5 sept 2019

Gori, Borjomi y Kutaisi

Cuando llegamos ayer a Gori, el museo Stalin estaba cerrado. Dimos un paseo por la ciudad y la verdad es que no le encontramos encanto por ninguna parte, así que dudábamos de si hoy por la mañana quedarnos sólo para ver el museo Stalin. Como es algo muy freaky y chocante a partes iguales, decidimos darle una oportunidad. Hasta las diez en punto no abren, así que desayunamos y redesayunamos, pero sólo con café ainhoano marca Tupinamba, "el mejor café español" según un letrero en la cafetería que se encuentra detrás del museo. Yo cuando vuelva sólo tomaré Tupinamba, me he enganchado... tendré que pedir que me lo envíen desde Gori.

A las diez menos cinco, el guardia de seguridad del museo nos indica que está cerrado. A menos tres minutos, con la puerta abierta, nos indica que no podemos entrar. Así que, nada más dar las diez de la mañana, entramos al palacio de Stalin, hoy museo. Hay cuatro salones donde puedes ver fotos, recuerdos, objetos suyos... Ves fotos del Stalin pátrida, del Stalin marido, del Stalin padre, del Stalin afable... y piensas... ¡¡la próxima de Disney va ir sobre un jovenzuelo bonachón soviético!! Pero, por mucho que tenga una carita fotogénica y talante para las masas, se cargó a unos diez millones de personas, incluida mucha gente de lo que fue la República Socialista de Georgia. De hecho, ahora es parejita de cristalera de Lenin, ya que su cuerpo embalsamado está en la mismísima Plaza Roja de Galdakao, digo de Moscú.

Otro de los alicientes de quedarnos en la ciudad era el comprar los billetes souvenir de 0 euros, los cuales colecciono. En Gori hay uno, cómo no, de su héroe Stalin. Preguntamos en el museo, en turismo, en el ayuntamiento, en correos... y nada... ¡¡como si estuviéramos locos!! Para que la búsqueda no haya sido en vano, aprovecho a comprar unos bonitos sellos en la oficina de correos.

Nos ponemos ya en carretera dirección al oeste. Definitivamente, la raya blanca y discontinua son meramente decorativas. Llegamos a la conclusión de que, cuando mantienes la distancia de seguridad, el georgiano que va detrás piensa "anda, si hay sitio delante", así que te adelantan sin ningún pudor. De hecho, muchas veces invaden rapidito el carril contrario para luego tener que mendigar que les dejes hueco y no estamparse con el coche que viene en sentido contrario. Eso sí, luego cuando les pitas o les das la luces te miran como un niño poniendo esa carita de "¿qué he hecho mal?". Podría parecer que igual es que van a su bola porque no hay policía... pues sí la hay... ¡¡adelantándote por la línea continua!! Otra cosa curiosa es que en las ciudades, a no ser que se indique algo concreto, todas las calles son "todas direcciones": no hay muchas señales, y los semáforos a veces son confusos porque no sabes qué carril controlan, así que todo vale. En la carretera, lo "gracioso" es que hay muchos puestos de fruta y verdura; pero no en carreteras locales, sino en la misma autovía; ¿que te has pasado? ¡¡Pues marcha atrás y a comprar!! A medio camino vemos que han construido un mercado donde los agricultores pueden vender sus productos, quizá para evitar la venta en la autopista. También resulta curioso que los objetos que venden van por zonas: frutas, miel, sillas, hamacas, cerámica, mimbre... Con un Tbilisi-Batumi tienes todo el menaje necesario y la compra hecha. Por cierto, hemos visto una, y sólo una, estación de servicio de Repsol; para mí que la han comprado de segunda mano y ni han cambiado el nombre.

Llegamos a Borjomi, la ciudad balneario de Georgia; es una versión modesta de la checa Karlovy Vary. Tiene varias fuentes de las que sale agua termal, con un sabor entre salado y sulfuroso. Las fuentes, y la parte bonita de la ciudad están en un parque, al que hay que pagar por entrar. Es un poco chocante porque hay un hotel Crowne Plaza y luego hay atracciones de feria que parecen sacados de Grease. Damos un paseo por el parque y compramos una oblea hecha con frutas, que deben de ser muy típicas del país porque la hemos visto en varios sitios. La que compramos es roja y pensamos que está hecha con unas bayas ácidas que probamos en Bakú.

Después, entramos en la actual región y antiguo reino de Imereti. Primero visitamos Motsameta, un monasterio donde están las reliquias de los mártires David y Constantino, que intentaron luchar contra los árabes y terminaron martirizados por ellos. En el interior hay una urna y debajo hay un pequeño pasadizo. Según la tradición, si se cruza tres veces seguidas y se pide un deseo, éste se cumplirá. Nos hemos restregado ya por muchos sitios en unos cuantos viajes y ya va siendo hora de que algún deseo se cumpla, ¿no? A ver si van a tener la reliquia en stand-by...

Por dentro es muy bonito y muy antiguo. Sin embargo, lo que más destaca es su emplazamiento, ya que está en un acantilado con un paisaje realmente espiritual. Una cosa que nos ha resultado curiosa es que, en muchos sitios, en lugar de utilizar la típica cruz, tienen una con los brazos horizontales inclinados hacia abajo. Esta cruz se conoce como Cruz Georgiana o Cruz de Santa Nina; esta última fue una mujer de la Capadocia que evangelizó Iberia (lo que actualmente sería Georgia), y que, por lo visto, la cruz se la hizo la mismísima Virgen María hecha con sus cabellos.

Siguiendo con el peregrinaje ortodoxo, vamos al Monasterio de Gelati, que es uno de los más grandes del país. Además de sus bonitas iglesias y campanarios, este lugar es importante porque aquí yacen los restos de David el Constructor, el rey georgiano más querido por llevar a cabo al unificación del país. Como curiosidad, este rey era muy humilde, y pidió que le enterraran a la puerta del monasterio para que todo el que entrara lo pisara; curiosamente, hoy todo el mundo intenta no pisar su tumba a modo de respeto. Este sitio También fue importante porque había una Academia, un lugar de formación y desarrollo de los intelectuales de la época.

Y como no hay dos sin tres, vamos a otro centro eclesiástico: la Catedral de Bagrati, en Kutaisi. Con sus mil años, es una obra maestra de la arquitectura medieval georgiana, motivo por el cual está considerada como Patrimonio Mundial de la Humanidad.

La noche va cayendo y aún tenemos que visitar Kutaisi, la tercera ciudad más "grande" del país. No tenemos mucho tiempo, así que lo dedicamos a visitar un mercado con todo tipo de productos: compramos melocotones, uvas, frutos secos y un queso ahumado, todo a precios irrisorios. Después, vamos a cenar a un restaurante que recomienda la guía, y que resulta ser todo un acierto, aunque de nuevo varios platos tengan cilantro.

Estamos a unos 120 kilómetros del alojamiento de hoy, y el GPS pone que tardaremos en llegar dos horas y media. Ya es de noche y los adelantamientos de los coches resultan más violentos si cabe... te adelantan a toda velocidad para llegar a una gasolinera que está a 50 metros, o a una tienda que está al lado, etc. ¿Pero para eso tanta prisa? Empezamos a pensar que sufren en síndrome del ascensor: cuanto más cerca de casa estás, más te meas; pero si faltase una hora para llegar, podrías beber dos cervezas y tres cafés con la vejiga como si nada. Otra cosa a destacar de la carretera por la noche es que, al menos en esta zona, hay cruces georgianas con LED a lo largo de la silueta; da un poco miedo porque es royo Ku-Klux-Klan versión bajo consumo.

Pasando muy cerca de Abjasia, esa región autodeclarada independiente de Georgia, tomamos rumbo al norte dirección Jvari. Dejamos de ver camiones adelantándose en vías de doble sentido, para pasar a una vía más tranquila. Ya cerca, el GPS nos indica que nos metamos por una carretera que no tiene muy buena pinta. Tiene muchas piedras, subidas y bajadas, pero el GPS dice que vamos bien. En un momento dado, vemos que es imposible, así que decidimos dar media vuelta para que Beckie "recalcule". Su tecnología alemana infalible nos indica que vayamos por otra carretera... y pensamos "ah, ahora nos lleva por la buena". Pero poco después vemos que la carretera es igual... ¡¡de mala!! ¿Alguna vez se os ha hecho vaho en el coche? Pues a nosotros curiosamente se nos ha hecho vaho ¡¡por fuera!! Así que, por si fuera poco, encima estamos un poco a ciegas.

En una pequeña subida, el coche empieza a derrapar y lanzar piedras hacia atrás. Como ya hemos raspado suficiente los bajos del coche, decidimos dar la vuelta, ¿pero cómo? Me bajo con la linterna del móvil para indicar a Pablo hasta donde puede llegar, para hacer pequeñas idas y venidas. Son esos momentos en los que casi prefieres que haya un barranco y asunto olvidado. Pero no, ahí estás agotado intentando sacar al maldito coche blanco que parece que se ha comido a Untxi y que no está por la labor de obedecer. Pero finalmente, sin saber si habremos roto el catalizador, el silenciador o todas esas cosas que viven ahí abajo y que sólo Ramón conoce, conseguimos volver a la carretera principal. Pero, ¿a esa guest house se llega en OVNI o qué?

Nos encontramos en el punto de partida, sólo que con ganas de lanzar el GPS por la ventanilla, cosa que no hacemos no vaya a ser que haya un georgiano adelantando. Así que, intentamos ir por el único flanco que nos queda pendiente. Si no se llega por ahí, dormimos en el coche. ¿Más piedras? ¿Tierra? ¿Gravilla? Pues no, hay una carretera normal y corriente que va hasta el principio de la finca. Teníamos que haber llegado a las 11 y ya pasa de la media noche. Pero oye, unos sonrientes jubilados nos abren la puerta y nos enseñan la habitación. Ellos hablan georgiano, ruso o similar, y no entendemos nada de nada. Así que, con unas señas y una sonrisa, conseguimos decirle que el desayuno lo queremos a las 06:45, poniéndonos cara de "vosotrros no descansarr suficiente". Y lleva razón señoravili y señorvili... sólo con el estrés del rally de Jvari, es para caer rendidos en la cama y no levantarse hasta lo menos las 8. ¿Dormir nosotros? Pero si el Tour de Francia ya ha terminado, ¿no?

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