9 mar 2024

Último día en Egipto

Empezamos nuestro último día sin que suene el despertador. Atrás quedaron los días en los que había que madrugar para ver lugares emblemáticos libres de aglomeraciones: estamos en El Cairo y esto es una aglomeración continua. Organizamos nuestras mochilas y dejamos ropa que ya no queremos en la propia habitación, avisando en recepción que la dejamos ahí por si alguien puede reutilizarla, no vaya a ser que en la limpieza la vean y nos la devuelvan cuando vayamos a recoger nuestro equipaje.

Hoy dedicaremos casi toda la mañana a visitar el Museo Egipcio. Se encuentra al otro lado de la carretera, de tres carriles por sentido. Lo suyo sería ir hasta un lejano paso de peatones donde los coches tampoco se detienen así que, como ya somos unos expertos toreando coches, cruzamos hasta la otra acera... acera ocupada por la policía que hay que sortear caminando por la calzada, hasta encontrar el acceso al museo, mal indicado por supuesto. Pasamos un primer control de seguridad, compramos la entrada y pasamos un segundo control de seguridad, en el que, como siempre, aunque pites en detector y lleves un bazoka en la mochila, nadie te dicen nada.

Al acceder al museo ves de frente el hall principal, con estatuas de faraones que parecen saludarte. El edificio tiene dos plantas, ordenadas cronológicamente en el sentido de las agujas del reloj. Iniciamos el recorrido mirando y admirando todo que vemos, leyendo algunos letreros para asociarlos a lugares que hemos visto durante el viaje. Netjerjet... no lo conocemos; Sejemjet... no lo conocemos; Shepseskaf... no lo conocemos. Estos nombres si que son complicados... ¡¡para que luego la gente no pronuncie bien mi nombre en Madrid!!

Si al principio cogemos la visita con muchas ganas, a medida que va pasando el tiempo la cosa se va desinflando. Por un lado, hay mucha gente en visita organizada y cuesta moverse, especialmente en las primeras salas. Por otro, hay tal cantidad de estatuas, sarcófagos y piezas varias que llega un momento que es saturante: es como si intentas ver todo el menaje de El Corte Inglés o todo el material del Leroy Merlin. Además, algunas de las obras más importantes ya no están en el museo: algunas se han llevado al Nuevo Museo Egipcio (aún cerrado) y gran parte de las momias al Museo Nacional de la Civilización Egipcia.


El museo más que un museo parece un almacén. Más que vitrinas predominan los armarios con cristales, con piezas habitualmente mal iluminadas, mal protegidas y, en la mayoría de los casos, con letreros escritos a máquina tanto en inglés como en francés. En cierto sentido, tiene un aire nostálgico que te transporta al siglo pasado, donde te imaginas a Hercules Poirot recibiendo una llamada en Londres para acudir en una avioneta de hélices hasta el museo para estudiar un nuevo hallazgo.


Una de las partes más importantes es el tesoro de Tutankamón, donde se expone la famosa máscara funeraria del faraón. Es una auténtica joya y, en la corta distancia, te sorprende el nivel de detalle con el que la realizaron hace en torno a 3.350 años. En la misma sala, se exponen otras piezas del tesoro e, incomprensiblemente, no se pueden hacer fotos. Una vez más, triunfa el sinsentido: puedes tocar esculturas, sarcófagos y piezas varias, pero no puedes hacer fotos a estos objetos metálicos.

Salimos del Museo Egipcio con la sensación más de "haber cumplido" que de "haber disfrutado". Es un lugar de obligada visita pero el hecho de que lo estén desmantelando y que lo que se expone no esté bien organizado hace que no le des el valor que realmente tiene. Incluso los alrededores del museo no están muy bien cuidados y, con tanto control, te da la sensación de que estás saliendo más de una cárcel que de un templo de cultura.

Comemos en un McDonald's porque no queremos arriesgar de confiados el último día. Después, cogemos por segunda vez el metro; como curiosidad, subrayar que los vagones tienen persianas como las de una casa (ya que parte transcurre por el exterior) y que hay vagones sólo para mujeres. A la salida de la estación, de nuevo, nos vemos engullidos por edificios negros, suciedad y ruido; por su puesto, con denso tráfico en autovías construidas una encima de otra. Para cruzar una carretera de autos locos, le hacemos una mueca a un policía que espera al lado nuestro, como diciendo "buf, aquí no vamos a conseguir pasar en todo el día" y el muy cachondo se pone a parar el tráfico y nos indica que pasemos. Ah, pues no era tan difícil.

En esta marea de vida mísera, hay pequeñas joyas como el palacio de Habib Pasha El-Sakakini. No sabemos muy bien de qué época es pero, en general, hemos visto un montón de edificios que reflejan un pasado esplendoroso... con una mugre que releja un futuro decadente en el corto plazo.

Caminamos respirando hidrocarburos hasta el Monasterio de la Virgen María, donde se piensa que también estuvo la Sagrada Familia. Hay un pozo cuyas aguas se creen curativas, pero del que no nos arriesgamos a beber. Lo que sí resulta curativo es el mini sueño que nos echamos sentados en los bancos: no sólo por ser un remanso de paz, sino por poder sentarse en algún sitio. Aunque resulte raro, no es fácil encontrar por todo el país un lugar donde sentarse; de hecho, anoche vimos un parque y ¡¡había que pagar entrada para acceder a él!!

Paseando por el Cairo islámico, entramos en la Mezquita Al-Hakim, que resulta ser otro remanso de paz... y donde aprovechamos a sentarnos otra vez. Después, damos un paseo por la muralla anexa y por la puerta de Bab El Nasr. Cada vez hay más gente y el tumulto va a más. Caminando por sus calles, vemos como un hombre se desploma. Hay un juego de miradas entre la gente, porque nadie sabe qué hacer; nosotros no sabemos muy bien cómo reaccionar y, pensando que justo nosotros somos los que menos podemos aportar, continuamos nuestro camino cuando un lugareño acude a ver si el hombre reacciona. Resulta impactante, y preferimos no saber cómo ha terminado la historia.

Llegamos al bazar Jan el-Jalili, que ya visitamos el otro día. Los vendedores se activan a nuestro paso, ofreciéndonos el catálogo de productos que venden: camisetas, lámparas, figuras y escarabajos que no falten. También visitamos el famoso Café de los Espejos.


Toca ya volver al hotel a por las maletas. La red de metro es escasa y el transporte rodado es imposible, así que decidimos volver andando. En un par de días comenzará el Ramadán y los Cairotas están descontrolados comprando, haciendo que las calles y carreteras sean un absoluto colapso. A riesgo de ser atropellados, empujados, pisados o ensuciados sorteamos personas y coches. Hay momentos realmente agobiantes, en los que tienes que confiar en la suerte y en el destino, y pensar que vas a conseguir salir ileso de allí.

La calle cercana al hotel es más tranquila, así que hacemos acopio de comida para el vuelo de vuelta, mientras nos despedimos de los últimos gatos famélicos que andan por la zona y que nos han acompañado por todo el país. En un último Uber cruzamos la ciudad rodeados de un intenso tráfico, despidiéndonos de una ciudad caótica, salpicada de mezquitas con neones en los minaretes e iglesias con cruces iluminadas.

Llegamos al aeropuerto con casi tres horas de antelación, ya que intuimos que salir del país será igual de complicado que entrar en él. Pasamos varios "descontroles" de seguridad y me acuerdo de las dichosas tijeritas de las uñas. "¿Facturo la mochila con ellas dentro para que no suponga un problema?" Apostamos por facturar y en los mostradores vemos que hay unas colas enormes... y llenas de chinos. "Pero, ¿esto es para el vuelo de Madrid?" nos preguntamos y sí, aunque no lo parezca lo es. Habíamos hecho la facturación online y, mientras esperamos, caemos en la cuenta de que en la tarjeta de embarque pone que hay que pasar por el mostrador de facturación; pero, ¿entonces para qué sirve la facturación online? Bueno, a estas alturas ya no debería intentar buscarle el sentido... porque no lo tiene. Nos imprimen la tarjeta de embarque y nos dan una hojita que hay que rellenar... ya estamos con el papelismo otra vez. Pero si la compañía aérea tiene los datos, ¿para qué volver a rellenar otro formulario?

Con la tarjeta de embarque en papel, el formulario de salida cumplimentado y el pasaporte en mano, nos dirigimos al control de pasaportes... que también es caótico: las colas están mal formadas y sólo en algunas ventanillas hay inspectoras. Como la autoridad aquí es poco autoritaria, me acerco a uno para decirle cómo tiene que organizar las filas; creyendo que he triunfado, me desanimo viendo que después de darme la razón no toma ninguna acción. Media hora después, uno de seguridad diferente, termina ordenando las filas y haciendo lo que nosotros decíamos. Con el nerviosismo de que se acerca la hora de embarcar, pasamos por fin el control de pasaportes... para enfrentarnos a un nuevo control de seguridad. ¡¡Son muy cansinos!! Llevamos como cuatro litros de agua, pero vamos libres de tijeritas, así que no hay nada de qué temer. Cachéame rápido que tengo prisa.

Mira que vinimos con tiempo... pues no sé cómo lo hemos hecho pero hay que decidir: ir al baño o ver cómo gastar nuestras últimas libras; y gana lo segundo. Entramos en una tienda y... los precios sólo están en dólares. Le pregunto a la cajera que si podemos pagar en libras y nos dice que no, que sólo en dólares (de ese país infiel). "Pero, si es vuestra moneda, ¿cómo es que no puedo pagar en libras?". Me cuenta el truco del almendruco y, ya por vicio, le montamos una bronca por desahogo. Es que hasta en el último momento te siguen intentando sacar pasta de la forma más absurda.

Cuando creíamos que lo habíamos visto todo, en otro control de seguridad antes de la puerta de embarque nos dividen en una fila para hombres y otra para mujeres. Mira, yo ya paso... Ah, ¿y que hay que descalzarse? Pues venga, a descalzarse. Eso sí, nuestros cuatro litros de agua entran en Schengen sin levantar ninguna sospecha.

Poco antes de la media noche, nuestro avión despega de vuelta hacia el invierno: en pocas horas aterrizaremos en un gélido Madrid, donde nuestro viaje parecerá haber sido un espejismo veraniego. Atrás dejamos a Ramsés, Akenaton y Tutankamón; y volvemos a occidente con sus templos consagrados a Decathlon.

1 comentario:

  1. Ha sido un viaje precioso...me ha encantado leeros, imaginaros por allí..y "mira yo ya pasó" os va a venir muy bien para la vuelta, intuyo una gran evolución para enfrentar el estrés. Buen viaje de vuelta!!😘😘

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