Hoy hemos dormido en un hotel que imita a los palacios de los marahás, con pinturas de personajes típicos encima del cabecero, muebles rústicos y una puerta de madera que se cierra con un pesado candado a la antigua usanza. A las seis suena el despertador y seguidamente el teléfono de la habitación... éste va a ser el chófer que hemos contratado y se ha adelantado. Al de la recepción le debieron de timar en Opening, porque no le entiendo absolutamente nada y, desesperado, le pasa el teléfono al chófer, que me habla ¡¡en español!! Ostras, esto sí que no nos lo esperábamos.
Una vez abajo, nos presentamos a Jitander (Jitu para los amigos), que nos espera posando al lado de su Suzuki Dzire blanco, en el que ha colocado toallas sobre los asientos para que no haya trasiego de sudores, bien de los turistas anteriores a nosotros bien de nosotros a los siguientes. El hombre es muy majo, chapurrea español y aunque está muy dispuesto a que nuestro viaje sea cómodo, atisbamos indicios de que quiere ganarse alguna comisión llevándonos a los sitios que tiene concertados. Como vamos a estar tres días con él recorriendo el Rajastán, lo mejor es marcar posiciones cortesmente; así que yo hago de poli malo y Pablo de poli muy malo, pero siempre con una sonrisa, muy al estilo de la india.
Ahora sí, recorremos la fortaleza, sus murallas, y su palacio, disfrutando del entorno verde en el que se encuentra. Hay una escursion de un grupo de secundaria y en un momento dado, el que parece el profesor le da la mano a Pablo y le pide a ver si se pueden hacer una foto con nosotros. Ayer en el City Palace de Udaipur me lo pidieron también a mí. Aquí, les encanta hacerse fotos con los turistas, porque les llamamos mucho la atención. Aún no tenemos claro si les cautiva el pelo rubio o el pelo cano, o ambos por igual porque aquí todo el mundo tiene una buena mata de pelo negra como el tizón y sólida como el pelo de un playmobil.
Dentro de la muralla también hay unos cuantos templos jainistas, cenotafios dispersos y un pequeño núcleo urbano donde viven los lugareños. Es todo muy genuino, sin falsas reconstrucciones ni tiendas de recuerdos "made in china". Tras reunirnos de nuevo con Jintu, hacemos una breve parada para tomar fotos de la "Gran Muralla India".
Recorrer las carreteras indias es en sí otra experiencia. Jintu nos cuenta que hay un código no escrito de los pitidos que se hacen los conductores y que interpretamos como "aunque no haya sitio te voy a adelantar", "quítate que quiero pasar", o "loco qué haces". Además, es muy gracioso porque cuando hay algún bache muy exagerado grita en un perfecto castellano "Madre mía, madre mía!". Y eso es lo que nosotros pensamos cuando vemos a gente llevando una bombona a cada lado de la moto, vacas cruzando por cualquier lado, tres en una moto, un portador de plumas de pavo real, o, mismamente, un rebaño de ovejas ocupando el carril en la "autopista" de peaje.
La segunda visita del día nos lleva hasta Ranakpur, otro de esos lugares de obligada visita en el Rajastán. Allí visitamos el templo Adinath, uno de los templos jainistas más importantes. Los jainistas son una religión que no tiene dioses, y que se basa en el equilibrio entre los chacras y el karma, y cuyo objetivo es conseguir el nirvana.
Al templo hay que entrar descalzo y cubierto, así que nos alquilan unos pantalones para cubrir totalmente las piernas. El templo, hecho en mármol, cuenta con 1.444 pilares todos diferentes. Repito... ¡¡está hecho en mármol!! En unas pequeñas vitrinas están los 24 tirthankaras, que fueron personas que consiguieron liberarse de las ataduras terrenales y que ahora inspiran a los jainistas.
Además del templo principal, hay otros dos templos más pequeños, a los que acuden menos turistas ya que no son tan espectaculares. Como hemos tenido que comulgar con la entrada, la audioguía, los pantalones y el extra por poder hacer fotos, aquí hay que visitarlo todo, y hasta nos llevamos una conversación con un hombre de seguridad muy majo que nos cuenta que es de nepal. ¡¡Es todo tan espiritual!!
Pero como el yin y el yang, si hemos disfrutado de la tranquilidad en lo que llevamos del día, ahora volvemos a la locura: llegamos a Jodhpur. Se la conoce como la Ciudad Azul, debido al color de muchos edificios de su barrio antiguo, por el cual damos un paseo y comprobamos que, efectivamente hay muchos edificios azules. Pero, sin duda alguna, lo que más nos llama la atención es su bazar, que gira en torno a la torre del reloj: motos, vacas, vendedores que reclaman tu atención, comida, olores buenos y malos, bisutería, especias, ... un auténtico cóctel con el que acabar mareado. Y si en algún momento te salpican con algún líquido valora hacer un ritual de purificación quemando la camiseta. Sobra decir que con tanta gente, caca de vaca y los humos de las motos sin catalizador, los pulmones se nos han quedado más sucios que los de un minero.
Pero aún así, te sientas a comer unas samosas o unos bocadillos típicos y entablas conversación con unos turistas indios. Te pierdes por las calles y los niños salen a saludarte y sonreirte. Incluso los vendedores te salen a tu paso para mostrarte orgullosos lo que humildemente venden. Y piensas... ¡¡esto es la India!!
Como me recuerda la psicologia transpersonal. El karma etc...Las fotos muy chulas...
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