La guesthouse en la que nos alojamos en Keflavík quizá no haya sido el mejor alojamiento de este viaje: las vistas desde la ventana no alcanzan más allá de la casa de enfrente; el escuálido joven anclado en la pasada moda de enseñar el calzoncillo quizá no haya sido el más simpático de los anfitriones; incluso los fantasmagóricos huéspedes a los que oíamos abrir y cerrar puertas pero a los que no hemos conseguido ver, tampoco han sido un ejemplo de convivencia. Pese a todo, hemos descansado en harmonía casi nueve horas, levantándonos reparados y listos para emprender nuestro viaje de regreso.
Una vez devuelto el coche de alquiler, nos llevan hasta el aeropuerto internacional de Keflavík. Aunque tan sólo ha pasado una semana, apreciamos el cambio en el paisaje: hoy está mucho menos nevado que cuando llegamos. Con nuestra breve estancia hemos podido adivinar que el clima extremo de este país es también muy variable: un día sale un sol brillante, otro nieva y otro tiene un viento capaz de desviarte en el camino. Una vez más, la experiencia de viajar nos enseña la lección de lo afortunados que somos por vivir en un lugar en el que el clima es un regalo, y el cambio de estaciones, un viaje en el cual disfrutar de su diversidad.
Muchas veces se habla del buen nivel de vida que tienen estos países, algo que tendemos a creernos porque a menudo sólo los juzgamos por los desorbitados sueldos que tienen en comparación con España. Pero ¿qué es el nivel de vida? Con un clima tan intempestivo, no hemos visto que los islandeses disfruten de grandes casas, lujosos coches o que llenen los escasos restaurantes y bares del país. Las carreteras, calles y servicios civiles tampoco destacan con respecto a los de cualquier otro país económicamente estable. Nuestra conclusión es que asumen con tranquilidad tener las necesidades cubiertas, sin que les falte ni les sobre nada... quizá simplemente tengan el hábito de saber adaptarse a lo que hay, dado que el carácter insular del país se contrapone a la abundancia de comida y objetos de consumo.
Otra cosa que nos ha llamado la atención es que apenas hemos tenido contacto con los islandeses. Cabía esperar que los extranjeros fuéramos un soplo de aire fresco (o caliente, no sé qué es mejor aquí), y que estuvieran deseosos de conversar sobre la tierra continental. Sin embargo, la mayoría de gente que hemos visto han sido turistas, y a menudo, los mismos. El espíritu de aislamiento llega hasta el punto de que en algunos alojamientos nuestro único contacto ha sido mediante un telefonillo.
Los alojamientos del país no son muy abundantes, motivo por el cual hay muchos bed and breakfast y casas de huéspedes. El concepto de hotel se limita a las grandes y lujosas cadenas, sin el abanico de rangos a los que solemos estar acostumbrados. En cualquier caso, todos resultan muy confortables, especialmente en cuanto a temperatura; incluso suele ser habitual pasar bastante calor, dado que, según tenemos entendido, la electricidad es gratis.
Islandia es uno de esos países a los que hay que ir una vez en la vida. Pocos países poseen un patrimonio natural como el que hay aquí: hemos visto glaciares, hemos subido a un volcán, hemos visto una playa de icebergs, hemos caminado entre solfataras y hasta hemos cruzado de una placa tectónica a otra. Las playas de arena negra, estruendosas cataratas y los campos salpicados de musgos verdes son ahora paisajes que nos llevamos dentro de esa maleta de recuerdos que es nuestra mente. Y, por supuesto, nunca olvidaremos esa noche en la que vimos las auroras boreales, dibujando formas caprichosas con fósforo verde.
Este viaje está a punto de terminar y sentimos, como siempre, una nostalgia por tener que irnos del país que nos ha acogido mezclada con la tranquilidad de volver al hogar. Y también, como siempre, las pantallas con los múltiples destinos del aeropuerto nos inspiran para seguir soñando... en viajar.
11 mar 2017
10 mar 2017
Península de Reykjanes
Hoy es nuestro séptimo y último día turísticamente hablando, ya que no volvemos a casa hasta mañana por la mañana. Este último día lo dedicaremos a recorrer la península de Reykjanes, que con nuestro ya buen nivel de islandés identificamos como un 'algo' humeante (dado que Reykjavik significaba bahía humeante). Y no andamos muy desencaminados ya que buena parte de esta península tiene una alta actividad volcánica.
El primer lugar donde constatamos la imparable actividad geológica es en Seltún, en donde un buen número de solfataras liberan gases con olor a azufre. Estamos a tres grados pero que con el viento que se ha levantado la sensación térmica es de unos cinco grados bajo cero... así que, a pesar del hedor de los gases terrenales, se agradece las oleadas calentitas con olor a huevo cocido.
Otro de los idílicos lugares retratados en las postales de este país es el Bláa Lónið o Lago Azul. La idílica estampa de la gente dándose un baño en aguas termales en contraste con el gélido ambiente es evocadora... pero que cueste la friolera de cincuenta euros sumergirse en unas aguas naturales que emanan gratis de la tierra, roza el insulto al turista. Como nosotros ya hemos tenido nuestros momentos de pozas calientes, esta turistada se convierte en algo totalmente prescindible, más aún cuando uno puede ver los lagos y comprobar su hermoso color sin pasar por caja.
En Gunnuhver visitamos otro enclave cuyo paisaje también es acaparado por el vapor de las solfataras. Con mayor poder calorífico que las de Seltún, se ve literalmente hervir el agua. De hecho, está señalizado el peligro que supone andar por fuera de los caminos señalados y la temeridad que supone tocar el agua. Porque ya se nos han acabado, pero unos noodles cocidos ahí tienen que ser la mar de digestivos.
Luchando contra el viento, damos un paseo hasta la punta más al suroeste de la península, Reykjanestá, donde pasamos cerca de su faro y llegamos hasta la costa desde donde se aprecia la cuadrada isla de Eldey. Las vistas hacia el interior también son muy peculiares, al ver el faro rodeado de los vapores que sueltan las solfataras.
Bordeando la costa dirección norte llegamos hasta el Puente Entre Continentes. Se trata de un puente que pasa por encima de la falla que separa las placas tectónicas de América del Norte y de Eurasia. Realmente el puente no conduce a ninguna parte, pero no por ello deja de resultar curioso. Al estar Islandia sobre las dos placas y estás tender a separarse, una de dos: o bien el país ganará en terreno o bien llegará el momento en que se divida en dos.
Siguiendo hacia el norte paramos en Hvalsnes, donde nos llama la atención una curiosa iglesia negra. Las pocas que se ven por el país suelen parecer de madera pintada, pero esta no tiene nada que ver con las demás: está hecha de piedra volcánica y de ahí su color oscuro.
Los paisajes entre Hvalsnes y Garðskagi muestran la esencia de Islandia: parajes solitarios, casas de colores y mucha nostalgia. El día está siendo bastante desapacible debido al viento, así que Pablo se abandona a una nueva modalidad de fotografía: el paisaje de ventanilla. ¿Para qué salir a pasar frío si se puede parar con el coche para elegir el mejor ángulo?
Se suele decir que en Islandia si a uno no le gusta el tiempo que hace, basta con esperar cinco minutos para que cambie. Y algo es cierto, porque termina cambiando... a peor. Hoy nos ha hecho muchísimo viento durante todo el día. Realmente, lo que ha pasado es que hemos sido muy afortunados en los días precedentes: hemos gozado de un tiempo muy bueno, ya que lo habitual es que el viento sople día y noche por toda la isla. Lo que son las cosas... ¡¡nosotros pasando frío ocho días en Islandia y mis padres pasando calor en Islandia ocho!!
El primer lugar donde constatamos la imparable actividad geológica es en Seltún, en donde un buen número de solfataras liberan gases con olor a azufre. Estamos a tres grados pero que con el viento que se ha levantado la sensación térmica es de unos cinco grados bajo cero... así que, a pesar del hedor de los gases terrenales, se agradece las oleadas calentitas con olor a huevo cocido.
Otro de los idílicos lugares retratados en las postales de este país es el Bláa Lónið o Lago Azul. La idílica estampa de la gente dándose un baño en aguas termales en contraste con el gélido ambiente es evocadora... pero que cueste la friolera de cincuenta euros sumergirse en unas aguas naturales que emanan gratis de la tierra, roza el insulto al turista. Como nosotros ya hemos tenido nuestros momentos de pozas calientes, esta turistada se convierte en algo totalmente prescindible, más aún cuando uno puede ver los lagos y comprobar su hermoso color sin pasar por caja.
En Gunnuhver visitamos otro enclave cuyo paisaje también es acaparado por el vapor de las solfataras. Con mayor poder calorífico que las de Seltún, se ve literalmente hervir el agua. De hecho, está señalizado el peligro que supone andar por fuera de los caminos señalados y la temeridad que supone tocar el agua. Porque ya se nos han acabado, pero unos noodles cocidos ahí tienen que ser la mar de digestivos.
Luchando contra el viento, damos un paseo hasta la punta más al suroeste de la península, Reykjanestá, donde pasamos cerca de su faro y llegamos hasta la costa desde donde se aprecia la cuadrada isla de Eldey. Las vistas hacia el interior también son muy peculiares, al ver el faro rodeado de los vapores que sueltan las solfataras.
Bordeando la costa dirección norte llegamos hasta el Puente Entre Continentes. Se trata de un puente que pasa por encima de la falla que separa las placas tectónicas de América del Norte y de Eurasia. Realmente el puente no conduce a ninguna parte, pero no por ello deja de resultar curioso. Al estar Islandia sobre las dos placas y estás tender a separarse, una de dos: o bien el país ganará en terreno o bien llegará el momento en que se divida en dos.
Siguiendo hacia el norte paramos en Hvalsnes, donde nos llama la atención una curiosa iglesia negra. Las pocas que se ven por el país suelen parecer de madera pintada, pero esta no tiene nada que ver con las demás: está hecha de piedra volcánica y de ahí su color oscuro.
Los paisajes entre Hvalsnes y Garðskagi muestran la esencia de Islandia: parajes solitarios, casas de colores y mucha nostalgia. El día está siendo bastante desapacible debido al viento, así que Pablo se abandona a una nueva modalidad de fotografía: el paisaje de ventanilla. ¿Para qué salir a pasar frío si se puede parar con el coche para elegir el mejor ángulo?
Se suele decir que en Islandia si a uno no le gusta el tiempo que hace, basta con esperar cinco minutos para que cambie. Y algo es cierto, porque termina cambiando... a peor. Hoy nos ha hecho muchísimo viento durante todo el día. Realmente, lo que ha pasado es que hemos sido muy afortunados en los días precedentes: hemos gozado de un tiempo muy bueno, ya que lo habitual es que el viento sople día y noche por toda la isla. Lo que son las cosas... ¡¡nosotros pasando frío ocho días en Islandia y mis padres pasando calor en Islandia ocho!!
9 mar 2017
Reikiavik
Tras un reparador desayuno, el propietario de la guesthouse en la que hemos dormido nos despide hasta quizá el próximo año. ¿Acaso piensa ir él a Madrid? Porque Islandia es una paraíso natural, pero tanto como para repetir tan pronto... Éste se ve que no lee nuestro blog y no conoce nuestro lema 'el mundo es tan grande, ¿nos dará tiempo?'.
Akranes está a unos 106 kilómetros bordeando el fiordo Hvalfjörður o a 45 si se ataja por el túnel que lleva el mismo nombre y que se construyó hace ya casi veinte años. Aunque no vamos con prisa, pagamos los diez euros que cuesta recorrer los cinco kilómetros y medio que transcurren bajo el agua. No es ni comparable con los túneles de Gallardón, pero también es cierto que uno no suele tener la opción de atravesar un fiordo de esta forma tan peculiar.
La "bahía humeante", que es lo que significa Reikiavik, es cuanto menos humeante... porque hace un frío del carajo: dando un paseo por la bahía donde se supone que el primer colono llegó no percibimos ni un ápice de los vapores termales que él debió de disfrutar. Claro que en contraposición nosotros podemos admirar la panorámica moderna que moldea el skyline de la ciudad actual desde el barco vikingo que conmemora aquel atraque hace más de mil años.
Uno de los nuevos iconos de la ciudad es el auditorio Harpa, situado frente al mar en lo que parece una zona en reconversión. El edificio es llamativo por fuera y más espectacular por dentro, con una gran escalinata donde uno puede ir a descansar y ver las vistas hacia la ciudad. Con el contraste del frío de la calle y el calor de su interior, aprovechamos para descansar un poco, hasta el punto de quedarnos dormidos.
Y como experiencia única del día, caminamos sobre un lago helado. Con la Iglesia Libre como testigo de fondo, nos aventuramos a pisar la gruesa capa de hielo del estanque del parque central. En las películas parece que uno puede ir despreocupado pero, al menos en nuestro caso, vamos con una calmada tensión por miedo a que se rompa y caigamos a la gélida agua.
Con unas expectativas ampliamente cumplidas nos despedimos de la ciudad, pues ya va siendo hora de recogerse. Hoy nos alojamos en un hotel no muy lejos del centro, donde la dicharachera dominicana recepcionista entabla conversación con nosotros y nos desvela por qué hay tantos asiáticos en el país: resulta que según sus tradiciones quedarse embarazada bajo las luces de las auroras boreales aporta suerte y salud a la futura criatura. Y si así un misterio queda resuelto, otro se crea por resolver: mientras cenamos, ¿por qué los chinos se ponen a jugar al juego de las puertas?
Akranes está a unos 106 kilómetros bordeando el fiordo Hvalfjörður o a 45 si se ataja por el túnel que lleva el mismo nombre y que se construyó hace ya casi veinte años. Aunque no vamos con prisa, pagamos los diez euros que cuesta recorrer los cinco kilómetros y medio que transcurren bajo el agua. No es ni comparable con los túneles de Gallardón, pero también es cierto que uno no suele tener la opción de atravesar un fiordo de esta forma tan peculiar.
Aparcar en la capital más al norte del mundo no resulta nada complicado. De hecho, conseguimos un sitio muy cerca de su principal monumento, la iglesia Hallgrimskirkja, por donde empezaremos nuestro recorrido por la ciudad. Esta iglesia, que muchos piensan que es catedral, es visible desde cualquier punto de la ciudad no sólo porque se encuentre en lo alto de una loma, sino también porque es el edificio más alto de todo el país. Quizá el esfuerzo de hacer un templo tan grandioso jugó en detrimento de su ornamentación, porque tanto por fuera como por dentro es exageradamente sencilla. En cualquier caso, su silueta caprichosa la convierte en un monumento muy especial, y ahora, después de haber recorrido las tierras volcánicas del país, sabemos reconocer el guiño de que sus dos alerones simulen columnas basálticas, tan frecuentes en el paisaje islandés.
Desde esta iglesia luterana se desciende hacia el centro por una calle muy comercial, donde abundan las tiendas de recuerdos, de objetos de diseño y de ropa hecha con pura lana virgen donde un jersey de leñador vintage no baja de los trescientos euros. El centro de la ciudad es un lugar recogido, con casas de colores y calles peatonales, pero sin un punto central definido. Si acaso, y de forma simbólica, se podría decir que el centro se sitúa en la casa del primer ministro, una sencilla construcción donde descansa el máximo poder del estado nórdico.
La "bahía humeante", que es lo que significa Reikiavik, es cuanto menos humeante... porque hace un frío del carajo: dando un paseo por la bahía donde se supone que el primer colono llegó no percibimos ni un ápice de los vapores termales que él debió de disfrutar. Claro que en contraposición nosotros podemos admirar la panorámica moderna que moldea el skyline de la ciudad actual desde el barco vikingo que conmemora aquel atraque hace más de mil años.
Uno de los nuevos iconos de la ciudad es el auditorio Harpa, situado frente al mar en lo que parece una zona en reconversión. El edificio es llamativo por fuera y más espectacular por dentro, con una gran escalinata donde uno puede ir a descansar y ver las vistas hacia la ciudad. Con el contraste del frío de la calle y el calor de su interior, aprovechamos para descansar un poco, hasta el punto de quedarnos dormidos.
A decir verdad no sabríamos decir si la ciudad es bonita o fea, antigua o moderna, ni incluso si es grande o pequeña. Se recorre a pié pero tiene sus atascos, hay gente pero no masificaciones, tiene cosas para ver pero sin tener que agotarse en ello... digamos que es una capital proporcional al país, una ciudad asequible.
Mientras los aviones nos sobrevuelan hacia el aeropuerto doméstico que se encuentra en la propia área urbana, visitamos la catedral, el parlamento y el ayuntamiento, representativos de una curiosa mezcla de estilos de los últimos siglos de historia de la ciudad.
Y como experiencia única del día, caminamos sobre un lago helado. Con la Iglesia Libre como testigo de fondo, nos aventuramos a pisar la gruesa capa de hielo del estanque del parque central. En las películas parece que uno puede ir despreocupado pero, al menos en nuestro caso, vamos con una calmada tensión por miedo a que se rompa y caigamos a la gélida agua.
Con unas expectativas ampliamente cumplidas nos despedimos de la ciudad, pues ya va siendo hora de recogerse. Hoy nos alojamos en un hotel no muy lejos del centro, donde la dicharachera dominicana recepcionista entabla conversación con nosotros y nos desvela por qué hay tantos asiáticos en el país: resulta que según sus tradiciones quedarse embarazada bajo las luces de las auroras boreales aporta suerte y salud a la futura criatura. Y si así un misterio queda resuelto, otro se crea por resolver: mientras cenamos, ¿por qué los chinos se ponen a jugar al juego de las puertas?
8 mar 2017
El lejano oeste
Hoy es un día de transición, uno de esos días en los que el objetivo es cubrir la distancia que separa dos puntos geográficos más que ver lo que hay por el camino. Y es que desde Akureyri hasta Reikiavik no hay más que blancos paisajes que se pueden contemplar tras la ventanilla del coche. De hecho, la guía que llevamos desanima literal y literariamente a visitar los escasos puntos de interés que hay en torno a los 350 kilómetros del recorrido de hoy. En cualquier caso, nos dejamos llevar y el destino dirá.
Salimos de Akureyri y de su burbuja inmobiliaria, donde la especulación del ladrillo los enloqueció y se pusieron a construir varios edificios de tres plantas, un centro comercial con más de cinco tiendas y hasta un aeropuerto con bastante tráfico... ¿pero qué más querían? ¿rotondas? Al final se ve que fueron comedidos y se limitaron a poner leds con forma de corazones en los semáforos de la N1.
Siempre se habla del alto nivel de vida de los países nórdicos y solemos pensar que los habitantes de esos países viven en grandes y lujosas casas. Sin embargo, tras haber recorrido ya casi toda la parte habitada del país, podemos decir que sus casas no reflejan ningún tipo de lujo sino todo lo contrario. La mayoría de casas tienen pinta de ser prefabricadas, de una planta y de dimensiones modestas. Incluso podría pensarse que con un clima tan adverso todas las casas tendrían garaje, pero ni siquiera. Y, en cuanto a colores, nada de colores llamativos como salen en los folletos turísticos. Vamos que, no hay nada que envidiar.
Lo que sí que llama la atención es la moderna corriente arquitectónica de algunos edificios, en su mayoría iglesias. Al igual que las dos iglesias de Akureyri, la iglesia de Blönduós, donde realizamos una breve parada, es un claro ejemplo de edificio que destaca con respecto al aire monótono de las poblaciones islandesas.
Recorriendo el oeste de la isla, nos surge la duda de si visitar la península de Snæfellsnes. Nos motiva la idea de ver el lugar donde Julio Verne situaba la entrada en su libro Viaje al Centro de la Tierra. Sin embargo, como él nunca estuvo en Islandia y como la guía que llevamos tampoco nos anima, decidimos seguir rumbo al sur.
Hacemos una parada en Borgarnes, donde encontramos por casualidad una oficina de turismo. Al preguntar qué sitios hay para ver, nos recomienda ir a Krosslaug, una pequeña poza de agua termal en la que apenas caben tres personas. La carretera no está en muy buenas condiciones y, admitámoslo, esperábamos encontrar a unos cuantos asiáticos acaparando el baño. Sin embargo, el que no esté señalizado y que no se encuentre de camino a ver ninguna otra cosa, hace que esté sólo a nuestra disposición. Ponerse el bañador y las chanclas a cero grados, e ir desde el coche hasta la poza por la nieve tiene su recompensa al sumergirse en este manantial natural a 42 grados. Seguro que el agua tiene oligoelementos... y al entrar nosotros ahora tiene también ombligo-elementos. ¡¡Qué a gusto se está en la ciénaga calentita disfrutando del paisaje helado!!
Terminamos el día en Akranes, una ciudad que nos servirá de trampolín para visitar mañana la capital islandesa. Esta ciudad, bastante grande para lo que hemos estado visitando, se caracteriza por tener un puerto con bastante actividad. No goza de atractivos turísticos, si acaso se podría destacar sus dos faros y el hecho de que se ven unas imponentes montañas al fondo. Así que, tras un largo paseo por la ciudad, nos recogemos pronto para descansar. Mañana nos espera la "urbe" de entre las urbes islandesas.
Salimos de Akureyri y de su burbuja inmobiliaria, donde la especulación del ladrillo los enloqueció y se pusieron a construir varios edificios de tres plantas, un centro comercial con más de cinco tiendas y hasta un aeropuerto con bastante tráfico... ¿pero qué más querían? ¿rotondas? Al final se ve que fueron comedidos y se limitaron a poner leds con forma de corazones en los semáforos de la N1.
Siempre se habla del alto nivel de vida de los países nórdicos y solemos pensar que los habitantes de esos países viven en grandes y lujosas casas. Sin embargo, tras haber recorrido ya casi toda la parte habitada del país, podemos decir que sus casas no reflejan ningún tipo de lujo sino todo lo contrario. La mayoría de casas tienen pinta de ser prefabricadas, de una planta y de dimensiones modestas. Incluso podría pensarse que con un clima tan adverso todas las casas tendrían garaje, pero ni siquiera. Y, en cuanto a colores, nada de colores llamativos como salen en los folletos turísticos. Vamos que, no hay nada que envidiar.
Lo que sí que llama la atención es la moderna corriente arquitectónica de algunos edificios, en su mayoría iglesias. Al igual que las dos iglesias de Akureyri, la iglesia de Blönduós, donde realizamos una breve parada, es un claro ejemplo de edificio que destaca con respecto al aire monótono de las poblaciones islandesas.
Recorriendo el oeste de la isla, nos surge la duda de si visitar la península de Snæfellsnes. Nos motiva la idea de ver el lugar donde Julio Verne situaba la entrada en su libro Viaje al Centro de la Tierra. Sin embargo, como él nunca estuvo en Islandia y como la guía que llevamos tampoco nos anima, decidimos seguir rumbo al sur.
Hacemos una parada en Borgarnes, donde encontramos por casualidad una oficina de turismo. Al preguntar qué sitios hay para ver, nos recomienda ir a Krosslaug, una pequeña poza de agua termal en la que apenas caben tres personas. La carretera no está en muy buenas condiciones y, admitámoslo, esperábamos encontrar a unos cuantos asiáticos acaparando el baño. Sin embargo, el que no esté señalizado y que no se encuentre de camino a ver ninguna otra cosa, hace que esté sólo a nuestra disposición. Ponerse el bañador y las chanclas a cero grados, e ir desde el coche hasta la poza por la nieve tiene su recompensa al sumergirse en este manantial natural a 42 grados. Seguro que el agua tiene oligoelementos... y al entrar nosotros ahora tiene también ombligo-elementos. ¡¡Qué a gusto se está en la ciénaga calentita disfrutando del paisaje helado!!
Terminamos el día en Akranes, una ciudad que nos servirá de trampolín para visitar mañana la capital islandesa. Esta ciudad, bastante grande para lo que hemos estado visitando, se caracteriza por tener un puerto con bastante actividad. No goza de atractivos turísticos, si acaso se podría destacar sus dos faros y el hecho de que se ven unas imponentes montañas al fondo. Así que, tras un largo paseo por la ciudad, nos recogemos pronto para descansar. Mañana nos espera la "urbe" de entre las urbes islandesas.
7 mar 2017
Bienvenidos al norte
Islandia es un de los países con menor densidad de población del mundo, equivalente a como si cogiéramos a todos los ciudadanos de Bilbao y los repartiéramos por un territorio similar al de Portugal. Para evitar la soledad y el progreso el gobierno se esfuerza en tener la carretera N1 limpia de nieve. Sin embargo, la zona en la que estamos está menos poblada aún y la afluencia de turistas es mucho menor que en el sur de la isla, por lo que la carretera luce un peligroso manto de nieve y hielo. Pablo controla con las seis marchas a nuestro Kia blanco, que a veces parece estar dispuesto a darnos algún susto. Hay ventisca y en algunos momentos lo único que se ve es blanco por todas partes, casi sin poder diferenciar el cielo del horizonte.
Siguiendo dirección oeste visitamos Goðafoss, la cascada donde se dice que hace mil años se tiraron los iconos de los dioses paganos para unirse al cristianismo. Y algo más al oeste visitamos otro icono, pero del consumismo. Se trata del Taller de Papá Noel, una casa-tienda donde se pueden comprar centenas de productos relacionados con la Navidad.
El día va terminando y nos recogemos ya en Akureyri, donde dormiremos hoy. La ciudad es la segunda más grande fuera del área de Reikiavik, y es considerada la capital del norte. Al llegar percibimos que el aire huele a pescado, y es que es aquí a donde llega gran cantidad de la captura de los pescadores y donde están la fábricas conserveras. La intensa actividad del aeropuerto parece confirmar que esta sí que se puede considerar como una ciudad en toda regla, dado que las anteriores 'urbes' no dejaban de ser pequeños conjuntos de casas.
Tras casi hora y media de difícil conducción llegamos a destino, donde ya hay chinos haciéndose fotos y que no conseguimos sabe cómo han llegado hasta allí, pues no hemos visto a nadie por el camino. La primera visita son las cascadas de Dettifoss y Selfoss, dos maravillas naturales en mitad del Parque Nacional de Jökulsárgljúfur. Llevamos ya una buena colección de cascadas, y aunque todas son espectaculares comenzamos ya a restarles importancia.
Después nos dirigimos a la zona del Lago Mývatn, lugar con una actividad volcánica latente. Primero visitamos la grieta de Kafkla, por la que sale vapor con un intenso olor a azufre y donde hay una planta geotérmica. Muy cerca está Hverir, donde se puede observar de cerca cómo sale vapor por un conjunto de fumarolas. Uno podría pensar que debajo hay un motor que suelta el aire... pero no, la naturaleza ha decidido que quiere liberar su presión ahí mismo, día y noche.
Otro de los enclaves de visita obligada en Mývatn es el volcán Hverfjall, del cual se dice que podría entrar en erupción en cualquier momento. Durante una media hora subimos con algo de dificultad sus 452 metros hasta llegar al cráter, desde donde se tiene unas magníficas vistas tanto al interior del volcán como al entorno que lo rodea. No deja de ser una contradicción que en el país del hielo haya tanta actividad volcánica, ¿no?
Siguiendo dirección oeste visitamos Goðafoss, la cascada donde se dice que hace mil años se tiraron los iconos de los dioses paganos para unirse al cristianismo. Y algo más al oeste visitamos otro icono, pero del consumismo. Se trata del Taller de Papá Noel, una casa-tienda donde se pueden comprar centenas de productos relacionados con la Navidad.
El día va terminando y nos recogemos ya en Akureyri, donde dormiremos hoy. La ciudad es la segunda más grande fuera del área de Reikiavik, y es considerada la capital del norte. Al llegar percibimos que el aire huele a pescado, y es que es aquí a donde llega gran cantidad de la captura de los pescadores y donde están la fábricas conserveras. La intensa actividad del aeropuerto parece confirmar que esta sí que se puede considerar como una ciudad en toda regla, dado que las anteriores 'urbes' no dejaban de ser pequeños conjuntos de casas.
Cuando nos disponíamos a cenar para irnos ya a descansar, el día nos ha sorprendido con un último regalo. Al bajar al coche a por una botella de Coca-cola, no daba crédito de lo que veía... ¿qué es eso que hay en el cielo? No serán... ¡¡Auroras!! Inmediatamente le llamo a Pablo y con el abrigo sobre el pijama cogemos el coche y nos vamos a quince kilómetros de la ciudad, a un lugar lejos de la contaminación lumínica. Durante casi una hora no paramos de mirar al cielo... quizá la luna llena no ayude mucho, pero podemos ver cómo se mueven las "luces del norte", incluso a veces parecen bailar. Ver los destellos del viento solar al impactar con la magnetosfera es un espectáculo único. Quizá esperábamos verlas como luces de neones dado que en la televisión suelen tener colores más intensos. Sin embargo, las que vemos son en general más tenues, con momentos en los que adquieren mayor intensidad. Nos hemos quedado petrificados... tanto por lo mágico del momento como por los cero grados a los que estamos. Y por si fuera poco, hemos conseguido con una cámara compacta llevanos el recuerdo de por vida. ¡¡"Aurora" sí que lo hemos conseguido!!
6 mar 2017
Vatnajökulsþjóðgarður
Las horas de vivir como Heidi y Pedro en una casita de madera van tocando a su fin. A lo largo de toda la noche han sido numerosas las tormentas que golpeaban el tejado y el viento hacía crugir de vez en cuando toda la casa. Eso sí, su interior de madera, su calefacción y su buen aislamiento ayudaban a volver a quedarse pensando en el gustito que da sentirse protegido de un clima tan agresivo.
Hoy pasaremos todo el día en el Parque Nacional de Vatnajökull, el parque más grande de toda Europa, y que ocupa gran parte del sureste insular. Ya desde la carretera divisamos el Skeiðarárjökull, una de las lenguas de hielo del glaciar Vatnajökull, el segundo glaciar más grande de Europa. Desde lo lejos no se sabe muy bien qué es lo que uno ve... si un alud de nieve en modo "pause" o una gran ola de hielo.
Empezamos el recorrido por el Parque Nacional de Skaftafell, donde no son ni las nueve de la mañana y ya hay asiáticos corriendo de un lado para otro. Los Islandeses serán muy ordenados y educados, pero no muy inteligentes porque la oficina de información no abre hasta las diez de la mañana. Tomamos apuntes de un panel de información en el exterior y decidimos hacer dos rutas para poder ver lo más importante del parque.
Aunque sólo sea por no echar a perder el esfuerzo realizado hasta cada momento, seguimos avanzando por el monte helado... hasta que llegamos al mirador Sjónarnípa. Pero, ¿qué ven nuestros ojos? Una gigantesca masa de hielo, como si fuese un río recorriendo un enorme valle. Es la lengua glaciar Skaftafellsjökull, que con sus colores azulados, blancos y grises nos deja boquiabiertos y con la sensación de que el esfuerzo ha merecido muchísimo la pena. Es una maravilla de la naturaleza, un espectáculo inmóvil sin igual, que te hace sentirte pequeño ante esta gigantesca masa de agua congelada que lleva ahí miles de años.
Descendemos de nuevo hasta el Centro de Visitantes para finalizar esta ruta que nos ha llevado unas dos horas y media. ¿Y qué ruta por el monte no acaba con su merecida recompensa? ¡¡Que no falte el bocata de tortilla española!! Bueno, aquí sería comida mediterránea de importación, que suena más exclusivo... pero aún así nos sabe a gloria.
Siguiendo por la N-1 llegamos hasta Jökulsárlón, otro punto de visita imprescindible. Se trata de una especie de lago en la que flotan pequeños icebergs a la deriva. Los bloques de hielo son como pequeñas esculturas de cristal, pero hechas de agua pura. Dan ganas de coger uno y llevárselo a casa... lástima que tras miles de años esos bloques de hielo estén condenados a derretirse si se sacan de su hábitat natural.
Muy cerca se encuentra otro sitio espectacular: la Playa de los Diamantes. Los bloques de hielo del glaciar, al desprenderse y llegar al mar suelen quedarse varados en las playas cercanas compuestas de arena negra. El contraste entre el blanco del hielo y el negro de la arena provoca la sensación de estar en otro planeta.
Nuestra última visita de hoy es la ciudad de Höfn, donde toda la marcha se aglutina en el supermercado. Por las calles apenas se ve gente y ni tan siquiera el puerto (que da nombre a la ciudad) es gran cosa. En lo que llevamos de viaje hemos podido constatar que los pueblos de Islandia carecen de ese toque multicolor que evocan las postales. Son localidades bastante sosas, con casas que parecen prefabricadas y carentes de adornos que hagan más amable un entorno tan inhóspito.
Seguimos recorriendo la N-1 rumbo al noreste, por donde algunas secciones de la carretera ni tan siquiera están asfaltadas... Poco a poco ya vamos entendiendo por qué los islandeses son tan ricos... ¡¡porque no se lo gastan!! Casas sencillas, carencia total de trenes, sólo carreteras de doble sentido, ausencia de restaurantes... ¡¡así pueden irse a Benidorm a todo trapo!!
Unos renos nos saludan cruzando la carretera y la noche cae mientras bordeamos varios fiordos. Poco a poco llegamos a Egilsstaðir, donde descansaremos hoy. Hoy ha sido un día que no olvidaremos nunca porque hemos visto sitios únicos. Durante el día pasamos frío... y durante la noche calor... ¡¡tiene glaciar!!
Hoy pasaremos todo el día en el Parque Nacional de Vatnajökull, el parque más grande de toda Europa, y que ocupa gran parte del sureste insular. Ya desde la carretera divisamos el Skeiðarárjökull, una de las lenguas de hielo del glaciar Vatnajökull, el segundo glaciar más grande de Europa. Desde lo lejos no se sabe muy bien qué es lo que uno ve... si un alud de nieve en modo "pause" o una gran ola de hielo.
Empezamos el recorrido por el Parque Nacional de Skaftafell, donde no son ni las nueve de la mañana y ya hay asiáticos corriendo de un lado para otro. Los Islandeses serán muy ordenados y educados, pero no muy inteligentes porque la oficina de información no abre hasta las diez de la mañana. Tomamos apuntes de un panel de información en el exterior y decidimos hacer dos rutas para poder ver lo más importante del parque.
La subida durante la primera hora no parece complicada: si uno es hábil sorteando las placas de hielo y pisa en la nieve y en las piedras, llegará sin problemas hasta una de las cascadas más famosas de Islandia. La Svartifoss o 'cascada negra' se caracteriza por estar rodeada de columnas negras de basalto. Hay quien dice que parece el órgano de una iglesia, y la verdad es que sí que tiene un aire.
Continuamos el ascenso y empieza a llover. Cada vez se hace más difícil caminar, ya que cada paso sobre la nieve virgen supone una sorpresa, pues no sabes hasta cómo de profundo llegará el pié. Además, hay que ir corrigiendo constantemente y las piernas empiezan a no responder. El viento y el frío no ayudan... y cuando uno pisa y el pié toca agua se arrepiente de haber pensado lo fácil que parecía ver a Calleja subiendo picos helados.
Aunque sólo sea por no echar a perder el esfuerzo realizado hasta cada momento, seguimos avanzando por el monte helado... hasta que llegamos al mirador Sjónarnípa. Pero, ¿qué ven nuestros ojos? Una gigantesca masa de hielo, como si fuese un río recorriendo un enorme valle. Es la lengua glaciar Skaftafellsjökull, que con sus colores azulados, blancos y grises nos deja boquiabiertos y con la sensación de que el esfuerzo ha merecido muchísimo la pena. Es una maravilla de la naturaleza, un espectáculo inmóvil sin igual, que te hace sentirte pequeño ante esta gigantesca masa de agua congelada que lleva ahí miles de años.
Descendemos de nuevo hasta el Centro de Visitantes para finalizar esta ruta que nos ha llevado unas dos horas y media. ¿Y qué ruta por el monte no acaba con su merecida recompensa? ¡¡Que no falte el bocata de tortilla española!! Bueno, aquí sería comida mediterránea de importación, que suena más exclusivo... pero aún así nos sabe a gloria.
El glaciar Vatnajökull mide unos 100 km por 150 km y tiene muchas lenguas que se ven desde diferentes lugares. Como este espectáculo se puede ver en un número muy reducido de lugares del planeta, nos acercamos hasta Svinafellsjökull, para ver otra de sus lenguas. El cielo se ha despejado y la luz del sol intensifica los tonos azulados de este mar agrietado de hielo. ¡¡No nos cansamos de observarlo!!
Muy cerca se encuentra otro sitio espectacular: la Playa de los Diamantes. Los bloques de hielo del glaciar, al desprenderse y llegar al mar suelen quedarse varados en las playas cercanas compuestas de arena negra. El contraste entre el blanco del hielo y el negro de la arena provoca la sensación de estar en otro planeta.
Nuestra última visita de hoy es la ciudad de Höfn, donde toda la marcha se aglutina en el supermercado. Por las calles apenas se ve gente y ni tan siquiera el puerto (que da nombre a la ciudad) es gran cosa. En lo que llevamos de viaje hemos podido constatar que los pueblos de Islandia carecen de ese toque multicolor que evocan las postales. Son localidades bastante sosas, con casas que parecen prefabricadas y carentes de adornos que hagan más amable un entorno tan inhóspito.
Seguimos recorriendo la N-1 rumbo al noreste, por donde algunas secciones de la carretera ni tan siquiera están asfaltadas... Poco a poco ya vamos entendiendo por qué los islandeses son tan ricos... ¡¡porque no se lo gastan!! Casas sencillas, carencia total de trenes, sólo carreteras de doble sentido, ausencia de restaurantes... ¡¡así pueden irse a Benidorm a todo trapo!!
Unos renos nos saludan cruzando la carretera y la noche cae mientras bordeamos varios fiordos. Poco a poco llegamos a Egilsstaðir, donde descansaremos hoy. Hoy ha sido un día que no olvidaremos nunca porque hemos visto sitios únicos. Durante el día pasamos frío... y durante la noche calor... ¡¡tiene glaciar!!
5 mar 2017
La costa sur
Lo reconozco... durante la noche me he despertado un par de veces y no he podido evitar la tentación de mirar por la ventana a ver si veía auroras, un cielo estrellado o, aunque sea, un ovni. Pero no ha habido suerte y es como si alzara la vista desde el balcón de Kareaga Behekoa, con un cielo parcialmente nuboso como el del cualquier otro lugar.
Con el despertador enloquecido, empezamos una bonita y ya despejada mañana de domingo. Cargamos el equipaje en el coche y antes de las ocho de la mañana ya estamos recorriendo la nacional uno. Nuestra primera parada es una la cascada Seljalandsfoss, donde dadas las horas esperamos no encontrar ningún turista. Sin embargo, las primeras asiáticas cirujanas ya están cámara en mano retratándose frente a esta hermosa caída de agua de 60 metros de alto. Se puede pasar por detrás de la cascada... pero algo nos dice que lo único que conseguiremos es llevarnos la cascada puesta de ser tan temerarios de intentarlo.
Nuestra segunda parada del día es Skógafoss, una de las cascadas más famosas del país. No gana en altura a la anterior que hemos visto, pero sí en anchura. Habíamos leído que, debido a la caída del agua siempre hay un arco iris y, efectivamente, podemos disfrutar del colorido efecto óptico. Subimos por una escalera por el lateral derecho hasta un mirador desde donde constatamos dos cosas. La primera es que donde estamos estuvo en algún momento la línea de costa y que ahora hasta el mar hay una llanura de 5 km. La segunda es que el gobierno de Islandia multa a los lentos que se salgan del camino indicado, pues en unos letreros pone claramente "Violators will be prosecuted by low". Pero qué pidieron los letreros, ¿por whatsapp?
Este país no es un lugar adonde vengan los turistas en masa, y, sin embargo, los sitios turísticos están bastante concurridos. Lo que ocurre es que casi todos turistas nos vamos encontrando peregrinando por los diferentes atractivos geográficos. Que si las chinas cirujanas, el holandés del objetivo, el coreano del abrigo y hasta unos catalanes majos, osea valencianos. Y cómo no, en la playa negra de Sólheimasandur no faltamos ninguno. Vamos todos en busca de los restos de un avión americano que se estrelló aquí en 1973 debido a que el piloto pensó que no tenía gasolina al usar el depósito equivocado. Algo mágico debe tener el lugar, pues no hubo víctimas.
Si la lava es el resultado más reconocido de los volcanes, las columnas de basalto son las más olvidadas. Estas formaciones adquieren una forma hexagonal que parece más bien tallada por la mano del hombre y, sin embargo, los raros lugares donde aparecen se convierten en lugares de obligada parada para que éste las admire.
Con tanta naturaleza nos ha empezado a apetecer un poco de asfalto, así que nuestra siguiente parada es en Vik, una urbe islandesa de tres calles. Cualquier núcleo urbano que tenga polideportivo, supermercado y gasolinera tiene el rango de capital de comarca.
Como dos personajes de Juego de Tronos, pasamos por paisajes que más bien parecen decorados. En Laufskalavarda vemos un jardín de piedras muy curioso, en una jardín más grande salpicado de mullidos musgos. En Fjaðrárgljúfur vemos la versión congelada de un cañón que ha de ser realmente hermoso en verano. Y en Dverghamrar disfrutamos con una segunda ración de caprichosas columnas basálticas.
El día ha sido largo y va siendo hora de recogernos para celebrar nuestro primer aniversario de casados. Si hace un año estábamos vestidos de gala disfrutando de un suculento menú en un gran restaurante, 365 días después estamos en bañador en una bañera termal rodeados de nieve, al lado de una bonita cabaña de madera donde degustamos un sencillo menú asiático. Pero estamos en Islandia, ¡¡que no es poco!!
Con el despertador enloquecido, empezamos una bonita y ya despejada mañana de domingo. Cargamos el equipaje en el coche y antes de las ocho de la mañana ya estamos recorriendo la nacional uno. Nuestra primera parada es una la cascada Seljalandsfoss, donde dadas las horas esperamos no encontrar ningún turista. Sin embargo, las primeras asiáticas cirujanas ya están cámara en mano retratándose frente a esta hermosa caída de agua de 60 metros de alto. Se puede pasar por detrás de la cascada... pero algo nos dice que lo único que conseguiremos es llevarnos la cascada puesta de ser tan temerarios de intentarlo.
Nuestra segunda parada del día es Skógafoss, una de las cascadas más famosas del país. No gana en altura a la anterior que hemos visto, pero sí en anchura. Habíamos leído que, debido a la caída del agua siempre hay un arco iris y, efectivamente, podemos disfrutar del colorido efecto óptico. Subimos por una escalera por el lateral derecho hasta un mirador desde donde constatamos dos cosas. La primera es que donde estamos estuvo en algún momento la línea de costa y que ahora hasta el mar hay una llanura de 5 km. La segunda es que el gobierno de Islandia multa a los lentos que se salgan del camino indicado, pues en unos letreros pone claramente "Violators will be prosecuted by low". Pero qué pidieron los letreros, ¿por whatsapp?
Este país no es un lugar adonde vengan los turistas en masa, y, sin embargo, los sitios turísticos están bastante concurridos. Lo que ocurre es que casi todos turistas nos vamos encontrando peregrinando por los diferentes atractivos geográficos. Que si las chinas cirujanas, el holandés del objetivo, el coreano del abrigo y hasta unos catalanes majos, osea valencianos. Y cómo no, en la playa negra de Sólheimasandur no faltamos ninguno. Vamos todos en busca de los restos de un avión americano que se estrelló aquí en 1973 debido a que el piloto pensó que no tenía gasolina al usar el depósito equivocado. Algo mágico debe tener el lugar, pues no hubo víctimas.
Y si hablamos de magia, los tres siguientes lugares no nos dejarán indiferentes: Dyrhólaey,
Reynisfjara y Reynisdrangar. Empezamos viendo unos arcos de piedra sobre el mar, subimos al faro para observalos mejor y hacia el otro lado vemos las tres rocas que evocan a tres trolls, esos personajes mitológicos que se convertían en piedra si veían la luz.
Reynisfjara y Reynisdrangar. Empezamos viendo unos arcos de piedra sobre el mar, subimos al faro para observalos mejor y hacia el otro lado vemos las tres rocas que evocan a tres trolls, esos personajes mitológicos que se convertían en piedra si veían la luz.
El origen volcánico de la arena contrasta con la espuma blanca de las olas del Atlántico. No es la primera playa de lava que vemos, pero sí es la más larga y con mejor perspectiva que hemos observado. En las Islas Canarias hay playas del estilo pero más modestas, claro que a una temperatura considerablemente más agradable que los dos grados negativos a los que estamos.
Si la lava es el resultado más reconocido de los volcanes, las columnas de basalto son las más olvidadas. Estas formaciones adquieren una forma hexagonal que parece más bien tallada por la mano del hombre y, sin embargo, los raros lugares donde aparecen se convierten en lugares de obligada parada para que éste las admire.
Con tanta naturaleza nos ha empezado a apetecer un poco de asfalto, así que nuestra siguiente parada es en Vik, una urbe islandesa de tres calles. Cualquier núcleo urbano que tenga polideportivo, supermercado y gasolinera tiene el rango de capital de comarca.
Como dos personajes de Juego de Tronos, pasamos por paisajes que más bien parecen decorados. En Laufskalavarda vemos un jardín de piedras muy curioso, en una jardín más grande salpicado de mullidos musgos. En Fjaðrárgljúfur vemos la versión congelada de un cañón que ha de ser realmente hermoso en verano. Y en Dverghamrar disfrutamos con una segunda ración de caprichosas columnas basálticas.
El día ha sido largo y va siendo hora de recogernos para celebrar nuestro primer aniversario de casados. Si hace un año estábamos vestidos de gala disfrutando de un suculento menú en un gran restaurante, 365 días después estamos en bañador en una bañera termal rodeados de nieve, al lado de una bonita cabaña de madera donde degustamos un sencillo menú asiático. Pero estamos en Islandia, ¡¡que no es poco!!
4 mar 2017
El Círculo Dorado
Nuestro viaje comienza en un coche negro con conductor vestido de mayordomo. No son ni las seis de la mañana y un transporte alternativo nos lleva hasta la terminal 2 del aeródromo madrileño, donde la primera prueba será pasar el control de seguridad con dignidad cuando nos pidan abrir las maletas y descubran que son más bien unas mini-despensas. Sin grandes sorpresas, llegamos a la puerta de embarque del vuelo de la compañía Norwegian que nos llevará hasta Keflavik: seguro que algún pasajero despistado descubrirá en algún momento que cuando abandone la aeronave no estará en el aeropuerto de la capital islandesa, limitado a vuelos domésticos, sino al aeropuerto internacional del país situado a 50 kilómetros.
Los rayos rosáceos del alba nos despiden de la ciudad mientras despegamos rumbo al norte. Una alfombra de nubes sobre el Atlántico nos acompaña durante las cuatro horas de vuelo, mientras constatamos que una buena parte de pasajeros lleva todo un arsenal culinario recién recargado en el Mercadona más cercano. Al fin y al cabo, Islandia es un país algo caro, y hay que ingeniárselas para reducir la factura.
A la hora esperada, se empieza a divisar el paisaje blanco del país nórdico. Un poco atónitos, vemos que la nieve llega hasta la mismísima costa, síntoma de que vamos a pasar más frío del que teníamos previsto. A medida que tomamos tierra no queda lugar a duda: nieve, nieve y más nieve. ¿Pero dónde está el páramo islandés casi desolado?
Ya en la terminal, encontramos a un larguirucho desaliñado que nos lleva hasta la oficina de alquiler de coches donde recogemos el Kia Río de color blanco que nos llevará por el también paisaje blanco. Aquí la nieve no es 'polvo', sino Neutrex. ¡¡Qué blancura!! Y qué peligro, porque el hielo traicionero ya nos ha empezado a enseñar que no nos podemos confiar al andar.
Sin perder ni un minuto, empezamos a recorrer Islandia. Hoy nos centraremos en la ruta conocida como el Círculo Dorado, la cual se compone de tres enclaves imprescindibles en cualquier visita al país: Þingvellir, Geysir y Gullfoss.
Þingvellir, por decirlo de alguna forma, es el origen del nacimiento de la nación Islandesa. En el año 930, el hijo de Ingólfur Arnarson, el primer colono de esta tierra, fundó aquí el primer alþing o parlamento del mundo. Aquí los 48 jefes de las diferentes regiones han debatido durante mil años cómo gobernar democráticamente el país. No hay ni edificios, ni mesas, ni tablets... sólo un entorno rocoso con cierto aire a hemiciclo. Aquí el coletas tendría su "vista alegre".
Los rayos rosáceos del alba nos despiden de la ciudad mientras despegamos rumbo al norte. Una alfombra de nubes sobre el Atlántico nos acompaña durante las cuatro horas de vuelo, mientras constatamos que una buena parte de pasajeros lleva todo un arsenal culinario recién recargado en el Mercadona más cercano. Al fin y al cabo, Islandia es un país algo caro, y hay que ingeniárselas para reducir la factura.
A la hora esperada, se empieza a divisar el paisaje blanco del país nórdico. Un poco atónitos, vemos que la nieve llega hasta la mismísima costa, síntoma de que vamos a pasar más frío del que teníamos previsto. A medida que tomamos tierra no queda lugar a duda: nieve, nieve y más nieve. ¿Pero dónde está el páramo islandés casi desolado?
Ya en la terminal, encontramos a un larguirucho desaliñado que nos lleva hasta la oficina de alquiler de coches donde recogemos el Kia Río de color blanco que nos llevará por el también paisaje blanco. Aquí la nieve no es 'polvo', sino Neutrex. ¡¡Qué blancura!! Y qué peligro, porque el hielo traicionero ya nos ha empezado a enseñar que no nos podemos confiar al andar.
Sin perder ni un minuto, empezamos a recorrer Islandia. Hoy nos centraremos en la ruta conocida como el Círculo Dorado, la cual se compone de tres enclaves imprescindibles en cualquier visita al país: Þingvellir, Geysir y Gullfoss.
Þingvellir, por decirlo de alguna forma, es el origen del nacimiento de la nación Islandesa. En el año 930, el hijo de Ingólfur Arnarson, el primer colono de esta tierra, fundó aquí el primer alþing o parlamento del mundo. Aquí los 48 jefes de las diferentes regiones han debatido durante mil años cómo gobernar democráticamente el país. No hay ni edificios, ni mesas, ni tablets... sólo un entorno rocoso con cierto aire a hemiciclo. Aquí el coletas tendría su "vista alegre".
Patrimonio de la Humanidad, Þingvellir no es sólo historia, sino también naturaleza. Aquí está la Almannagjá, la brecha de separación entre la placa tectónica americana y la eurasiática. Podríamos decir que, geológicamente hablando, nos estamos dando un paseo entre continentes... y, políticamente hablando, que Trump estaría deseoso de levantar aquí uno de sus muros.
Recorriendo este lugar, visitamos también la granja Þingvallabaer, con una iglesia de madera de 1840 llamada Þingvallakirkja, y un cementerio que parece un decorado de una película fantástica. El día es soleado y la luz blanca que irradia la nieve contrasta con el color marrón del acantilado rocoso, en donde visitamos la cascada del río Öxara.
El segundo lugar del Círculo Dorado es Geysir, pueblo que dio el nombre de géiser a las emanaciones espontáneas de agua en ebullición de la tierra. Ya al aproximarnos se pueden intuir las fumarolas de las diferentes calderas. Aunque en la actualidad el gran géiser que emanaba agua a 60 metros de altura se ha reducido a un estanque de agua hirviendo, el segundo géiser llamado Strokkur nos sorprende con sus repentinos lanzamientos de agua a unos 20 metros. No llevamos ni un día y ya constatamos que es una tierra de contrastes: estamos a cero grados y la tierra escupe agua a 100. ¡¡Y qué calentitas se quedan las manos al tocar el río que forma!! Y con menudo olor a huevo pasado de fecha...
Unos kilómetros nos separan de Gullfoss, nuestro tercer destino de hoy. Como los nombres son tan complicados no teníamos muy claro qué cataratas tocaban cada día. Sin referencias, al llegar y verla la sensación ha sido abrumadora: cataratas a diferentes niveles, una masa de agua en movimiento espectacular y un rugido sobrecogedor, adornados con los diferentes matices de color del hielo y del agua. Simplemente, impresionante.
Poco a poco el sol se va poniendo, así que, para evitar rodar los neumáticos de invierno sobre las sencillas carreteras islandesas, nos dirigimos a Hvolsvöllur, donde nos alojaremos en un apartamento. Será el frío del día, el suelo irradiante o la actividad geotermal... ¡¡pero hace tanto calor que dormimos con la ventana abierta!! Y así de paso igual hasta vemos una aurora si alguien se acuerda de darle al botón de encendido.
3 mar 2017
Introducción y ruta
En Madrid llueve, hace frío y el día está desapacible. Con este panorama, ¿quién no soñaría con irse a una isla a disfrutar del buen tiempo? Pues resulta que mañana vamos a volar a una isla pero para disfrutar del "mal" tiempo, porque... ¡¡nos vamos a Islandia!!
El "país del hielo" tiene ese aire nostálgico, extremo e inquietante; pero a la vez genera una sensación de amplitud, sosiego y relajante soledad. Es difícil de explicar, pero desde siempre nos ha atraído este país tan frío como lejano. De hecho, rozando el círculo polar ártico, marcaremos nuestro récor de la mayor latitud positiva a la que jamás hayamos estado.
Acostumbrados a viajes con una buena dósis de contenido cultural... ¿qué vamos a hacer allí? Pues, sobre todo, disfrutar de su intensa naturaleza: impresionantes cascadas, playas volcánicas y accidentes geográficos únicos formarán el cóctel de paisajes que nos acompañarán a lo largo del viaje. Y no sólo nos sorprenderán sus tierras, sino también su cielo: ¿cuántas auroras boreales conseguiremos cazar con nuestras retinas?
Nuestra ruta transcurrirá a lo largo de la única carretera que recorre todo el país, conocida como la Ring Road debido a su carácter circular. En nuestro camino... ¿Veremos a los simpáticos frailecillos? ¿Degustaremos skyr, el famoso yogur islandes? ¿Nos cruzaremos con Björk?
Lo que tenemos claro es que éste será el primer viaje del que no podamos nombrar los sitios que vamos a visitar a nuestro regreso. ¿O alguien es capaz de leer con naturalidad el nombre del volcán que puso en jaque el espacio aéreo europeo hace unos años 'Eyjafjallajökull'?
¡¡Coged una manta y disfrutad de este viaje escalofriante!!
El "país del hielo" tiene ese aire nostálgico, extremo e inquietante; pero a la vez genera una sensación de amplitud, sosiego y relajante soledad. Es difícil de explicar, pero desde siempre nos ha atraído este país tan frío como lejano. De hecho, rozando el círculo polar ártico, marcaremos nuestro récor de la mayor latitud positiva a la que jamás hayamos estado.
Acostumbrados a viajes con una buena dósis de contenido cultural... ¿qué vamos a hacer allí? Pues, sobre todo, disfrutar de su intensa naturaleza: impresionantes cascadas, playas volcánicas y accidentes geográficos únicos formarán el cóctel de paisajes que nos acompañarán a lo largo del viaje. Y no sólo nos sorprenderán sus tierras, sino también su cielo: ¿cuántas auroras boreales conseguiremos cazar con nuestras retinas?
Nuestra ruta transcurrirá a lo largo de la única carretera que recorre todo el país, conocida como la Ring Road debido a su carácter circular. En nuestro camino... ¿Veremos a los simpáticos frailecillos? ¿Degustaremos skyr, el famoso yogur islandes? ¿Nos cruzaremos con Björk?
Lo que tenemos claro es que éste será el primer viaje del que no podamos nombrar los sitios que vamos a visitar a nuestro regreso. ¿O alguien es capaz de leer con naturalidad el nombre del volcán que puso en jaque el espacio aéreo europeo hace unos años 'Eyjafjallajökull'?
¡¡Coged una manta y disfrutad de este viaje escalofriante!!
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