2 sept 2020

Béziers y Narbona

Empezamos el día de hoy a las afueras de Béziers, donde se encuentran las Esclusas de Fonseranes. Podría pensarse que no tiene mucho sentido ir a visitar unas compuertas de agua, pero no se podría estar más equivocado. Estas esclusas son parte de El Canal del Mediodía o Canal du Midi, una auténtica obra de ingeniería de la época de Luis XIV.

Desde la época de los romanos, muchos habían fantaseado con la idea de unir el Océano Atlántico con el Mediterráneo, sin tener que pasar por el estrecho de Gibraltar. Sin embargo, nadie se había atrevido a realizar su construcción, ya que había desniveles que se creían imposibles de salvar. Hasta que Pierre-Paul Riquet, originario de Béziers, ideó la forma de hacer viable el proyecto... y consiguió que Luis XIV lo financiara. Así que, se pusieron manos a la obra y en tan sólo 14 años hicieron un canal de 240 kilómetros entre Sète, en la costa mediterránea, y Toulouse. Desde ahí, se continuaba hasta el Atlántico por el río Garona. Estamos hablando del año 1681, en el que parte del trabajo se hacía de forma manual, con gente local y con presidiarios, y con maquinaria muy rudimentaria.

Para salvar los desniveles Riquet ideó sistemas de esclusas, y el más importante es donde nos encontramos, las Esclusas de Fonseranes. El canal fue todo un éxito, y se utilizaba para transportar tanto mercancías como personas. Sin embargo, cuando se inventó el tren a vapor, el canal empezó decaer, y en la época moderna, con la utilización del camión, el canal se ha visto relegado a excursiones turísticas. Aún así, en torno a 10.000 embarcaciones atravesan este sistema de exclusas al año, y, de hecho, asistimos al proceso por el cual dos barcos de recreo superan los 36 metros de desnivel. Esta obra faraónica es el canal navegable más antiguo de Europa, y, por sus características ha sido merecedor del título de Patrimonio de la Humanidad.

Si las esclusas han sido una pasada, ¡¡habrá que ver la ciudad en la cual se creó un puerto fluvial y que se enriquecía con sus mercancías e impuestos!! Pues no, aunque desde el Puente Viejo su silueta compone una bonita postal, luego la ciudad no termina de convencernos. Tiene algún edificio bonito y el paseo de Paul Riquet está bien, pero nos esperábamos mucho más, la verdad. Así que, pasamos al siguiente destino.

Ahora le toca el turno a Narbona, donde nos ocurre lo contrario que en Béziers: no esperábamos mucho y la ciudad nos sorprende para bien. Aunque es más pequeña, se ve mejor organizada y mejor cuidada. Nada más aparcar, vemos el Puente de los Mercaderes, uno de los pocos que están habitados, ya que sobre él los mercaderes fueron construyendo sus tiendas y casas.

En Narbona también visitamos el Palacio de los Arzobispos, la Catedral y la basílica de San Pablo, así como los Jardines del Arzobispo, donde nos quedamos viendo a gente pasar... en su mayoría gente joven tras su primer día de instituto. También, descubrimos, de casualidad, un banco gigante, similar a uno que vimos en Suiza y que nos hizo mucha gracia.

Los orígenes de Nargona se remontan a la época de los romanos, y, lo que es actualmente su centro estaba atravesado por la calzada Via Domitia, de la cual sólo un tramo es visible en la parte del Ayuntamiento. Otro enclave de esa época que visitamos es el Horreum, unas galerías subterráneas que se utilizaban como lugar de almacenamiento... y donde se está fresquito.

Narbona no da al mar, aunque lo tiene cerca. Y, además, tiene también una serie de lagunas que componen el Parque Regional del Mediterráneo Narbonense, al cual nos dirigimos ya al atardecer. En Bages, nos sentamos en un muelle que nos mece mientras comemos pipas, sentimos la brisa marina y olemos el salitre de la laguna. El día ha sido relajado, quizá para coger fuerzas para mañana, el último día de viaje... Carcasona nos espera.

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