Con las mochilas en la espalda comenzamos el viaje rumbo a la Terminal-4 de Barajas. Pero no somos dos mochileros cualesquiera, no vamos a lo loco, lo llevamos todo pensado. Y, para empezar, para que no se nos estropeen nuestras recién compradas mochilas, las embalamos con film transparente; pero no pagando diez euros por bulto, sino con un rollo de film que nos llevamos de casa, de ése que se utiliza para envolver la carne y el pescado, y que se fabrica en el mismo sitio que el que utiliza el embalador oficial. Y es que, van a ser muchos aeropuertos por las que las van a arrastrar... y no queremos perder ningún calcetín antes de lo previsto.
Con impuntualidad británica, el primer vuelo de British Airways nos lleva dirección Londres. Como si para que me pueda despedir de la familia fuera, sobrevolamos mi querido Bilbao, aunque no se deja ver porque prácticamente todo el recorrido entre Madrid y Londres está nublado. Para dar más emoción al asunto, ya muy cerca de destino, el piloto sobrevuela el oeste de Londres porque no le dan pista, dibujando en el aire lo que parece una kilométrica polla; sí, sí... una polla esquemática de esa que les encanta a los adolescentes dibujar en cualquier lado.
Ya en la terminal cinco de Londres, llegamos a la puerta de embarque del segundo vuelo, que nos llevará hasta Mumbai. De nuevo despegamos con impuntualidad británica y ponemos rumbo a nuestro verdadero destino. El avión va lleno de hindúes, ellas con saris de colores y ellos con mostacho y chanclas. Contra todo pronóstico los hindúes no hacen el indio y el silencio gobierna en la cabina. Surcando ya los cielos europeos nos sirven la cena y nunca pensé que en un viaje a la India los primeros estragos alimenticios fueran ¡¡sobrevolando Praga!!: además de que parece que el menú lo han calentado con soplete hay una salsa que definirla como picante es poco... lija el esófago, ¿será para aclimatarnos?
Antes de caer dormidos decidimos ajustar los relojes: en la India son tres horas y media más, pero le tenemos que restar una porque salimos desde Londres que tiene una hora menos... hacer una derivada o una integral de tercer grado hubiese sido más sencillo que calcular viajando en el tiempo. No sé si por el lío mental o por el vino blanco de Ciudad Real servido a bordo, caigo dormido profundamente mientras Pablo cabecea y se despierta para ver el Cáucaso, Irán o Pakistán.
En torno a las 12 de la mañana, cruzando el mar arábigo, aterrizamos en el aeropuerto de Mumbai, donde observamos que hay unos vigilantes bajo unas pequeñas carpas al lado de las pistas (¿hacen control de alcoholemia o qué?). Con una hora de retraso, la cosa se agrava un poco más en el control de pasaportes: a una inglesa delante nuestro no le recoge las huellas dactilares, y le requieren que limpie el lector una y otra vez. Si lo hubiésemos sabido nos hubiésemos traído un poco de Cristasol para agilizarle el trámite. Nosotros, como cuando estamos en el supermercado, pasamos agilmente... ¡¡y ya estamos por fin en la India!!
Nada más salir al exterior nos abofetea primero un calor húmedo y después el hedor de un pequeño río de color gris que hay junto a la terminal que huele como si todos los mumbaitíes se hubiesen cagado en él. Pero nosotros ya hemos "cambiado el chip" y venimos a disfrutar, ¿no? Pues venga, a patita hasta el hotel, que para algo lo hemos cogido estratégicamente a 10 minutos andando. Pero claro, no es lo mismo hacerte la vía verde de Sámano que cruzarte varias carreteras de tres carriles por sentido esquivando todo tipo de vehículos rodados, con dos mochilas por espalda y sudando como pollos. Pero todo esfuerzo tiene su recompensa y, en nuestro caso, descubrir que el hotel cubre las expectativas y la habitación nada tiene que envidiar a la de cualquier hotel occidental. Cambio de ropa... y a descubrir Mumbai.
Muchos habrán observado que no me refiero a la ciudad como "Bombay". Ese nombre venía realmente de "Bom Bahía", forma con la que bautizaron a la zona los portugueses que fueron los primeros en llegar. Como en muchos lugares con identidades frustradas, decidieron eliminar cualquier rasgo ajeno por muy original que fuera, así que los locales cambiaron el nombre a la ciudad: buscaron el nombre de la diosa "Mumbai", parecido a Bombay, pero con tintes más identitarios... si no nos gusta la historia, siempre se puede reescribir, ¿no?
El área metropolitana de la ciudad tiene 20 millones de habitantes: imaginaros las distancias y el caos que hay en las carreteras. Así que, para ir al centro optamos por ir en metro y en tren. Primero, sacamos dinero en un cajero lo cual ya es una experiencia: tienen aire acondicionado, hay un vigilante dentro y ¡la tarjeta no permanece dentro mientras haces la transacción! Después, cogemos el metro, que es otra experiencia: cobran por recorrido dándote unas fichas electrónicas que se leen al entrar y se devuelven al salir; pero lo más curioso es que tienes que pasar un control como el del aeropuerto para entrar. Y el tren... ¡¡eso sí que es otra experiencia!! Con la presta ayuda de tres personas conseguimos comprar los billetes; pero al montar, dada su sencillez nos metemos sin saberlo en primera clase. Y, aún así: ventanas con barrotes, ventiladores en el techo y ¡¡sin puertas!!
El paisaje desde el tren es... dantesco. Hay basura por todos los lados y los edificios cercanos a las vías, repletos de gente, están apuntalados y con plásticos azules gigantes para evitar humedades durante la ya finalizada temporada del monzón. También es cierto que hay un montón de rascacielos, algunos de ellos en construcción, que no los hay ni en el mismísimo Benidorm. Y es que, en esta ciudad, los más ricos y los más pobres del país están mezclados en un caótica armonía: bloques de apartamentos de lujo al lado de chabolas y cochazos compitiendo con viejas motocicletas.
Uno de los primeros lugares a los que nos dirigimos es la mezquita Haji Ali, que se muestra idílica en las fotos de la guía dado que está en una pequeña isla conectada por un paseo. De camino a la misma, un hombre que estaba pidiendo me toca los pies. No, no es una expresión... literalmente lo hace y es un de los mayores signos de respeto. Llevamos pocas horas en el país y, todo sea dicho, apenas nadie nos ha pedido dinero y, al contrario, todo el mundo parece muy dispuesto a ayudar. Eso sí, la mejor manera de ayudarnos sería extirpándonos las glándulas olfativas... ¡¡porque vaya cantidad de mugre y qué olores más criminales!! ¡Hay veces que preferiríamos estar encerrados en una fosa séptica suiza!
Negociamos con varios taxistas y conseguimos que por poco más de un euro nos lleve unos 8 kilómetros hasta el corazón de la ciudad: la estación Victoria Terminus. Llegar hasta allí es otra experiencia: en cada adelantamiento piensas "no puede ser, no tiene suficiente hueco, no entra"... pero sí, se mete, adelanta, pitos, insultos, acelerones y vuelta a empezar. En este cóctel de motos, tuc-tuc, coches de todos los tamaños, autobuses y camiones, no se sabe muy bien cómo, pero llegas al destino sano y salvo.
Recorremos ahora una de las partes más bonitas de la ciudad: el barrio de Colaba con sus edificios coloniales ingleses. La estación Victoria Terminus es una auténtica preciosidad, pero también lo son el Edificio de la Municipalidad o la Oficina General de Correos. Aún no hemos comido y, como la experiencia ya está siendo bastante intensa decidimos ir a lo seguro haciendo una comida-merienda-cena en un Burger King. Quizá no suene muy glamuroso pero aquí parece un restaurante de lujo: los precios se acercan a los europeos y la gente que hay es de una "casta" acomodada; y encima, ¡hay hamburguesa de cordero!
Rozan las siete de la tarde y está ya atardeciendo. Casi de casualidad, acabamos en el Marine Drive un paseo marítimo donde los lugareños se juntan al terminar el día y disfrutar de las vistas de la bahía con sus rascacielos al fondo. La temperatura es muy agradable y, como de noche todos los gatos son pardos, disfrutamos de un agradable paseo. Pero ya va siendo hora de volver al hotel para descansar como es debido. Así que, cogemos el tren de vuelta, esta vez en el vagón de segunda clase, que va repleto de gente, algunos cerca de la "puerta" inexistente disfrutando de la "brisa". Somos los únicos occidentales y les llamamos la atención, y dos de ellos entablan conversación con el objetivo de ayudarnos en llegar a nuestra estación.
Hoy ha sido nuestra primera incursión en el país y ¿cuál es nuestra valoración? Se ve más caos y pobreza de lo esperado, pero apenas un par de personas nos han pedido y han sido muchas las que han venido a intentar ayudar sin esperar nada a cambio. ¡¡Primera etapa de nuestro Pekín Exprés superada con éxito!! A descansar al hotel y relajarnos con una refrescante bebida sabor a ¿¿cominos??
que bonito!!! Sin duda lo vais a disfrutar. Menos mal que en la fotos no hay olor
ResponderEliminarQue pasada chicos....toda una experiencia....pasadlo muy bien!!!
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