30 ago 2018

Shanghái: antigua y moderna

Son poco más de las ocho de la mañana y al salir al exterior la primera sensación es de mucho calor y de mucha humedad. Estamos muy cerca de la costa, y eso hace que la sensación térmica sea de 38 grados, cuando realmente estaremos a unos 30. Por ahora vamos a seguir salvando el calor, porque entramos en el metro y con el aire acondicionado se está muy a gusto. El personal no sabe inglés, pero conseguimos sin problemas el billete que por menos de seis euros nos permitirá viajar todo lo que queramos en el suburbano durante tres días. Nuestra primera impresión es que está muy bien organizado: amplios pasillos, bien indicado (también en inglés) y con controles de seguridad para acceder a los andenes. A pesar de haber mucha gente, reina el silencio y el orden: casi todo el mundo va con cascos y mirando el móvil.

En poco tiempo llegamos a la estación de tren de Shanghái, donde tenemos nuestro hotel. Pero primero tenemos nuestro primer desafío: recoger los billetes de tren. Cuando estuvimos preparando el viaje vimos que era imposible comprar los billetes de tren por internet, a no ser que supieras chino y tuvieses una tarjeta de crédito china. Así que los compramos mediante una agencia que se encargó de todo. Eso sí, hay que recogerlos presencialmente, ya que es necesario el billete físico para poder acceder a los trenes. Y claro, ¡¡en la estación está todo en chino!! Pues nada, nos dirigimos a una ventanilla y le damos las ocho reservas... y todo sale bien a la primera. La segunda prueba es comprar uno de los billetes de corta distancia que necesitamos. Como ya nos imaginamos que no nos lo iban a poner fácil, nos hicimos una hoja con el google translator, asegurándonos de no poner ninguna locura. Se la enseñamos al taquillero y, tras una indiscreta sonrisa, nos emite y cobra los billetes que queríamos. ¡¡Esto está chupado!!

Orgullosos por haber superado nuestra primera prueba, nos venimos arriba y nos lanzamos a comprar unas bebidas y un snack. Como bebida nos cogemos una Fanta de fresa y un té de melocotón; el primero sabe azucarado, pero pasable; el segundo sabe a fregado de Tenn con esencia de melocotón servida en suelo mojado. En cuanto al snack, llego a la conclusión de que son brochetitas de ternera en aceite picante, que nos dejan bien lijado el esófago.

Continuamos caminando dirección al hotel y no damos, literalmente, crédito a lo que ven nuestros ojos: hay un mercado internacional de ópticos que seguro sólo admiten efectivo. Es decir, como una especie de centro comercial sólo para comprar gafas. Empiezo a pensar que cuando Pablo bromeaba con que hay ciudades en China especializadas en hacer una única letra del teclado, es verdad.

Y llegamos al hotel, un Holiday Inn Expréss con muy buena pinta. Nos dan una habitación en la planta 17, con bonitas vistas a la ciudad, bien decorada y muy confortable. Saber que descansaremos como es debido nos alivia después del viaje a India del año pasado. Y ahora sí, empezamos a recorrer la ciudad.

El primer lugar al que nos dirigimos es la Plaza del Pueblo, el centro neurálgico de la ciudad. En esta plaza ajardinada se encuentra el Ayuntamiento, el Museo y el Gran Teatro, en el cual se está representando una obra titulada El Quijote. Ya hay un McDonald's, así que con poner una tienda de espadas y de mazapanes, la podrían rebautizar como Zocodover.

Paseamos hasta Nanjing Road, una calle peatonal repleta de tiendas. Pero antes, no podemos resistirnos a meternos en un centro comercial llamado New World City, que tiene unos ascensores panorámicos. Los cristales no los tienen muy limpios, pero disfrutamos de unas bonitas vistas y encima gratis.

Nanjing Road es un templo de compras para todos los bolsillos: desde tiendas tipo Ale-Hop versión china, hasta centros comerciales con todas las marcas más caras del mercado (Gucci, Fendi, Chanel, ... aunque falta modas Memphis). También hay una buena oferta gastronómica, y, curioseando un poco acabamos en una especie de centro comercial de cuatro plantas llenas de restaurantes. Con tantos aromas se nos despierta el apetito, así que, no lo dudamos y entramos a un restaurante chino (dadas las circunstancias) donde tienen la carta con fotos, lo cual resulta muy práctico cuando todo te suena a chino (también dadas las circunstancias). Y oye, la comida estaba muy rica: unos noodles con pollo y arroz con ternera. Y para beber, una Coca-Cola y un Sprite... donde descubrimos que en las latas lo pone sólo en chino, es decir, que no aparecen los logotipos habituales que ponen en el resto de partes del mundo.

En las últimas 30 horas habremos dormido unas seis horas; y eso, junto al calorcito y que la digestión están empezando a hacer mella, hace que empezamos a tener mucho, pero mucho sueño: cada vez que me siento me quedo dormido y cada vez que me despierto me acuerdo de la azafata de Iberia y de su sabio consejo. Pero claro, te ponen el skyline de Pundong delante, con el que tanto tiempo has soñado y se te pasan todos los males: es sencillamente precioso. Destaca por un lado la Perla de Oriente y sus esferas rosadas, uno de los observatorios y antena de comunicación más bonitas del mundo; por otro destaca la Shanghai Tower, que con sus 632 metros de altura es el edificio más alto de China. Es algo que no puedes dejar de ver desde el otro lado del río Huangpu. 

Si Pudong es modernidad y edificios en altura, el lado del río en el que estamos se caracteriza por todo lo contrario: historia y arquitectura clásica. Estamos en la zona que se conoce como "The Bund", un paseo con más de cincuenta edificios de la época británica, donde los países más importantes de Europa establecieron oficinas y bancos para el comercio entre Europa y el este asiático. No es por nada, pero a mí me recuerda bastante al puerto de Liverpool...

Estamos ya un poco zombis, pero la ciudad es tan bonita que nos resistimos a irnos a descansar. Así que, nos acercamos a Yuyuan, donde se encuentra lo que se supone que son las calles del Shanghái tradicional. Es un lugar realmente bonito, ya que la arquitectura de los edificios es la típicamente china. Pero parece que está tan restaurado, tan lleno de tiendas y restaurantes, y con tantas lucecitas, que da la sensación de ser artificial. Aún así, es un sitio de obligada visita, porque la verdad es que es muy bonito. Además, al lado están los jardines de Yuyuan que visitaremos mañana, por lo que seguro que nos damos otro paseo cuando estemos más frescos.

En la guía habíamos leído que hay un sitio donde dan unos masajes estupendos por un precio muy razonable: 45 minutos por unos 10 euros. Son las seis de la tarde y ya está anocheciendo, así que, ¿por qué no probar un masaje chino? Al llegar el sitio no parece gran cosa, e incluso la recepcionista nos trata con señas sin prestarnos mucho caso. Nos dice que vayamos a una sala donde hay dos con un masaje de espalda y otros dos con masaje de pies. Aparecen dos hombres de avanzada edad que nos indican que nos tumbemos. Yo no sé si nos va a hacer un masaje o a azotar por ser occidentales. El hombre empieza haciendo como unos pellizcos relajantes... para pasar a meter el dedo en todos y cada uno de los músculos de la espalda, descubriendo los innumerables dolores que no sabía que tenía. Cuando creo que ya no puede hacerme más daño, resulta que empieza a utilizar su brazo como si de un rodillo se tratara... y como si mi espalda fuera un trozo de masa de pan. Hay momentos en los que es imposible evitar un pequeño grito. Iba a ser sólo masaje de espalda... pero pasa también por el trasero, piernas y pies, sintiendo alivio y dolor a la vez. Cuando termina me mira como diciéndome "has superado la prueba, pero tienes la espalda como un cromo". Con Pablo no han sido más benévolos... pero oye, al salir del local nos encontramos genial, sin dolores y con más energía. Hasta podríamos decir que ha sido un "masaje Maglev", porque tenemos la sensación de flotar y estar más ligeros.

De camino al hotel, cenamos en la estación de trenes; y para ser el primer día, vamos un poco a lo loco. Entramos en un restaurante que tiene buena pinta y pedimos los platos que más apetitosos nos aparecen en las fotos. Cuál es nuestra sorpresa cuando vemos que con los platos te ponen también una sopa y un buen trozo de tofu en un pequeño tupper. Al destapar la sopa veo que es un aguachirri de color negro con tropiezos que parecen bambú o algo así. Ya sólo por el color sentencio que eso no entrará en mí, pero Pablo es más valiente y puede con la mitad. El resto, todo muy sabroso y rico. Por lo que estamos viendo, la comida está bastante bien, pero como en todos los sitios hay sorpresas para los foráneos... ¿o acaso pensáis que a los turistas les parece normal comer callos, morcilla o hígado cuando se lo sirven en España?

1 comentario:

  1. Jon,Garbiñe,Unai,Maider.1 de septiembre de 2018, 0:16

    Yo amo los callos, la morcilla de Burgos y los garbanzos...Lo siento, no me vais a convencer je,je...
    Disfrutad de vuestro viaje chicos....

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