3 sept 2020

Carcasona y Perpiñán

Hoy pondremos el brochecito de oro a la lista de monumentos Patrimonio de la Humanidad que llevamos visitados durante estos catorce días de viaje. La Cité de Carcasona es uno de esos monumentos que todo el mundo asume habremos ya visitado, dado nuestro gusto por viajar y por lo cerca que está. Sin embargo, hasta hoy, nunca nos habíamos acercado al Aude, el departamento en el que se encuentra.

Después de aparcar, nos acercamos caminando y vamos viendo poco a poco la envergadura de esta ciudad amurallada. Cuando la ves en las fotos parece enorme y, la verdad, no decepciona, porque es un recinto realmente grande. Hasta ahora, en ningún lugar del viaje hemos visto gran afluencia de público y, sin embargo, aquí sí que vemos algunos autobuses que llegan repletos de gente. Aunque, por otro lado, pensamos que dista mucho de la afluencia de turistas en la era pre-covid.

Atravesamos la Puerta Narbonense y cruzamos su doble muralla, para adentrarnos en la fortificación medieval. En realidad, aquí hay una mezcla de estilos ya que desde antes de los romanos muchos han sido los pueblos que han pasado por Carcasona. ¿Y qué la hace valedora del título de la UNESCO? ¿Sus murallas medievales? ¿Sus bonitos torreones y puertas? ¿El empedrado del suelo? Pues por todo ello pero, curiosamente, no por ser antiguo, sino por haber sido restaurado en el siglo XIX. El arquitecto francés Viollet-le-Duc se dedicaba no sólo a restaurar, sino a mejorar conjuntos monumentales... y es lo que hizo aquí. Arreglando, mejorando e inventándose algunas partes, consiguió que Carcasona luciera mucho más exuberante que lo que nunca antes había sido. Es como si coges el Ecce Homo de Borja y obtienes unas Meninas, pero en arquitectura.

Sabiendo esto, uno pone en duda el valor histórico de lo que ve, y más aún cuando paseando por sus callejuelas descubres que han puesto un pasaje del terror y un museo de la inquisición. ¿Y la visita? Resulta que ahora, debido al coronavirus, sólo se puede dar un paseo por las murallas, ya que el castillo no está abierto por seguridad sanitaria. Así que, entre que está un poco tuneado, que pagas por subir a la muralla, que hay muchas tiendas de souvenires y restaurantes... ¡¡bienvenidos al parque temático!!

Aún y con todo, visitar la Ciudadela de Caracasona es una bonita experiencia. Pasear por sus calles empedradas, entrar a la basílica gótica, ver las vistas desde lo alto... merece la pena y mucho. Es un verdadero de castillo de cuento de hadas, y, si le echas imaginación no sabes si en alguno de sus torreones está Rapunzel o si al doblar la calle vas a encontrar a los últimos cátaros tomando cerveza.

Carcasona, no es sólo la Ciudadela, sino que también tiene una ciudad para visitar. Damos un paseo y aprovechamos a comer a eso de la una. En Francia se suele comer pronto, en torno a la una, hasta el punto de que cierran todas las tiendas aproximadamente de una a dos del mediodía. No intentes comprarte unos zapatos a la una y cinco porque es imposible, mejor a las tres en plena digestión.

Y dejamos ya Caracasona para ir al que será nuestro último destino turístico: Perpiñán. Estamos ya en el departamento de los Pirineos Orientales, el que hace frontera con España y Andorra. Los nacionalistas catalanes llaman a esta zona la "Cataluña del Norte", y no andan desencaminados porque esta zona siempre ha pertenecido a España hasta que en 1659 se le "regaló" a Francia. La comunidad autónoma catalana podría tener hoy cinco provincias... pero bueno, por lo menos seguimos teniendo el exclave de Llívia, que fue lo que se pudo "rascar" del Tratado de los Pirineos.

Hasta ahora, todas las ciudades y pueblos que hemos visitado tenían un "algo francés" común. No sabría decir qué es, igual los elegantes edificios decorados de color arena, igual las fuentes ornamentales, igual las contraventanas de los edificios, o igual el hecho de que apenas hay bancos para sentarse. Pero en Perpiñán hay algo que ha cambiado... es más catalana. Ya no sólo por los bonitos edificios de estilo gótico catalán, sino también por las coloridas casas que se asemejan más a Girona que a Narbona.

De hecho, uno de los edificios más importantes de la ciudad es el Palacio de los Reyes de Mayorca, un reino previo a la integración dentro de la Corona de Aragón. Es una lástima porque queríamos visitarlo por dentro, pero son las seis de la tarde y ya está cerrado. 

Pasamos las últimas horas del viaje paseando por esta ciudad... dándonos un poco de pena porque este viaje a la costa mediterránea francesa está ya a punto de terminar. Sólo nos queda una última noche de hotel, donde descansar para emprender mañana el viaje de regreso... y mirando hacia atrás hacer balance de todo lo vivido.

2 sept 2020

Béziers y Narbona

Empezamos el día de hoy a las afueras de Béziers, donde se encuentran las Esclusas de Fonseranes. Podría pensarse que no tiene mucho sentido ir a visitar unas compuertas de agua, pero no se podría estar más equivocado. Estas esclusas son parte de El Canal del Mediodía o Canal du Midi, una auténtica obra de ingeniería de la época de Luis XIV.

Desde la época de los romanos, muchos habían fantaseado con la idea de unir el Océano Atlántico con el Mediterráneo, sin tener que pasar por el estrecho de Gibraltar. Sin embargo, nadie se había atrevido a realizar su construcción, ya que había desniveles que se creían imposibles de salvar. Hasta que Pierre-Paul Riquet, originario de Béziers, ideó la forma de hacer viable el proyecto... y consiguió que Luis XIV lo financiara. Así que, se pusieron manos a la obra y en tan sólo 14 años hicieron un canal de 240 kilómetros entre Sète, en la costa mediterránea, y Toulouse. Desde ahí, se continuaba hasta el Atlántico por el río Garona. Estamos hablando del año 1681, en el que parte del trabajo se hacía de forma manual, con gente local y con presidiarios, y con maquinaria muy rudimentaria.

Para salvar los desniveles Riquet ideó sistemas de esclusas, y el más importante es donde nos encontramos, las Esclusas de Fonseranes. El canal fue todo un éxito, y se utilizaba para transportar tanto mercancías como personas. Sin embargo, cuando se inventó el tren a vapor, el canal empezó decaer, y en la época moderna, con la utilización del camión, el canal se ha visto relegado a excursiones turísticas. Aún así, en torno a 10.000 embarcaciones atravesan este sistema de exclusas al año, y, de hecho, asistimos al proceso por el cual dos barcos de recreo superan los 36 metros de desnivel. Esta obra faraónica es el canal navegable más antiguo de Europa, y, por sus características ha sido merecedor del título de Patrimonio de la Humanidad.

Si las esclusas han sido una pasada, ¡¡habrá que ver la ciudad en la cual se creó un puerto fluvial y que se enriquecía con sus mercancías e impuestos!! Pues no, aunque desde el Puente Viejo su silueta compone una bonita postal, luego la ciudad no termina de convencernos. Tiene algún edificio bonito y el paseo de Paul Riquet está bien, pero nos esperábamos mucho más, la verdad. Así que, pasamos al siguiente destino.

Ahora le toca el turno a Narbona, donde nos ocurre lo contrario que en Béziers: no esperábamos mucho y la ciudad nos sorprende para bien. Aunque es más pequeña, se ve mejor organizada y mejor cuidada. Nada más aparcar, vemos el Puente de los Mercaderes, uno de los pocos que están habitados, ya que sobre él los mercaderes fueron construyendo sus tiendas y casas.

En Narbona también visitamos el Palacio de los Arzobispos, la Catedral y la basílica de San Pablo, así como los Jardines del Arzobispo, donde nos quedamos viendo a gente pasar... en su mayoría gente joven tras su primer día de instituto. También, descubrimos, de casualidad, un banco gigante, similar a uno que vimos en Suiza y que nos hizo mucha gracia.

Los orígenes de Nargona se remontan a la época de los romanos, y, lo que es actualmente su centro estaba atravesado por la calzada Via Domitia, de la cual sólo un tramo es visible en la parte del Ayuntamiento. Otro enclave de esa época que visitamos es el Horreum, unas galerías subterráneas que se utilizaban como lugar de almacenamiento... y donde se está fresquito.

Narbona no da al mar, aunque lo tiene cerca. Y, además, tiene también una serie de lagunas que componen el Parque Regional del Mediterráneo Narbonense, al cual nos dirigimos ya al atardecer. En Bages, nos sentamos en un muelle que nos mece mientras comemos pipas, sentimos la brisa marina y olemos el salitre de la laguna. El día ha sido relajado, quizá para coger fuerzas para mañana, el último día de viaje... Carcasona nos espera.

1 sept 2020

Montpellier

Hoy el día lo dedicaremos a visitar la ciudad de Montpellier, que es la octava en número de habitantes de Francia. Se encuentra más o menos en el centro del golfo de León, pero a pesar de estar muy cerca de la costa, no da al mar.

Para visitarla, dejamos el coche en el parking del hotel, que está a las afueras de la ciudad, y cogemos el tranvía. Desde la ventana vemos la cantidad de edificios de viviendas de reciente construcción: la ciudad crece de forma lenta y continuada igual que lo hace su población desde hace ya muchos años. Para guiarnos, tenemos unos mapas de hace unos cuantos años que teníamos guardados, donde aparecen las líneas de tranvía. En un momento dado, nos damos cuenta de que el tranvía no ha seguido la línea que marca el mapa, ya que han reorganizado los recorridos para hacer una línea más. Y no sólo tenemos que corregir una vez, sino dos... menos mal que todo está bastante cerca y que, con buen criterio, el billete va por tiempo y no por trayecto.

Una vez resuelto el lío del tranvía, llegamos a la Plaza Europa, donde comienza el Antigone: una zona nueva de viviendas, oficinas y centro comercial diseñados por Ricardo Bofill (pero el padre, no el ex de Paulina Rubio). Un poco más adelante, se encuentra el centro neurálgico de la ciudad: la Plaza de la Comedia, uno de los espacios peatonales más grandes de Europa.

En esta plaza se encuentra la Ópera de la Comedia, y la Fuente de las Tres Gracias, uno de los símbolos de la ciudad. Pero además, es una plaza rodeada de bonitos edificios, cafeterías y terrazas. Desde aquí, recorremos el viejo Montpellier, con un sinfín de callejuelas llenas de tiendas y por las que resulta muy agradable pasear.

Como nos suelen gustar las anécdotas de los lugares que visitamos, destacaremos tres de esta ciudad. La primera es el hecho curioso de que Jaime I, rey de Aragón, de Mallorca y de Valencia, y conde de Barcelona, nació aquí... así que català-català, no era. La segunda curiosidad es que San Roque, ese cuyas fiestas se celebran en muchos pueblos de España cada 16 de agosto, también era de aquí. Y la tercera que que la Facultad de Medicina de Montpellier es la más antigua en actividad del mundo.

Seguimos nuestro recorrido por la ciudad y llegamos a la Plaza Real de Peyrou, donde se encuentra la Puerta de Peyrou, en honor a Luis XIV. Muy cerca se encuentra el acueducto de San Clemente de 1754, con un depósito de agua octogonal que se deja ver a través del arco en la foto. También visitamos la Catedral y el Jardín Botánico, el más antiguo de Francia; en él, descubrimos que es cierto que a las ranas les encanta tomar el sol en los nenúfares.

Siguiendo un trocito del Camino de Santiago que pasa por la ciudad, llegamos a un punto marcado en el mapa como 'trampantojo'. ¿Lo ves? ¿Dónde está? Pues oye, sí que está bien que estuviese marcado, porque merece la pena verlo de lo realista que es. En la foto, el edificio que aparece a mi derecha es sólo una pared pintada... y el siguiente... y el siguiente ¡¡también!!

Hoy hemos hecho una comida muy ligera, así que, vamos a hacer como los franceses y vamos a cenar a las siete. Cerca del hotel había encontrado un buffé libre de comida francesa, pero al llegar vemos que estaba en otra parte de la ciudad. Como ya nos habíamos hecho a la idea de comer à voloté, encontramos otro a diez minutos del hotel, pero éste asiático. Como no hay mejores alternativas, decidimos hacer una tregua a nuestra guerra contra lo "Made in R.P.C.", y nos deleitamos con el gran abanico de delicias que se ofrecen. Además, este acto de generosidad hacia el gigante asiático se ve recompensado porque Pablo se encuentra de camino al hotel 30 euros, contantes y no sonantes porque es en billetes. Como no hay forma de devolvérselos a su dueño, pasan a engrosar nuestro presupuesto para la recta final del viaje.

Montpellier nos ha encantado: es una ciudad elegante pero discreta; de tamaño medio pero con todo lo necesario; ordenada y con buen clima. ¡¡Y encima es considerada como una de las capitales europeas de la informática!! Lo tiene todo, ¿no?