10 mar 2017

Península de Reykjanes

Hoy es nuestro séptimo y último día turísticamente hablando, ya que no volvemos a casa hasta mañana por la mañana. Este último día lo dedicaremos a recorrer la península de Reykjanes, que con nuestro ya buen nivel de islandés identificamos como un 'algo' humeante (dado que Reykjavik significaba bahía humeante). Y no andamos muy desencaminados ya que buena parte de esta península tiene una alta actividad volcánica.


El primer lugar donde constatamos la imparable actividad geológica es en Seltún, en donde un buen número de solfataras liberan gases con olor a azufre. Estamos a tres grados pero que con el viento que se ha levantado la sensación térmica es de unos cinco grados bajo cero... así que, a pesar del hedor de los gases terrenales, se agradece las oleadas calentitas con olor a huevo cocido.


Otro de los idílicos lugares retratados en las postales de este país es el Bláa Lónið o Lago Azul. La idílica estampa de la gente dándose un baño en aguas termales en contraste con el gélido ambiente es evocadora... pero que cueste la friolera de cincuenta euros sumergirse en unas aguas naturales que emanan gratis de la tierra, roza el insulto al turista. Como nosotros ya hemos tenido nuestros momentos de pozas calientes, esta turistada se convierte en algo totalmente prescindible, más aún cuando uno puede ver los lagos y comprobar su hermoso color sin pasar por caja.


En Gunnuhver visitamos otro enclave cuyo paisaje también es acaparado por el vapor de las solfataras. Con mayor poder calorífico que las de Seltún, se ve literalmente hervir el agua. De hecho, está señalizado el peligro que supone andar por fuera de los caminos señalados y la temeridad que supone tocar el agua. Porque ya se nos han acabado, pero unos noodles cocidos ahí tienen que ser la mar de digestivos.


Luchando contra el viento, damos un paseo hasta la punta más al suroeste de la península, Reykjanestá, donde pasamos cerca de su faro y llegamos hasta la costa desde donde se aprecia la cuadrada isla de Eldey. Las vistas hacia el interior también son muy peculiares, al ver el faro rodeado de los vapores que sueltan las solfataras.


Bordeando la costa dirección norte llegamos hasta el Puente Entre Continentes. Se trata de un puente que pasa por encima de la falla que separa las placas tectónicas de América del Norte y de Eurasia. Realmente el puente no conduce a ninguna parte, pero no por ello deja de resultar curioso. Al estar Islandia sobre las dos placas y estás tender a separarse, una de dos: o bien el país ganará en terreno o bien llegará el momento en que se divida en dos.


Siguiendo hacia el norte paramos en Hvalsnes, donde nos llama la atención una curiosa iglesia negra. Las pocas que se ven por el país suelen parecer de madera pintada, pero esta no tiene nada que ver con las demás: está hecha de piedra volcánica y de ahí su color oscuro.


Los paisajes entre Hvalsnes y Garðskagi muestran la esencia de Islandia: parajes solitarios, casas de colores y mucha nostalgia. El día está siendo bastante desapacible debido al viento, así que Pablo se abandona a una nueva modalidad de fotografía: el paisaje de ventanilla. ¿Para qué salir a pasar frío si se puede parar con el coche para elegir el mejor ángulo?


Se suele decir que en Islandia si a uno no le gusta el tiempo que hace, basta con esperar cinco minutos para que cambie. Y algo es cierto, porque termina cambiando... a peor. Hoy nos ha hecho muchísimo viento durante todo el día. Realmente, lo que ha pasado es que hemos sido muy afortunados en los días precedentes: hemos gozado de un tiempo muy bueno, ya que lo habitual es que el viento sople día y noche por toda la isla. Lo que son las cosas... ¡¡nosotros pasando frío ocho días en Islandia y mis padres pasando calor en Islandia ocho!!

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