8 mar 2017

El lejano oeste

Hoy es un día de transición, uno de esos días en los que el objetivo es cubrir la distancia que separa dos puntos geográficos más que ver lo que hay por el camino. Y es que desde Akureyri hasta Reikiavik no hay más que blancos paisajes que se pueden contemplar tras la ventanilla del coche. De hecho, la guía que llevamos desanima literal y literariamente a visitar los escasos puntos de interés que hay en torno a los 350 kilómetros del recorrido de hoy. En cualquier caso, nos dejamos llevar y el destino dirá.


Salimos de Akureyri y de su burbuja inmobiliaria, donde la especulación del ladrillo los enloqueció y se pusieron a construir varios edificios de tres plantas, un centro comercial con más de cinco tiendas y hasta un aeropuerto con bastante tráfico... ¿pero qué más querían? ¿rotondas? Al final se ve que fueron comedidos y se limitaron a poner leds con forma de corazones en los semáforos de la N1.
Siempre se habla del alto nivel de vida de los países nórdicos y solemos pensar que los habitantes de esos países viven en grandes y lujosas casas. Sin embargo, tras haber recorrido ya casi toda la parte habitada del país, podemos decir que sus casas no reflejan ningún tipo de lujo sino todo lo contrario. La mayoría de casas tienen pinta de ser prefabricadas, de una planta y de dimensiones modestas. Incluso podría pensarse que con un clima tan adverso todas las casas tendrían garaje, pero ni siquiera. Y, en cuanto a colores, nada de colores llamativos como salen en los folletos turísticos. Vamos que, no hay nada que envidiar.


Lo que sí que llama la atención es la moderna corriente arquitectónica de algunos edificios, en su mayoría iglesias. Al igual que las dos iglesias de Akureyri, la iglesia de Blönduós, donde realizamos una breve parada, es un claro ejemplo de edificio que destaca con respecto al aire monótono de las poblaciones islandesas.


Recorriendo el oeste de la isla, nos surge la duda de si visitar la península de Snæfellsnes. Nos motiva la idea de ver el lugar donde Julio Verne situaba la entrada en su libro Viaje al Centro de la Tierra. Sin embargo, como él nunca estuvo en Islandia y como la guía que llevamos tampoco nos anima, decidimos seguir rumbo al sur.


Hacemos una parada en Borgarnes, donde encontramos por casualidad una oficina de turismo. Al preguntar qué sitios hay para ver, nos recomienda ir a Krosslaug, una pequeña poza de agua termal en la que apenas caben tres personas. La carretera no está en muy buenas condiciones y, admitámoslo, esperábamos encontrar a unos cuantos asiáticos acaparando el baño. Sin embargo, el que no esté señalizado y que no se encuentre de camino a ver ninguna otra cosa, hace que esté sólo a nuestra disposición. Ponerse el bañador y las chanclas a cero grados, e ir desde el coche hasta la poza por la nieve tiene su recompensa al sumergirse en este manantial natural a 42 grados. Seguro que el agua tiene oligoelementos... y al entrar nosotros ahora tiene también ombligo-elementos. ¡¡Qué a gusto se está en la ciénaga calentita disfrutando del paisaje helado!!


Terminamos el día en Akranes, una ciudad que nos servirá de trampolín para visitar mañana la capital islandesa. Esta ciudad, bastante grande para lo que hemos estado visitando, se caracteriza por tener un puerto con bastante actividad. No goza de atractivos turísticos, si acaso se podría destacar sus dos faros y el hecho de que se ven unas imponentes montañas al fondo. Así que, tras un largo paseo por la ciudad, nos recogemos pronto para descansar. Mañana nos espera la "urbe" de entre las urbes islandesas. 

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