29 ago 2018

Un día de 30 horas

¿Será ya la hora? El despertador dice que son las tres de la mañana. ¿Será ya la hora? El móvil dice que son las tres y media. ¿Será ya la hora? Pablo dice "son las cuatro y no puedes dormir tampoco, ¿verdad?". Realmente no hay motivos para estar intranquilos porque el vuelo no sale hasta la una, y nos daría tiempo a limpiar la casa, poner dos lavadoras y ordenar el trastero... y nos sobraría para darnos un paseo por el polígono y conseguir un spa de Siente el Verano.

Finalmente el momento de cargar las mochilas llega y nos ponemos rumbo al aeropuerto, adonde llegaremos en cercanías. Pero antes hacemos un alto en el camino en Chamartín, donde cambiamos euros por yuanes chinos gracias a Banca Wallapop y a que a un pijotorro le sobraron billetes de su estancia en el gigante asiático. Demostrado: a quien madruga, Wallapop ayuda.

Ya en el aeropuerto, decidimos no facturar para ahorrar tiempo en destino, y con bastante agilidad pasamos todos los controles. Nos da tiempo incluso a desayunar e ir tranquilamente hasta la terminal cuatro satélite, donde está la puerta de embarque. Como era de esperar, la mayoría de gente esperando es china, y los occidentales se reducen como mucho a un par de decenas. Siguiendo lo esperado, los chinos están un poco descontrolados, y no mantienen el orden en las tres colas que una azafata de Iberia se esfuerza en organizar. Pero, para nuestra sorpresa, en poco tiempo está todo el pasaje a bordo del A330 y gobierna el silencio. Tan sólo suena la música de la Marujita Díaz china de un hombre que está sentado detrás... El führercito Pablo se lo hace saber a la azafata, quién le pide al hombre que deponga su actitud... y resulta que no había conectado bien los cascos.


No sé qué tiene la comida de los aviones, pero nos gusta. Quizá sea el efecto sorpresa, quizá el que venga todo en cajitas, o simplemente sea hambre. Pero disfrutamos con esos pequeños bocados gastronómicos mezclados con la tensión de que no se te caiga encima la bebida en una turbulencia. Curiosamente, lo que sí que se me cae es un tenedor de metal... directo a la mochila. Es muy feo "derrobar", pero cualquiera que se ponga en la situación de que va a tener que comer con palillos durante dieciocho días, seguro que se traería un electroimán para llevarse el preciado cubierto si fuera necesario.

Aprendemos una nueva palabra en chino: Té se dice "Ta". Como té en inglés se pronuncia "ti", el reparto de esta bebida parece un capítulo de Barrio Sésamo, ya que la azafata se pasea diciendo "ta, te, ti...", "to tú ¡¡tómatelo!!" le falta decir.

La paz y la velocidad de crucero gobiernan el avión. A mí se me saltan las lágrimas al entrar en Rusia... eh, pero no porque ahora los rusos me caigan bien, sino simplemente porque me he emocionado viendo la película El Gran Showman... ¡¡es muy bonita!! Una azafata nos ha recomendado dormir, y sabiendo que es una profesional del jet-lag, intentamos seguir su sabio consejo... pero nada, que hoy el sueño no es lo nuestro. Como vamos hacia el este la noche ha llegado enseguida; encima está nublado, así que tampoco podemos aplicar nuestro nuevo juego de palabras "ay si en Iberia se viera Siberia". Pero al menos nos entretenemos yendo a la cola del avión, donde Pablo ha descubierto que hay barra libre de sándwiches y zumos: uno cae en Rusia, otro en Mongolia, otro en China... ¡¡e Iberia cae en bolsa!!

De doce horas y media de vuelo habremos dormido unas tres. Y se acaban las oportunidades al tocar suelo en el Aeropuerto Internacional de Pudong. El sueño se nos habrá resistido, pero lo que es pasar aeropuertos se ve que se nos da fenomenal; porque en un cuarto de hora ya hemos cruzado el control de pasaportes y estamos fuera. También es coser y cantar llegar a la ventanilla del Maglev, el tren que nos lleva hasta la ciudad. Bueno, lo de tren será porque imita su forma, porque el sistema es totalmente distinto. Resulta que se crea un campo magnético que hace que el tren literalmente flote. Y claro, el que no toque el suelo hace que no haya rozamiento, y esto le permite precisamente ser el tren comercial más rápido del mundo. Alcanza los 430 kilómetros por hora, aunque depende de la franja del día... y justo el nuestro va "sólo" a 300 km/h. En siete minutos llegamos a la ciudad, donde tenemos nuestro primer contacto fuera de los estándares internacionales aeroportuarios. Ahora sí, estamos en Shanghái.

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