Hoy es nuestro último día de viaje... y ocurre lo de siempre... sentimientos encontrados: por un lado quieres volver para descansar, pero por otro quieres quedarte y dar rienda suelta al Willy Fog que llevamos dentro. El lugar, además, nos seduce a lo segundo: estamos en el golfo de Aqaba, rodeado, además de por Israel y Jordania, de Egipto y Arabia Saudí. Desde la playa, se pueden divisar los cuatro países, sin saber exactamente donde está la frontera, pero ahí están.
Toca despedirse de Jordania y lo hacemos, a la inversa de cómo entramos... primero sherut, luego taxi y luego frontera... ah, y también bromita del que nos tiene que sellar la salida del país... Nos hace un pequeño lío con los pasaportes y nos dice que se los queda... ¡¡más majo!! Toca el periplo de ventanillas: pagar la tasa por salir del país, sellado del visado, control de seguridad, ... y andar los quince metros que separan a los dos países. Para entrar de nuevo en Israel, el proceso también es largo... lo primero es que te revisan la maleta de arriba a abajo. Esta mañana nos tiramos una hora colocando todo el equipaje como un tetris, ¿para que ahora nos lo desahagan? Las preguntas típicas se vuelven un poco más comprometidas cuando una oficial saca una taza que compró Pablo en la que pone 'Palestina'. El problema se resuelve al decirle que coleccionamos tazas. También revisan la guía de viajes y la Biblia... ¡¡pero si ya se lo deberían conocer todo!! No, no es que estén cogiendo ideas turísticas, sino porque entre libros se podría llevar documentación para hacer explosivos... bueno, pues que sigan revisando... ¡¡la bosa de los calcetines sí que es una bomba!! Después viene el control de pasaportes y, tras casi hora y media, estamos de nuevo en Israel. Una australiana y una danesa han pasado por los mismos controles casi al mismo tiempo que nosotros y hemos tenido el tiempo suficiente para hablar de nuestros respectivos viajes mientras esperábamos... y ha generado la confianza suficiente para compartir un taxi hasta el centro de Eilat. El taxista, nada que ver con los jordanos, es muy dicharachero y se interesa por nuestras impresiones acerca de su país.
Como suele ser habitual en los lugares de veraneo, hay muchas tiendas y centros comerciales. Gastamos los últimos shekels en modas israelíes y comemos el último falafel en un restaurante de un centro comercial, donde, queriendo disfrutar de unos apetitosos pimientos verdes, me anestesio la boca debido al picor. ¿Hay un destista en la zona? Si hay que empastar, ¡¡es el momento!!
Disfrutamos de las últimas horas en Eilat en una terraza frente al mar mientras atardece. Apuramos lo necesario, ya que, desde la playa al aeropuerto son diez minutos andando. Pero poco a poco llega el momento... hay que comenzar el camino de regreso. En el aeropuerto, de nuevo, más preguntas indiscretas, controles de seguridad y de pasaportes. Facturamos las maletas para el vuelo de Arkia que nos llevará hasta Tel Aviv. Y lo mismo que comienza el regreso, también comienza la criogenización... ¡¡el aire acondicionado del aeropuerto está altísimo!! Un avión de hélices (donde la 'dire' se sienta supervisando ambos lados de dos asientos cada uno) nos lleva hasta Ben Gurion en poco más de una hora. Cenamos en el aeropuerto e intentamos dormir un poco en unos bancos... ¡¡el aire acondicionado está también a tope!! Nuestro vuelo a Estambul sale a las 07:20, pero, como se aconseja estar cuatro horas antes, habíamos decidido que no tenía sentido coger un hotel para tres horas. Viendo ultra-ortodoxos flipándose con los ascensores, dormimos algunas horas. Y, ya por última vez, pasamos otro control de seguridad con interrogatorio. Hemos estado rápidos y en media hora hemos hecho todo, facturación incluida. Como nos sobra tiempo, tomamos unos cafés para despejarnos mientras comentamos si nos dará tiempo a coger el enlace con Madrid y para el cual sólo tenemos 45 minutos. ¿Y llegarán nuestras maletas? El vuelo sale algunos minutos después de la hora programada y llegamos a Sabiha Gocken con un poco de retraso. Corriendo por la terminal llegamos sin problemas al vuelo hacia Madrid. Cuatro horas y media después, aterrizamos en el aeródromo madrileño.
Agotados, hambrientos y con sueño... con un poco de lío horario al no haber dormido en condiciones... con nuestras maletas sanas y salvas de la mano... terminamos el viaje. Todo principio tiene su final, y este viaje a Oriente Próximo termina aquí. Pero no nos quedamos con las manos vacías: volvemos llenos de buenos recuerdos, vivencias e historias. Ha sido un cúmulo de contrastes, un viaje enriquecedor. Ahora toca deshacer la maleta... y, a la vez, sacar conclusiones...