Cuando uno piensa en Grecia se imagina sobre todo en sus playas y en sus lugares históricos. Sin embargo, pocos saben que el 80% de la superficie del país es montañosa, y menos aún pueden imaginarse que hay hasta pistas de esquí. Nosotros comprobamos lo montañoso del terreno y lo sinuoso de sus carreteras, necesitando más tiempo del esperado en los desplazamientos. Como un comecocos de Basauri-Garbi, vamos ascendiendo y descendiendo por puertos de montaña, admirando los paisajes y encontrándonos con muchos santuarios de carretera. ¿Que qué son? Pues son una especie de ermita, iglesia o templo de miniatura sobre un templete al lado de la carretera. Muchos pensarán que es para recordar a alguien cuya vida se paró en ese punto kilométrico, y llevan parte de razón; pero en muchos casos son de agradecimiento, cuando alguien tuvo un trágico accidente y da las gracias poder continuar circulando por la vida.
Y circulando y circulando por terrenos llenos de olivos llegamos hasta nuestro siguiente destino. Si mezclas un poco de Gibraltar, otro de Dubrovnik y añades unas casitas tipo Belén, obtienes un pueblo que se llama Monemvasia. Se trata de un peñón que antiguamente estuvo aislado del continente, amurallado y con casitas de piedra bajas. Su nombre significa 'una sola entrada' y es muy acertado, ya que sólo se puede acceder a él por una puerta. De hecho, el haber estado aislado ha permitido que parte de sus construcciones lleguen hasta nuestros días. Sus calles empedradas, las casas restauradas y un ambiente muy agradable, la convierten en visita obligada por el Peloponeso, aunque resulte difícil capturar en una foto todos los elementos que la hacen inolvidable.
En tierras mediterráneas no podían faltar los naranjos y, con tanta naranja desaprovechada paramos en una plantación para recoger una muestra y probarlas: no tienen un aspecto muy uniforme y quizá por eso sorprenden lo ricas que están. Vitaminándonos entramos en la península de Monis, donde visitamos Areopolis. Casi todo el pueblo gira en torno a una calle donde hay tres iglesias y muchos restaurantes. Es un sitio en el que su tranquilidad actual contrasta con su pasado: aquí fue donde empezó la guerra de independencia griega en 1821, y muy cruel debió de ser como para ponerle ese nombre que significa 'ciudad de Ares', que era el dios de la guerra. Nosotros lo que matamos aquí es el hambre: en un restaurante probamos el saganaki, un aperitivo típico que consiste en una crema de queso frito, muy pero que muy rico.
No hay comentarios:
Publicar un comentario