8 mar 2024

Saqqara, Dahshur y Menfis

Hoy nada de viajar por libre, vamos a ir como unos señores a faraón puesto. Queremos visitar Saqqara, Dahshur y Ménfis y, aunque nuestra idea original era hacerlo por libre cogiendo Uber, nuestros amigos Irene y Pablo nos recomendaron hacerlo con el guía con el que ellos lo hicieron. Una semana antes de venir a Egipto nos pusimos en contacto con Mahmoud, guía egipcio casado con una española que organiza visitas en español. Acordamos un precio para el recorrido que solicitamos y fuimos especialmente pesados recalcando que nos dijera el precio incluyendo absolutamente todos los gastos que pudiera haber, para que no hubiese ninguna sorpresa en el camino. El precio era un poco caro, pero seguimos nuestra corazonada de hacer caso a la recomendación de nuestros amigos viajeros y cerramos el trato. Además, al ser en español, será reconfortante tener conversaciones que no se reduzcan al “hola, hola, Pepsicola, obelisco un euro”.

Nos levantamos tranquilamente y, mientras estamos desayunando, recibimos un WhatsApp del guía diciendo que ya está en la puerta… ¡¡Veinte minutos antes!! Esto seguro que es fruto de su mujer, catalana, que no quiere que se le escape una parejita de turistas que son almíbar puro para un guía. Como tampoco es cuestión de atragantarse, terminamos de desayunar, cogemos agua y la comida que compramos anoche, y salimos de la habitación. Yo voy por delante y un hombre sentado me saluda y me da la mano… jo, que tampoco soy Justin Bieber para que me den los buenos días así en el hotel. “Ok, encantado pero tengo prisa…” y continúo hacia la salida. No llego ni al umbral de la puerta y me doy cuenta de que es el guía; pero es que no contaba con que cuando dijo que estaba en la puerta estuviera en la de la habitación sino, más bien, en la del portal. Ha debido de pensar que o soy un antipático o que me muero por pisar pirámide. “Ah, ¡que tu eres el guía! Pensaba que estabas abajo” y pongo cara de emoticono sonriente con la gotita en la frente.

Ya en la calle nos dice, “¿dónde está el coche?” Son de esas preguntas tan contundentes que te dejan fuera de juego y que en un microsegundo te llegas a preguntar “¿Dónde lo dejé?” Pablo, que ha dormido más, le dice “Ah, pensaba que lo traías tú”... Y resulta que no, que el que conduce es otro. Bueno, si aquí entras en el portal del hotel y hay tres bedeles mirando el móvil, no sé cómo pudimos pensar que el guía era multitarea y también conducía. Llega el chófer en un coche bastante nuevo e impecablemente limpio, el cual sólo habla en árabe; se presenta, nos sirve unas botellas de agua, nos abre la puerta para que entremos y nos la cierra una vez sentados. Con esta atención, al final me voy a creer que sí soy Justin Bieber. 

Nos ponemos en marcha mientras surcamos autovías elevadas, cruzamos el Nilo y alternamos los términos municipales de El Cairo y Gizah, para ir dejando atrás la ciudad y adentrarnos en zonas menos urbanas. En el camino, hablamos con Mahmoud sobre nuestro viaje, sobre qué nos está pareciendo el país y sobre diferentes temas para conocer mejor la idiosincrasia egipcia: política, religión, feminismo, educación, limpieza, … Hasta ahora, no habíamos tenido la oportunidad de hablar largo y tendido sobre cómo vive la gente del país, e incluso, rebatir algunas ideas afianzadas en la cultura árabe que consideramos mucho más evolucionadas en la cultura cristiana.

Uno de los temas en los que hacemos énfasis es de la limpieza, ya que es algo que nos ha sorprendido. Nos comenta que el gobierno está promoviendo con anuncios que la gente no tire basura a la calle, a lo que le decimos que también debería acompañar la recomendación con sistemas de recogida y de tratamiento de residuos. Es que, es una pena que un lugar que podría ser un auténtico oasis, se parezca más bien a un estercolero. Nos dice, con toda la razón, que es difícil cambiar la mentalidad de la gente, pero que poco a poco se irá consiguiendo.

Arreglando el país hemos llegado a Saqqara sin apenas darnos cuenta. La mayoría de turistas que visitan el Cairo se suelen limitar a ver las Pirámides de Gizah y poco más. Sin embargo, en los alrededores hay algunos emplazamiento que, aunque visualmente no parezcan gran cosa, son igual e incluso más importantes que las Pirámides de Keops, Kefrén y Micerinos. Hoy dedicaremos el día a recorrer tres de esos sitios.

Llegamos a Saqqara, la necrópolis de la ciudad de Menfis, capital del Imperio Antiguo. Nuestra primera parada es en la Pirámide Escalonada, realizada por Imhotep, el primer ingeniero conocido de la historia. Esta pirámide de 39 metros de altura fue la tumba del faraón Zoser y es la primera pirámide de grandes dimensiones que se construyó… ¡¡Hace 5.000 años!! La idea de construir pirámides tenía como objetivo perdurar en el tiempo: alguien se dio cuenta de que, algo tan sencillo como un montón de arena perduraba mucho más que la arena suelta, y ese principio les llevó a construir pirámides. Seguramente antes de ésta intentarían crear muchas otras, pero es ésta la más antigua que ha llegado hasta nuestros tiempos. Mahmoud nos dice que por dentro no merece la pena, así que no compramos la entrada adicional que se requiere para su visita.

La segunda parada es en la Pirámide de Unís, otro faraón del Imperio Antiguo. Por fuera parece algo desvaída, desdibujada, más bien con forma de montículo que de pirámide. Pero aún así, es una pirámide muy relevante porque fue la primera en la que se escribieron textos y conjuros mágicos para acompañar al faraón en su viaje hacia el más allá. A ésta sí que entramos, teniendo que ir casi a gatas por algunos de sus pasadizos. El interior es sobrio, pero muy interesante, ya que hay un sarcófago de piedra y el techo está a dos aguas. El guía nos ha dicho que en los jeroglíficos los símbolos equivalen a letras, mientras que nosotros pensábamos que era más bien algo que se interpretaba. Así que ahora miramos los jeroglíficos con otros ojos e identificamos los “cartuchos” que son unos cuadrados donde dentro se escribía el nombre del faraón. 



Continuamos la visita en el Serapeum, un templo subterráneo consagrado a los toros Apis. Los toros que tenían una mancha en la frente y otra en la nuca eran considerados sagrados y, cuando morían, se enterraban dentro de un enorme sarcófago que se colocaba en este templo fúnebre. Los arqueólogos no han conseguido saber cómo consiguieron meter los sarcófagos ahí dentro, ya que son más grandes que los propios accesos. De hecho, cuando se descubrió este lugar, se encontró un sarcófago que se había abandonado casi en la entrada, donde aún permanece. Como curiosidad, aquí se encontró la escultura del Escriba Sentado.



Continuamos con la tumba de Kagemni, el canciller, que era la segunda persona con más poder después del faraón y, además, era sacerdote. En los relieves en piedra que hay en las paredes Mahmoud nos enseña uno en el que se muestra la fauna del Nilo: peces que se pescaban, hipopótamos (hoy extintos en la zona) y cocodrilos (hoy acumulados en el lago Nasser). También nos habla de los rituales de los faraones, como las plañideras que se contrataban cuando moría el faraón tanto para llorar como para hacer danzas en plan chamanas. 

La siguiente parada es en la Pirámide de Teti, faraón que llegó al poder casándose con la hija de Unis, el de la pirámide anterior. El acceso es algo más complicado, ya que primero hay que descender y luego recorrer un pasadizo, ambos con una altura de menos de metro y medio. El interior es similar a la de Unis, con grabados en las paredes y un sarcófago negro.



De Saqqara vamos a Dahshur, algo más al sur. Allí, encontramos la que se conoce como Pirámide Acodada, que la mandó construir Seneferu (el padre de Keops) como su futura tumba, aunque el guía nos comenta que no está claro si finalmente fue ésta o la Pirámide Roja que luego veremos. Esta tumba es la que mejor conserva el revestimiento de todo Egipto. Eso sí, algo no debieron de hacer bien esa construcción, porque hacia la mitad debieron de ver que no estaba muy estable y modificaron la inclinación de las caras, quedándoles una forma un tanto chapucera. Entramos en la tumba y lo que primero te encuentras es un larguísimo pasadizo que desciende; después, se llega a una cámara abovedada en la que han colocado una escalera de madera, que ascendemos hasta llegar a una segunda cámara abovedada. De ahí, se asciende por un pasadizo en el que en algunos momentos hay que ir a gatas, y en el que hay que tener mucho cuidado de no golpearse la cabeza. Finalmente, se llega a un pozo cuya función se desconoce. “¿Oyes eso? ¡Son murciélagos!” Un suave chirrido delata que unas cositas negras que apenas se ven debido a la penumbra, son esos animalitos que te pueden pegar un buen número de enfermedades… así que mejor dejarlos ahí dormiditos y deshacer el camino.




Rodeamos la Pirámide Escalonada y vemos su pirámide satélite, a la que unos policías nos insinúan que nos pueden abrir la puerta para entrar…y que rechazamos… “No corruption!!” como le hemos dicho a más de uno. A lo lejos, vemos también la Pirámide Negra, que tampoco es una estructura geométrica perfecta que se diga.

En este máster de “construye una pirámide” hemos visto lo que se podrían considerar “las prácticas”. Y ahora, por fin, vamos a ver el proyecto fin de máster… la Pirámide Roja. Esta Pirámide, con una forma ya bien definida, es la precursora de las Pirámides de Gizah y es la tercera más alta de todo Egipto. Digamos que, después de construir unas cuántas, ya empezaron a dominar la técnica y se lanzaron a la burbuja piramidera.

El guía nos avisa que el recorrido interno es el más duro de las cuatro que hemos visitado y no le falta razón. Nada más entrar un larguísimo pasadizo descendiente, que casi hay que hacer a gatas. Luego se accede a una cámara con una bóveda escalonada; de ahí con otra escalera se sube a una segunda bóveda y mediante otra escalera a una tercera. Hace mucho calor en su interior huele como a amoniaco. La salida resulta más agotadora que la entrada, ya que, al igual que en el resto de pirámides, se sale por el mismo sitio por el que se accede y cuando hay gente en los dos sentidos, la cosa se complica.


Visitar Saqqara y Dahshur ha sido una auténtica pasada. Aunque son de una monumentalidad muy inferior a las Pirámides de Gizah, el hecho de que haya menos turistas y que las pirámides estén en algunos momentos casi para nosotros solos, ha hecho que disfrutemos un montón este recorrido. ¡Somos unos disfrutones! Además, hemos visitado cuatro pirámides por dentro, que sumadas a las dos de ayer hacen un total de seis pirámides visitadas. Vamos a tener que hacer, al igual que con los países, un conteo de pirámides visitadas. ¿Aceptamos Visoko como pirámide de compañía? ¿Y el hotel Luxor de Las Vegas en su calidad de templo de la perdición?

El tour guiado termina en Memfis, capital del Imperio Antiguo. Lo que queda de aquella ciudad se reduce a restos arqueológicos acumulados en un museo al aire libre. No hay gran cosa… pero sí una cosa grande: el coloso de Ramsés II. Esta estatua de unos 11 metros de longitud, debió de estar en el pilono del templo de Ptah y en algún momento se cayó quedando boca abajo. Cuando se descubrió, se les ofreció a los ingleses que se la llevaran a Inglaterra, pero éstos declinaron la petición por lo costoso del traslado. En 1887 se consiguió darle la vuelta, mostrando al mundo la perfección en su construcción. Los ingleses, expresaron entonces que sí querían llevársela, pero la situación política había cambiado y la estatua de Ramsés II se quedó en el museo de Memfis. 


Con las subidas y bajadas de las pirámides, y ahora con este descanso viendo el Coloso de Ramsés II, Pablo manifiesta su dolor en las piernas por el esfuerzo realizado. El guía, sin mucho reparo, le pregunta su edad y se aventura a decir que tendrá 50 o 40 años… mientras él reconoce tener ya 45 primaveras árabes (en el sentido literal, claro). Yo, me quedo calladito, que conmigo no va la prueba del carbono catorce.

Mahmoud y su chófer nos acompañan hasta el hotel, donde les pagamos y nos despedimos. Ha sido un verdadero placer haber compartido estas ocho horas con ellos, ya que las explicaciones han sido interesantes y adaptadas a nuestro nivel básico de egiptología (con tanto farón esto era como la serie Dinastía, y yo siempre fui más de Falcon Crest). Además, nos ha resultado igual de enriquecedoras las conversaciones sobre el Egipto actual, que nos han servido para conocer más sobre la realidad de este país. ¡Sucrem Mahmoud!

En el hotel, comemos el picnic que hemos paseado por las necrópolis de Memfis metido en el maletero del coche y recociéndose al sol. Aprovechamos también a echar una cabezadita y a quitarnos la arena de las zapatillas antes de salir de nuevo a pasear por el Viejo Cairo. Como dice Pablo, “All Cairo is Old Cairo”... ¡Qué guasón! La verdad es que el centro, donde está nuestro hotel, es una zona muy comercial. No es Ortega y Gaset, pero oye, visto que los alrededores se parecen a Kabul, como que el centro no está tan mal. Además, ya hemos perdido el miedo a pasear por la calzada, a cruzar cuatro carriles sorteando coches y a no chocar con las señales y elementos cortantes que se encuentran en los lugares más inesperados.

Callejeando sin rumbo fijo, nos damos cuenta de que en algunas calles predominan ciertos tipos de tiendas: calles de ópticas, calles de ropa interior, calles lámparas brilli-brilli, calles de bombillas led… ¿Podíamos comprar más luces para Navidad, no? Bueno, más que Navidad, parecería que estamos celebrando el Ramadán. Pues oye, ponemos unos cuántos leds de colores en la chimenea de Novoveral VI, saco el altavoz bluetooth y me hago el muyahidín para someter a los vecinos: a las cuatro de la mañana puedo cantar el “Ali-cataaaaaaar toel portaaaaaal Ahmalajá”, a las 10 de la mañana el “Al-garaje sin papeleraaaaaaaasssss Ahmalajá”, a las 3 de la tarde el “No barbacooooooooas Ahmalajaá” e imposiciones varias que se nos vayan a ocurriendo. Si total, en cuanto vean todas las bolsas de plástico con letras arábigas que vamos a reutilizar para tirar la basura, ya vamos a sembrar el pánico e infundir respeto en las dos torres gemelas. Total, el otro día ya me confundí y envié una foto al grupo de la comunidad junto a la Esfinge… se empieza con algo muy sutil…

Como hemos comido tarde, nos habíamos prometido cenar sólo algo bebido. Pero, como todos los días, hemos acabado con varias bolsas de comida para cenar en el hotel: kebaps sirios y pastelitos de una pastelería cairota con solera. Con lo poco sano que estamos comiendo, no sé si acabaremos haciendo el muyahidín pero, aunque sólo sea por desintoxicarnos de fritanga, salsas y grasas poli-saturadas, vamos a terminar haciendo el Ramadán.

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