10 mar 2024

¡Wadaean Egipto!

El viaje por Egipto ha sido una verdadera aventura. El legado de la civilización egipcia es un auténtico tesoro que todo viajero tiene que visitar. Las tumbas, los templos y, por supuesto, las pirámides son lugares que te trasladan a un pasado enigmático y misterioso. En pocas partes del mundo uno puede tener delante lugares que se han conservado la friolera de 5.000 años.

Éste ha sido un viaje en el que la religión ha estado muy presente. El estar en un país predominantemente musulmán es una experiencia en sí y sus imponentes y bellas mezquitas son un interesante complemento recorriendo sus ciudades. Además nos ha sorprendido la presencia cristiana que, aunque discretamente, siempre ha estado presente.

Este es un destino que la mayoría de turistas realizan en viaje organizado, con traslados de puerta a puerta y visitas guiadas. Nosotros, que somos más de pisar la calle, pensamos que viajar por libre es más enriquecedor. Si bien es cierto que el caos, la suciedad y el sinsentido de algunas cosas han resultado desquiciantes en algunos momentos, creemos que hemos tenido una experiencia más completa y una percepción más real de cómo es el país.

Toca poner punto final a Egipto pero sólo punto y coma a nuestro espíritu viajero. ¿Cuál será nuestro próximo destino? ¿Será de la lista de invasión alienígena? Aquí os lo contaremos. Por ahora, toca decir, ¡Wadaean Egipto! ¡Adiós Egipto!



9 mar 2024

Último día en Egipto

Empezamos nuestro último día sin que suene el despertador. Atrás quedaron los días en los que había que madrugar para ver lugares emblemáticos libres de aglomeraciones: estamos en El Cairo y esto es una aglomeración continua. Organizamos nuestras mochilas y dejamos ropa que ya no queremos en la propia habitación, avisando en recepción que la dejamos ahí por si alguien puede reutilizarla, no vaya a ser que en la limpieza la vean y nos la devuelvan cuando vayamos a recoger nuestro equipaje.

Hoy dedicaremos casi toda la mañana a visitar el Museo Egipcio. Se encuentra al otro lado de la carretera, de tres carriles por sentido. Lo suyo sería ir hasta un lejano paso de peatones donde los coches tampoco se detienen así que, como ya somos unos expertos toreando coches, cruzamos hasta la otra acera... acera ocupada por la policía que hay que sortear caminando por la calzada, hasta encontrar el acceso al museo, mal indicado por supuesto. Pasamos un primer control de seguridad, compramos la entrada y pasamos un segundo control de seguridad, en el que, como siempre, aunque pites en detector y lleves un bazoka en la mochila, nadie te dicen nada.

Al acceder al museo ves de frente el hall principal, con estatuas de faraones que parecen saludarte. El edificio tiene dos plantas, ordenadas cronológicamente en el sentido de las agujas del reloj. Iniciamos el recorrido mirando y admirando todo que vemos, leyendo algunos letreros para asociarlos a lugares que hemos visto durante el viaje. Netjerjet... no lo conocemos; Sejemjet... no lo conocemos; Shepseskaf... no lo conocemos. Estos nombres si que son complicados... ¡¡para que luego la gente no pronuncie bien mi nombre en Madrid!!

Si al principio cogemos la visita con muchas ganas, a medida que va pasando el tiempo la cosa se va desinflando. Por un lado, hay mucha gente en visita organizada y cuesta moverse, especialmente en las primeras salas. Por otro, hay tal cantidad de estatuas, sarcófagos y piezas varias que llega un momento que es saturante: es como si intentas ver todo el menaje de El Corte Inglés o todo el material del Leroy Merlin. Además, algunas de las obras más importantes ya no están en el museo: algunas se han llevado al Nuevo Museo Egipcio (aún cerrado) y gran parte de las momias al Museo Nacional de la Civilización Egipcia.


El museo más que un museo parece un almacén. Más que vitrinas predominan los armarios con cristales, con piezas habitualmente mal iluminadas, mal protegidas y, en la mayoría de los casos, con letreros escritos a máquina tanto en inglés como en francés. En cierto sentido, tiene un aire nostálgico que te transporta al siglo pasado, donde te imaginas a Hercules Poirot recibiendo una llamada en Londres para acudir en una avioneta de hélices hasta el museo para estudiar un nuevo hallazgo.


Una de las partes más importantes es el tesoro de Tutankamón, donde se expone la famosa máscara funeraria del faraón. Es una auténtica joya y, en la corta distancia, te sorprende el nivel de detalle con el que la realizaron hace en torno a 3.350 años. En la misma sala, se exponen otras piezas del tesoro e, incomprensiblemente, no se pueden hacer fotos. Una vez más, triunfa el sinsentido: puedes tocar esculturas, sarcófagos y piezas varias, pero no puedes hacer fotos a estos objetos metálicos.

Salimos del Museo Egipcio con la sensación más de "haber cumplido" que de "haber disfrutado". Es un lugar de obligada visita pero el hecho de que lo estén desmantelando y que lo que se expone no esté bien organizado hace que no le des el valor que realmente tiene. Incluso los alrededores del museo no están muy bien cuidados y, con tanto control, te da la sensación de que estás saliendo más de una cárcel que de un templo de cultura.

Comemos en un McDonald's porque no queremos arriesgar de confiados el último día. Después, cogemos por segunda vez el metro; como curiosidad, subrayar que los vagones tienen persianas como las de una casa (ya que parte transcurre por el exterior) y que hay vagones sólo para mujeres. A la salida de la estación, de nuevo, nos vemos engullidos por edificios negros, suciedad y ruido; por su puesto, con denso tráfico en autovías construidas una encima de otra. Para cruzar una carretera de autos locos, le hacemos una mueca a un policía que espera al lado nuestro, como diciendo "buf, aquí no vamos a conseguir pasar en todo el día" y el muy cachondo se pone a parar el tráfico y nos indica que pasemos. Ah, pues no era tan difícil.

En esta marea de vida mísera, hay pequeñas joyas como el palacio de Habib Pasha El-Sakakini. No sabemos muy bien de qué época es pero, en general, hemos visto un montón de edificios que reflejan un pasado esplendoroso... con una mugre que releja un futuro decadente en el corto plazo.

Caminamos respirando hidrocarburos hasta el Monasterio de la Virgen María, donde se piensa que también estuvo la Sagrada Familia. Hay un pozo cuyas aguas se creen curativas, pero del que no nos arriesgamos a beber. Lo que sí resulta curativo es el mini sueño que nos echamos sentados en los bancos: no sólo por ser un remanso de paz, sino por poder sentarse en algún sitio. Aunque resulte raro, no es fácil encontrar por todo el país un lugar donde sentarse; de hecho, anoche vimos un parque y ¡¡había que pagar entrada para acceder a él!!

Paseando por el Cairo islámico, entramos en la Mezquita Al-Hakim, que resulta ser otro remanso de paz... y donde aprovechamos a sentarnos otra vez. Después, damos un paseo por la muralla anexa y por la puerta de Bab El Nasr. Cada vez hay más gente y el tumulto va a más. Caminando por sus calles, vemos como un hombre se desploma. Hay un juego de miradas entre la gente, porque nadie sabe qué hacer; nosotros no sabemos muy bien cómo reaccionar y, pensando que justo nosotros somos los que menos podemos aportar, continuamos nuestro camino cuando un lugareño acude a ver si el hombre reacciona. Resulta impactante, y preferimos no saber cómo ha terminado la historia.

Llegamos al bazar Jan el-Jalili, que ya visitamos el otro día. Los vendedores se activan a nuestro paso, ofreciéndonos el catálogo de productos que venden: camisetas, lámparas, figuras y escarabajos que no falten. También visitamos el famoso Café de los Espejos.


Toca ya volver al hotel a por las maletas. La red de metro es escasa y el transporte rodado es imposible, así que decidimos volver andando. En un par de días comenzará el Ramadán y los Cairotas están descontrolados comprando, haciendo que las calles y carreteras sean un absoluto colapso. A riesgo de ser atropellados, empujados, pisados o ensuciados sorteamos personas y coches. Hay momentos realmente agobiantes, en los que tienes que confiar en la suerte y en el destino, y pensar que vas a conseguir salir ileso de allí.

La calle cercana al hotel es más tranquila, así que hacemos acopio de comida para el vuelo de vuelta, mientras nos despedimos de los últimos gatos famélicos que andan por la zona y que nos han acompañado por todo el país. En un último Uber cruzamos la ciudad rodeados de un intenso tráfico, despidiéndonos de una ciudad caótica, salpicada de mezquitas con neones en los minaretes e iglesias con cruces iluminadas.

Llegamos al aeropuerto con casi tres horas de antelación, ya que intuimos que salir del país será igual de complicado que entrar en él. Pasamos varios "descontroles" de seguridad y me acuerdo de las dichosas tijeritas de las uñas. "¿Facturo la mochila con ellas dentro para que no suponga un problema?" Apostamos por facturar y en los mostradores vemos que hay unas colas enormes... y llenas de chinos. "Pero, ¿esto es para el vuelo de Madrid?" nos preguntamos y sí, aunque no lo parezca lo es. Habíamos hecho la facturación online y, mientras esperamos, caemos en la cuenta de que en la tarjeta de embarque pone que hay que pasar por el mostrador de facturación; pero, ¿entonces para qué sirve la facturación online? Bueno, a estas alturas ya no debería intentar buscarle el sentido... porque no lo tiene. Nos imprimen la tarjeta de embarque y nos dan una hojita que hay que rellenar... ya estamos con el papelismo otra vez. Pero si la compañía aérea tiene los datos, ¿para qué volver a rellenar otro formulario?

Con la tarjeta de embarque en papel, el formulario de salida cumplimentado y el pasaporte en mano, nos dirigimos al control de pasaportes... que también es caótico: las colas están mal formadas y sólo en algunas ventanillas hay inspectoras. Como la autoridad aquí es poco autoritaria, me acerco a uno para decirle cómo tiene que organizar las filas; creyendo que he triunfado, me desanimo viendo que después de darme la razón no toma ninguna acción. Media hora después, uno de seguridad diferente, termina ordenando las filas y haciendo lo que nosotros decíamos. Con el nerviosismo de que se acerca la hora de embarcar, pasamos por fin el control de pasaportes... para enfrentarnos a un nuevo control de seguridad. ¡¡Son muy cansinos!! Llevamos como cuatro litros de agua, pero vamos libres de tijeritas, así que no hay nada de qué temer. Cachéame rápido que tengo prisa.

Mira que vinimos con tiempo... pues no sé cómo lo hemos hecho pero hay que decidir: ir al baño o ver cómo gastar nuestras últimas libras; y gana lo segundo. Entramos en una tienda y... los precios sólo están en dólares. Le pregunto a la cajera que si podemos pagar en libras y nos dice que no, que sólo en dólares (de ese país infiel). "Pero, si es vuestra moneda, ¿cómo es que no puedo pagar en libras?". Me cuenta el truco del almendruco y, ya por vicio, le montamos una bronca por desahogo. Es que hasta en el último momento te siguen intentando sacar pasta de la forma más absurda.

Cuando creíamos que lo habíamos visto todo, en otro control de seguridad antes de la puerta de embarque nos dividen en una fila para hombres y otra para mujeres. Mira, yo ya paso... Ah, ¿y que hay que descalzarse? Pues venga, a descalzarse. Eso sí, nuestros cuatro litros de agua entran en Schengen sin levantar ninguna sospecha.

Poco antes de la media noche, nuestro avión despega de vuelta hacia el invierno: en pocas horas aterrizaremos en un gélido Madrid, donde nuestro viaje parecerá haber sido un espejismo veraniego. Atrás dejamos a Ramsés, Akenaton y Tutankamón; y volvemos a occidente con sus templos consagrados a Decathlon.

8 mar 2024

Saqqara, Dahshur y Menfis

Hoy nada de viajar por libre, vamos a ir como unos señores a faraón puesto. Queremos visitar Saqqara, Dahshur y Ménfis y, aunque nuestra idea original era hacerlo por libre cogiendo Uber, nuestros amigos Irene y Pablo nos recomendaron hacerlo con el guía con el que ellos lo hicieron. Una semana antes de venir a Egipto nos pusimos en contacto con Mahmoud, guía egipcio casado con una española que organiza visitas en español. Acordamos un precio para el recorrido que solicitamos y fuimos especialmente pesados recalcando que nos dijera el precio incluyendo absolutamente todos los gastos que pudiera haber, para que no hubiese ninguna sorpresa en el camino. El precio era un poco caro, pero seguimos nuestra corazonada de hacer caso a la recomendación de nuestros amigos viajeros y cerramos el trato. Además, al ser en español, será reconfortante tener conversaciones que no se reduzcan al “hola, hola, Pepsicola, obelisco un euro”.

Nos levantamos tranquilamente y, mientras estamos desayunando, recibimos un WhatsApp del guía diciendo que ya está en la puerta… ¡¡Veinte minutos antes!! Esto seguro que es fruto de su mujer, catalana, que no quiere que se le escape una parejita de turistas que son almíbar puro para un guía. Como tampoco es cuestión de atragantarse, terminamos de desayunar, cogemos agua y la comida que compramos anoche, y salimos de la habitación. Yo voy por delante y un hombre sentado me saluda y me da la mano… jo, que tampoco soy Justin Bieber para que me den los buenos días así en el hotel. “Ok, encantado pero tengo prisa…” y continúo hacia la salida. No llego ni al umbral de la puerta y me doy cuenta de que es el guía; pero es que no contaba con que cuando dijo que estaba en la puerta estuviera en la de la habitación sino, más bien, en la del portal. Ha debido de pensar que o soy un antipático o que me muero por pisar pirámide. “Ah, ¡que tu eres el guía! Pensaba que estabas abajo” y pongo cara de emoticono sonriente con la gotita en la frente.

Ya en la calle nos dice, “¿dónde está el coche?” Son de esas preguntas tan contundentes que te dejan fuera de juego y que en un microsegundo te llegas a preguntar “¿Dónde lo dejé?” Pablo, que ha dormido más, le dice “Ah, pensaba que lo traías tú”... Y resulta que no, que el que conduce es otro. Bueno, si aquí entras en el portal del hotel y hay tres bedeles mirando el móvil, no sé cómo pudimos pensar que el guía era multitarea y también conducía. Llega el chófer en un coche bastante nuevo e impecablemente limpio, el cual sólo habla en árabe; se presenta, nos sirve unas botellas de agua, nos abre la puerta para que entremos y nos la cierra una vez sentados. Con esta atención, al final me voy a creer que sí soy Justin Bieber. 

Nos ponemos en marcha mientras surcamos autovías elevadas, cruzamos el Nilo y alternamos los términos municipales de El Cairo y Gizah, para ir dejando atrás la ciudad y adentrarnos en zonas menos urbanas. En el camino, hablamos con Mahmoud sobre nuestro viaje, sobre qué nos está pareciendo el país y sobre diferentes temas para conocer mejor la idiosincrasia egipcia: política, religión, feminismo, educación, limpieza, … Hasta ahora, no habíamos tenido la oportunidad de hablar largo y tendido sobre cómo vive la gente del país, e incluso, rebatir algunas ideas afianzadas en la cultura árabe que consideramos mucho más evolucionadas en la cultura cristiana.

Uno de los temas en los que hacemos énfasis es de la limpieza, ya que es algo que nos ha sorprendido. Nos comenta que el gobierno está promoviendo con anuncios que la gente no tire basura a la calle, a lo que le decimos que también debería acompañar la recomendación con sistemas de recogida y de tratamiento de residuos. Es que, es una pena que un lugar que podría ser un auténtico oasis, se parezca más bien a un estercolero. Nos dice, con toda la razón, que es difícil cambiar la mentalidad de la gente, pero que poco a poco se irá consiguiendo.

Arreglando el país hemos llegado a Saqqara sin apenas darnos cuenta. La mayoría de turistas que visitan el Cairo se suelen limitar a ver las Pirámides de Gizah y poco más. Sin embargo, en los alrededores hay algunos emplazamiento que, aunque visualmente no parezcan gran cosa, son igual e incluso más importantes que las Pirámides de Keops, Kefrén y Micerinos. Hoy dedicaremos el día a recorrer tres de esos sitios.

Llegamos a Saqqara, la necrópolis de la ciudad de Menfis, capital del Imperio Antiguo. Nuestra primera parada es en la Pirámide Escalonada, realizada por Imhotep, el primer ingeniero conocido de la historia. Esta pirámide de 39 metros de altura fue la tumba del faraón Zoser y es la primera pirámide de grandes dimensiones que se construyó… ¡¡Hace 5.000 años!! La idea de construir pirámides tenía como objetivo perdurar en el tiempo: alguien se dio cuenta de que, algo tan sencillo como un montón de arena perduraba mucho más que la arena suelta, y ese principio les llevó a construir pirámides. Seguramente antes de ésta intentarían crear muchas otras, pero es ésta la más antigua que ha llegado hasta nuestros tiempos. Mahmoud nos dice que por dentro no merece la pena, así que no compramos la entrada adicional que se requiere para su visita.

La segunda parada es en la Pirámide de Unís, otro faraón del Imperio Antiguo. Por fuera parece algo desvaída, desdibujada, más bien con forma de montículo que de pirámide. Pero aún así, es una pirámide muy relevante porque fue la primera en la que se escribieron textos y conjuros mágicos para acompañar al faraón en su viaje hacia el más allá. A ésta sí que entramos, teniendo que ir casi a gatas por algunos de sus pasadizos. El interior es sobrio, pero muy interesante, ya que hay un sarcófago de piedra y el techo está a dos aguas. El guía nos ha dicho que en los jeroglíficos los símbolos equivalen a letras, mientras que nosotros pensábamos que era más bien algo que se interpretaba. Así que ahora miramos los jeroglíficos con otros ojos e identificamos los “cartuchos” que son unos cuadrados donde dentro se escribía el nombre del faraón. 



Continuamos la visita en el Serapeum, un templo subterráneo consagrado a los toros Apis. Los toros que tenían una mancha en la frente y otra en la nuca eran considerados sagrados y, cuando morían, se enterraban dentro de un enorme sarcófago que se colocaba en este templo fúnebre. Los arqueólogos no han conseguido saber cómo consiguieron meter los sarcófagos ahí dentro, ya que son más grandes que los propios accesos. De hecho, cuando se descubrió este lugar, se encontró un sarcófago que se había abandonado casi en la entrada, donde aún permanece. Como curiosidad, aquí se encontró la escultura del Escriba Sentado.



Continuamos con la tumba de Kagemni, el canciller, que era la segunda persona con más poder después del faraón y, además, era sacerdote. En los relieves en piedra que hay en las paredes Mahmoud nos enseña uno en el que se muestra la fauna del Nilo: peces que se pescaban, hipopótamos (hoy extintos en la zona) y cocodrilos (hoy acumulados en el lago Nasser). También nos habla de los rituales de los faraones, como las plañideras que se contrataban cuando moría el faraón tanto para llorar como para hacer danzas en plan chamanas. 

La siguiente parada es en la Pirámide de Teti, faraón que llegó al poder casándose con la hija de Unis, el de la pirámide anterior. El acceso es algo más complicado, ya que primero hay que descender y luego recorrer un pasadizo, ambos con una altura de menos de metro y medio. El interior es similar a la de Unis, con grabados en las paredes y un sarcófago negro.



De Saqqara vamos a Dahshur, algo más al sur. Allí, encontramos la que se conoce como Pirámide Acodada, que la mandó construir Seneferu (el padre de Keops) como su futura tumba, aunque el guía nos comenta que no está claro si finalmente fue ésta o la Pirámide Roja que luego veremos. Esta tumba es la que mejor conserva el revestimiento de todo Egipto. Eso sí, algo no debieron de hacer bien esa construcción, porque hacia la mitad debieron de ver que no estaba muy estable y modificaron la inclinación de las caras, quedándoles una forma un tanto chapucera. Entramos en la tumba y lo que primero te encuentras es un larguísimo pasadizo que desciende; después, se llega a una cámara abovedada en la que han colocado una escalera de madera, que ascendemos hasta llegar a una segunda cámara abovedada. De ahí, se asciende por un pasadizo en el que en algunos momentos hay que ir a gatas, y en el que hay que tener mucho cuidado de no golpearse la cabeza. Finalmente, se llega a un pozo cuya función se desconoce. “¿Oyes eso? ¡Son murciélagos!” Un suave chirrido delata que unas cositas negras que apenas se ven debido a la penumbra, son esos animalitos que te pueden pegar un buen número de enfermedades… así que mejor dejarlos ahí dormiditos y deshacer el camino.




Rodeamos la Pirámide Escalonada y vemos su pirámide satélite, a la que unos policías nos insinúan que nos pueden abrir la puerta para entrar…y que rechazamos… “No corruption!!” como le hemos dicho a más de uno. A lo lejos, vemos también la Pirámide Negra, que tampoco es una estructura geométrica perfecta que se diga.

En este máster de “construye una pirámide” hemos visto lo que se podrían considerar “las prácticas”. Y ahora, por fin, vamos a ver el proyecto fin de máster… la Pirámide Roja. Esta Pirámide, con una forma ya bien definida, es la precursora de las Pirámides de Gizah y es la tercera más alta de todo Egipto. Digamos que, después de construir unas cuántas, ya empezaron a dominar la técnica y se lanzaron a la burbuja piramidera.

El guía nos avisa que el recorrido interno es el más duro de las cuatro que hemos visitado y no le falta razón. Nada más entrar un larguísimo pasadizo descendiente, que casi hay que hacer a gatas. Luego se accede a una cámara con una bóveda escalonada; de ahí con otra escalera se sube a una segunda bóveda y mediante otra escalera a una tercera. Hace mucho calor en su interior huele como a amoniaco. La salida resulta más agotadora que la entrada, ya que, al igual que en el resto de pirámides, se sale por el mismo sitio por el que se accede y cuando hay gente en los dos sentidos, la cosa se complica.


Visitar Saqqara y Dahshur ha sido una auténtica pasada. Aunque son de una monumentalidad muy inferior a las Pirámides de Gizah, el hecho de que haya menos turistas y que las pirámides estén en algunos momentos casi para nosotros solos, ha hecho que disfrutemos un montón este recorrido. ¡Somos unos disfrutones! Además, hemos visitado cuatro pirámides por dentro, que sumadas a las dos de ayer hacen un total de seis pirámides visitadas. Vamos a tener que hacer, al igual que con los países, un conteo de pirámides visitadas. ¿Aceptamos Visoko como pirámide de compañía? ¿Y el hotel Luxor de Las Vegas en su calidad de templo de la perdición?

El tour guiado termina en Memfis, capital del Imperio Antiguo. Lo que queda de aquella ciudad se reduce a restos arqueológicos acumulados en un museo al aire libre. No hay gran cosa… pero sí una cosa grande: el coloso de Ramsés II. Esta estatua de unos 11 metros de longitud, debió de estar en el pilono del templo de Ptah y en algún momento se cayó quedando boca abajo. Cuando se descubrió, se les ofreció a los ingleses que se la llevaran a Inglaterra, pero éstos declinaron la petición por lo costoso del traslado. En 1887 se consiguió darle la vuelta, mostrando al mundo la perfección en su construcción. Los ingleses, expresaron entonces que sí querían llevársela, pero la situación política había cambiado y la estatua de Ramsés II se quedó en el museo de Memfis. 


Con las subidas y bajadas de las pirámides, y ahora con este descanso viendo el Coloso de Ramsés II, Pablo manifiesta su dolor en las piernas por el esfuerzo realizado. El guía, sin mucho reparo, le pregunta su edad y se aventura a decir que tendrá 50 o 40 años… mientras él reconoce tener ya 45 primaveras árabes (en el sentido literal, claro). Yo, me quedo calladito, que conmigo no va la prueba del carbono catorce.

Mahmoud y su chófer nos acompañan hasta el hotel, donde les pagamos y nos despedimos. Ha sido un verdadero placer haber compartido estas ocho horas con ellos, ya que las explicaciones han sido interesantes y adaptadas a nuestro nivel básico de egiptología (con tanto farón esto era como la serie Dinastía, y yo siempre fui más de Falcon Crest). Además, nos ha resultado igual de enriquecedoras las conversaciones sobre el Egipto actual, que nos han servido para conocer más sobre la realidad de este país. ¡Sucrem Mahmoud!

En el hotel, comemos el picnic que hemos paseado por las necrópolis de Memfis metido en el maletero del coche y recociéndose al sol. Aprovechamos también a echar una cabezadita y a quitarnos la arena de las zapatillas antes de salir de nuevo a pasear por el Viejo Cairo. Como dice Pablo, “All Cairo is Old Cairo”... ¡Qué guasón! La verdad es que el centro, donde está nuestro hotel, es una zona muy comercial. No es Ortega y Gaset, pero oye, visto que los alrededores se parecen a Kabul, como que el centro no está tan mal. Además, ya hemos perdido el miedo a pasear por la calzada, a cruzar cuatro carriles sorteando coches y a no chocar con las señales y elementos cortantes que se encuentran en los lugares más inesperados.

Callejeando sin rumbo fijo, nos damos cuenta de que en algunas calles predominan ciertos tipos de tiendas: calles de ópticas, calles de ropa interior, calles lámparas brilli-brilli, calles de bombillas led… ¿Podíamos comprar más luces para Navidad, no? Bueno, más que Navidad, parecería que estamos celebrando el Ramadán. Pues oye, ponemos unos cuántos leds de colores en la chimenea de Novoveral VI, saco el altavoz bluetooth y me hago el muyahidín para someter a los vecinos: a las cuatro de la mañana puedo cantar el “Ali-cataaaaaaar toel portaaaaaal Ahmalajá”, a las 10 de la mañana el “Al-garaje sin papeleraaaaaaaasssss Ahmalajá”, a las 3 de la tarde el “No barbacooooooooas Ahmalajaá” e imposiciones varias que se nos vayan a ocurriendo. Si total, en cuanto vean todas las bolsas de plástico con letras arábigas que vamos a reutilizar para tirar la basura, ya vamos a sembrar el pánico e infundir respeto en las dos torres gemelas. Total, el otro día ya me confundí y envié una foto al grupo de la comunidad junto a la Esfinge… se empieza con algo muy sutil…

Como hemos comido tarde, nos habíamos prometido cenar sólo algo bebido. Pero, como todos los días, hemos acabado con varias bolsas de comida para cenar en el hotel: kebaps sirios y pastelitos de una pastelería cairota con solera. Con lo poco sano que estamos comiendo, no sé si acabaremos haciendo el muyahidín pero, aunque sólo sea por desintoxicarnos de fritanga, salsas y grasas poli-saturadas, vamos a terminar haciendo el Ramadán.

7 mar 2024

Pirámides de Gizah

Hoy es como los días de cocido… ¡¡Toca el plato fuerte!! Vamos a visitar, por fin, ¡¡Las pirámides de Gizah!! Se suele mencionar siempre que es el único monumento de las Siete Maravillas del Mundo Antiguo que aún existe. Sin embargo, para nosotros, es más interesante situarlo en el ranking de monumentos que nos faltan por visitar de la invasión alienígena. ¿Que a qué me refiero? Pues a esa serie de monumentos o localizaciones que en las películas acaban volando por los aires, bien sea con rayos láser desde una nave nodriza, bien con disparos de potencia nuclear desde pequeñas naves tripuladas por extraterrestres: La Estatua de la Libertad, El Big Ben, El Cristo Redentor, El Golden Gate, El Taj Mahal, La Gran Muralla China, … puede procederse a su eliminación. Las Pirámides, hasta después de comer, que nos las dejen sin tocar. La Ópera de Sidney confiamos en que nos dé tiempo antes de la invasión, que está muy lejos y seguro que a los marcianos también les da pereza ir hasta allí.

Pero volvamos a lo que nos ocupa. Como las Pirámides es el Monumento más importante del país, seguro que se llena de turistas. Así, que tenemos que llegar lo más pronto posible. Como abren a las siete de la mañana, hacemos un cálculo y nos levantamos a las seis menos cuarto. Desde la habitación contratamos un Uber y para cuando salimos a la calle ya nos está esperando: siete al revés, círculo, uve y otro siete al revés… ¡¡Es el nuestro!! La verdad es que lo de saberse los números en árabe está resultado de primero de supervivencia… porque, con marcas de coches desconocidas para nosotros, las matrículas ilegibles, que todos se llaman Mohamed y que no confirman si tú eres su pasajero, puedes acabar metiéndote en un coche que no es. Yo por si acaso, siempre les escribo poniendo la ropa que llevamos o algo que nos diferencie: “ya estamos, somos dos cajeros con patas”.

Meterse a las siete de la mañana media ciudad de El Cairo y media ciudad de Gizah por la retina es bastante desalentador: edificios que sólo tienen el forjado, que tienen algunas viviendas ocupadas pero el resto sin paredes, edificios algo inclinados, edificios con varias fachadas sin ventanas, autovías construidas por encima de otras autovías y que pasan por lo que en algún momento fueron viviendas con vistas… Buf, aquí les cuentas lo del viaducto de Sabino Arana y se tronchan. De la ley de Zonas de Bajas Emisiones ni hablamos porque me entraría la risa floja... me los imagino poniendo la pegatina “eco” con toda la tranquilidad del mundo. Los autobuses van dejando una estela de humo que ni el cometa Halley, la gente tira la basura por cualquier lado y un polvillo oscuro lo impregna todo. Los niveles permitidos de gases nocivos tienen que estar mil veces por encima de los recomendados por la OMS: es más digno morir por no respirar que morir asfixiado por este aire. Eso sí, el conductor, el muy cachondo, ha plantado en el retrovisor un ambientador “Air Freshener”. Algo es algo…

Después de una media hora sorteando coches de quinta mano con una matrícula alemana falsa para darle caché al vehículo, nuestro conductor se pierde. Estamos en las inmediaciones del nuevo Museo Egipcio y han cerrado una autovía, así, sin avisar. El pobre hombre se apura y reconduce la situación, para dejarnos en uno de los accesos a las Pirámides.

El primer contacto con estos colosales templos funerarios es abrumador. De hecho, nada más entrar sólo ves una de las pirámides, la de Keops, conocida como la “Gran Pirámide” y, aunque sólo veas por el momento ésa, te quedas embelesado. Es cierto que la imaginación es muy mala, y llegas a pensar que va a tener unas dimensiones inabarcables. Pero, con los pies en el suelo, sabiendo que fueron construidas hace 4.600 años y con una mano de obra rudimentaria, resultan ser una auténtica pasada. 


Para visitar la zona se paga una entrada para todo el recinto y, si quieres visitar alguna de las pirámides tienes que pagar una entrada adicional. Como era de esperar, visitar la Gran Pirámide cuesta la friolera de 25 euros por persona para estar dentro tan sólo unos minutos, algo que ya teníamos interiorizado dado que compramos las entradas desde casa. A la pirámide se accede por una pequeña puerta en la que hay unos guardas que validan la entrada… y, como aún no han llegado los autobuses de turistas, somos de los primeros en entrar.

Entrar a la Pirámide de Keops suscita una mezcla de excitación y de respeto. Has visto tantas veces estas pirámides en mil sitios que el hecho de estar entrando en una de ellas es algo tremendamente emocionante. A pocos metros de la entrada comienza un ascenso, por el que tienes que ir agachado y en el que hace calor. Hay que tener en cuenta que estas pirámides no fueron pensadas para que la gente entrara y saliera… al contrario; cuando se dejó el cuerpo del faraón en su interior, se cerraron unas compuertas que impedían el acceso a la cámara funeraria. Así mismo, los acceso se sellaban e incluso se ocultaban, para evitar saqueos. Es curioso porque, en realidad, el acceso que hemos utilizado es el que los ladrones hicieron para entrar en la pirámide sorteando las enormes compuertas de piedra que obstruían el camino que usaron previamente sus trabajadores.

Después de un largo, empinado y estrecho pasadizo, se llega a un pasillo igual de inclinado pero mucho más alto, en el que se puede subir una rampa de pie. Yo, sinceramente, no entiendo para qué va la gente al gimnasio porque las pocas personas que nos cruzamos van sofocadas como si hubiesen corrido una maratón y nosotros estamos como si nada… menos cinta de correr conectada a una pulserita de actividad y más Pagasarri con bocadillo de tortilla de patatas.



Al final del segundo pasillo, y tras atravesar el acceso donde caerían unas enormes losetas para bloquear el acceso, llegamos a la cámara funeraria. Es un habitáculo diáfano, tendrá unos doce metros de largo, seis de ancho y seis de alto, así a ojímetro. Las paredes son de granito rojo, igual que el único objeto que hay en la sala: un sarcófago abierto. El lugar es muy sencillo, sin decoraciones en las paredes, tan sólo paredes, suelo y techo lisos, y el sarcófago abierto. No se oye nada del exterior y hace bastante calor… hay que tener en cuenta que aquí no hay ventilación, aunque han puesto unos aires acondicionados para intentar rebajar la alta temperatura que los propios visitantes generan.


Justo cuando entrabamos en la cámara salían dos turistas, así que estamos a solas con los guardas. No hay mucho que hacer ni mucho que ver, tan solo disfrutar de esa sensación de estar en el mismísimo corazón de la pirámide. Para recordar este irrepetible momento, grabamos un vídeo con el móvil… y el guarda nos dice que no está permitido grabar vídeos dentro. Ya hemos desarrollado la técnica del abrazo mortal y éste no se libra… “A ver, Mohamed” (a todos les llamamos igual para que no haya diferencias), “hemos pagado 25 euros que aquí es too much, ¿verdad? Mira, vídeo is OK, no problem porque no flash… pero mira, aquí luces rotas, Air conditioning no funciona y esto lo tenéis un poco dejado. UNESCO this, don’t like, eh? Si no es por mí, es por ti. The place is wonderful, pero es para que lo tengáis mejor y los turistas come”. “Ok, you very good man (dirigiéndose a Pablo and you very good man (señalándome a mí)” nos dice. Y ala, a grabar la segunda parte de “Amar en tiempos revueltos” en la cámara del faraón, que a éste nos lo hemos camelado sin soltar ni una moneda.

Hoy podríamos decir que “a quién madruga el faraón ayuda”, porque lo menos hemos estado veinte minutos ahí pasando calor y dando vueltas al sarcófago… pero en exclusiva total. Cuando llega la siguiente pareja de turistas, decidimos cederles el habitáculo, que tampoco es para quedarse a vivir. Descendemos el segmento en el que no te tienes que agachar y vemos una puerta cerrada que pensamos es la que conduce a la que era la cámara del tesoro, donde se guardaban todos las joyas y artículos de valor con los que el faraón quería pasar a la eternidad. Después bajamos el segundo segmento en el que hay que ir agachados para caminar hasta la calle… y disfrutar del fresco aire matutino.

Nos sentamos frente a la entrada a oír una audioguía con información de las pirámides. Mientras, se nos acercan vendedores de figuritas y de pañuelos quienes, después de cantarnos sus ofertas de todo a un euro, nos dicen siempre las mismas frases cuando les decimos que somos españoles “hola, hola, PepsiCola” es la más habitual pero el “hasta luego Lucas” va ganando fuerza.

También observamos que ya no hay turistas, sólo instagramers: un número considerablemente importante intenta trepar por la pirámide para hacerse una foto, algo que está prohibido y por lo que un guarda toca un pito para llamar la atención del infractor… pero luego, como no les dicen nada más, la gente acaba siendo reincidente. Lo que observamos también es que la cola para acceder a la pirámide ha crecido considerablemente. ¡¡Hemos estado espabilados viniendo tan pronto!!

Y es que, no son ni las nueve de la mañana y ya se ha llenado de turistas… o de carne de cañón para los avispados egipcios. Además de venderte cosas, están constantemente intentando supuestamente “ayudarte” para que les des propina: “aquí esquina pirámide”, “foto cogiendo pirámide con mano”, “paseo en camello”, … todo el mundo intenta ganarse el pan, aprovechándose de la ingenuidad y emoción del turista. Además, nos resulta ya fácil verlos venir: el primer contacto parece fortuito, eso lleva a preguntar nuestra procedencia, decir algunas palabras en nuestro idioma y cuando te has relajado… ¡¡Zas!! Carta de servicios con cotización en bolsa… porque empiezan siempre con unos importes muy locos para ir bajando a media que ven que no picas. Aquí, todo el mundo quiere venderte algo o sacarte propina: aquí café se dice baksheesh.

El paseo en calesa, montado en caballo o montado en camello son los negocios estrella. Se ha establecido una tarifa oficial de 15 euros por hora… el cual para el nivel del país, sigue siendo algo inflado. Eso sí, ellos mismos crean su mercado negro bajándote el precio y seguramente reduciendo el tiempo. A uno, que se empeña en decir que las distancias son muy largas y que mejor ir en camello, le señalo mis dos piernas y le digo “good quality!”; pero parece que no pilla la indirecta y sigue con su precio a la baja.

Nos alejamos de la Pirámide de Keops y enseguida aparece la de Kefrén, supuestamente algo más pequeña. Esta tiene la peculiaridad de que el pico superior aún está revestido con la piedra que tenía toda la pirámide. En la guía leemos que fueron los otomanos los que retiraron la piedra exterior para construir algunas de las mezquitas de la ciudad. Si no hubiese sido por querer reutilizar la piedra, seguramente hoy las pirámides tendrían un aspecto más saludable.


¡Anda! ¡Mira la cabecita de allí! Estábamos tan maravillados con las pirámides que se nos había olvidado la Esfinge. La verdad es que, con las dimensiones que tienen las pirámides, la Esfinge parece casi hasta pequeña. Con su naricita rota y rostro semi borrado por el tiempo, mira hacia la entrada este del recinto. En la televisión parece mucho más grande que en persona pero, aún así, emociona estar delante de esta escultura faraónica de mitad hombre, mitad león.


A unos veinte minutos andando, hay un lugar al que los de los camellos llaman Panorama y desde donde hay una buena perspectiva para sacar fotos. Nosotros, vemos un montículo justo delante, al que los turistas no van porque los camellos sólo van a Panorama. Así que, una vez más, disfrutamos de la tranquilidad de estar nosotros sólos en este palco de honor, donde aprovechamos a comer disfrutando de la vista de nueve pirámides (las tres grande y otros dos conjuntos de tres de las Reinas).




Después de comer y de hacernos cientos de fotos, nos marcamos el reto de rodear las tres pirámides. No sirve absolutamente para nada, a excepción de tener una excusa para permanecer más tiempo disfrutando del lugar. Se nos acercan innumerables vendedores, muchos parecen sacados de un belén, y hay uno que se lleva la palma. Entra en conversación con la técnica previamente comentada y Pablo innova inventándose que es casi egipcio, porque su madre es natural del país aunque no sabe el idioma; el hombre intenta hacerle un regalo (para luego cobrarlo) pero eso está ya muy mañido… cuando ve que no va a sacar nada, cambia de tercio y nos dice a ver si le cambiamos monedas por billetes de euro. “Buf, éste nos va a hacer el juego de los billetes, verás” pienso para mis adentros. Pero el hombre, que parece honrado empieza a sacar monedas y depositarlas en la palma de la mano de Pablo, mientras éste cuenta. Muchos turistas dan monedas como propina y los egipcios necesitan billetes para ir al banco y cambiarlos por libras egipcias, así que decidimos hacerle el favor. Saco un billete de 10 euros y, justo antes de dárselo, Pablo coge una moneda de 50 céntimos y con todo el papo le dice “Comission”. Ante una situación cómica, el hombre cede… y acabamos cambiándole 10,50 en monedas por un billete de 10 euros. Si éste fuera Chema, cuando llegue a casa no cena… debe de ser el primer egipcio al que le han hecho el lío.

Cuando ya pensábamos que habíamos terminado la visita, una sorpresa nos aguardaba. Nos acercamos a una pirámide de las pequeñas a la que parece que está entrando gente. Nos dicen que con la entrada general se puede entrar… así que dicho y hecho… bajamos hasta la cámara que está en el subsuelo mediante pasillos inclinados y muy estrechos. En la cámara hay algunas personas y establecemos conversación con dos chicos de Sudán, que hablan un perfecto inglés, van bien vestidos y se les ve formales… todo lo contrario que uno podría esperar.


Después de siete horas disfrutando de las pirámides, salimos del recinto y nos dirigimos a un KFC que hay justo a la entrada. Es el único en el que, sin endeudar a tus nietos puedes comer con vistas a las pirámides. Entramos, pedimos y nos sentamos… y nos damos cuenta de que tienen unos estores bajados que tapan la vista de las pirámides. Pedimos permiso imponiendo un “sí” para comer viendo de frente la esfinge y la pirámide de Kefren. Ay, kefren-esí…

Para volver al centro de El Cairo pedimos otro Uber… ¡¡donde nos regatean!! Según la aplicación la carrera son el equivalente a tres euros. El primer conductor nos escribe por el chat de la aplicación y nos dice que 20 dólares, porque es hora punta… ¡ja, ni de coña! Le decimos que o el precio de Uber o nada… y nos cancela. Automáticamente salta la solicitud a otro conductor, que cotiza a 10 dólares. Pero, ¿esto que es? Si justo lo bueno de Uber es que el precio está cerrado y sabes lo que vas a pagar por adelantado. ¿Qué es este regateo? Un tercer conductor acepta la carrera y en pocos minutos aparece para recogernos y llevarnos de nuevo al centro.

Dando un paseo, comprendo en mis propias carnes, por qué los lugareños van por calzada y no por la acera. Entre los bordillo altísimos y sortear gente, perros, gatos y trastos varios, no veo una señal puesta a la altura de mi cabeza con la que choco con violencia. Pero, ¿a quién se le ha ocurrido poner ese abre-cráneos ahí? La gente se ha quedado mirando y Pablo revisa a ver si me he hecho algo grave… He sangrado un poco y Pablo me limpia la herida con agua para que no se infecte… mientras me pregunto cuántos preciados folículos pilosos habré perdido… que uno no está para derrochar. No sé si es el dolor o el pelo a lo “Algo pasa con Mary” que se me ha quedado… pero paso a ser el rompecorazones de la zona… varias jovenzuelas me dicen “Habibi”, que suena muy romántico.

Nuestra última visita de hoy es la plaza Tahrir, emplazamiento donde en 2011 se concentró en torno a un millón de personas para conseguir un cambio en el gobierno. A estas alturas ya no podemos más… así que nos vamos al hotel a descansar.

Cuando ya ha caído la noche, salimos por las calles cercanas al hotel, que están llenas de tiendas con bastante buen aspecto, como cualquier calle principal de cualquier capital española. Éste viaje nos está transformando, porque entramos en una tienda rollo Intimissimi para comprarnos unos pijamas que nos han gustado… ¡¡Y voy y regateo!! ¡¡Y encima insistentemente!! No lo consigo, pero bueno, otra vez será. En otra tienda en la que tienen zapatos de piel hechos a mano, Pablo compra dos y… ¡¡Vuelvo a regatear!! Y encima, esta vez sí, nos hace un descuento después de jugar al juego de “tú simpático nosotros simpáticos, ¿conoces el Real Madrid?”. No sé qué va a ocurrir la próxima vez que entremos en un Mercadona…

Hoy ha sido un día excepcional: la visita a las Pirámides ha sido una auténtica pasada. Alienígenas: podéis proceder.