Akranes está a unos 106 kilómetros bordeando el fiordo Hvalfjörður o a 45 si se ataja por el túnel que lleva el mismo nombre y que se construyó hace ya casi veinte años. Aunque no vamos con prisa, pagamos los diez euros que cuesta recorrer los cinco kilómetros y medio que transcurren bajo el agua. No es ni comparable con los túneles de Gallardón, pero también es cierto que uno no suele tener la opción de atravesar un fiordo de esta forma tan peculiar.
Aparcar en la capital más al norte del mundo no resulta nada complicado. De hecho, conseguimos un sitio muy cerca de su principal monumento, la iglesia Hallgrimskirkja, por donde empezaremos nuestro recorrido por la ciudad. Esta iglesia, que muchos piensan que es catedral, es visible desde cualquier punto de la ciudad no sólo porque se encuentre en lo alto de una loma, sino también porque es el edificio más alto de todo el país. Quizá el esfuerzo de hacer un templo tan grandioso jugó en detrimento de su ornamentación, porque tanto por fuera como por dentro es exageradamente sencilla. En cualquier caso, su silueta caprichosa la convierte en un monumento muy especial, y ahora, después de haber recorrido las tierras volcánicas del país, sabemos reconocer el guiño de que sus dos alerones simulen columnas basálticas, tan frecuentes en el paisaje islandés.
Desde esta iglesia luterana se desciende hacia el centro por una calle muy comercial, donde abundan las tiendas de recuerdos, de objetos de diseño y de ropa hecha con pura lana virgen donde un jersey de leñador vintage no baja de los trescientos euros. El centro de la ciudad es un lugar recogido, con casas de colores y calles peatonales, pero sin un punto central definido. Si acaso, y de forma simbólica, se podría decir que el centro se sitúa en la casa del primer ministro, una sencilla construcción donde descansa el máximo poder del estado nórdico.
La "bahía humeante", que es lo que significa Reikiavik, es cuanto menos humeante... porque hace un frío del carajo: dando un paseo por la bahía donde se supone que el primer colono llegó no percibimos ni un ápice de los vapores termales que él debió de disfrutar. Claro que en contraposición nosotros podemos admirar la panorámica moderna que moldea el skyline de la ciudad actual desde el barco vikingo que conmemora aquel atraque hace más de mil años.
Uno de los nuevos iconos de la ciudad es el auditorio Harpa, situado frente al mar en lo que parece una zona en reconversión. El edificio es llamativo por fuera y más espectacular por dentro, con una gran escalinata donde uno puede ir a descansar y ver las vistas hacia la ciudad. Con el contraste del frío de la calle y el calor de su interior, aprovechamos para descansar un poco, hasta el punto de quedarnos dormidos.
A decir verdad no sabríamos decir si la ciudad es bonita o fea, antigua o moderna, ni incluso si es grande o pequeña. Se recorre a pié pero tiene sus atascos, hay gente pero no masificaciones, tiene cosas para ver pero sin tener que agotarse en ello... digamos que es una capital proporcional al país, una ciudad asequible.
Mientras los aviones nos sobrevuelan hacia el aeropuerto doméstico que se encuentra en la propia área urbana, visitamos la catedral, el parlamento y el ayuntamiento, representativos de una curiosa mezcla de estilos de los últimos siglos de historia de la ciudad.
Y como experiencia única del día, caminamos sobre un lago helado. Con la Iglesia Libre como testigo de fondo, nos aventuramos a pisar la gruesa capa de hielo del estanque del parque central. En las películas parece que uno puede ir despreocupado pero, al menos en nuestro caso, vamos con una calmada tensión por miedo a que se rompa y caigamos a la gélida agua.
Con unas expectativas ampliamente cumplidas nos despedimos de la ciudad, pues ya va siendo hora de recogerse. Hoy nos alojamos en un hotel no muy lejos del centro, donde la dicharachera dominicana recepcionista entabla conversación con nosotros y nos desvela por qué hay tantos asiáticos en el país: resulta que según sus tradiciones quedarse embarazada bajo las luces de las auroras boreales aporta suerte y salud a la futura criatura. Y si así un misterio queda resuelto, otro se crea por resolver: mientras cenamos, ¿por qué los chinos se ponen a jugar al juego de las puertas?
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