6 mar 2017

Vatnajökulsþjóðgarður

Las horas de vivir como Heidi y Pedro en una casita de madera van tocando a su fin. A lo largo de toda la noche han sido numerosas las tormentas que golpeaban el tejado y el viento hacía crugir de vez en cuando toda la casa. Eso sí, su interior de madera, su calefacción y su buen aislamiento ayudaban a volver a quedarse pensando en el gustito que da sentirse protegido de un clima tan agresivo.


Hoy pasaremos todo el día en el Parque Nacional de Vatnajökull, el parque más grande de toda Europa, y que ocupa gran parte del sureste insular. Ya desde la carretera divisamos el Skeiðarárjökull, una de las lenguas de hielo del glaciar Vatnajökull, el segundo glaciar más grande de Europa. Desde lo lejos no se sabe muy bien qué es lo que uno ve... si un alud de nieve en modo "pause" o una gran ola de hielo.


Empezamos el recorrido por el Parque Nacional de Skaftafell, donde no son ni las nueve de la mañana y ya hay asiáticos corriendo de un lado para otro. Los Islandeses serán muy ordenados y educados, pero no muy inteligentes porque la oficina de información no abre hasta las diez de la mañana. Tomamos apuntes de un panel de información en el exterior y decidimos hacer dos rutas para poder ver lo más importante del parque.

La subida durante la primera hora no parece complicada: si uno es hábil sorteando las placas de hielo y pisa en la nieve y en las piedras, llegará sin problemas hasta una de las cascadas más famosas de Islandia. La Svartifoss o 'cascada negra' se caracteriza por estar rodeada de columnas negras de basalto. Hay quien dice que parece el órgano de una iglesia, y la verdad es que sí que tiene un aire.

Continuamos el ascenso y empieza a llover. Cada vez se hace más difícil caminar, ya que cada paso sobre la nieve virgen supone una sorpresa, pues no sabes hasta cómo de profundo llegará el pié. Además, hay que ir corrigiendo constantemente y las piernas empiezan a no responder. El viento y el frío no ayudan... y cuando uno pisa y el pié toca agua se arrepiente de haber pensado lo fácil que parecía ver a Calleja subiendo picos helados.


Aunque sólo sea por no echar a perder el esfuerzo realizado hasta cada momento, seguimos avanzando por el monte helado... hasta que llegamos al mirador Sjónarnípa. Pero, ¿qué ven nuestros ojos? Una gigantesca masa de hielo, como si fuese un río recorriendo un enorme valle. Es la lengua glaciar Skaftafellsjökull, que con sus colores azulados, blancos y grises nos deja boquiabiertos y con la sensación de que el esfuerzo ha merecido muchísimo la pena. Es una maravilla de la naturaleza, un espectáculo inmóvil sin igual, que te hace sentirte pequeño ante esta gigantesca masa de agua congelada que lleva ahí miles de años.


Descendemos de nuevo hasta el Centro de Visitantes para finalizar esta ruta que nos ha llevado unas dos horas y media. ¿Y qué ruta por el monte no acaba con su merecida recompensa? ¡¡Que no falte el bocata de tortilla española!! Bueno, aquí sería comida mediterránea de importación, que suena más exclusivo... pero aún así nos sabe a gloria.


El glaciar Vatnajökull mide unos 100 km por 150 km y tiene muchas lenguas que se ven desde diferentes lugares. Como este espectáculo se puede ver en un número muy reducido de lugares del planeta, nos acercamos hasta Svinafellsjökull, para ver otra de sus lenguas. El cielo se ha despejado y la luz del sol intensifica los tonos azulados de este mar agrietado de hielo. ¡¡No nos cansamos de observarlo!!

Siguiendo por la N-1 llegamos hasta Jökulsárlón, otro punto de visita imprescindible. Se trata de una especie de lago en la que flotan pequeños icebergs a la deriva. Los bloques de hielo son como pequeñas esculturas de cristal, pero hechas de agua pura. Dan ganas de coger uno y llevárselo a casa... lástima que tras miles de años esos bloques de hielo estén condenados a derretirse si se sacan de su hábitat natural.


Muy cerca se encuentra otro sitio espectacular: la Playa de los Diamantes. Los bloques de hielo del glaciar, al desprenderse y llegar al mar suelen quedarse varados en las playas cercanas compuestas de arena negra. El contraste entre el blanco del hielo y el negro de la arena provoca la sensación de estar en otro planeta.


Nuestra última visita de hoy es la ciudad de Höfn, donde toda la marcha se aglutina en el supermercado. Por las calles apenas se ve gente y ni tan siquiera el puerto (que da nombre a la ciudad) es gran cosa. En lo que llevamos de viaje hemos podido constatar que los pueblos de Islandia carecen de ese toque multicolor que evocan las postales. Son localidades bastante sosas, con casas que parecen prefabricadas y carentes de adornos que hagan más amable un entorno tan inhóspito.


Seguimos recorriendo la N-1 rumbo al noreste, por donde algunas secciones de la carretera ni tan siquiera están asfaltadas... Poco a poco ya vamos entendiendo por qué los islandeses son tan ricos... ¡¡porque no se lo gastan!! Casas sencillas, carencia total de trenes, sólo carreteras de doble sentido, ausencia de restaurantes... ¡¡así pueden irse a Benidorm a todo trapo!!


Unos renos nos saludan cruzando la carretera y la noche cae mientras bordeamos varios fiordos. Poco a poco llegamos a Egilsstaðir, donde descansaremos hoy. Hoy ha sido un día que no olvidaremos nunca porque hemos visto sitios únicos. Durante el día pasamos frío... y durante la noche calor... ¡¡tiene glaciar!!

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