Hoy el día lo dedicaremos a visitar la ciudad de Montpellier, que es la octava en número de habitantes de Francia. Se encuentra más o menos en el centro del golfo de León, pero a pesar de estar muy cerca de la costa, no da al mar.
Para visitarla, dejamos el coche en el parking del hotel, que está a las afueras de la ciudad, y cogemos el tranvía. Desde la ventana vemos la cantidad de edificios de viviendas de reciente construcción: la ciudad crece de forma lenta y continuada igual que lo hace su población desde hace ya muchos años. Para guiarnos, tenemos unos mapas de hace unos cuantos años que teníamos guardados, donde aparecen las líneas de tranvía. En un momento dado, nos damos cuenta de que el tranvía no ha seguido la línea que marca el mapa, ya que han reorganizado los recorridos para hacer una línea más. Y no sólo tenemos que corregir una vez, sino dos... menos mal que todo está bastante cerca y que, con buen criterio, el billete va por tiempo y no por trayecto.
Una vez resuelto el lío del tranvía, llegamos a la Plaza Europa, donde comienza el Antigone: una zona nueva de viviendas, oficinas y centro comercial diseñados por Ricardo Bofill (pero el padre, no el ex de Paulina Rubio). Un poco más adelante, se encuentra el centro neurálgico de la ciudad: la Plaza de la Comedia, uno de los espacios peatonales más grandes de Europa.
En esta plaza se encuentra la Ópera de la Comedia, y la Fuente de las Tres Gracias, uno de los símbolos de la ciudad. Pero además, es una plaza rodeada de bonitos edificios, cafeterías y terrazas. Desde aquí, recorremos el viejo Montpellier, con un sinfín de callejuelas llenas de tiendas y por las que resulta muy agradable pasear.
Como nos suelen gustar las anécdotas de los lugares que visitamos, destacaremos tres de esta ciudad. La primera es el hecho curioso de que Jaime I, rey de Aragón, de Mallorca y de Valencia, y conde de Barcelona, nació aquí... así que català-català, no era. La segunda curiosidad es que San Roque, ese cuyas fiestas se celebran en muchos pueblos de España cada 16 de agosto, también era de aquí. Y la tercera que que la Facultad de Medicina de Montpellier es la más antigua en actividad del mundo.
Seguimos nuestro recorrido por la ciudad y llegamos a la Plaza Real de Peyrou, donde se encuentra la Puerta de Peyrou, en honor a Luis XIV. Muy cerca se encuentra el acueducto de San Clemente de 1754, con un depósito de agua octogonal que se deja ver a través del arco en la foto. También visitamos la Catedral y el Jardín Botánico, el más antiguo de Francia; en él, descubrimos que es cierto que a las ranas les encanta tomar el sol en los nenúfares.
Siguiendo un trocito del Camino de Santiago que pasa por la ciudad, llegamos a un punto marcado en el mapa como 'trampantojo'. ¿Lo ves? ¿Dónde está? Pues oye, sí que está bien que estuviese marcado, porque merece la pena verlo de lo realista que es. En la foto, el edificio que aparece a mi derecha es sólo una pared pintada... y el siguiente... y el siguiente ¡¡también!!
Hoy hemos hecho una comida muy ligera, así que, vamos a hacer como los franceses y vamos a cenar a las siete. Cerca del hotel había encontrado un buffé libre de comida francesa, pero al llegar vemos que estaba en otra parte de la ciudad. Como ya nos habíamos hecho a la idea de comer à voloté, encontramos otro a diez minutos del hotel, pero éste asiático. Como no hay mejores alternativas, decidimos hacer una tregua a nuestra guerra contra lo "Made in R.P.C.", y nos deleitamos con el gran abanico de delicias que se ofrecen. Además, este acto de generosidad hacia el gigante asiático se ve recompensado porque Pablo se encuentra de camino al hotel 30 euros, contantes y no sonantes porque es en billetes. Como no hay forma de devolvérselos a su dueño, pasan a engrosar nuestro presupuesto para la recta final del viaje.
Montpellier nos ha encantado: es una ciudad elegante pero discreta; de tamaño medio pero con todo lo necesario; ordenada y con buen clima. ¡¡Y encima es considerada como una de las capitales europeas de la informática!! Lo tiene todo, ¿no?
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