Hoy es como los días de cocido… ¡¡Toca el plato fuerte!! Vamos a visitar, por fin, ¡¡Las pirámides de Gizah!! Se suele mencionar siempre que es el único monumento de las Siete Maravillas del Mundo Antiguo que aún existe. Sin embargo, para nosotros, es más interesante situarlo en el ranking de monumentos que nos faltan por visitar de la invasión alienígena. ¿Que a qué me refiero? Pues a esa serie de monumentos o localizaciones que en las películas acaban volando por los aires, bien sea con rayos láser desde una nave nodriza, bien con disparos de potencia nuclear desde pequeñas naves tripuladas por extraterrestres: La Estatua de la Libertad, El Big Ben, El Cristo Redentor, El Golden Gate, El Taj Mahal, La Gran Muralla China, … puede procederse a su eliminación. Las Pirámides, hasta después de comer, que nos las dejen sin tocar. La Ópera de Sidney confiamos en que nos dé tiempo antes de la invasión, que está muy lejos y seguro que a los marcianos también les da pereza ir hasta allí.
Pero volvamos a lo que nos ocupa. Como las Pirámides es el Monumento más importante del país, seguro que se llena de turistas. Así, que tenemos que llegar lo más pronto posible. Como abren a las siete de la mañana, hacemos un cálculo y nos levantamos a las seis menos cuarto. Desde la habitación contratamos un Uber y para cuando salimos a la calle ya nos está esperando: siete al revés, círculo, uve y otro siete al revés… ¡¡Es el nuestro!! La verdad es que lo de saberse los números en árabe está resultado de primero de supervivencia… porque, con marcas de coches desconocidas para nosotros, las matrículas ilegibles, que todos se llaman Mohamed y que no confirman si tú eres su pasajero, puedes acabar metiéndote en un coche que no es. Yo por si acaso, siempre les escribo poniendo la ropa que llevamos o algo que nos diferencie: “ya estamos, somos dos cajeros con patas”.
Meterse a las siete de la mañana media ciudad de El Cairo y media ciudad de Gizah por la retina es bastante desalentador: edificios que sólo tienen el forjado, que tienen algunas viviendas ocupadas pero el resto sin paredes, edificios algo inclinados, edificios con varias fachadas sin ventanas, autovías construidas por encima de otras autovías y que pasan por lo que en algún momento fueron viviendas con vistas… Buf, aquí les cuentas lo del viaducto de Sabino Arana y se tronchan. De la ley de Zonas de Bajas Emisiones ni hablamos porque me entraría la risa floja... me los imagino poniendo la pegatina “eco” con toda la tranquilidad del mundo. Los autobuses van dejando una estela de humo que ni el cometa Halley, la gente tira la basura por cualquier lado y un polvillo oscuro lo impregna todo. Los niveles permitidos de gases nocivos tienen que estar mil veces por encima de los recomendados por la OMS: es más digno morir por no respirar que morir asfixiado por este aire. Eso sí, el conductor, el muy cachondo, ha plantado en el retrovisor un ambientador “Air Freshener”. Algo es algo…
Después de una media hora sorteando coches de quinta mano con una matrícula alemana falsa para darle caché al vehículo, nuestro conductor se pierde. Estamos en las inmediaciones del nuevo Museo Egipcio y han cerrado una autovía, así, sin avisar. El pobre hombre se apura y reconduce la situación, para dejarnos en uno de los accesos a las Pirámides.
El primer contacto con estos colosales templos funerarios es abrumador. De hecho, nada más entrar sólo ves una de las pirámides, la de Keops, conocida como la “Gran Pirámide” y, aunque sólo veas por el momento ésa, te quedas embelesado. Es cierto que la imaginación es muy mala, y llegas a pensar que va a tener unas dimensiones inabarcables. Pero, con los pies en el suelo, sabiendo que fueron construidas hace 4.600 años y con una mano de obra rudimentaria, resultan ser una auténtica pasada.
Para visitar la zona se paga una entrada para todo el recinto y, si quieres visitar alguna de las pirámides tienes que pagar una entrada adicional. Como era de esperar, visitar la Gran Pirámide cuesta la friolera de 25 euros por persona para estar dentro tan sólo unos minutos, algo que ya teníamos interiorizado dado que compramos las entradas desde casa. A la pirámide se accede por una pequeña puerta en la que hay unos guardas que validan la entrada… y, como aún no han llegado los autobuses de turistas, somos de los primeros en entrar.
Entrar a la Pirámide de Keops suscita una mezcla de excitación y de respeto. Has visto tantas veces estas pirámides en mil sitios que el hecho de estar entrando en una de ellas es algo tremendamente emocionante. A pocos metros de la entrada comienza un ascenso, por el que tienes que ir agachado y en el que hace calor. Hay que tener en cuenta que estas pirámides no fueron pensadas para que la gente entrara y saliera… al contrario; cuando se dejó el cuerpo del faraón en su interior, se cerraron unas compuertas que impedían el acceso a la cámara funeraria. Así mismo, los acceso se sellaban e incluso se ocultaban, para evitar saqueos. Es curioso porque, en realidad, el acceso que hemos utilizado es el que los ladrones hicieron para entrar en la pirámide sorteando las enormes compuertas de piedra que obstruían el camino que usaron previamente sus trabajadores.
Después de un largo, empinado y estrecho pasadizo, se llega a un pasillo igual de inclinado pero mucho más alto, en el que se puede subir una rampa de pie. Yo, sinceramente, no entiendo para qué va la gente al gimnasio porque las pocas personas que nos cruzamos van sofocadas como si hubiesen corrido una maratón y nosotros estamos como si nada… menos cinta de correr conectada a una pulserita de actividad y más Pagasarri con bocadillo de tortilla de patatas.
Al final del segundo pasillo, y tras atravesar el acceso donde caerían unas enormes losetas para bloquear el acceso, llegamos a la cámara funeraria. Es un habitáculo diáfano, tendrá unos doce metros de largo, seis de ancho y seis de alto, así a ojímetro. Las paredes son de granito rojo, igual que el único objeto que hay en la sala: un sarcófago abierto. El lugar es muy sencillo, sin decoraciones en las paredes, tan sólo paredes, suelo y techo lisos, y el sarcófago abierto. No se oye nada del exterior y hace bastante calor… hay que tener en cuenta que aquí no hay ventilación, aunque han puesto unos aires acondicionados para intentar rebajar la alta temperatura que los propios visitantes generan.
Justo cuando entrabamos en la cámara salían dos turistas, así que estamos a solas con los guardas. No hay mucho que hacer ni mucho que ver, tan solo disfrutar de esa sensación de estar en el mismísimo corazón de la pirámide. Para recordar este irrepetible momento, grabamos un vídeo con el móvil… y el guarda nos dice que no está permitido grabar vídeos dentro. Ya hemos desarrollado la técnica del abrazo mortal y éste no se libra… “A ver, Mohamed” (a todos les llamamos igual para que no haya diferencias), “hemos pagado 25 euros que aquí es too much, ¿verdad? Mira, vídeo is OK, no problem porque no flash… pero mira, aquí luces rotas, Air conditioning no funciona y esto lo tenéis un poco dejado. UNESCO this, don’t like, eh? Si no es por mí, es por ti. The place is wonderful, pero es para que lo tengáis mejor y los turistas come”. “Ok, you very good man (dirigiéndose a Pablo and you very good man (señalándome a mí)” nos dice. Y ala, a grabar la segunda parte de “Amar en tiempos revueltos” en la cámara del faraón, que a éste nos lo hemos camelado sin soltar ni una moneda.
Hoy podríamos decir que “a quién madruga el faraón ayuda”, porque lo menos hemos estado veinte minutos ahí pasando calor y dando vueltas al sarcófago… pero en exclusiva total. Cuando llega la siguiente pareja de turistas, decidimos cederles el habitáculo, que tampoco es para quedarse a vivir. Descendemos el segmento en el que no te tienes que agachar y vemos una puerta cerrada que pensamos es la que conduce a la que era la cámara del tesoro, donde se guardaban todos las joyas y artículos de valor con los que el faraón quería pasar a la eternidad. Después bajamos el segundo segmento en el que hay que ir agachados para caminar hasta la calle… y disfrutar del fresco aire matutino.
Nos sentamos frente a la entrada a oír una audioguía con información de las pirámides. Mientras, se nos acercan vendedores de figuritas y de pañuelos quienes, después de cantarnos sus ofertas de todo a un euro, nos dicen siempre las mismas frases cuando les decimos que somos españoles “hola, hola, PepsiCola” es la más habitual pero el “hasta luego Lucas” va ganando fuerza.
También observamos que ya no hay turistas, sólo instagramers: un número considerablemente importante intenta trepar por la pirámide para hacerse una foto, algo que está prohibido y por lo que un guarda toca un pito para llamar la atención del infractor… pero luego, como no les dicen nada más, la gente acaba siendo reincidente. Lo que observamos también es que la cola para acceder a la pirámide ha crecido considerablemente. ¡¡Hemos estado espabilados viniendo tan pronto!!
Y es que, no son ni las nueve de la mañana y ya se ha llenado de turistas… o de carne de cañón para los avispados egipcios. Además de venderte cosas, están constantemente intentando supuestamente “ayudarte” para que les des propina: “aquí esquina pirámide”, “foto cogiendo pirámide con mano”, “paseo en camello”, … todo el mundo intenta ganarse el pan, aprovechándose de la ingenuidad y emoción del turista. Además, nos resulta ya fácil verlos venir: el primer contacto parece fortuito, eso lleva a preguntar nuestra procedencia, decir algunas palabras en nuestro idioma y cuando te has relajado… ¡¡Zas!! Carta de servicios con cotización en bolsa… porque empiezan siempre con unos importes muy locos para ir bajando a media que ven que no picas. Aquí, todo el mundo quiere venderte algo o sacarte propina: aquí café se dice baksheesh.
El paseo en calesa, montado en caballo o montado en camello son los negocios estrella. Se ha establecido una tarifa oficial de 15 euros por hora… el cual para el nivel del país, sigue siendo algo inflado. Eso sí, ellos mismos crean su mercado negro bajándote el precio y seguramente reduciendo el tiempo. A uno, que se empeña en decir que las distancias son muy largas y que mejor ir en camello, le señalo mis dos piernas y le digo “good quality!”; pero parece que no pilla la indirecta y sigue con su precio a la baja.
Nos alejamos de la Pirámide de Keops y enseguida aparece la de Kefrén, supuestamente algo más pequeña. Esta tiene la peculiaridad de que el pico superior aún está revestido con la piedra que tenía toda la pirámide. En la guía leemos que fueron los otomanos los que retiraron la piedra exterior para construir algunas de las mezquitas de la ciudad. Si no hubiese sido por querer reutilizar la piedra, seguramente hoy las pirámides tendrían un aspecto más saludable.
¡Anda! ¡Mira la cabecita de allí! Estábamos tan maravillados con las pirámides que se nos había olvidado la Esfinge. La verdad es que, con las dimensiones que tienen las pirámides, la Esfinge parece casi hasta pequeña. Con su naricita rota y rostro semi borrado por el tiempo, mira hacia la entrada este del recinto. En la televisión parece mucho más grande que en persona pero, aún así, emociona estar delante de esta escultura faraónica de mitad hombre, mitad león.
A unos veinte minutos andando, hay un lugar al que los de los camellos llaman Panorama y desde donde hay una buena perspectiva para sacar fotos. Nosotros, vemos un montículo justo delante, al que los turistas no van porque los camellos sólo van a Panorama. Así que, una vez más, disfrutamos de la tranquilidad de estar nosotros sólos en este palco de honor, donde aprovechamos a comer disfrutando de la vista de nueve pirámides (las tres grande y otros dos conjuntos de tres de las Reinas).
Después de comer y de hacernos cientos de fotos, nos marcamos el reto de rodear las tres pirámides. No sirve absolutamente para nada, a excepción de tener una excusa para permanecer más tiempo disfrutando del lugar. Se nos acercan innumerables vendedores, muchos parecen sacados de un belén, y hay uno que se lleva la palma. Entra en conversación con la técnica previamente comentada y Pablo innova inventándose que es casi egipcio, porque su madre es natural del país aunque no sabe el idioma; el hombre intenta hacerle un regalo (para luego cobrarlo) pero eso está ya muy mañido… cuando ve que no va a sacar nada, cambia de tercio y nos dice a ver si le cambiamos monedas por billetes de euro. “Buf, éste nos va a hacer el juego de los billetes, verás” pienso para mis adentros. Pero el hombre, que parece honrado empieza a sacar monedas y depositarlas en la palma de la mano de Pablo, mientras éste cuenta. Muchos turistas dan monedas como propina y los egipcios necesitan billetes para ir al banco y cambiarlos por libras egipcias, así que decidimos hacerle el favor. Saco un billete de 10 euros y, justo antes de dárselo, Pablo coge una moneda de 50 céntimos y con todo el papo le dice “Comission”. Ante una situación cómica, el hombre cede… y acabamos cambiándole 10,50 en monedas por un billete de 10 euros. Si éste fuera Chema, cuando llegue a casa no cena… debe de ser el primer egipcio al que le han hecho el lío.Cuando ya pensábamos que habíamos terminado la visita, una sorpresa nos aguardaba. Nos acercamos a una pirámide de las pequeñas a la que parece que está entrando gente. Nos dicen que con la entrada general se puede entrar… así que dicho y hecho… bajamos hasta la cámara que está en el subsuelo mediante pasillos inclinados y muy estrechos. En la cámara hay algunas personas y establecemos conversación con dos chicos de Sudán, que hablan un perfecto inglés, van bien vestidos y se les ve formales… todo lo contrario que uno podría esperar.
Después de siete horas disfrutando de las pirámides, salimos del recinto y nos dirigimos a un KFC que hay justo a la entrada. Es el único en el que, sin endeudar a tus nietos puedes comer con vistas a las pirámides. Entramos, pedimos y nos sentamos… y nos damos cuenta de que tienen unos estores bajados que tapan la vista de las pirámides. Pedimos permiso imponiendo un “sí” para comer viendo de frente la esfinge y la pirámide de Kefren. Ay, kefren-esí…
Para volver al centro de El Cairo pedimos otro Uber… ¡¡donde nos regatean!! Según la aplicación la carrera son el equivalente a tres euros. El primer conductor nos escribe por el chat de la aplicación y nos dice que 20 dólares, porque es hora punta… ¡ja, ni de coña! Le decimos que o el precio de Uber o nada… y nos cancela. Automáticamente salta la solicitud a otro conductor, que cotiza a 10 dólares. Pero, ¿esto que es? Si justo lo bueno de Uber es que el precio está cerrado y sabes lo que vas a pagar por adelantado. ¿Qué es este regateo? Un tercer conductor acepta la carrera y en pocos minutos aparece para recogernos y llevarnos de nuevo al centro.
Dando un paseo, comprendo en mis propias carnes, por qué los lugareños van por calzada y no por la acera. Entre los bordillo altísimos y sortear gente, perros, gatos y trastos varios, no veo una señal puesta a la altura de mi cabeza con la que choco con violencia. Pero, ¿a quién se le ha ocurrido poner ese abre-cráneos ahí? La gente se ha quedado mirando y Pablo revisa a ver si me he hecho algo grave… He sangrado un poco y Pablo me limpia la herida con agua para que no se infecte… mientras me pregunto cuántos preciados folículos pilosos habré perdido… que uno no está para derrochar. No sé si es el dolor o el pelo a lo “Algo pasa con Mary” que se me ha quedado… pero paso a ser el rompecorazones de la zona… varias jovenzuelas me dicen “Habibi”, que suena muy romántico.
Nuestra última visita de hoy es la plaza Tahrir, emplazamiento donde en 2011 se concentró en torno a un millón de personas para conseguir un cambio en el gobierno. A estas alturas ya no podemos más… así que nos vamos al hotel a descansar.
Cuando ya ha caído la noche, salimos por las calles cercanas al hotel, que están llenas de tiendas con bastante buen aspecto, como cualquier calle principal de cualquier capital española. Éste viaje nos está transformando, porque entramos en una tienda rollo Intimissimi para comprarnos unos pijamas que nos han gustado… ¡¡Y voy y regateo!! ¡¡Y encima insistentemente!! No lo consigo, pero bueno, otra vez será. En otra tienda en la que tienen zapatos de piel hechos a mano, Pablo compra dos y… ¡¡Vuelvo a regatear!! Y encima, esta vez sí, nos hace un descuento después de jugar al juego de “tú simpático nosotros simpáticos, ¿conoces el Real Madrid?”. No sé qué va a ocurrir la próxima vez que entremos en un Mercadona…
Hoy ha sido un día excepcional: la visita a las Pirámides ha sido una auténtica pasada. Alienígenas: podéis proceder.