavidos y pedimos que nos preparasen el desayuno para llevar, del cual más de un sándwich cayó a las dos de la mañana cuando llegamos de Eurovisión. Así que, devoramos lo que queda y redesayunamos con un café y muffin cerca del lugar de salida del tour. Ponía que el tour saldría a las ocho, pero como tienen que llevar bien controlado el tema de los pasaportes, salimos casi rozando las nueve... para parar en una gasolinera a repostar gasolina y comprar víveres.
Ya en carretera, los guías nos cuentan qué ocurrió aquel 26 de abril de 1986. Resulta que lo que se pretendía hacer era una prueba para ver cómo el reactor cuatro se comportaría ante un corte de suministro eléctrico... y todo lo que pudo salir mal, salió peor. El reactor empezó a calentarse y acabó descontrolado hasta que terminó por reventar, expulsando al exterior material radioactivo equivalente a 500 veces la bomba de Hiroshima. El aire iba dirección norte y por eso Bielorrusia (en aquel entonces también parte de la Unión Soviética) se llevó la peor parte.
Al principio nadie sabía qué era lo que había que hacer, y ni tan siquiera se informó a la población. Curiosamente, en una central nuclear de Suecia vieron que los niveles de radioactividad eran más altos de lo normal pero que aparentemente todo funcionaba bien... porque resulta que era el polvo radioactivo que había llegado desde Chernobyl. Al gobierno soviético no le quedó otra que avisar a la población y tomar medidas para paliar el desastre.
Resulta estremecedor pensar que si no fuera por el coraje de mucha gente que dio su vida por minimizar el desastre, prácticamente el continente Europeo sería inhabitable durante miles de años. Por un lado, los ingenieros se centraron en sellar como fuera lo que quedaba del reactor número cuatro, bien echando arena, construyendo un túnel subterráneo o utilizando rudimentarios robots que poco a poco dejaban de funcionar; por otro lado estaban los liquidadores, que se encargaban de limpiar la zona de radioactividad, para reducir el impacto del desastre.
Mientras nos cuentan todo lo ocurrido hace treinta años, llegamos al primer punto de control. La zona de Chernobyl tiene dos áreas de exclusión: una de 30 y otra de 10 kilómetros de radio, para entrar en las cuales hay que dar el pasaporte. El gobierno sólo garantiza una visita segura si se hace mediante un tour, y estando durante un tiempo limitado en cada una de las zonas. Además, cada punto de control es casi como si fuera una de las fronteras del país, dado que no hay un punto fronterizo en la división real entre Ucrania y Bielorrusia.
Para pasar el primer control nos mandan bajar del autobús y van comprobando uno a uno cada pasaporte. Son muy estrictos y tiene que estar todo registrado con puntos y comas. Tras pasar ese primer control nos animan a que vayamos al baño. Y tiene su sentido, porque no estamos entrando en la Warner... no es un lugar creado para el turismo. El paisaje no cambia mucho, si acaso el hecho de que sólo hay una carretera; de hecho, es un parque natural dado que allí no puede residir ningún ser humano, y, según nos cuentan, es el único sitio de Europa donde aún hay caballos en libertad. En esta primer área de exclusión visitamos lo que queda de un pequeño pueblo llamado Zalissya. Habrá entre quince y veinte casas y, como es de esperar, se están medio cayendo... sus dueños las tuvieron que abandonar y la naturaleza las ha estado engullendo durante estos treinta años.
Continuamos rumbo al norte y pasamos un segundo control, donde curiosamente son menos rigurosos que en el primero. Visitamos el pueblo de Chernobyl, que daba nombre a la fábrica sólo porque era la población existente más cercana antes de construir la central nuclear. De hecho, en el pueblo actual vive y trabaja gente, pero el gobierno les obliga a trabajar en turnos, alternando quince días dentro y quince días fuera. Nosotros recorremos algunos edificios y monumentos como el de los liquidadores, el del arcángel que predijo el desastre, etc. Un lugar que impresiona es la guardería que visitamos, con lo que queda de las aulas, literas, baños, ... lleno de objetos personales de niños que seguramente no vivieron muchos años después de aquel desastroso día.
La visita termina en un lugar muy icónico: el parque de atracciones. Se iba a estrenar unos días después de que ocurriera el accidente. Sin embargo, los guías nos cuentan que realmente sí que se utilizó durante un día ya que se necesitaba tener entretenidos a los niños para que no molestaran.
Ahora ya sólo queda desandar los cerca de 200 kilómetros que separan Chernobyl de Kiev. A la salida, nos miden el nivel de radiación para comprobar que no hemos sufrido ningún daño. Teóricamente, si uno sigue las indicaciones de los guías, el nivel de radiación que se soporta es el equivalente al de un vuelo de seis horas. Hacerse un radiografía, por ejemplo, implica recibir 100 veces más radiación que esta visita. Nosotros, en cualquier caso, hemos extremado las precauciones, no hemos tocado nada ni nos hemos alejado del itinerario. Además, hemos llevado ropa que podríamos calificar de 'soviéjica' y que tiraremos a la basura no vaya a ser que nos llevemos alguna partícula radioactiva.
A los turistas que visitan Chernobyl los denominan 'turistas negros', aunque no entendemos muy bien por qué. Aunque hemos de reconocer que tiene cierto exotismo visitar una catástrofe de esta envergadura, no resulta menos pedagógico los límites que ha de marcarse el ser humano si no quiere acabar con la vida en este planeta... planeta que aún tiene muchos lugares esperando a que nosotros los visitemos.
Como a las siete y media tenemos que estar cerca de la estación de tren, ayer fuimos precavidos y pedimos que nos preparasen el desayuno para llevar, del cual más de un sándwich cayó a las dos de la mañana cuando llegamos de Eurovisión. Así que, devoramos lo que queda y redesayunamos con un café y muffin cerca del lugar de salida del tour. Ponía que el tour saldría a las ocho, pero como tienen que llevar bien controlado el tema de los pasaportes, salimos casi rozando las nueve... para parar en una gasolinera a repostar gasolina y comprar víveres.
Ya en carretera, los guías nos cuentan qué ocurrió aquel 26 de abril de 1986. Resulta que lo que se pretendía hacer era una prueba para ver cómo el reactor cuatro se comportaría ante un corte de suministro eléctrico... y todo lo que pudo salir mal, salió peor. El reactor empezó a calentarse y acabó descontrolado hasta que terminó por reventar, expulsando al exterior material radioactivo equivalente a 500 veces la bomba de Hiroshima. El aire iba dirección norte y por eso Bielorrusia (en aquel entonces también parte de la Unión Soviética) se llevó la peor parte.
Al principio nadie sabía qué era lo que había que hacer, y ni tan siquiera se informó a la población. Curiosamente, en una central nuclear de Suecia vieron que los niveles de radioactividad eran más altos de lo normal pero que aparentemente todo funcionaba bien... porque resulta que era el polvo radioactivo que había llegado desde Chernobyl. Al gobierno soviético no le quedó otra que avisar a la población y tomar medidas para paliar el desastre.
Resulta estremecedor pensar que si no fuera por el coraje de mucha gente que dio su vida por minimizar el desastre, prácticamente el continente Europeo sería inhabitable durante miles de años. Por un lado, los ingenieros se centraron en sellar como fuera lo que quedaba del reactor número cuatro, bien echando arena, construyendo un túnel subterráneo o utilizando rudimentarios robots que poco a poco dejaban de funcionar; por otro lado estaban los liquidadores, que se encargaban de limpiar la zona de radioactividad, para reducir el impacto del desastre.
Mientras nos cuentan todo lo ocurrido hace treinta años, llegamos al primer punto de control. La zona de Chernobyl tiene dos áreas de exclusión: una de 30 y otra de 10 kilómetros de radio, para entrar en las cuales hay que dar el pasaporte. El gobierno sólo garantiza una visita segura si se hace mediante un tour, y estando durante un tiempo limitado en cada una de las zonas. Además, cada punto de control es casi como si fuera una de las fronteras del país, dado que no hay un punto fronterizo en la división real entre Ucrania y Bielorrusia.
Para pasar el primer control nos mandan bajar del autobús y van comprobando uno a uno cada pasaporte. Son muy estrictos y tiene que estar todo registrado con puntos y comas. Tras pasar ese primer control nos animan a que vayamos al baño. Y tiene su sentido, porque no estamos entrando en la Warner... no es un lugar creado para el turismo. El paisaje no cambia mucho, si acaso el hecho de que sólo hay una carretera; de hecho, es un parque natural dado que allí no puede residir ningún ser humano, y, según nos cuentan, es el único sitio de Europa donde aún hay caballos en libertad. En esta primer área de exclusión visitamos lo que queda de un pequeño pueblo llamado Zalissya. Habrá entre quince y veinte casas y, como es de esperar, se están medio cayendo... sus dueños las tuvieron que abandonar y la naturaleza las ha estado engullendo durante estos treinta años.
Continuamos rumbo al norte y pasamos un segundo control, donde curiosamente son menos rigurosos que en el primero. Visitamos el pueblo de Chernobyl, que daba nombre a la fábrica sólo porque era la población existente más cercana antes de construir la central nuclear. De hecho, en el pueblo actual vive y trabaja gente, pero el gobierno les obliga a trabajar en turnos, alternando quince días dentro y quince días fuera. Nosotros recorremos algunos edificios y monumentos como el de los liquidadores, el del arcángel que predijo el desastre, etc. Un lugar que impresiona es la guardería que visitamos, con lo que queda de las aulas, literas, baños, ... lleno de objetos personales de niños que seguramente no vivieron muchos años después de aquel desastroso día.
Para aliviar un poco la tensión de la visita, hacemos una visita para ver el radar Duga-1, también en las inmediaciones de Chernobyl. Se trata de uno de los radares más grandes del mundo, construido por el gobierno soviético para la guerra fría y que nunca llegó a entrar en funcionamiento. Es una gran mole metálica en medio de un bosque, oculta dado que era alto secreto.
Pero sin duda, el momento más importante de la visita es cuando nos acercamos al fatídico reactor. Lo que realmente se ve es el sarcófago que se inauguró en 2016 y que sustituía al primero que se construyó y que digamos que había caducado. Ésta es la estructura móvil construida mayor del mundo, ya que se construyó a 180 metros y después de desplazó para tapar el reactor. Según nos indica el guía aún no está sellada porque aún se está trabajando para finalizarla.
Si ya resulta sorprendente estar a unos 250 metros del reactor, no menos curioso resulta comer en la cantina de la central nuclear, donde nos sirven la sopa ucraniana borsh, pollo empanado y un pastelito. ¿Han utilizado microondas o se calienta sólo con la radiación?
La tercera parte de la visita la hacemos en Prypiat, una población construida expresamente para los trabajadores de la central nuclear y sus familias. Situada a tres kilómetros de la central, pretendía ser el modelo idílico de ciudad soviética: edificios funcionales, grandes avenidas y todo tipo de servicios para los ciudadanos.
Recorremos sus calles, el puerto del lago, sus avenidas... Vemos el hospital donde llevaron a los primeros heridos y donde el nivel actual de radiación es mayor debido a que sigue estando la ropa que quitaban a los heridos. Vemos también los teatros, un supermercado, una tienda de muebles, ... Por haber, hay hasta un estadio y un hotel, dado que el gobierno quería presumir y enseñarle al mundo lo idílico y felices que eran los cerca de 45.000 habitantes que tenía.
Sin embargo, la felicidad terminó con la explosión nuclear. Al principio, pensaban que era un incendio y que todo estaba controlado, pero tras 36 horas de recibir inconscientes grandes dosis de radiación, el gobierno ordenó evacuar la ciudad. Llevaron autobuses de todo el país y ordenaron que dejasen sus casas bajo la promesa que volverían en los próximos días. En menos de tres horas, la ciudad se vació de gente y pasó a ser lo que sigue siendo hoy en día: una ciudad fantasma. El tiempo se ha detenido y aún siguen estando todos los símbolos soviéticos y comunistas de hace treinta años... claro que la naturaleza va haciendo su trabajo y poco a poco se engulle lo que el hombre ya no mantiene. Se estima que en 50 años ya no quedará nada de lo que fue Prypiat.
La visita termina en un lugar muy icónico: el parque de atracciones. Se iba a estrenar unos días después de que ocurriera el accidente. Sin embargo, los guías nos cuentan que realmente sí que se utilizó durante un día ya que se necesitaba tener entretenidos a los niños para que no molestaran.
Ahora ya sólo queda desandar los cerca de 200 kilómetros que separan Chernobyl de Kiev. A la salida, nos miden el nivel de radiación para comprobar que no hemos sufrido ningún daño. Teóricamente, si uno sigue las indicaciones de los guías, el nivel de radiación que se soporta es el equivalente al de un vuelo de seis horas. Hacerse un radiografía, por ejemplo, implica recibir 100 veces más radiación que esta visita. Nosotros, en cualquier caso, hemos extremado las precauciones, no hemos tocado nada ni nos hemos alejado del itinerario. Además, hemos llevado ropa que podríamos calificar de 'soviéjica' y que tiraremos a la basura no vaya a ser que nos llevemos alguna partícula radioactiva.
A los turistas que visitan Chernobyl los denominan 'turistas negros', aunque no entendemos muy bien por qué. Aunque hemos de reconocer que tiene cierto exotismo visitar una catástrofe de esta envergadura, no resulta menos pedagógico los límites que ha de marcarse el ser humano si no quiere acabar con la vida en este planeta... planeta que aún tiene muchos lugares esperando a que nosotros los visitemos.
13 may 2017
Kiev, capital de la música europea
Como es habitual y también incoherente, dormir es inversamente proporcional a nuestro descanso vacacional. Así que a las seis suena el despertador y tras un buen desayuno comenzamos a recorrer la ciudad. Aunque es desconocida para muchos, Kiev tiene en la actualidad casi tres millones de habitantes, y cuando Ucrania formaba parte de la extinta Unión Soviética, era la tercera ciudad más importante tras Moscú y San Petersburgo.
Si por algo se caracterizan las ciudades del este es por dos cosas: por las catedrales ortodoxas con sus bulbos coloreados y dorados, y los edificios brutalistas soviéticos. En Kiev, por supuesto, hay para dar y tomar de ambos. Empezamos el recorrido por la plaza Kontraktova y subimos hasta la iglesia de San Andrés por la cuesta del mismo nombre, una especie de barrio de los pintores como el de París.
Después, visitamos el monasterio de San Miguel de las Cúpulas Doradas, que es Patrimonio de la Humanidad. También caminamos frente a edificios gubernamentales, tales como diferentes ministerios, el Palacio Presidencial, el parlamento o el Palacio Mariyinskyi, lugar de residencia del primer ministro. Un edificio de imprescindible visita es la Casa de las Quimeras, donde elefantes, rinocerontes, dragones y otras criaturas hacen de este edificio algo realmente singular.
Aunque no nos entusiasma la canción de nuestro representante Manel Navarro, esperamos disfrutar con nuestras grandes favoritas: Italia, Suecia, Bulgaria, Israel, ... Hemos escuchado el disco tantas veces que nos encantan todas. Así que, tras una reparadora siesta, llegamos al Palacio de Exposiciones de Kiev con nuestras entradas de la fila 9 en mano. Enseguida pasamos el control y, tras una espera algo larga, accedemos a la grada. Estamos muy cerca del escenario, con una buena visión también del público, de la green-room y de los directores del certamen. Mientras la gente va tomando sus asientos un DJ pone canciones de ediciones anteriores.
Pudiendo tener al lado gente de como mínimo 26 nacionalidades, la casualidad quiere que a la derecha tengamos a otros españoles y a la izquierda a una ucraniana de Odesa que habla perfectamente español y que está casada con un australiano, con quienes entablamos conversación. Poco a poco llega el momento de que los artistas lo den todo en el escenario. Es muy emocionante porque la música se siente mucho más vibrante en directo que por la televisión. Se echa en falta los comentarios de José María Íñigo dando datos inverosímiles, pero por otro lado descubrimos qué ocurre entre canción y canción: cómo una flota de personas limpian el escenario en tiempo récor y cómo instalan lo que sea necesario para la siguiente actuación en pocos minutos.
Disfrutamos cada una de las 26 canciones, y sobre todo con la breve participación de Verka Serduchka, un transformista que representó a Ucrania años atrás y que resulta la mar de simpático. Hasta la actuación de Jumala, la ganadora ucraniana de la edición anterior y cuya nueva canción no conocemos, resulta interesante debido a un espontáneo que sale a hacer un calvo. Y después, llega el momento de la verdad... ¡¡las votaciones!! España, un año más, sale mal parada, algo a lo que ya estamos habituados. Nuestra favorita, Italia, se va quedando poco a poco fuera de los primeros puestos... y la carrera hacia el éxito se decide entre Bulgaria y Portugal. El voto del público es decisivo y encumbra hacia el podio al cantante luso, con su Amar Pelos Dois. Salvador Sobral ha conseguido distinguirse del resto con una puesta escena ridículamente sencilla, con una canción tranquila que bien podría ser la banda sonora de un dramón de Walt Disney, pero que transmite un algo que ninguna otra ha conseguido. Aunque ha sido toda una sorpresa, mirémoslo por el lado positivo... ¡¡el año que viene lo tenemos mucho más fácil para volver a asistir a Eurovisión!!
Asistir a Eurovisión ha sido un deseo cumplido y ha superado incluso las expectativas. Quién sabe si alguna vez podremos repetirlo... pero lo intentaremos seguro. ¡¡Empieza la cuenta atrás para el próximo año!! Con la emoción en el cuerpo, caminamos los quince minutos que nos separan del hotel... mañana nos espera el segundo plato fuerte del viaje.
12 may 2017
Kiev, capital de Ucrania
Con la segunda semifinal de Eurovisión ya finalizada y, por tanto, con las 26 canciones de la final ya elegidas, dejamos todo preparado para apurar las pocas horas que tenemos para dormir. A las cinco nos levantamos y pasadas las seis, como dirían Trancas y Barrancas, "el hombre de negro nos lleva en su coche negro por una calle negra hasta el aeropuerto blanco"; y es que, desde que existe cabify ya no hay necesidad de recorrer el suburbano madrileño ni de regalarle la sangre a los vampiros.
Dado los pocos vuelos que conectan Madrid con la capital ucraniana, volamos con Lufthansa vía Munich. En la puerta de embarque una azafata que no ha tenido muy buen despertar nos mide las maletas y nos dice que nos las van a facturar, temiendo el primer desembolso inesperado del viaje. Sin embargo, todo se debe a que el vuelo va lleno y hemos sido premiados en la lotería de a ver quién no viaja con sus prendas íntimas sobre sus cabezas. En el fondo ha sido una suerte porque así no tenemos que arrastrar a la ruidosa Alexander por terminales germanas.
El primer vuelo sale puntual, donde compartimos fila con un Papá Noel polaco que está ya preparando el reparto de Navidades con su tableta. El segundo vuelo sale con una hora de retraso, así que aprovechamos para recorrer el aeropuerto donde hay un número sospechosamente elevado de hindúes y donde no conseguimos catar la barra libre de café. Ya en el aire nos desquitamos y pedimos unos cafés con leche; no sé si por el ansia o por la presión en cabina pero las tarrinitas de leche empiezan a jugar malas pasadas, tanto al alemán que compró su camisa en modas Memphis, como a Pablo, que acaba con toda la cara llena de leche.
Tras casi el mismo tiempo de vuelo que tardaríamos en llegar a Nueva York, aterrizamos en el aeropuerto de Borispyl, donde tenemos que adelantar una hora con respecto a la española. De ruso, perdón... de ucraniano no entendemos ni papa, y nos resulta curioso que a la salida de la terminal todo el mundo nos salude diciendo "tac-si". En un cajero sacamos un buen fajo de grivnas, la moneda ucraniana, para pagar el autobús que nos llevará hasta la estación central de tren, a unos 30 kilómetros. El autobús se caracteriza por tener cortinas de felpa marrón de la perestroika y, sin embargo, disponer de wifi. Compartimos el trayecto con ancianas con jersey de lana, matones con chaqueta de cuero y señoritas con tacones... ¡¡bienvenidos al este!!
Mientras cae una fina lluvia sobre la capital Ucraniana, vamos adentrándonos en la ciudad, donde nos llama la atención innumerables conjuntos de rascacielos de viviendas. Muchas de estas moles de cemento tienen entre 25 y 30 plantas, son sobrias y descuidadas, y en algunos casos tan pegadas entre ellas que visualmente resultan impactantes. Poco a poco llegamos hasta la estación central de tren, donde la siguiente prueba será coger el metro. Una vez en la estación descubrimos que funciona con unas fichas verdes llamadas tóquenes, que se insertan en el torno. Cada viaje cuesta el equivalente a unos 16 céntimos de euro, independientemente del número de estaciones de sus tres líneas que se recorran. Lo que nos descolocan son las escaleras mecánicas... ¿pero las ha construido McLaren o qué? Van muy rápido y, en lugar de bajar por etapas, suelen hacer todo el recorrido de arriba a abajo, por lo que parecen interminables. De hecho, para reaccionar por si alguien se cae, hay unas señoritas con un gorro rojo en unas cabinas, mirando las escaleras para pararlas por si fuera necesario. Sobra decir que, como era de esperar, se respira un aire soviético en la ornamentación de pasillos y sobriedad de trenes.
Sin grandes complicaciones llegamos al hotel Turist, que es donde nos alojaremos durante cuatro noches. Se encuentra en la orilla este del río Dnipro, el cual divide la ciudad en dos, y lo elegimos por que está estratégicamente situado: se encuentra al lado del Palacio de Exposiciones donde se celebrará Eurovisión; y, además, tiene una parada de metro de la línea 1 que recorre los lugares más interesantes de la ciudad. Siempre solemos pedir una planta alta, y esta vez nos dan nada menos que la 24. No es que se vea la isla de Benidorm, pero un buen puñado de edificios soviéticos, unas fábricas a lo lejos y una autovía interminable que corta el bosque, bien merecen la pena para estos días.
Salimos del hotel y... ¿por qué nos mira la gente? Pablo, con unos pantalones amarillos y chaqueta azul, o se ha vestido de la bandera de Ucrania o está promocionando Ikea. Como pensamos que es más bien lo primero, hacemos un cambio de chaqueta y arreglado.
Hoy ya no nos da más que para dar una vuelta por el centro, a modo de aproximación a la ciudad. Así que empezamos por la plaza Maidan, el punto neurálgico de la capital tristemente conocido por los disturbios de 2014 que desencadenaron la vigente guerra entre eurófilos y rusófilos. Hoy, sin embargo, pretende ser un icono de todo lo contrario, ya que está ambientada con la celebración de Eurovisión y cuyo lema este año es "celebrando la diversidad". Apenas llevamos unos minutos en la plaza y unas chicas nos hacen una entrevista para la radio, donde se interesan sobre nuestras primeras impresiones del país. Todo está muy animado y eso que no ha cesado la fina lluvia que cae desde que aterrizamos.
Damos un paseo desde la catedral de Santa Sofía hasta el monasterio de San Miguel de las cúpulas doradas, y después de cenar algo en unos puestos de comida tradicional, volvemos a la calle Khreshchantyk donde han instalado la Eurovisión Village. Aquí, unos DJ caldean el ambiente para hacer vibrar a la gente que ha venido a la ciudad para disfrutar del festival. Nosotros, queriendo pensar que es por el madrugón y el viaje, y no por la edad, decidimos irnos ya a descansar. Justo antes de la media noche caemos rendidos.
Dado los pocos vuelos que conectan Madrid con la capital ucraniana, volamos con Lufthansa vía Munich. En la puerta de embarque una azafata que no ha tenido muy buen despertar nos mide las maletas y nos dice que nos las van a facturar, temiendo el primer desembolso inesperado del viaje. Sin embargo, todo se debe a que el vuelo va lleno y hemos sido premiados en la lotería de a ver quién no viaja con sus prendas íntimas sobre sus cabezas. En el fondo ha sido una suerte porque así no tenemos que arrastrar a la ruidosa Alexander por terminales germanas.
El primer vuelo sale puntual, donde compartimos fila con un Papá Noel polaco que está ya preparando el reparto de Navidades con su tableta. El segundo vuelo sale con una hora de retraso, así que aprovechamos para recorrer el aeropuerto donde hay un número sospechosamente elevado de hindúes y donde no conseguimos catar la barra libre de café. Ya en el aire nos desquitamos y pedimos unos cafés con leche; no sé si por el ansia o por la presión en cabina pero las tarrinitas de leche empiezan a jugar malas pasadas, tanto al alemán que compró su camisa en modas Memphis, como a Pablo, que acaba con toda la cara llena de leche.
Tras casi el mismo tiempo de vuelo que tardaríamos en llegar a Nueva York, aterrizamos en el aeropuerto de Borispyl, donde tenemos que adelantar una hora con respecto a la española. De ruso, perdón... de ucraniano no entendemos ni papa, y nos resulta curioso que a la salida de la terminal todo el mundo nos salude diciendo "tac-si". En un cajero sacamos un buen fajo de grivnas, la moneda ucraniana, para pagar el autobús que nos llevará hasta la estación central de tren, a unos 30 kilómetros. El autobús se caracteriza por tener cortinas de felpa marrón de la perestroika y, sin embargo, disponer de wifi. Compartimos el trayecto con ancianas con jersey de lana, matones con chaqueta de cuero y señoritas con tacones... ¡¡bienvenidos al este!!
Mientras cae una fina lluvia sobre la capital Ucraniana, vamos adentrándonos en la ciudad, donde nos llama la atención innumerables conjuntos de rascacielos de viviendas. Muchas de estas moles de cemento tienen entre 25 y 30 plantas, son sobrias y descuidadas, y en algunos casos tan pegadas entre ellas que visualmente resultan impactantes. Poco a poco llegamos hasta la estación central de tren, donde la siguiente prueba será coger el metro. Una vez en la estación descubrimos que funciona con unas fichas verdes llamadas tóquenes, que se insertan en el torno. Cada viaje cuesta el equivalente a unos 16 céntimos de euro, independientemente del número de estaciones de sus tres líneas que se recorran. Lo que nos descolocan son las escaleras mecánicas... ¿pero las ha construido McLaren o qué? Van muy rápido y, en lugar de bajar por etapas, suelen hacer todo el recorrido de arriba a abajo, por lo que parecen interminables. De hecho, para reaccionar por si alguien se cae, hay unas señoritas con un gorro rojo en unas cabinas, mirando las escaleras para pararlas por si fuera necesario. Sobra decir que, como era de esperar, se respira un aire soviético en la ornamentación de pasillos y sobriedad de trenes.
Sin grandes complicaciones llegamos al hotel Turist, que es donde nos alojaremos durante cuatro noches. Se encuentra en la orilla este del río Dnipro, el cual divide la ciudad en dos, y lo elegimos por que está estratégicamente situado: se encuentra al lado del Palacio de Exposiciones donde se celebrará Eurovisión; y, además, tiene una parada de metro de la línea 1 que recorre los lugares más interesantes de la ciudad. Siempre solemos pedir una planta alta, y esta vez nos dan nada menos que la 24. No es que se vea la isla de Benidorm, pero un buen puñado de edificios soviéticos, unas fábricas a lo lejos y una autovía interminable que corta el bosque, bien merecen la pena para estos días.
Salimos del hotel y... ¿por qué nos mira la gente? Pablo, con unos pantalones amarillos y chaqueta azul, o se ha vestido de la bandera de Ucrania o está promocionando Ikea. Como pensamos que es más bien lo primero, hacemos un cambio de chaqueta y arreglado.
Hoy ya no nos da más que para dar una vuelta por el centro, a modo de aproximación a la ciudad. Así que empezamos por la plaza Maidan, el punto neurálgico de la capital tristemente conocido por los disturbios de 2014 que desencadenaron la vigente guerra entre eurófilos y rusófilos. Hoy, sin embargo, pretende ser un icono de todo lo contrario, ya que está ambientada con la celebración de Eurovisión y cuyo lema este año es "celebrando la diversidad". Apenas llevamos unos minutos en la plaza y unas chicas nos hacen una entrevista para la radio, donde se interesan sobre nuestras primeras impresiones del país. Todo está muy animado y eso que no ha cesado la fina lluvia que cae desde que aterrizamos.
Damos un paseo desde la catedral de Santa Sofía hasta el monasterio de San Miguel de las cúpulas doradas, y después de cenar algo en unos puestos de comida tradicional, volvemos a la calle Khreshchantyk donde han instalado la Eurovisión Village. Aquí, unos DJ caldean el ambiente para hacer vibrar a la gente que ha venido a la ciudad para disfrutar del festival. Nosotros, queriendo pensar que es por el madrugón y el viaje, y no por la edad, decidimos irnos ya a descansar. Justo antes de la media noche caemos rendidos.
11 may 2017
Introducción y ruta
Lejos quedan aquellos viajes veraniegos que publicábamos cuando casi todo el mundo había ya vuelto de vacaciones. Ahora, cuando menos lo esperáis, os sorprendemos con una nueva entrada en el blog anunciando nuestro nuevo destino. Y este año, más todavía... porque teniendo aún reciente el recuerdo de Islandia, estamos ya listos para pasar nueve días en otro exótico país: Ucrania.
¿Y por qué Ucrania? Pues la razón principal es asistir al evento musical más importante del planeta, Eurovisión. El sábado 13 de mayo no sólo estaremos en la ciudad anfitriona del festival, sino que además ¡¡tenemos entradas para la Gran Final!! Después de varios años intentándolo vamos a conseguir, por fin, formar parte del espectáculo y oír el "guayominí troa poan" en el mismo lugar donde 26 artistas darán lo mejor de sí mismos. Aunque no nos apasiona nuestro representante, ¡¡va a ser muuuuuuuuy emocionante!!
¿Y después qué? Ucrania es mucho más que Verka Serduchka y que un país exportador de limpiadoras. Descubriremos el origen del imperio ruso, recorreremos los campos que la convirtieron en granero de Europa y conoceremos su cultura y tradiciones. Empezaremos visitando Kiev, la capital. Después, dada la extensión del país, recorreremos sólo el tercio occidental ya que en el este hay algunos hijos de Putin armando guerra. Ah, y seremos por un día turistas negros al visitar el mayor desastre nuclear de la historia, Chernobyl. Igual volvemos irradiados como un gusy-luz o con los ojos torcidos de ver tanta ene al revés... pero seguro que este desconocido país no nos dejará indiferentes.
¿Y por qué Ucrania? Pues la razón principal es asistir al evento musical más importante del planeta, Eurovisión. El sábado 13 de mayo no sólo estaremos en la ciudad anfitriona del festival, sino que además ¡¡tenemos entradas para la Gran Final!! Después de varios años intentándolo vamos a conseguir, por fin, formar parte del espectáculo y oír el "guayominí troa poan" en el mismo lugar donde 26 artistas darán lo mejor de sí mismos. Aunque no nos apasiona nuestro representante, ¡¡va a ser muuuuuuuuy emocionante!!
¿Y después qué? Ucrania es mucho más que Verka Serduchka y que un país exportador de limpiadoras. Descubriremos el origen del imperio ruso, recorreremos los campos que la convirtieron en granero de Europa y conoceremos su cultura y tradiciones. Empezaremos visitando Kiev, la capital. Después, dada la extensión del país, recorreremos sólo el tercio occidental ya que en el este hay algunos hijos de Putin armando guerra. Ah, y seremos por un día turistas negros al visitar el mayor desastre nuclear de la historia, Chernobyl. Igual volvemos irradiados como un gusy-luz o con los ojos torcidos de ver tanta ene al revés... pero seguro que este desconocido país no nos dejará indiferentes.
привіт Україна !!
¡¡ Hola Ucrania !!
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