Nuestra primera visita son los Jardines de Yuyuán, adonde acudimos nada más abrir. No hay aún muchos turistas y está todo bastante tranquilo. Estos jardines, construidos por un funcionario del siglo XVI, son unos de los más bonitos del país. Hay muchos pabellones, árboles y pequeños canales que lo convierten en un lugar muy agradable. Justo al lado de la salida de los jardines, hay un puente en forma de nueve zigzags. Según cuenta la leyenda, se construían los puentes así porque los malos espíritus sólo saben andar en línea recta. Es algo que no acabamos de entender, porque con esa forma se conseguiría tan sólo cansarlos ya que tras una secuencia de rectas conseguirían entrar; ¿no hubiese sido mejor construirlo en curva?
Muy cerca de los jardines Yuyuán, justo en el centro del histórico Shanghái, se encuentra el Templo del Dios de la Ciudad. En él se puede ver el Dios propiamente dicho, así como los guardianes que lo custodian. Una cosa que nos llama la atención es que hay muchas ofrendas de comida: dejan fruta y pastelitos, quizá para que el Dios les proteja o simplemente para que no pase hambre.
Después del desayuno del hotel en que hemos mezclado un poco de todo, lo que tenemos es mucha sed. Así que optamos por tomarnos un zumito de coco, y para el cual tenemos que pedir expresamente que nos den hielo. Parece ser que a los chinos no les gustan las bebidas muy frías y hay que pedir un par de hielitos para que esté más a nuestro gusto. También caemos en la tentación de tomarnos unos botes que hemos visto ya muchas veces, y que contienen yogur. Está muy rico, pero, al fin y al cabo es yogur.
Para movernos por la ciudad utilizamos el metro. Hay unas 16 líneas, bien indicadas y bastante fáciles de entender. El espacio vital para los chinos debe de ser de tres milímetros, porque dentro de los vagones y al entrar y salir se forman grandes masas de gente. Es cierto que no esperan a que unos salgan para entrar y que es un poco la ley del más rápido. Pero resulta ser un caos bastante organizado, porque no hay empujones, ni gritos, ni ruido. De hecho, es sorprendentemente tranquilo para la cantidad de gente que se puede concentrar. Eso sí, según la estadística de Pablo, seis de cada siete chinos van mirando la pantalla del móvil... y aún así, no se chocan. ¡¡Están desarrollando un sexto sentido!!
Nuestra siguiente parada es el Túnel Panorámico del Bund. Se trata de un túnel bajo el agua que une las dos orillas del Huangpu, el cual se recorre en unas cabinas mientras vas viendo unas luces de colores como si fuera "el pasaje del terror" en bonito. Cuesta unos seis euros, y, sinceramente no le llegamos a ver la gracia, porque dura unos tres minutos y ves lo prometido: lucecitas de colores.
Si ayer veíamos el distrito financiero de Pudong, hoy vemos el lado contrario: "The Bund", la antigua zona comercial y económica de la época británica. También hoy vemos con perspectiva el hotel Peace, el que tiene la pirámide en la parte superior, y donde ayer nos colamos para ver el hall y los salones de la planta baja. ¡¡Lujo oriental!!
Ya que estamos en Pudong, aprovechamos también para dar un paseo cerca de sus rascacielos. Vistos de cerca son más impresionantes si cabe. Aunque siempre se suelen fotografiar los famosos, resulta que hay un montón de tamaños más modestos. Descubrimos también que hay varios centros comerciales en las plantas bajas... ¿Pero cuántas tiendas de Gucci hay en esta ciudad? Se van a terminar comprando la marca italiana y rebautizándola como 'Gu-Chi'; o Versace como Versa-Cheng; o Chanel como Chang-chel.
Y la verdad es que tampoco estaría muy desencaminado: en China hay muchos mercados donde te venden imitaciones de marcas internacionales. Uno de los más famosos de Shanghái es el Pearl Market, donde se pueden comprar imitaciones de bolsos, ropa y relojes. El sitio es un tanto cutre, ya que es un mercado subterráneo donde hay multitud de puestos que intentan atraerte para que les compres un Vuitton a buen precio. Como tampoco sentimos la necesidad de comprar imitaciones de firmas creadas para gente que no sabe qué hacer con el dinero, nos entretenemos comprando un trípode para la cámara y una bandolera de cuero sin marca. Pero la verdad sea dicha, venir aquí es una visita obligada: se pelean por ti y todos intentan meterte a su tienda. Pablo decide imitar a una tendera diciéndome "mira, mira" y ésta, medio en broma, decide reimitarse a sí misma, casi obligándome a que entre. Ha sido muy divertido, aunque llega un momento que hasta te dan pena, porque en cuanto ven a un occidental le empiezan a decir "bag? watch?" y te enseñan un pequeño catálogo.
Cambiamos totalmente de tercio y vamos a ver lo que queda de la Expo de Shanghái de 2010. Básicamente se ha quedado un pabellón que ahora es un centro de Exposiciones y Ferias, el paseo que ahora es un centro comercial, y el pabellón de China que ahora es el Museo de China. Pensábamos que iba a tener más cosas para ver, pero descubrimos que ahora es más bien un centro empresarial.
Para cenar, decidimos volver a los Jardines de Yuyuán, ya que también queremos ver los edificios iluminados. Comemos unos dumplings (empanadillas) rellenas de carne, otras de verduras y una especie de rollitos. Está todo muy rico, pero al ser un sitio muy turístico resulta algo caro... pero si está lleno, ¿será por algo, no?
31 ago 2018
30 ago 2018
Shanghái: antigua y moderna
Son poco más de las ocho de la mañana y al salir al exterior la primera sensación es de mucho calor y de mucha humedad. Estamos muy cerca de la costa, y eso hace que la sensación térmica sea de 38 grados, cuando realmente estaremos a unos 30. Por ahora vamos a seguir salvando el calor, porque entramos en el metro y con el aire acondicionado se está muy a gusto. El personal no sabe inglés, pero conseguimos sin problemas el billete que por menos de seis euros nos permitirá viajar todo lo que queramos en el suburbano durante tres días. Nuestra primera impresión es que está muy bien organizado: amplios pasillos, bien indicado (también en inglés) y con controles de seguridad para acceder a los andenes. A pesar de haber mucha gente, reina el silencio y el orden: casi todo el mundo va con cascos y mirando el móvil.
En poco tiempo llegamos a la estación de tren de Shanghái, donde tenemos nuestro hotel. Pero primero tenemos nuestro primer desafío: recoger los billetes de tren. Cuando estuvimos preparando el viaje vimos que era imposible comprar los billetes de tren por internet, a no ser que supieras chino y tuvieses una tarjeta de crédito china. Así que los compramos mediante una agencia que se encargó de todo. Eso sí, hay que recogerlos presencialmente, ya que es necesario el billete físico para poder acceder a los trenes. Y claro, ¡¡en la estación está todo en chino!! Pues nada, nos dirigimos a una ventanilla y le damos las ocho reservas... y todo sale bien a la primera. La segunda prueba es comprar uno de los billetes de corta distancia que necesitamos. Como ya nos imaginamos que no nos lo iban a poner fácil, nos hicimos una hoja con el google translator, asegurándonos de no poner ninguna locura. Se la enseñamos al taquillero y, tras una indiscreta sonrisa, nos emite y cobra los billetes que queríamos. ¡¡Esto está chupado!!
Orgullosos por haber superado nuestra primera prueba, nos venimos arriba y nos lanzamos a comprar unas bebidas y un snack. Como bebida nos cogemos una Fanta de fresa y un té de melocotón; el primero sabe azucarado, pero pasable; el segundo sabe a fregado de Tenn con esencia de melocotón servida en suelo mojado. En cuanto al snack, llego a la conclusión de que son brochetitas de ternera en aceite picante, que nos dejan bien lijado el esófago.
Continuamos caminando dirección al hotel y no damos, literalmente, crédito a lo que ven nuestros ojos: hay un mercado internacional de ópticos que seguro sólo admiten efectivo. Es decir, como una especie de centro comercial sólo para comprar gafas. Empiezo a pensar que cuando Pablo bromeaba con que hay ciudades en China especializadas en hacer una única letra del teclado, es verdad.
Y llegamos al hotel, un Holiday Inn Expréss con muy buena pinta. Nos dan una habitación en la planta 17, con bonitas vistas a la ciudad, bien decorada y muy confortable. Saber que descansaremos como es debido nos alivia después del viaje a India del año pasado. Y ahora sí, empezamos a recorrer la ciudad.
El primer lugar al que nos dirigimos es la Plaza del Pueblo, el centro neurálgico de la ciudad. En esta plaza ajardinada se encuentra el Ayuntamiento, el Museo y el Gran Teatro, en el cual se está representando una obra titulada El Quijote. Ya hay un McDonald's, así que con poner una tienda de espadas y de mazapanes, la podrían rebautizar como Zocodover.
Paseamos hasta Nanjing Road, una calle peatonal repleta de tiendas. Pero antes, no podemos resistirnos a meternos en un centro comercial llamado New World City, que tiene unos ascensores panorámicos. Los cristales no los tienen muy limpios, pero disfrutamos de unas bonitas vistas y encima gratis.
Nanjing Road es un templo de compras para todos los bolsillos: desde tiendas tipo Ale-Hop versión china, hasta centros comerciales con todas las marcas más caras del mercado (Gucci, Fendi, Chanel, ... aunque falta modas Memphis). También hay una buena oferta gastronómica, y, curioseando un poco acabamos en una especie de centro comercial de cuatro plantas llenas de restaurantes. Con tantos aromas se nos despierta el apetito, así que, no lo dudamos y entramos a un restaurante chino (dadas las circunstancias) donde tienen la carta con fotos, lo cual resulta muy práctico cuando todo te suena a chino (también dadas las circunstancias). Y oye, la comida estaba muy rica: unos noodles con pollo y arroz con ternera. Y para beber, una Coca-Cola y un Sprite... donde descubrimos que en las latas lo pone sólo en chino, es decir, que no aparecen los logotipos habituales que ponen en el resto de partes del mundo.
En las últimas 30 horas habremos dormido unas seis horas; y eso, junto al calorcito y que la digestión están empezando a hacer mella, hace que empezamos a tener mucho, pero mucho sueño: cada vez que me siento me quedo dormido y cada vez que me despierto me acuerdo de la azafata de Iberia y de su sabio consejo. Pero claro, te ponen el skyline de Pundong delante, con el que tanto tiempo has soñado y se te pasan todos los males: es sencillamente precioso. Destaca por un lado la Perla de Oriente y sus esferas rosadas, uno de los observatorios y antena de comunicación más bonitas del mundo; por otro destaca la Shanghai Tower, que con sus 632 metros de altura es el edificio más alto de China. Es algo que no puedes dejar de ver desde el otro lado del río Huangpu.
Si Pudong es modernidad y edificios en altura, el lado del río en el que estamos se caracteriza por todo lo contrario: historia y arquitectura clásica. Estamos en la zona que se conoce como "The Bund", un paseo con más de cincuenta edificios de la época británica, donde los países más importantes de Europa establecieron oficinas y bancos para el comercio entre Europa y el este asiático. No es por nada, pero a mí me recuerda bastante al puerto de Liverpool...
Estamos ya un poco zombis, pero la ciudad es tan bonita que nos resistimos a irnos a descansar. Así que, nos acercamos a Yuyuan, donde se encuentra lo que se supone que son las calles del Shanghái tradicional. Es un lugar realmente bonito, ya que la arquitectura de los edificios es la típicamente china. Pero parece que está tan restaurado, tan lleno de tiendas y restaurantes, y con tantas lucecitas, que da la sensación de ser artificial. Aún así, es un sitio de obligada visita, porque la verdad es que es muy bonito. Además, al lado están los jardines de Yuyuan que visitaremos mañana, por lo que seguro que nos damos otro paseo cuando estemos más frescos.
En la guía habíamos leído que hay un sitio donde dan unos masajes estupendos por un precio muy razonable: 45 minutos por unos 10 euros. Son las seis de la tarde y ya está anocheciendo, así que, ¿por qué no probar un masaje chino? Al llegar el sitio no parece gran cosa, e incluso la recepcionista nos trata con señas sin prestarnos mucho caso. Nos dice que vayamos a una sala donde hay dos con un masaje de espalda y otros dos con masaje de pies. Aparecen dos hombres de avanzada edad que nos indican que nos tumbemos. Yo no sé si nos va a hacer un masaje o a azotar por ser occidentales. El hombre empieza haciendo como unos pellizcos relajantes... para pasar a meter el dedo en todos y cada uno de los músculos de la espalda, descubriendo los innumerables dolores que no sabía que tenía. Cuando creo que ya no puede hacerme más daño, resulta que empieza a utilizar su brazo como si de un rodillo se tratara... y como si mi espalda fuera un trozo de masa de pan. Hay momentos en los que es imposible evitar un pequeño grito. Iba a ser sólo masaje de espalda... pero pasa también por el trasero, piernas y pies, sintiendo alivio y dolor a la vez. Cuando termina me mira como diciéndome "has superado la prueba, pero tienes la espalda como un cromo". Con Pablo no han sido más benévolos... pero oye, al salir del local nos encontramos genial, sin dolores y con más energía. Hasta podríamos decir que ha sido un "masaje Maglev", porque tenemos la sensación de flotar y estar más ligeros.
De camino al hotel, cenamos en la estación de trenes; y para ser el primer día, vamos un poco a lo loco. Entramos en un restaurante que tiene buena pinta y pedimos los platos que más apetitosos nos aparecen en las fotos. Cuál es nuestra sorpresa cuando vemos que con los platos te ponen también una sopa y un buen trozo de tofu en un pequeño tupper. Al destapar la sopa veo que es un aguachirri de color negro con tropiezos que parecen bambú o algo así. Ya sólo por el color sentencio que eso no entrará en mí, pero Pablo es más valiente y puede con la mitad. El resto, todo muy sabroso y rico. Por lo que estamos viendo, la comida está bastante bien, pero como en todos los sitios hay sorpresas para los foráneos... ¿o acaso pensáis que a los turistas les parece normal comer callos, morcilla o hígado cuando se lo sirven en España?
En poco tiempo llegamos a la estación de tren de Shanghái, donde tenemos nuestro hotel. Pero primero tenemos nuestro primer desafío: recoger los billetes de tren. Cuando estuvimos preparando el viaje vimos que era imposible comprar los billetes de tren por internet, a no ser que supieras chino y tuvieses una tarjeta de crédito china. Así que los compramos mediante una agencia que se encargó de todo. Eso sí, hay que recogerlos presencialmente, ya que es necesario el billete físico para poder acceder a los trenes. Y claro, ¡¡en la estación está todo en chino!! Pues nada, nos dirigimos a una ventanilla y le damos las ocho reservas... y todo sale bien a la primera. La segunda prueba es comprar uno de los billetes de corta distancia que necesitamos. Como ya nos imaginamos que no nos lo iban a poner fácil, nos hicimos una hoja con el google translator, asegurándonos de no poner ninguna locura. Se la enseñamos al taquillero y, tras una indiscreta sonrisa, nos emite y cobra los billetes que queríamos. ¡¡Esto está chupado!!
Orgullosos por haber superado nuestra primera prueba, nos venimos arriba y nos lanzamos a comprar unas bebidas y un snack. Como bebida nos cogemos una Fanta de fresa y un té de melocotón; el primero sabe azucarado, pero pasable; el segundo sabe a fregado de Tenn con esencia de melocotón servida en suelo mojado. En cuanto al snack, llego a la conclusión de que son brochetitas de ternera en aceite picante, que nos dejan bien lijado el esófago.
Continuamos caminando dirección al hotel y no damos, literalmente, crédito a lo que ven nuestros ojos: hay un mercado internacional de ópticos que seguro sólo admiten efectivo. Es decir, como una especie de centro comercial sólo para comprar gafas. Empiezo a pensar que cuando Pablo bromeaba con que hay ciudades en China especializadas en hacer una única letra del teclado, es verdad.
Y llegamos al hotel, un Holiday Inn Expréss con muy buena pinta. Nos dan una habitación en la planta 17, con bonitas vistas a la ciudad, bien decorada y muy confortable. Saber que descansaremos como es debido nos alivia después del viaje a India del año pasado. Y ahora sí, empezamos a recorrer la ciudad.
El primer lugar al que nos dirigimos es la Plaza del Pueblo, el centro neurálgico de la ciudad. En esta plaza ajardinada se encuentra el Ayuntamiento, el Museo y el Gran Teatro, en el cual se está representando una obra titulada El Quijote. Ya hay un McDonald's, así que con poner una tienda de espadas y de mazapanes, la podrían rebautizar como Zocodover.
Paseamos hasta Nanjing Road, una calle peatonal repleta de tiendas. Pero antes, no podemos resistirnos a meternos en un centro comercial llamado New World City, que tiene unos ascensores panorámicos. Los cristales no los tienen muy limpios, pero disfrutamos de unas bonitas vistas y encima gratis.
En las últimas 30 horas habremos dormido unas seis horas; y eso, junto al calorcito y que la digestión están empezando a hacer mella, hace que empezamos a tener mucho, pero mucho sueño: cada vez que me siento me quedo dormido y cada vez que me despierto me acuerdo de la azafata de Iberia y de su sabio consejo. Pero claro, te ponen el skyline de Pundong delante, con el que tanto tiempo has soñado y se te pasan todos los males: es sencillamente precioso. Destaca por un lado la Perla de Oriente y sus esferas rosadas, uno de los observatorios y antena de comunicación más bonitas del mundo; por otro destaca la Shanghai Tower, que con sus 632 metros de altura es el edificio más alto de China. Es algo que no puedes dejar de ver desde el otro lado del río Huangpu.
Si Pudong es modernidad y edificios en altura, el lado del río en el que estamos se caracteriza por todo lo contrario: historia y arquitectura clásica. Estamos en la zona que se conoce como "The Bund", un paseo con más de cincuenta edificios de la época británica, donde los países más importantes de Europa establecieron oficinas y bancos para el comercio entre Europa y el este asiático. No es por nada, pero a mí me recuerda bastante al puerto de Liverpool...
Estamos ya un poco zombis, pero la ciudad es tan bonita que nos resistimos a irnos a descansar. Así que, nos acercamos a Yuyuan, donde se encuentra lo que se supone que son las calles del Shanghái tradicional. Es un lugar realmente bonito, ya que la arquitectura de los edificios es la típicamente china. Pero parece que está tan restaurado, tan lleno de tiendas y restaurantes, y con tantas lucecitas, que da la sensación de ser artificial. Aún así, es un sitio de obligada visita, porque la verdad es que es muy bonito. Además, al lado están los jardines de Yuyuan que visitaremos mañana, por lo que seguro que nos damos otro paseo cuando estemos más frescos.
En la guía habíamos leído que hay un sitio donde dan unos masajes estupendos por un precio muy razonable: 45 minutos por unos 10 euros. Son las seis de la tarde y ya está anocheciendo, así que, ¿por qué no probar un masaje chino? Al llegar el sitio no parece gran cosa, e incluso la recepcionista nos trata con señas sin prestarnos mucho caso. Nos dice que vayamos a una sala donde hay dos con un masaje de espalda y otros dos con masaje de pies. Aparecen dos hombres de avanzada edad que nos indican que nos tumbemos. Yo no sé si nos va a hacer un masaje o a azotar por ser occidentales. El hombre empieza haciendo como unos pellizcos relajantes... para pasar a meter el dedo en todos y cada uno de los músculos de la espalda, descubriendo los innumerables dolores que no sabía que tenía. Cuando creo que ya no puede hacerme más daño, resulta que empieza a utilizar su brazo como si de un rodillo se tratara... y como si mi espalda fuera un trozo de masa de pan. Hay momentos en los que es imposible evitar un pequeño grito. Iba a ser sólo masaje de espalda... pero pasa también por el trasero, piernas y pies, sintiendo alivio y dolor a la vez. Cuando termina me mira como diciéndome "has superado la prueba, pero tienes la espalda como un cromo". Con Pablo no han sido más benévolos... pero oye, al salir del local nos encontramos genial, sin dolores y con más energía. Hasta podríamos decir que ha sido un "masaje Maglev", porque tenemos la sensación de flotar y estar más ligeros.
De camino al hotel, cenamos en la estación de trenes; y para ser el primer día, vamos un poco a lo loco. Entramos en un restaurante que tiene buena pinta y pedimos los platos que más apetitosos nos aparecen en las fotos. Cuál es nuestra sorpresa cuando vemos que con los platos te ponen también una sopa y un buen trozo de tofu en un pequeño tupper. Al destapar la sopa veo que es un aguachirri de color negro con tropiezos que parecen bambú o algo así. Ya sólo por el color sentencio que eso no entrará en mí, pero Pablo es más valiente y puede con la mitad. El resto, todo muy sabroso y rico. Por lo que estamos viendo, la comida está bastante bien, pero como en todos los sitios hay sorpresas para los foráneos... ¿o acaso pensáis que a los turistas les parece normal comer callos, morcilla o hígado cuando se lo sirven en España?
29 ago 2018
Un día de 30 horas
¿Será ya la hora? El despertador dice que son las tres de la mañana. ¿Será ya la hora? El móvil dice que son las tres y media. ¿Será ya la hora? Pablo dice "son las cuatro y no puedes dormir tampoco, ¿verdad?". Realmente no hay motivos para estar intranquilos porque el vuelo no sale hasta la una, y nos daría tiempo a limpiar la casa, poner dos lavadoras y ordenar el trastero... y nos sobraría para darnos un paseo por el polígono y conseguir un spa de Siente el Verano.
Finalmente el momento de cargar las mochilas llega y nos ponemos rumbo al aeropuerto, adonde llegaremos en cercanías. Pero antes hacemos un alto en el camino en Chamartín, donde cambiamos euros por yuanes chinos gracias a Banca Wallapop y a que a un pijotorro le sobraron billetes de su estancia en el gigante asiático. Demostrado: a quien madruga, Wallapop ayuda.
Ya en el aeropuerto, decidimos no facturar para ahorrar tiempo en destino, y con bastante agilidad pasamos todos los controles. Nos da tiempo incluso a desayunar e ir tranquilamente hasta la terminal cuatro satélite, donde está la puerta de embarque. Como era de esperar, la mayoría de gente esperando es china, y los occidentales se reducen como mucho a un par de decenas. Siguiendo lo esperado, los chinos están un poco descontrolados, y no mantienen el orden en las tres colas que una azafata de Iberia se esfuerza en organizar. Pero, para nuestra sorpresa, en poco tiempo está todo el pasaje a bordo del A330 y gobierna el silencio. Tan sólo suena la música de la Marujita Díaz china de un hombre que está sentado detrás... El führercito Pablo se lo hace saber a la azafata, quién le pide al hombre que deponga su actitud... y resulta que no había conectado bien los cascos.
No sé qué tiene la comida de los aviones, pero nos gusta. Quizá sea el efecto sorpresa, quizá el que venga todo en cajitas, o simplemente sea hambre. Pero disfrutamos con esos pequeños bocados gastronómicos mezclados con la tensión de que no se te caiga encima la bebida en una turbulencia. Curiosamente, lo que sí que se me cae es un tenedor de metal... directo a la mochila. Es muy feo "derrobar", pero cualquiera que se ponga en la situación de que va a tener que comer con palillos durante dieciocho días, seguro que se traería un electroimán para llevarse el preciado cubierto si fuera necesario.
Aprendemos una nueva palabra en chino: Té se dice "Ta". Como té en inglés se pronuncia "ti", el reparto de esta bebida parece un capítulo de Barrio Sésamo, ya que la azafata se pasea diciendo "ta, te, ti...", "to tú ¡¡tómatelo!!" le falta decir.
La paz y la velocidad de crucero gobiernan el avión. A mí se me saltan las lágrimas al entrar en Rusia... eh, pero no porque ahora los rusos me caigan bien, sino simplemente porque me he emocionado viendo la película El Gran Showman... ¡¡es muy bonita!! Una azafata nos ha recomendado dormir, y sabiendo que es una profesional del jet-lag, intentamos seguir su sabio consejo... pero nada, que hoy el sueño no es lo nuestro. Como vamos hacia el este la noche ha llegado enseguida; encima está nublado, así que tampoco podemos aplicar nuestro nuevo juego de palabras "ay si en Iberia se viera Siberia". Pero al menos nos entretenemos yendo a la cola del avión, donde Pablo ha descubierto que hay barra libre de sándwiches y zumos: uno cae en Rusia, otro en Mongolia, otro en China... ¡¡e Iberia cae en bolsa!!
De doce horas y media de vuelo habremos dormido unas tres. Y se acaban las oportunidades al tocar suelo en el Aeropuerto Internacional de Pudong. El sueño se nos habrá resistido, pero lo que es pasar aeropuertos se ve que se nos da fenomenal; porque en un cuarto de hora ya hemos cruzado el control de pasaportes y estamos fuera. También es coser y cantar llegar a la ventanilla del Maglev, el tren que nos lleva hasta la ciudad. Bueno, lo de tren será porque imita su forma, porque el sistema es totalmente distinto. Resulta que se crea un campo magnético que hace que el tren literalmente flote. Y claro, el que no toque el suelo hace que no haya rozamiento, y esto le permite precisamente ser el tren comercial más rápido del mundo. Alcanza los 430 kilómetros por hora, aunque depende de la franja del día... y justo el nuestro va "sólo" a 300 km/h. En siete minutos llegamos a la ciudad, donde tenemos nuestro primer contacto fuera de los estándares internacionales aeroportuarios. Ahora sí, estamos en Shanghái.
Finalmente el momento de cargar las mochilas llega y nos ponemos rumbo al aeropuerto, adonde llegaremos en cercanías. Pero antes hacemos un alto en el camino en Chamartín, donde cambiamos euros por yuanes chinos gracias a Banca Wallapop y a que a un pijotorro le sobraron billetes de su estancia en el gigante asiático. Demostrado: a quien madruga, Wallapop ayuda.
Ya en el aeropuerto, decidimos no facturar para ahorrar tiempo en destino, y con bastante agilidad pasamos todos los controles. Nos da tiempo incluso a desayunar e ir tranquilamente hasta la terminal cuatro satélite, donde está la puerta de embarque. Como era de esperar, la mayoría de gente esperando es china, y los occidentales se reducen como mucho a un par de decenas. Siguiendo lo esperado, los chinos están un poco descontrolados, y no mantienen el orden en las tres colas que una azafata de Iberia se esfuerza en organizar. Pero, para nuestra sorpresa, en poco tiempo está todo el pasaje a bordo del A330 y gobierna el silencio. Tan sólo suena la música de la Marujita Díaz china de un hombre que está sentado detrás... El führercito Pablo se lo hace saber a la azafata, quién le pide al hombre que deponga su actitud... y resulta que no había conectado bien los cascos.
No sé qué tiene la comida de los aviones, pero nos gusta. Quizá sea el efecto sorpresa, quizá el que venga todo en cajitas, o simplemente sea hambre. Pero disfrutamos con esos pequeños bocados gastronómicos mezclados con la tensión de que no se te caiga encima la bebida en una turbulencia. Curiosamente, lo que sí que se me cae es un tenedor de metal... directo a la mochila. Es muy feo "derrobar", pero cualquiera que se ponga en la situación de que va a tener que comer con palillos durante dieciocho días, seguro que se traería un electroimán para llevarse el preciado cubierto si fuera necesario.
Aprendemos una nueva palabra en chino: Té se dice "Ta". Como té en inglés se pronuncia "ti", el reparto de esta bebida parece un capítulo de Barrio Sésamo, ya que la azafata se pasea diciendo "ta, te, ti...", "to tú ¡¡tómatelo!!" le falta decir.
La paz y la velocidad de crucero gobiernan el avión. A mí se me saltan las lágrimas al entrar en Rusia... eh, pero no porque ahora los rusos me caigan bien, sino simplemente porque me he emocionado viendo la película El Gran Showman... ¡¡es muy bonita!! Una azafata nos ha recomendado dormir, y sabiendo que es una profesional del jet-lag, intentamos seguir su sabio consejo... pero nada, que hoy el sueño no es lo nuestro. Como vamos hacia el este la noche ha llegado enseguida; encima está nublado, así que tampoco podemos aplicar nuestro nuevo juego de palabras "ay si en Iberia se viera Siberia". Pero al menos nos entretenemos yendo a la cola del avión, donde Pablo ha descubierto que hay barra libre de sándwiches y zumos: uno cae en Rusia, otro en Mongolia, otro en China... ¡¡e Iberia cae en bolsa!!
De doce horas y media de vuelo habremos dormido unas tres. Y se acaban las oportunidades al tocar suelo en el Aeropuerto Internacional de Pudong. El sueño se nos habrá resistido, pero lo que es pasar aeropuertos se ve que se nos da fenomenal; porque en un cuarto de hora ya hemos cruzado el control de pasaportes y estamos fuera. También es coser y cantar llegar a la ventanilla del Maglev, el tren que nos lleva hasta la ciudad. Bueno, lo de tren será porque imita su forma, porque el sistema es totalmente distinto. Resulta que se crea un campo magnético que hace que el tren literalmente flote. Y claro, el que no toque el suelo hace que no haya rozamiento, y esto le permite precisamente ser el tren comercial más rápido del mundo. Alcanza los 430 kilómetros por hora, aunque depende de la franja del día... y justo el nuestro va "sólo" a 300 km/h. En siete minutos llegamos a la ciudad, donde tenemos nuestro primer contacto fuera de los estándares internacionales aeroportuarios. Ahora sí, estamos en Shanghái.
28 ago 2018
Introducción y ruta
Casi sin saberlo, el viaje a la India nos hizo más fuertes física y psicológicamente, animándonos a afrontar retos aún más difíciles. Once meses después, nos toca poner a prueba lo aprendido en otro destino que requerirá de mucha paciencia, destreza y, sobre todo, adaptación a una cultura radicalmente diferente... ¡¡nos vamos a China!!
Siempre quisimos participar en el programa de televisión Pekín Exprés; pero a pesar de habernos apuntado, el equipo del casting decidió que no seríamos nosotros los que recibiríamos en cada etapa un amuleto y dos besos de un Vázquez (véase Paula o Jesús por igual). Así que, con toda la ilusión del mundo, hemos decidido crearnos nuestro propio desafío aventurero.
Visitaremos la moderna Shanghái, donde levitaremos en su tren magnético; recorreremos la imperial y olímpica Pekín, intentando no respirar demasiado; y visitaremos las puertas de la Ruta de la Seda en Xi'an, donde sentiremos que sus guerreros nos vigilan. Pero también visitaremos otras enormes metrópolis casi desconocidas en Europa como Suzhou, Zhenghou y Hangzhou, el doble de grandes que Madrid.
Podría parecer una locura huir de la capital española para pasar las vacaciones viendo otras ciudades repletas de gente... así que lo combinaremos con naturaleza. Habituados a hacer agotadoras rutas a pié, ascenderemos a dos de las cinco montañas sagradas del Taoísmo: los montes Tai y Hua. Estarán también repletas de chinos, pero al menos de chinos valientes, porque en esta última se encuentra el "sendero más peligroso del mundo". Desde que me caí de la bici en el mismo garaje de casa, he progresado mucho, ¿eh?
Pero no todo va a ser desgastar suela de zapatilla... También desgastaremos nuestro estómago poniéndolo a prueba intentando comer saltamontes, caballito de mar o una nutritiva brocheta de escorpiones. Y más aún desgastaremos el bolsillo... porque seguro que caemos en las redes de la consumista "comunista" República Popular China. ¡¡Ay si Mao levantara la cabeza!!
Viejo plovelbio chino decil "Viaje de diez mil kilómetlos empezal pol un solo paso". Y ése es el que daremos mañana... ¡¡Seguidnos, que este viaje va a ser muy 'chu-li'!!
Siempre quisimos participar en el programa de televisión Pekín Exprés; pero a pesar de habernos apuntado, el equipo del casting decidió que no seríamos nosotros los que recibiríamos en cada etapa un amuleto y dos besos de un Vázquez (véase Paula o Jesús por igual). Así que, con toda la ilusión del mundo, hemos decidido crearnos nuestro propio desafío aventurero.
Visitaremos la moderna Shanghái, donde levitaremos en su tren magnético; recorreremos la imperial y olímpica Pekín, intentando no respirar demasiado; y visitaremos las puertas de la Ruta de la Seda en Xi'an, donde sentiremos que sus guerreros nos vigilan. Pero también visitaremos otras enormes metrópolis casi desconocidas en Europa como Suzhou, Zhenghou y Hangzhou, el doble de grandes que Madrid.
Podría parecer una locura huir de la capital española para pasar las vacaciones viendo otras ciudades repletas de gente... así que lo combinaremos con naturaleza. Habituados a hacer agotadoras rutas a pié, ascenderemos a dos de las cinco montañas sagradas del Taoísmo: los montes Tai y Hua. Estarán también repletas de chinos, pero al menos de chinos valientes, porque en esta última se encuentra el "sendero más peligroso del mundo". Desde que me caí de la bici en el mismo garaje de casa, he progresado mucho, ¿eh?
Pero no todo va a ser desgastar suela de zapatilla... También desgastaremos nuestro estómago poniéndolo a prueba intentando comer saltamontes, caballito de mar o una nutritiva brocheta de escorpiones. Y más aún desgastaremos el bolsillo... porque seguro que caemos en las redes de la consumista "comunista" República Popular China. ¡¡Ay si Mao levantara la cabeza!!
Viejo plovelbio chino decil "Viaje de diez mil kilómetlos empezal pol un solo paso". Y ése es el que daremos mañana... ¡¡Seguidnos, que este viaje va a ser muy 'chu-li'!!
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