Empezamos nuestra ruta en Shaghài, una armónica ciudad en la que se mezcla lo moderno y lo tradicional. Sus rascacielos, con originales iluminaciones, hicieron que un paseo nocturno por The Bund nos convirtiese en actores de una película futurística a lo Blade Runner. A su vez, los tranquilos templos nos sirvieron para empezar a sumergirnos en la enriquecedora cultura y tradición que sigue vigente en la China actual.
Lejos de los conglomerados de asfalto y cristal, hemos podido disfrutar también de una preciosa naturaleza. Sin duda, subir a los montes sagrados Taishan y Huashan ha sido, además de restos físicos, dos experiencias casi espirituales. Y, por supuesto, si hablamos de lugares rodeados de naturaleza, el máximo exponente es el icono chino por excelencia: La Gran Muralla China. Recorrer un "pequeño" tramo es algo que nunca olvidaremos.
Y ya que estamos con monumentos Patrimonio de la Humanidad, tampoco olvidaremos Las Cuevas de Yungang en Datong, La Ciudad Vieja de Pingyao, Las Grutas de Longmen en Luoyang, y... cómo no, Los Guerreros de Terracota en Xi'an. La milenaria China es todo un legado de monumentos, testimonios vivos del transcurrir de las dinastías por estas tierras.
China ha sido, sin duda, un destino que nos ha cautivado. Sus monumentos, gastronomía y gente, nos han acompañado a lo largo de veinte días, pero permanecerán en nuestro recuerdo para toda la vida. ¿Habrá en el futuro una segunda parte a este gran viaje? Por ahora, solo queda decir xièxiè (gracias) y Dài huìjiàn (hasta pronto).
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